II
¿Qué razones tengo para sentirme tan vacío? Además de la imposibilidad de auto-reconocerme, de auto-recordarme, de auto-motivarme, no me queda nada.
Se me escapan las palabras del cuerpo. Se me escapan los colores de la vida, de mi vida, y de todas aquellas vidas que alguna vez supe crear con palabras.
La fuga es grande.
La fuga es precisa.
La fuga es LETAL.
Me siento nadie sin mi almohada. Me siento nada lejos de la cama. Cada minuto que sucumbe, de este lado de la vida, me pesa sobre los hombros como a Atlas le pesa el mundo entero. En el sueño, en cambio, las aguas pintan otra marea.
No quiero despertar. Si hoy duermo, no quiero despertar mañana, ni el día siguiente, ni el siguiente a ese. No quiero despertar de este lado del río, de este lado de la colmena. Solo quiero estar donde no está nadie más, donde nadie me acompañe más que en susurros.
¿Qué razones me queda para no sentirme tan vacío? Pues, aún me queda el nombre que me nombra, nada más. De resto no me queda nada, ni siquiera yo mismo.
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