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En su momento debido –sea por las sombras, sea por el silencio– aparecerás tras esa puerta vistiendo apenas tu indecente alma.
Arrastrando los pies, invadirás el azul de mis alfombras con un tedio infinito. Será medio día en china en ese momento.
No sé exactamente cuán hecho de sombras estarán el techo o las paredes, pero estarás aquí desnudo, con ese lánguido gesto de derrota en tu rostro (de nuevo) viniendo a reclamarme, en silencio, que la derrota era mía, aunque yo tenía razón.
Y es que ni la derrota ni la victoria me han de interesar ni bien trasladas tu desnudez hasta mis paredes.
Porque sé que sabes que lo olvido todo, aunque seas hombre igual, al mirarte entre las pinceladas de una ira avergonzada y la desfachatez de tu lujuria juvenil, falsamente disimulada.
Puedo asegurarlo hoy, mañana y siempre: en su momento debido –sea por las sombras, sea por el silencio– aparecerás tras esa puerta y me arrastrarás al celestial infierno de llevarte, conmigo, a la cama.
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