32.- Tomar el riesgo.
Antonella
Suelo visitar la tumba de mis padres, aunque no con demasiada frecuencia como me gustaría. Sin embargo, hoy he roto la rutina para venir al cementerio. He comprado las flores favoritas de mamá, los girasoles.
Solía decir que le daban vida, que el color amarillo le traía tanta paz con solo mirarlo. Así que compré un par de inmensos ramos antes de venir, porque necesito un momento para hablar en tranquilidad.
Mi pecho se aprieta cuando me detengo frente a las tumbas, están separadas por al menos un metro de distancia, tiene el espacio suficiente como para permitirme colocarme entre ellas. Dejo un ramo sobre cada una de las lápidas y luego, tomo una profunda inhalación como si eso me diera la valentía suficiente como para comenzar a hablar.
Termino cambiándome de lugar y me coloco frente a la tumba de mi madre, leo su nombre y extiendo la mano para acariciar la inscripción, el dolor vuelve, aquel que casi diez años después no he podido hacer desaparecer.
—Hola, mamá. Ha pasado un poco de tiempo, ¿no es cierto? —una pequeña sonrisa curva mis labios —lo lamento, pero los últimos meses han sido...devastadores. Supongo que lo saben, ¿no es así?
Miro ahora la lápida de papá, a mi mente viene ese último abrazo que me dio, ese recuerdo al que me ha aferrado durante años tratando de no olvidar la sensación, tratando de aferrarme al momento en donde mi padre me abrazó por última vez diciendo que volvería a casa, pero no lo hizo.
Ninguno lo hizo.
—Leo no resultó tan buen chico como dijiste, mamá —me río un poco —realmente los he necesitado, cada segundo desde que se marcharon. Pero no estoy aquí para hablar de eso, porque sé que lo sabes, sé que saben que los amo y que los he extrañado tanto, estoy aquí para decir todo lo que ahora mismo...está ahogándome.
La brisa sopla, me abrazo a mi misma tratando de no sentir el frío del ambiente. Mi cabello se revuelve por el viento y tomo una inhalación ordenando las palabras en mi mente antes de decirlas.
—Creí que el hecho de que Leo me dejara en el altar sería lo más doloroso que tendría que vivir luego de perderlos, pero me equivoqué. Porque hay otro hombre que provoca un sentimiento mucho más fuerte de lo que siquiera yo misma he querido admitir, algo más intenso, más demoledor.
Parpadeo tratando de eliminar las lágrimas.
—Y supongo que he echado las cosas a perder con él —mi respiración se agita recordando todo lo que ha ocurrido en los últimos días —y no sé que hacer, no sé como actuar, que decisión tomar. Me siento perdida, como si todos los planes que hice antes de conocerlo se hubiesen esfumado, todos los caminos se hubiesen vuelto invisibles y estoy en medio de un desierto sin dirección. En medio de la nada, sin saber que hacer.
Las lágrimas provocan de nuevo un ardor en mis ojos, mi pecho se contrae con fuerza y una punzada me atraviesa. Conozco el sentimiento bastante bien, ya lo he dicho, estoy familiarizada con el dolor.
—He estado sin saber que hacer desde el momento en el que los perdí, desde ese día en donde la abuela Beatrice se plantó frente a mí y dijo que no volverían a casa. —Las lágrimas nublan mi visión, se agolpan en mis ojos y se vuelven incapaz de contenerlas —han pasado casi once años desde que se fueron y aún no sé como manejarlo. Tal vez es demasiado tarde como para hacer algo, o no. Pero realmente desearía tenerlos conmigo, desearía que nunca se hubiesen montado en el auto, desearía que hubiesen vuelto a casa esa noche.
Un sollozo brota de mis labios, las lágrimas mojan mis mejillas, pero no me contengo porque nunca les he llorado lo suficiente, porque luego de su muerte tuve que volverme fuerte, por Bella, por Lía. Porque apenas lloré en el funeral al tener que abrazar a mi hermanita que no sabía en realidad que estaba pasando, porque durante las noches eran el único momento en donde me permitía a mi misma sentir un poco del dolor, pero tenía que guardarlo a la mañana siguiente y fingir que nada estaba ocurriendo.
Tal vez Leo tiene razón, tal vez tengo tan arraigado el concepto de abandono porque mis padres, las personas que se supone deberían estar a mi lado, murieron tan de repente, tal vez me convertí en una mujer distinta porque dejé que el dolor me moldeara a su antojo, y sí, tal vez insistí en la boda sin darme cuenta porque quería asegurarme que al final del día, yo si sería capaz de obtener mi final feliz.
Y ahora...ahora lo he arruinado todo.
—No sé que hacer, no sé como reparar esto —sollozo —y desearía saberlo, mamá. Desearía poder escuchar un consejo tuyo porque siempre tenías los mejores, desearía que me abrazaras de nuevo y me dijeras que todo va a estar bien. Y desearía que él supiera que ni siquiera yo entendía que estaba ocurriendo conmigo.
Acaricio las letras del nombre de mamá tratando de sentirla cerca, tratando desesperadamente de obtener algo, lo que sea, que me diera una respuesta a la interrogante: ¿Cómo demonios puedo arreglar esto?
—Aún no sé lo que ocurre —susurro —no entiendo que está mal si me he esforzado en continuar viviendo, en no detenerme.
Deslizo mi atención a la lápida de mi padre, mi corazón sufre otro vuelco furioso y sé que probablemente sentir tantas emociones dolorosas no pueden ser sanas.
—Su nombre es James —elevo la mirada, apartándola de las lápidas —es reportero, lo conozco desde hace poco más de tres meses y es el hombre que me ha devuelto a la vida. Es el hombre que me ha hecho ser yo otra vez, y creo que lo he lastimado tanto como para que desee no volver a verme.
—Eso es imposible, Cara.
Me sobresalto, giro y me encuentro con el par de ojos azul profundo que me miran con algo parecido a adoración, tiene una leve sonrisa en los labios, ya no hay esa mirada herida, ni dolor.
Vuelve a mirarme como él.
—Es imposible que yo desee no volver a verte.
—James —me incorporo, mi corazón golpea con furia contra mi pecho, lo hace con fuerza, de una manera casi inhumana.
—Hola, Cara.
Han pasado un par de días desde que nos vimos por última vez, par de días en donde he querido llamarlo, pero mi cobardía lo ha impedido. Dos días en donde lo he echado de menos y me he arrepentido cada segundo de la decisión que tomé esa noche en los casinos.
Esconde las manos en los bolsillos de su abrigo, deja de mirarme y de pronto extraño que lo haga.
Un silencio se instala entre nosotros, bajo la vista por un par de instantes fijándola en la punta de mis zapatillas sin saber bien que es lo que tengo que decir.
¿Debería empezar disculpándome?
—Lo siento —mi voz brota en un sonido leve, solo entonces vuelve a mirarme —lo siento en verdad, James.
—Lo sé —susurra de vuelta —sé que lo sientes. Lo sé desde que tus tíos te mostraron el video.
—Desearía haberlos escuchado.
—Supongo que no todas las cosas que se desean se hacen realidad, ¿no es así?
Su mirada busca la mía, parece buscar algo en mis ojos, cuando da un paso más para acercarse, mi respiración se agita y una sensación de nerviosismo me envuelve.
El viento sopla de nuevo y resoplo con fastidio apartando los mechones de cabello que golpean mi rostro, soy consciente de que su mirada recae en el anillo que aún reluce en mi mano.
No me la he quitado en ningún instante, no he sido capaz. La he mantenido conmigo porque quitármela se sentía como dar por termina definitivamente lo que había entre nosotros, y a pesar de todo, aún no estoy lista para eso.
—¿Crees que podamos hablar, Cara? —su voz brota esperanzada, mi corazón se estruja ante la manera cariñosa en la que aún me habla.
—Por supuesto —no lo dudo porque realmente quiero hablar con él y si digo que no, luego no seré capaz de ir hacia él por mi misma.
Necesito arreglar esto, necesito ponerle fin a todo lo que lleva apachurrándome el corazón.
—Bien, ¿trajiste auto?
—Vine caminando.
—Te llevo en mi auto entonces, ¿te parece bien? —asiento —quiero decir, si has terminado.
Señala un punto detrás de mi espalda y entiendo inmediatamente a que se refiere.
—¿Me das un momento?
—Claro, mi auto está por ahí —señala un punto a varios metros y a pesar de la distancia que hay, consigo reconocerlo —estaré esperándote.
Asiento, lo sigo con la mirada mientras se aleja, experimentando un nuevo sentimiento en mi interior. Cuando está lo suficientemente lejos, giro hacia las lápidas.
—Supongo que esa es mi respuesta, ¿o no? —inquiero —supongo que este es el momento decisivo, espero ser capaz de arreglar todo lo que arruiné sin darme cuenta.
Quedo en silencio, intercalo miradas entre las lápidas trayendo recuerdos de cada uno a mi mente.
—Los echo de menos, y los seguiré echando de menos cada día de mi vida, pero realmente deseo poder superar todo esto. Tal vez no ahora, no inmediatamente, pero lo haré. Es lo que hubiesen deseado, ¿no es verdad?
Tomo una larga y profunda inhalación llenando mis pulmones de oxígeno.
—Tengo que irme —me coloco en cuclillas extendiendo la mano para tocar la tumba de mamá, luego hago lo mismo con la de mi padre —volveré pronto, ahora tengo que resolver algo importante.
Con el corazón aún acelerado, sonrío frente a los nombres y me doy la vuelta, dirigiéndome hacia el chico de mirada azul celeste que espera por mí justo en la entrada del cementerio.
No es precisamente el mejor viaje en auto, apenas y hablamos, James me contó que estaba ahí porque fue a visitar la tumba de su padre, parece que al igual que yo, necesitaba mantener una charla reflexiva, o monólogo más bien, sobre todo lo que ha pasado en nuestras vidas en los últimos días.
Ciertamente no es algo que hubiese esperado, es decir, nunca puedes imaginar que alguien se haga pasar por tu novio y luego ese alguien bese a una chica que evidentemente estaba de acuerdo.
El arrepentimiento esta persistente en mi pecho, y consigo mantenerme controlada hasta que llegamos a mi hogar, y estamos lo suficientemente en privacidad como para permitirnos hablar.
—Primero, hay algo que debo decirte —James es quien comienza a hablar —no lo consideré importante, y realmente no entendí como es que ocurrió aquello en el casino hasta que lo recordé.
Hemos tomado asiento en el sillón, él frente a mí, con apenas la distancia suficiente.
—No te dije que Leo vino a mi hogar, para hablar conmigo.
—¿Leo fue a tu hogar? —un dejo de incredulidad se filtra en mi voz.
—Sí, justo después de que nuestras fotos aparecieron en el jardín. Ross vino a mi hogar destrozada porque Leo la había dejado. Vino llorando a mi puerta a decir que él dijo que iba a recuperarte sin importar que tuviera que hacer para conseguirlo.
Mi respiración se corta, ¿Leo le había dicho eso? Es imposible que pudiera conseguirlo, después de todo, después de tanto, no hay manera que yo pueda volver con él.
—No lo creí, así que fui con tu tío solo para advertirle. Él dijo que no tenía nada de que preocuparme, pero al volver...él estaba aquí. Fui estúpido al no recordarlo antes, porque dijo que no volvería contigo, pero que tampoco iba a permitir que continuáramos juntos.
Poco a poco mientras lo escucho hablar, todo comienza a tener sentido. Porque el chico del video sabía exactamente que cámaras evitar, en que lugares y como mostrarse.
—Es evidente que él organizó todo para que pareciera que te engaño, porque sabe perfectamente que puntos atacar en ti, en mí.
—James...
—Dijo que jamás confiarías en mí, y no quiero darle la razón, Antonella, pero...—deja de hablar y cierra los ojos.
Un nuevo pinchazo de dolor me atraviesa, bajo la vista, entendiendo el punto al que quiere llegar.
—No quiero darle la razón porque me pongo en tu lugar y si yo hubiese visto algo igual, si alguien se hubiese hecho pasar por ti, tal vez pensaría lo mismo. Pero lo que me duele, Anto, lo que me dolió realmente fue que ni siquiera consideraste darme el beneficio de la duda, preferiste culparme, creer que realmente se trataba de mí y no miraste los videos teniéndolos justo enfrente. Te tomaría dos minutos darte cuenta de que ese chico no era yo, dos minutos que no quisiste darme, preferiste gritarme, preferiste creer que era igual de detestable que el cabrón de Bianchi antes de darme la oportunidad de demostrar lo contrario.
El nudo en mi garganta aprieta con tanta fuerza que creo que puede ahogarme e impedirme respirar.
—Y sé que yo también cometí errores en el pasado, sé que no puedo juzgarte y que mucho menos puedo juzgar la manera en la que reaccionaste porque lo entiendo, Anto, te juro que lo entiendo. Pero no puedes culparme por sentirme traicionado cuando la mujer que decía quererme no fue capaz de darme el beneficio de la duda.
—Realmente creí que eras tú —susurro tratando de mantener mi firmeza —y si lo pienso ahora es ridículo tomando en cuenta que nunca me has dado motivos para desconfiar, pero al reconocerte...algo en mi se desactivo, James...y volví a ser esa mujer que se sentía tan frágil y rota.
Parpadeo alejando las lágrimas, me tomo un momento para recomponerme, para recuperar el control y no romperme aquí.
—Leo no mintió al decir que tengo arraigado el concepto de abandono —cuando intenta interrumpirme, lo detengo —¿sabes por qué?
—Por tus padres —responde con suavidad, sin juzgar.
—Porque mi padre solía hacer promesas, todo el tiempo. Prometía tantas cosas, pero nunca falló a su palabra. Así que esa noche, cuando prometió que no tardarían, cuando prometió que iba a volver y no lo hizo...me enojé. Perdí tan de pronto a las dos figuras que me daban toda la seguridad y tuve que aprender sola a forjarme de una manera en la que nunca más volvería a experimentar un dolor como ese.
Me limpio las lágrimas que consiguen escaparse, tomo una pequeña inhalación y luego suelto el aire.
—Creí que, si me casaba, que, si tenía una boda, si podía hacer feliz a Leo, entonces yo si tendría la historia con final feliz de la que todos hablan. Me equivoqué, claramente. Y me dije a mi misma que estaba superado, cuando te conocí y comencé a sentir esto por ti, realmente pensé que había quedado atrás.
—Desearía que te vieras como yo te veo —susurra con dulzura —desearía que vieras que, ante mis ojos, eres una de las mujeres más fuertes y valientes que he conocido. Y odio la idea de hacerte daño, odio la idea de que alguien conozca tus debilidades e intente aprovecharse de eso. Odio la idea de ser parte de ellas, de haberme convertido en un medio que pueden usar para lastimarte.
—Si le hubiese dado importancia antes, nada de esto estaría ocurriendo.
—Cara, no podemos seguir así, ¿lo sabes tan bien como yo, cierto? —las lágrimas se acumulan en mis ojos apenas termina la frase.
Pese al dolor en el pecho que me provoca, sé que dice la verdad.
—Lo sé.
—Yo te amo —ahogo el sollozo cuando dice aquello. James se incorpora, elimina la distancia entre nosotros y acuna mi rostro entre sus manos. —Yo realmente te amo, a ti, a la chica llena de inseguridades pero que es tan valiente y fuerte, pero desearía que sanaras, desearía que no tuvieses miedo de perderme, o de perder a cualquier otra persona, te amo tanto como para desear que seas capaz de amarme de vuelta, sin tener miedo de que en algún momento pueda marcharme.
—James...
—Porque no te abandonaré, porque puedo pasar el resto de mi vida recordándotelo, Anto. Porque no me importaría volver contigo en este mismo instante, decirte que podemos olvidar lo que ocurrió, que podemos comenzar de nuevo. Pero sé que la herida está ahí, sé que aún permanece abierta, aunque quieras decir que no es así.
Sus nudillos acarician mi rostro, cierro los ojos ante la sensación protectora que me envuelve.
—No me arrepiento de la manera en la que esto surgió, no me arrepiento de haber aceptado mis sentimientos por ti con rapidez, solo me arrepiento de no haberte dado el espacio suficiente como para permitirte sanar.
Deja de acariciar mi rostro para tomar mis manos entre las suyas.
—No tengo derecho alguno para reclamarte, me dolió y destrozaste mi corazón cuando no creíste en mí, pero creo que fue la misma manera en la que yo rompí el tuyo —una sonrisa triste se filtra en mis labios —rompí el tuyo y me perdonaste, así que yo también te he perdonado, te amo lo suficiente como para conseguir estar enojado contigo más tiempo.
—Pero no quieres estar conmigo —mascullo con voz rota.
—No, te equivocas, estar contigo es lo que más deseo, pero no puedo hacerlo ahora, porque necesitas sanar, Anto. Necesitas poder tener tiempo para ti, para viajar, para estar con tu familia. Quiero que sanes, que experimentes la soledad y luego...después de eso...aún desees estar conmigo.
—Puedo hacerlo mientras estamos juntos —casi suplico.
—Es algo que debes hacer sola, mia cara —vuelve a acunar mi rostro —pero te prometo, tesoro, que luego de eso...luego de ese tiempo...si aún soy yo el hombre con el que deseas estar, estaré esperándote, sin importar cuanto tiempo te tome asegurarte de eso. Quiero que vuelvas cuando tengas la seguridad de que te amo, que nunca me iré y que voy a esperar por ti, pase el tiempo que tenga que pasar.
Sonrío, la carga se va de mis hombros, la presión por ser suficiente. James Cavalli me está dando algo que ni siquiera sabía que necesitaba.
—Creí que no deseabas verme.
—Imposible, yo siempre voy a desear verte. Solo que me tomé el tiempo para pensar, para ordenar mis ideas, para hacerlo con mi razón y no con un corazón que se sentía herido.
—No quiero perderte tan pronto, sé que es algo que debo hacer sola...pero no quiero perderte aún.
—No me has perdido, y no me perderás. Seguiré aquí, esperando por ti.
—¿Sin saber si al final voy a darte la respuesta que deseas? —sonríe, sus ojos tienen una chispa de brillo distinto, mucho más fuerte, mucho más excepcional.
—Correré el riesgo —se encoje de hombros —vale la pena correr el riesgo por la mujer que amas.
Cuando hago el ademán de responder, se da cuenta de lo que diré y me detiene. Coloca uno de sus dedos sobre mis labios y sonríe.
—Aún no lo digas, Cara, por favor.
—¿Por qué? ¿Lo dudas?
—En lo absoluto, pero quiero que digas esas palabras cuando las heridas se hayan ido, cuando los miedos y temores se vuelvan insignificantes. Quiero escucharte decirlas cuando seas alguien más fuerte y valiente, cuando hayas viajado, cuando hayas pasado tantos momentos increíbles, cuando hayas reído hasta que el estómago te duela...
Imparte una caricia suave otra vez y todo mi cuerpo es envuelto de una cálida sensación que se siente como casa, no entiendo como podré alejarme sabiendo que ahora, James es el sitio que se siente como un hogar.
—Quiero que me las digas cuando hayas sanado...y aún pienses que soy suficiente para ti.
Quiero decirle que el ya es suficiente, que sin importar las heridas...los errores, las imperfecciones, es suficiente para mí. El corazón me duele, pero es un dolor distinto, una nueva clase de dolor.
Es ese sentimiento agridulce que se apodera de tu pecho ante una decisión que no puedes evadir. Cuando la respuesta es tan clara, pero dudas en tomarla, cuando el camino se abre...pero no estás segura de si seguirlo es en verdad lo que deseas.
¿Qué tan genuino puede ser un amor como para dejar ir a alguien sin tener la seguridad que volverá?
Yo deseo poder amarlo así, ya lo amo...ya siento tanto por él que no puedo explicarlo, pero deseo poder mirarlo a los ojos y saber que estará a mi lado siempre, quiero dejar temores, heridas, y cada una de mis cargas atrás.
—Gracias —mis ojos se llenan de lágrimas y él me mira enternecido.
Toma mi barbilla haciéndome encontrar su mirada, se inclina hacia adelante y el segundo en el que me besa, todo estalla a mi alrededor. Es un contacto de cortos pero significantes segundos.
—No quiero que me agradezcas —susurra contra mis labios —estos dos días me han servido para darme cuenta que no puedo estar enfadado contigo, que tú eres todo lo que quiero, te dije que para mi eres la misma Antonella así tengas dieciséis años, veintiséis...o los que tengas cuando decidas volver a mí. Voy a amar cada una de tus facetas.
—¿Me amas y me dejas ir sin tener un compromiso de retorno?
Sonríe, deja un toque en mi nariz y luego sus labios se encuentran con mi frente.
—Correré el riesgo por ti, mi dulce Anto.
Me refugio en sus brazos, siento su corazón latir contra mí cuerpo al mismo tiempo que mi propio corazón también late por él.
Ahora sé lo que tengo que hacer para solucionar esto, sé lo que tengo que hacer para que, de una vez por todas...todo llegue a su fin.
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¡Hola, hola!
Bueno pues como ya les había comentado, tendremos un maratón, será un capítulo diario de aquí al viernes, las actualizaciones serán a esta hora aproximadamente.
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