Soñé conmigo, a solas.

Soñé conmigo entre las sombras de siempre, en la habitación de siempre, con la desnudez de siempre.

Esa en la que ni voz te queda, en la que el oído falla y los ojos, apenas, distinguen el sueño en el sueño mismo.

Soñé conmigo. Soñé a solas.

Soñé con la mesita de noche y un olor ajeno a cigarrillo.

Soñé con las cartas que escribí en mi memoria, para no escribirlas en tu nombre con lápiz y papel.

Pero era mi letra, eran mis verbos, mis vocales.

Y era también tu nombre, tan desnudo y tan completo, carta tras carta, sílaba a sílaba, desdibujado entre lágrimas sofocadas por un falso olvido.

Soñé conmigo, a solas.

Soñé conmigo entre sombras tenues, envejecidas.

La sombra de mi pasado, ante el espejo, la mirada de mi presente, junto a él; la puerta hacia el futuro aun cerrada, una llave colgando del picaporte con una cinta, sin color, atada a ella.

El perdón vuelve a quedarse ausente.