I
Las horas lóbregas se vienen, los hombres marchitos se van. El llanto parece deambular los parajes inquietos de la noche, la noche parece recorrer la vida con brutalidad inmoral.
Se van. Los hombres marchitos se van en torno a la sombra. Los hombres se alejan despacio, entre lamentos silentes, con los ojos por la noche vendados.
No ven más allá de la noche, no viven más allá del día, aunque no haya ninguno.
Se van. Los hombres de las praderas se van. La luz tenue de sus velas se va apagando, a lo lejos, a la distancia, ni bien la noche les llama al soplar.
Se alejan de los caminos y se van, a tientas, por las venas de la muerte, cantando sus canciones de triste despedida con el clamor de sus llorosas velas entre los dedos.
Las horas lóbregas han venido. Un himno de campanas desnuda la medianoche. La luna menguante se apiada de los marchitos, se marcha con los menos queridos.
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