I
Existen palabras circunscritas en tus mirares indecisos. Las conozco. Las conozco tanto como conozco aquellas que sigo sin decirte, aunque no te hable.
¿Alguna vez le preguntaste al silencio lo que se siente estar siempre en compañía? Y pensarás en ello, día y noche. Dirás que es una tontería sin sentido, así como muchas de las otras cosas que siempre digo, pienso y hago
Soñarás con la imposibilidad de mis cuestiones mientras me borras por completo de tu inventario. Pero esas palabras, esas que insisten con dibujarse a sí mismas en tus mirares, siguen enviando un mismo mensaje.
Todavía lo reconozco. Tanto como reconozco mi propio ego, hecho trizas, escondido entre las sábanas que alguna vez me acompañaron en mis horas de sueño.
La verdad suele ser algo íntima, casi como una mentira cuando lleva tu nombre. Pero este no es el caso. En este caso no hay palabra que valga, ni en tus labios ni en mi boca.
¿De verdad me has olvidado como se olvida la vida? ¿De verdad me has declarado la muerte? Preferiría padecer una guerra sin cuartel antes que eso. Pero es demasiado tarde, o al menos así me lo has dado a entender.
De antemano te digo, aunque no lo diga nunca, que no me arrepiento del todo, o de nada, solo de no decir lo que no se dijo nunca, de no pensar lo que no pensamos nunca, de no vivir lo que no vivimos nunca, solo la muerte.
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