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14.- Eres suficiente.

ANTONELLA.

Muchas veces crees que el dolor ha sido superado. Que puedes enfrentarte a algo que te dañó de manera neutral, sin sentir que el corazón se te desgarra en el proceso. Sin embargo, cuando el momento de hacer frente llega, sabes que no es así.

No puedo reaccionar, no puedo hacer nada más que permanecer en mi lugar mirando como el hombre responsable de mi sufrimiento las últimas semanas, viene hacia mí.

—Detente —exijo sintiendo mi corazón martillar con fuerza contra mi pecho —no quiero que te acerques.

—Anto...

—¿Cómo te dejaron pasar los guardias? —inquiero con brusquedad —no me respondas, no quiero saber. Pero si te dejaron pasar los despediré...

—Aún recuerdo las entradas que no están vigiladas, muchas veces nos colamos por ellas, ¿recuerdas? —retengo la respiración —no podría olvidarlas. Y sé que, si me presentaba a tu puerta, no me recibirías.

—¿Te sorprende? Luego de lo que hiciste verte es lo menos que quiero ahora —trato de aparentar que nada ocurre, que no estoy sintiendo una maldita ola golpearme tan fuerte que me puede derribar.

—Necesito hablar contigo.

—Yo también lo necesité, ¿recuerdas? Lo necesité por mucho tiempo y tú no quisiste hablar —mi voz tiembla, me maldigo porque no quiero que me vea así, no quiero que se de cuenta del daño real que me hizo. De lo destrozada que me dejó.

Baja la vista, una expresión de culpabilidad se adueña de su rostro mientras permanece en silencio, en el pasado, le hubiese creído. Hubiese creído toda esa faceta culpable que intenta mostrar ahora, pero la realidad es que no sé nada, que no lo conozco en lo absoluto.

—Lo siento —las palabras brotan suave y lentamente. La fragilidad me envuelve mientras las recibo —lo siento mucho, Anto.

Las lagrimas bordean mis ojos, queman tan fuerte que no puedo retenerlas y dejo escapar un sollozo.

—¡No! —grito cuando intenta acercarse otra vez —no te me acerques.

—Anto...

—Pudiste decirme, pudiste llamarme y decir que no planeabas llegar —el coraje se apodera de mi voz —pudiste enviarme un mensaje, hacer cualquier cosa y ahorrarme la humillación pública que me hiciste pasar.

Soy yo quien se acerca, él permanece en su sitio mirándome tan culpable que algo en mi se retuerce con furia, porque deseaba que se sintiera así, deseaba que se sintiera tan malditamente culpable por lo que me hizo.

—Quise hacerlo, quise llamarte. Estuve a punto de marcar tu número cientos de veces, pero no me atreví.

—Me dijiste la noche anterior que estabas ansioso. ¡Dijiste que no podías esperar a verme en un maldito vestido de novia!

—¡Ya lo sé! ¡Recuerdo cada una de mis putas palabras, Antonella! —retrocedo cuando grita —¡Recuerdo cada maldita cosa que te dije!

—¿Entonces porqué lo hiciste? —exploto —¿Por qué me dejaste, Leo? ¡Dímelo!

—¡Porque nunca quise casarme!

Su grito produce un silencio en la casa, la puerta se abre y los guardias aparecen. Hacen el ademán de acercarse tan pronto reconocen a Leo, pero los detengo. Me basta darles una mirada para que entiendan que deben marcharse, así que lo hacen.

—Nunca quise casarme —repite en un susurro —pero tú sí, tú hablabas y hablabas de una boda soñada, no dejabas de repetir lo mucho que te gustaría que nos casáramos, que deseabas ser una novia. Lo dijiste tanto...que me convencí que yo lo quería también.

El pecho se me hunde con fuerza, algo tan desgarrador me araña el corazón con salvajismo, dejando heridas dolorosas.

—Dos semanas antes de la boda, en el viaje que hice a california...—cierro los ojos, el dolor regresa tan fuerte, tan cegador, regresa produciendo una nueva herida y abriendo las viejas —conocí a alguien.

Sollozo, me es imposible retenerlo.

—Una actriz. Y estuve a punto de engañarte —sus ojos se cristalizan —estuve a punto de acostarme con otra mujer, pero no pude, Antonella. No pude porque estabas en mi maldita mente. Y ahí...en ese momento...supe que nunca podría ser un esposo para ti. Porque si lo hubiese deseado, Anto, si todo lo que yo trataba de decirme y convencerme hubiese sido verdad, no podría haber considerado estar con otra mujer que no fueses tú.

Se acerca y no me aparto, aún cuando creo que puedo romperme en miles de pedazos, permanezco erguida delante de él.

—Intenté hacerlo, intenté convencerme de que si podría hacerlo. Que podríamos ser felices, lo éramos, lo éramos sin la necesidad de ese matrimonio que tú tanto deseabas.

—Si me hubieses dicho...

—Claro que te lo dije, te dije muchísimas veces que no estaba seguro. Pero tú repetías que, si nos amábamos, debíamos hacerlo. Fuiste tan insistente que tuve que ceder, aún cuando no quería, aún cuando no estaba seguro de si tú eras la mujer con la que quería pasar el resto de mis días.

Con cada palabra que dice, solo me daña un poco más. Pero soy incapaz de detenerlo, incapaz de pedirle que pare de lastimarme.

—Esa mujer...esa actriz con la que casi me acuesto, dijo... ¿si no es lo que quieres, por qué hacerlo? Lo pensé mucho, tanto como no tienes una jodida idea. Mientras tú seguías hablando de la boda, como si el hecho de ese matrimonio fuese la prueba que necesitabas para saber que no me iría.

Deja de hablar, el silencio se siente como un alivio. Las lágrimas siguen quemando en mis ojos porque de nuevo...me siento insuficiente. De nuevo todos esos sentimientos que me costó tanto alejar...vuelven.

—Vine porque sé que alguien está planeando algo. Vine a decirte que seguramente van a inventarme una jodida historia con la imagen que la reportera tomó en el club. Dirán que esa fue la razón por la que no me casé contigo, que por eso dejé a mi prometida en el altar.

—¿Y no fue así? —inquiero en un susurro —¿no fue por eso?

Leo sonríe sin querer hacerlo.

—No. Si no me casé contigo, fue porque no quería pasar el resto de mi vida al lado de una mujer que pretendía ser perfecta.

Mi corazón se quiebra, lo hace tan fuerte que creo que voy a desvanecerme aquí mismo.

—Nos conocemos desde los quince, Antonella. Y juro...que dejé de reconocerte luego de la muerte de tus padres. Luego del accidente...fuiste otra...dejaste de ser tú. Estabas todo el maldito tiempo preocupada de que la gente no se fuera, de que las personas no te abandonaran. Dejaste de ser la chica despreocupada y relajada que conocí.

Es suficiente, Antonella. Échalo de aquí. Dile que se vaya.

Pese a los gritos de mi mente, no hago absolutamente nada.

—No me di cuenta de eso hasta la hora de la boda. Cuando estaba ahí, mirándome en el espejo vestido con ese traje, a punto de casarme con una mujer...que no amaba.

Jadeo, doy un paso hacia atrás recibiendo los golpes de cada palabra que pronuncia.

—Me cansé de que seas la sobrina perfecta, la novia perfecta. No quería sumir mi vida a la de alguien que no consigue superar que su padre murió. A alguien que tiene tan arraigado el concepto de abandono, que casi me obligó a poner una argolla en su mano para asegurarse que no la abandonara. ¿Y adivina qué? Una maldita argolla no da la seguridad de absolutamente nada. Creo que ya te diste cuenta de eso.

El aire me falta, mi visión es borrosa por las lágrimas que intento contener, pero no lo consigo, el pecho me duele tan fuerte que creo que mi corazón va a dejar de latir. Y cuando creo que voy a colapsar, cuando creo que no puedo seguir de pie...él llega.

—Si no te vas ahora...juro que voy a partirte la cara —ahí está su voz.

Leo parece desconcertado, Massimo avanza hacia nosotros con los puños apretados y la mandíbula tensa. Esta erguido en toda su altura, es probablemente una cabeza más alto que Leo, y lo observa como si quisiera acabar con él ahora mismo.

—¿Quién eres tú?

Llega a mi lado, la rápida mirada que me da me hace sentir más frágil y en el instante en el que sus palmas me tocan, me siento reconfortada, me siento segura.

Quiero lanzarme a sus brazos, quiero refugiarme y esconderme de absolutamente todo.

—Eso no te importa —espeta —ahora, largo de aquí antes que en verdad no pueda controlar mis ganas de romperte la cara. Porque vaya que quiero hacerlo.

La mirada de Leo se desplaza hacia mi pero el cuerpo de Massimo se coloca delante, impidiendo que pueda seguir observándome.

—Largo.

—No tienes derecho alguno a correrme de esta casa. No eres nadie...

—Solo vete —no sé como consigo hablar sin romperme —solo vete y no vuelvas a buscarme. Ya lo has dicho todo.

Doy un par de pasos al frente, saliendo detrás del cuerpo del hombre que justo ahora me brinda seguridad. Me limpio las lágrimas y lo miro sintiendo el dolor crecer y correr por cada vena de mi cuerpo, pero me niego a mostrárselo.

—Vete, Leo.

—Ahora sabes la verdad, Antonella —dice —espero no creas las historias que la prensa creará solo para vender.

Retrocede, tan pronto como me da la espalda y sale de la casa, siento que todas las fuerzas se esfuman de mi cuerpo. No retengo más el llanto, mis piernas pierden fuerza y si no fuese por los fuertes brazos que me rodean, hubiese caído de golpe.

Massimo se desliza con suavidad hasta que nuestras rodillas tocan la alfombra, me apega a él y me permite llorar, llorar tanto como necesito.

—No fui suficiente —sollozo —nunca fui suficiente para él.

—No digas eso de nuevo —exige apartándose.

Toma mi mentón, sus pulgares empujan mi barbilla hacia arriba y conecta su mirada con la mía.

—No te atrevas a decir que no eres suficiente otra vez —casi ordena —porque ante los ojos correctos, Anto, siempre serás suficiente.

Sus palabras me envuelven, me llevan a un sitio que consigue darme paz. Mi mente se nubla, probablemente por los sentimientos que me embargan, pero mientras lo miro, mientras su mirada y la mía conectan, la pregunta sale de mis labios en un susurro esperanzado.

—¿Soy suficiente para ti, Massimo?

Extiende la mano para acariciar el costado izquierdo de mi rostro y sonríe de una forma que provoca que todos y cada uno de los sentimientos devastadores, se esfumen.

—Eres más que suficiente, cara.

Sus brazos me rodean otra vez, me apegan a su cuerpo y me escondo entre sus brazos, cierro los ojos, inspirando el aroma almizclado con el toque fresco, dejándome envolver por él, por todo lo que ha hace sentir.

Ahí, entre sus brazos, me permito creerle. Me permito creer en él cuando dice que soy suficiente.


JAMES

Antonella permanece acurrucada contra mi cuerpo. Mantiene la cabeza reposando contra mi pecho mientras su respiración tranquila me da el indicio de que se ha quedado dormida.

Han pasado casi dos horas desde que el cabrón de Leo Bianchi se fue de la casa, y juro que he dejado de ser imparcial porque ahora más que nunca, deseo hundir al hijo de perra.

Trazo una caricia suave por la espalda de Antonella, aparto el cabello que le cubre el rostro y mantengo la intención en cada rasgo que posee. Desde el primer momento en el que la vi, pensé que era hermosa, pero ahora...no es un simple pensamiento.

Ahora es una realidad. Antonella Lombardi es hermosa, tiene una belleza genuina, una casi natural. No tiene que esforzarse demasiado para lucir bella, no tiene que esforzarse en lo absoluto.

El silencio nos envuelve, la casa está en completa oscuridad exceptuando por las leves luces de los jardines. Es tarde y debería irme, pero no consigo apartarme porque no deseo despertarla.

Una parte de mí dice que es una locura desear permanecer de este modo con ella, pero luce tan serena, tan tranquila, que no me atrevo a romper el estado en el que se encuentra.

—Me has complicado todo, cara —susurro cerrando los ojos —estoy perdido.

Opto por no marcharme, permanezco del mismo modo envolviendo los brazos con un poco más de firmeza alrededor del cuerpo de Anto, y me remuevo con ligereza sobre la almohada.

El cansancio me pesa, el agotamiento del día comienza a pasarme factura así que solo cierro los ojos, dejándome envolver por la tranquilizadora sensación de tener a cierta chica entre mis brazos.

A la mañana siguiente, despierto con un delgado brazo rodeándome el torso. Antonella ya no está sobre mi pecho, sino que está acurrucada a un lado, pero uno de sus brazos me rodea la cintura y parece tan a gusto, que de nuevo no quiero moverme.

Pero es tarde, y debo ir a trabajar. Tomo con delicadeza el brazo de Antonella, y lo aparto. Intento deslizarme sin moverme demasiado, pero fracaso terriblemente y ella termina despertándose.

—Hola —dice aún adormilada.

—Hola —respondo con una sonrisa tirando de mis labios —buenos días.

—Buenos días —bosteza —¿qué hora es?

Me incorporo de la cama, despabilándome un poco más y me inclino para recoger mis zapatos.

—Cerca de las diez —informo —parece que mi alarma no sonó.

Las comisuras de sus labios se alzan en una sonrisa, se recoge el cabello en una coleta y se incorpora de la cama.

—¿Quieres quedarte a desayunar?

—Me encantaría, pero tengo unos asuntos que resolver. Iré más tarde al hospital para ver a Bella, pero antes de irme... ¿estás bien?

No podría irme tranquilo sabiendo que no es así. Tendría a Antonella metida en la mente con la inquietud en el pecho si ella responde que no.

—Lo estoy —dice suavemente —no te preocupes por mí.

—Sí, no me pidas eso —arrugo la nariz

Una suave risa brota de sus labios, me termino de colocar los zapatos y tomo la mochila que descansa a los pies de la cama.

—Massimo, ¿podrías no decir nada? —pide —no quiero que mis tíos se enteren de eso. Los guardias le informarán, pero...no quiero que sepa que es lo que dijo.

Asiento. Dejo la mochila sobre el colchón mientras me acerco a donde se encuentra.

—No diré nada, pero quiero tener la seguridad de que no crees nada de lo que dijo —hay una duda en su mirada, una que aumenta las ganas de querer ir y partirle la cara a Leo, porque Antonella no merece dudar de lo increíble que es.

—Me temo que no puedo darte la respuesta que buscas —dice en un tono casi imperceptible —porque tiene razón, desde la muerte de mis padres creo que no he podido sentirme segura con nadie, ni siquiera con él.

Al diablo el trabajo, no voy a irme.

Extiendo el brazo para alcanzar tomar su mano, tiro de ella hasta conseguir que ambos nos sentemos al borde del colchón.

—Claro que no la tiene, Anto. Las situaciones por las que atravesamos nos cambian, nos hacen otras personas, pero no borran nuestra esencia. Leo se enamoró de la chica de quince años, y se quedó con esa imagen en la mente. Su amor fue para ella, no para la mujer en la que te has convertido.

Parpadea. Las lágrimas borden sus ojos y el coraje aumenta en mi pecho porque no debería estar sufriendo por un cabrón como Leo.

—Las personas que realmente nos aman, Anto, se quedan con nosotros a pesar de todo. Aprenden a amarnos, aprenden a crecer y aceptar todos nuestros matices. Eso es lo que el verdadero amor hace, te ama sin importar la persona que seas.

—Me cuesta creer que no me amó, desearía saber en que punto él dejó de quererme.

—El amor no es para siempre, Anto —susurro —a veces solo despiertas un día y te das cuenta de que no está, se ha ido.

Afianzo el agarre en su mano, me encuentro con su mirada ese iris marrón que me eclipsa por unos segundos.

—Pero no es el fin del mundo, no solo te enamoras una vez, lo haces muchísimas veces más. Ahora estás más cerca de encontrar al hombre de tu vida.

Se ríe, lo hace en serio y el sonido me parece glorioso. Tanto que sonrío satisfecho.

—Espero que cuando Bella no requiera más las clases de danza, podamos seguir siendo amigos. —Tiene una mirada ilusionada, esperanzada.

El pecho se me retuerce con furia y la daga de culpabilidad me atraviesa el pecho tan fuerte, que la respiración se me corta.

—¿Estás bien? —inquiere.

Parpadeo, el nudo en mi garganta se presenta de manera tan intensa que no puedo hablar. Porque soy un maldito mentiroso, porque ¿Cómo pretendo culpar a Leo cuando yo le he mentido desde el primer día que nos conocimos?

—Sí —le doy la sonrisa más forzada de mi vida —claro que seguiremos siendo amigos, no vas a librarte de mí.

—En realidad, no quiero hacerlo —sonríe —se te hace tarde para tu trabajo, ¿no es cierto? Puedo pedirle a la señora Wilson que te prepare un poco de café y unos panqués rápidos...

—¿Tu invitación para quedarme a desayunar sigue en pie?

La sonrisa entusiasmada que se cruza produce en mi pecho un sentimiento desconocido, que me inquieta.

—Claro que sí, bajemos, que estoy hambrienta.

Toma mi mano y tira de mí hacia el exterior de la habitación, y la sigo, siendo consciente de que mi perdición, está más cerca de lo que pude pensar.

Golpeteo la pluma contra el escrito, miro todas las anotaciones que he hecho en la última hora.

Soy la última persona en el edificio, el silencio me envuelve de una manera casi sofocante. Observo mis letras, cada punto que he transcrito del audio grabado la noche anterior al papel.

Hay una duda en mi pecho que no estaba ahí antes.

Estaba en la sala de ensayos cuando los gritos captaron mi atención, no pude permanecer en la sala así que fui, llegué al pasillo que conducía a la sala de estar y ahí los vi. Sabía que la presencia de Leo en casa de los Lombardi significaba respuestas, así que encendí la grabadora de mi celular y esperé, pero cuando el idiota dijo todas esas cosas sobre Antonella, me olvidé del artículo, de la grabadora, de las respuestas.

Quise golpearlo y sacarlo a rastras de la casa y realmente tuve que emplear una fuerza de voluntad increíble para conseguir mantener la compostura.

"Nunca quise casarme" "Tu insistencia para la boda" "Me convenciste de que yo también lo quería"

Las respuestas para el articulo están ahí, delante de mí. Esas que responden la gran interrogante, ¿Por qué el Magnate italiano dejó plantada a la heredera de los casinos "Mia Regina"?

Sería un artículo estupendo, la historia que he creado con Ross junto con la nueva información...sería la historia perfecta para ser vendida.

Pero no puedo hacerlo, no puedo publicar la única cosa que Antonella me pidió no contar. No quiere que su familia se entere, ¿Cómo se sentirá al leerlo en un maldito artículo?

Y si lo publico, entonces Antonella sabría la verdad. Sabría quien realmente soy.

Y va a odiarme.

—¡Joder! —lanzo la libreta contra la pared, las plumas, notas y absolutamente todo lo relacionado con el artículo termina en el suelo —¡maldita sea!

Cierro la computadora con fuerza y trato de calmarme, trato por todos los medios de recuperar la seguridad que me llevó a este punto.

Porque no la tengo, porque no me importa mi jodido ascenso, si eso significa herir a la única mujer...que no quiero dañar.

A la mujer por la que ahora...siento algo más que solo la necesidad de estar con ella para buscar respuestas.

Tengo que alejarme, tengo que hacerlo ya o de lo contrario...de lo contrario va a ser un jodido desastre que acabará con todos y cada uno de nosotros. 

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