17.- Lo que no deseo
JAMES
Juro que he intentado encontrar una manera para mitigar el impacto de lo que mis impulsivas decisiones han ocasionado, pero mientras observo a Antonella comenzar a empacar sus cosas en las cajas, soy incapaz.
Ha pasado un día desde nuestra salida al bar. Mañana por la noche terminarán de imprimirse los artículos de la revista, y pasado mañana, estarán siendo distribuidas por todo Millán.
Vine aquí con el propósito de decirle la verdad, de decirle que no soy Massimo Santori, que no soy un maestro de danza, que en realidad soy un reportero que quiso conseguir una increíble historia que la involucrara. Pero no puedo, no puedo decirle...ni siquiera me atrevo a mencionar el tema.
Soy un maldito cobarde, y ella no lo merece. La miro, está sonriente, demasiado emocionada por volver a su antiguo departamento, que no me atrevo a decirle la verdad.
—Bella dice que es una decisión impulsiva —pronuncia mientras guarda algunos libros en el interior de la caja.
—Bueno, la tomaste en la madrugada —me rio un poco —yo también creería que es una decisión impulsiva.
Detiene sus movimientos para girarse hacia mí, tiene una ceja arqueada y me observa con un dejo de indignación.
—No me veas así, considéralo.
—Lo he considerado mucho, creo que quiero volver a tener mi espacio —se encoje de hombros —tenía mi vida independiente antes de todo el desastre, quiero retomarla. Además, el departamento no puede quedar abandonado.
—Podrías rentarlo —sugiero.
—No, le tengo suficiente aprecio como para permitir que alguien más ocupe, prefiero volver y habitarlo hasta que decida cambiarme a otro sitio.
Retoma su tarea de guardar los libros en las cajas, para haber tomado la decisión en la madrugada, lleva avanzado una gran parte. Hay más cajas vacías a nuestro alrededor que pronto serán llenadas con el resto de cosas de Antonella. No son demasiadas, algunos libros, colchas, documentos y las cosas que utiliza para trabajar y el par de maletas con ropa.
—Mi tío dijo que envió a la agencia de limpieza hace un par de días para mantener el departamento en buenas condiciones, creo que antes de enviar las cosas, debería ir a echar un vistazo.
—¿Quieres que te lleve? —Anto vuelve a mirarme.
—¿No estás demasiado ocupado con tu propia mudanza? —cuestiona —no quiero quitarte tiempo.
No, porque ni siquiera existe la maldita mudanza.
—Tengo todo arreglado, no te preocupes —me encojo de hombros cerrando la caja que tengo a mis pies —¿qué dices?
—De acuerdo, supongo que así conoces el sitio al que podrás visitarme cuando vuelvas —intento sonreír, pero no lo consigo muy bien. Se da cuenta de eso porque ladea la cabeza, mirándome con comprensión.
—No me mires así —pido porque esto solo lo hace más intolerable.
Maldita sea, ¿por qué tuve que hacer esto? ¿En qué momento pensé que era una buena idea?
—Mudarse no siempre es malo —se encoje de hombros —a veces tener nuevos comienzos es en realidad lo que necesitamos. ¿No lo crees?
—Tal vez —concedo —pero no creo que este sea el caso.
Su entrecejo se arruga, me mira como si no entendiera que es lo que trato de decir y comienzo a desesperarme. Mi método de decir más mentiras para salirme de una no está funcionando en lo absoluto.
—Pero no hablamos de mi mudanza —objeto —hablamos de que voy a llevarte a tu departamento.
—Buena estrategia —dice con una sonrisa —eres excelente para cambiar de tema.
No retengo la sonrisa que amenaza con formarse en mis labios. La puerta se abre y ambos miramos hacia el sitio en donde Bella nos lanza una mirada curiosa.
—Sabía que querías volver a tu departamento, pero no imaginé que tan rápido —dice con burla.
—Creo que es tiempo de retomar mi vida independiente —objeta su hermana —aunque nuestro tío no opina lo mismo.
—¿Quién te manda a volver al nido? Ahora es capaz de no soltarte.
Bella avanza con las muletas y llega hasta la cama. Las lanzas a un lado y luego se deja caer con descuido contra el borde.
—Con cuidado —advierto notando que no tiene el suficiente cuidado con su tobillo como debería. —Deberías estar haciendo reposo...
—Sí, suerte intentando que lo haga —responde Anto —es la adolescente más terca que he conocido en mi vida.
La voz aguda llamando a Antonella en la planta baja se escucha y ella resopla. Un par de instantes después, tres voces infantiles se oyen.
—¿Lo ves? Por eso quiero volver —dice en dirección a su hermana antes de salir.
Cuando se ha marchado y el silencio envuelve la habitación, Bella me lanza una mirada de advertencia.
—Según sé, deberías estar lejos —se cruza de brazos —tu artículo sale en dos días.
—Lo sé —respondo —intenté alejarme, pero creo que alguien le dio mi dirección a tu hermana, así que fue a verme.
Ella retiene la sonrisa, cuando Antonella apareció sospeché que la única persona que pudo haberle dado la dirección, debía ser Bella.
—Cúlpame si quieres, pero estaba demasiado nerviosa mirando su celular cada cinco minutos, porque alguien la ignoraba.
—Y debí de seguir haciéndolo —resoplo —estoy en un lío, señorita Lombardi.
—Lo sé —concuerda —eso pasa cuando te enamoras de una Lombardi.
Me rio, le lanzo una mirada casi incrédula mientras me acerco para tomar asiento a su costado.
—No estoy enamorado de tu hermana, eso es exagerado —aclaro —pero...me importa lo suficiente como para desear nunca haber fingido ser Massimo. Desearía que ella me hubiese conocido como James.
Hay un pinchazo en mi pecho cuando digo aquello. Es evidente que para este desastre solo hay dos soluciones: decirle la verdad a Antonella, o desaparecer de su vida.
Y no quiero tomar ninguna de las dos.
—Si me preguntas, creo que deberías decirle la verdad —la miro —va a dolerle, y seguro va a odiarte...pero es mejor eso...a que viva en una mentira.
La mirada gris me da un golpe de realidad, la sinceridad en los ojos de Bella se siente como un puñetazo.
—Si se entera por ti, si tú le dices...será mucho mejor. Anto no es rencorosa, James. Si le explicas tus razones...si le dices lo que realmente ocurrió y porqué lo hiciste, lo entenderá. Solo tendrás que ser paciente, mucho. Deberás darle tiempo, pero estoy segura de que ella conseguirá perdonarte.
—No puedo con la idea de que ella me odie —susurro —aunque sea temporal...no puedo, Bella.
—Entonces vete de una vez —dice con firmeza —y deja de pretender que vas a estar aquí, porque ella va a esperarte.
Dirige su mirada a la puerta, su frente se arruga y luego suelta un leve suspiro.
—Debes decirle que no volverás, porque de lo contrario, siempre mantendrá la esperanza de volver a verte. Y tú y yo sabemos que ella no merece eso.
Antonella vuelve, y durante el tiempo siguiente, tengo que hacer la mejor actuación de mi vida para fingir que no hay absolutamente nada malo en mi interior.
Tengo que fingir que el hecho de alejarme de Antonella, no me está destrozando por dentro.
(...)
Llegamos a un bonito departamento rodeado de zonas residenciales lujosas. No me sorprende en realidad que el sitio sea lujoso y tan moderno. Una combinación de colores grises y negros crean una apariencia elegante y sofisticada.
La tarde ha caído y hay una agradable brisa que refresca el ambiente. Antonella trajo unas pocas cajas para comenzar a instalarse de nuevo en el departamento, así que no nos tomó demasiado tiempo acabar todo y ahora nos encontramos en el pequeño balcón, con un par de copas entre nosotros y una botella de vino a medio tomar.
—¿Estaremos en contacto cuando te vayas? —pregunta de repente.
La punzada de culpabilidad vuelve.
—Anto...
—Es que no lo entiendo —dice apartándose —¿Qué harás estando lejos que parece que no deseas que tú y yo estemos en contacto? ¿Es que acaso tienes una esposa, hijos o algo por el estilo?
Su pregunta me roba una carcajada.
—No tengo una esposa, ni hijos —le aclaro —no se trata sobre eso.
—¿Entonces...?
Me mira, sus ojos avellana me escudriñan en busca de respuestas y no puedo continuar con esto. Me siento sofocado, tan malditamente mal por no poder decir la verdad.
—Es algo sobre mí —susurro con cautela —tengo que alejarme para resolver algo que ocasioné.
Frunce las cejas, sus labios forman una fina línea mientras lucha por comprender.
—Deja de hablar en acertijos —pide.
—No he sido del todo sincero —los latidos en mi pecho aumentan de intensidad, una sensación aterradora me recorre por completo cuando Anto echa el cuerpo hacia atrás, y todo rastro de suavidad se va de su rostro.
—¿Qué quieres decir?
—Vas a odiarme, pero...
—No lo digas —cierra los ojos cuando lo pide —no lo digas, por favor.
—¿Qué?
Cuando me mira otra vez, recibo aquello de lo cual estaba escapando. Es tan pequeño, un destello de tristeza en sus ojos, pero está ahí, no importa lo pequeño que sea...está ahí.
—No quiero odiarte —susurra —no quiero tener que hacerlo así que...no lo digas.
—Anto...
—Te irás dentro de algunos días. No deseo tener que sentir eso otra vez, y mucho menos por ti.
La miro, la sinceridad de su mirada me aprieta el corazón. Se incorpora de donde se encuentra, viene hacia mí y mi cuerpo reacciona ante su cercanía.
Sus labios se encuentran con los míos, es un movimiento que me toma desprevenido pero que recibo sin oponerme. El sabor del vino es perfectamente reconocible, la suavidad de sus labios me impulsa a un sitio desconocido, a ese que visité cuando la besé por primera vez.
Mis manos se aferran a su cintura, Anto desliza el cuerpo por el espacio en el que estamos sentados hasta conseguir colocarse casi sobre mí. Estamos en un maldito balcón, pero eso no me importa en lo absoluto.
Se aparta, sus ojos buscan los míos en una señal de algo, parece encontrarlo porque se incorpora y tira de mi mano para arrastrarme al interior de la habitación.
—Anto no creo que esto...
Sus labios vuelven a estamparse contra los míos, le rodeo la cintura mientras retrocedemos y es inevitable que choquemos con la cama. Caemos sobre al suave colchón y una voz en mi mente grita que me detenga, que solo pare.
—No quiero odiarte —susurra —porque eres esa pequeña parte que ha impedido que pierda la cabeza. Si te odio, Massimo...si me dices eso y me haces odiarte...no podré continuar.
Y es eso...es su confesión...lo que me hace decidir.
Dile la verdad o vete de una vez.
Cuando quiere volver a besarme, me aparto. Ella arruga la frente y parpadea, tratando de entender mi reacción.
—Tú no quieres odiarme, y yo no quiero seguir aquí si no puedo serte sincero —susurro.
—Massimo...
—No vuelvas a decir ese nombre —exijo porque no tolero escucharla llamarme por otro nombre que no sea James.
—¿Qué?
—Fue un placer conocerte, Antonella —algo me araña el pecho, tan desconocido que me arrebata la respiración —pero no puedo seguir haciendo esto.
Me marcho, me voy antes de darle la oportunidad de hablar, antes de poder escuchar su voz porque si lo hago...si me quedo...no podré irme jamás.
Si me quedo, nunca podré dejarla. Y Antonella merece algo mucho mejor, que un idiota que no puede decirle la verdad.
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¡AHHHHHHH! ¿Están preparadas? ¡Se acerca lo mejor!
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