12.- Cara.
Antonella.
Recojo a Massimo la noche siguiente a la hora acordada. Él parece impresionado cuando estaciono el convertible justo frente a su entrada.
—Oh, vaya —sus ojos escanean el auto mientras se acerca —¿un convertible?
—Bueno, es un auto cinema —respondo —no podíamos ir en cualquier auto.
Massimo se acerca con un par de bolsas de papel, luego me pide aguardar y vuelve adentro. Coloco el par de bolsas en los asientos traseros examinando brevemente su contenido.
Hay papas fritas, palomitas y galletas con chispas de chocolate. También un par de hamburguesas y tostadas.
—Y listo —elevo la mirada hacia Massimo cuando escucho su voz. Viene con una pequeña nevera y dos termos para colocar bebidas, en su otra mano, sostiene un par de gaseosas —hielo, bebidas y termos para conservar la temperatura.
Me río un poco porque parece haber considerado absolutamente todo. Massimo flexiona el cuerpo para llegar a los asientos traseros y me permito observar sus músculos tensarse, la camisa se le eleva un poco y deja al descubierto la piel de su espalda. La manera en la que sus músculos lumbares se tensan y dejan ver una pequeña parte de su trabajada espalda me obliga a apartar la mirada, no es correcto mirar, Antonella.
—Listo —se escabulle en el asiento del copiloto, colocándose el cinturón —¿todo en orden?
—Sí —sonrío —¿todo listo?
Cuando asiente, enciendo el motor del auto. Sonríe cuando el motor deja escapar un rugido, y acelero.
El aire nos golpea de frente, la brisa fresca revuelve los mechones de mi cabello que se han escapado de la coleta y se siente bien avanzar con velocidad por la avenida.
La música brota del estéreo y Massimo mueve la cabeza siguiendo el ritmo. El sitio en el que se encuentra el auto cinema no está demasiado lejos, es un parque acondicionado para que los autos puedan entrar, una zona en la que no se estropea el pasto y tiene el tamaño suficiente para poder albergar a una gran cantidad de automóviles.
—No dijiste que película es —dice de pronto.
—No quería arriesgarme a que te negaras —admito.
—¿Por qué habría de negarme?
—Porque a la mayoría de los hombres no les gustan las películas románticas —tenemos que hablar en un tono más fuerte del habitual por el sonido de la brisa, pero podemos escuchar perfectamente que es lo que el otro dice.
—Oh, no me digas —se ríe, lo miro por un corto tiempo mientras se desploma en el asiento. No luce molesto, tiene el antebrazo apoyado en el borde de la ventanilla y mantiene la sonrisa en sus labios.
—Diario de una pasión —confieso y eso lo hace reír.
—¿Debí de haber traído pañuelos? Creo que fue lo único que faltó en la lista —dice con diversión.
Es mi turno de reír, me detengo en uno de los semáforos y me acomodo el cabello. Massimo sigue luciendo tan relajado, y no puedo evitar pensar en la vez en la que quise ir con Leo al mismo auto cinema, para mirar la misma película. Recuerdo su negativa, y como me convenció al final de no asistir aún cuando yo ya tenía las entradas, y la comida.
—Soy lo suficientemente fuerte como para ver diario de una pasión —respondo con orgullo —¿Qué hay de ti?
—Lo suficiente como para ver todas, excepto el Titanic —lo miro, casi incrédula —¿qué? Sigo pensando que Jack cabía en la tabla, Rose debió dejarlo subir, y no permitir que muriera, pobre, morir congelado ha de ser horrible.
Me rio, lo hago en serio al mismo tiempo que el semáforo cambia a verde.
—Así que, ¿todas excepto el Titanic? Ya sabía que tenías una debilidad.
—Créeme, tengo más de una —confiesa —pero esa será la única que admitiré.
Sonrío levemente pero no digo nada más, hacemos el recorrido en silencio hasta que llegamos al auto cinema. Ya hay una cantidad considerable de autos que comienzan a estacionar en la zona indicada.
Le entrego los boletos a la persona encargada de permitir la entrada, y tras un par de minutos, conduzco con lentitud hacia uno de los espacios disponibles.
La gran mayoría de las personas permanece en el interior de sus autos, Massimo y yo acomodamos los asientos de tal manera que nos permiten estar casi recostados, y luego él comienza a sacar la comida.
—Te preparaste bien —expreso tomando la hamburguesa que me entrega. Aún sigue caliente, así que la coloco en un sitio para mantener su temperatura, al menos hasta que la película comenzara.
—Un auto cinema no es uno sin comida —sentencia —¿papas o galletas?
Sonrío cuando eleva las dos bolsas, una en cada mano aguardando por la respuesta.
—Podemos empezar con las papas —me encojo de hombros —creo que por hoy me olvidaré de la comida saludable.
—Hoy conocerás la felicidad —dice divertido.
Para cuando terminamos de acomoda la comida entre nosotros y Massimo ha servido las sodas en los termos, la película inicia. Hay leves murmullos, pero estos se esfuman cuando en la pantalla se muestra la primera escena.
Cuando tuve la idea de invitar a Massimo al auto cinema, realmente no esperé que aceptara con tanta rapidez. Pero lo hizo, y pasé el día entero convenciéndome de que esto no significaría absolutamente nada, se trata de una salida de amigos, ¿cierto? No hay compromisos de por medio.
Una parte de mí me reprende por preocuparme por algo como eso. Pero la otra, esa diminuta, no puede evitar preguntarse si esto puede confundirse con algo más.
Massimo mantiene su atención en la película, lo observo de reojo tratando de no ser demasiado evidente. Su mandíbula se mueve cuando mastica, sus ojos permanecen fijos en la gran pantalla frente a nosotros y de nuevo, tengo pensamientos que no debería sobre él.
—La película está al frente, cara.
Doy un respingo cuando habla, se inclina hacia un lado, permitiéndose estar más cerca de mi cuerpo. Querida. La palabra que pronunció en italiano produce en mi pecho una sensación desconocida.
A pesar de que sé hablar perfectamente el italiano, mi madre no lo era así que nos enseñó inglés y por alguna razón, en casa siempre preferíamos ese idiota a nuestra lengua materna.
¿La razón? No tengo idea.
Pero Massimo parecía no tener problema con eso, nadie parecía tenerlo en realidad.
—Sé que la película está al frente —trato de lucir indiferente —solo me pareció notar que tenías algo en rostro. Es todo.
Ríe levemente.
—Ajá.
Arqueo la ceja, giro levemente hacia él y me permito observarlo con total libertad. El azul de sus ojos me recibe, un par de cielos que lucen increíblemente iluminados ahora.
—¿Por qué habría de mentirte? —cuestiono —digo la verdad. Es más, mira...tienes cátsup.
Mancho el dedo con el pequeño frasco de cátsup que hay para las hamburguesas y toco su mejilla. Massimo arquea las cejas, dejando salir un gesto de indignación.
—Y tú tienes queso —es demasiado rápido que no puedo apartar su mano cuando toca mi rostro y siendo el queso mancharme la mejilla.
Ambos retenemos la risa porque el lugar está silencioso, exceptuando por el sonido de la película y no queremos arriesgarnos a que nos callen o saquen, en el caso extremo.
Se limpia la mancha de cátsup con una servilleta, y luego extiende la mano para limpiarme la mejilla. Sus ojos se enfocan en los míos, las esquinas de sus labios se inclinan en una sonrisa y luego su mirada se desplaza por cada facción de mi rostro.
No se molesta en disimularlo, es como si quisiera dejar en claro que me está mirando.
—¿Te han dicho que tus ojos son preciosos? —inquiere con suavidad —son tu atributo físico más bonito.
Mi estomago se contrae ante una ola de inesperado nerviosismo.
—Solo un par de veces —admito —creo que la mayoría de las personas no se fijan en mis ojos.
—Una lástima, porque son precisos —aparta la mano por fin de mi rostro. Mantiene su atención en mí por un par de instantes antes de voltear hacia el frente.
—Gracias —mi voz brota en un susurro tan bajo que creo que no lo ha escuchado, pero lo hace. Lo sé porque vuelve a mirarme, y descubro en este instante que el hecho de que Massimo Santori me mire...me hace sentir algo desconocido.
—No se agradece por decir la verdad, cara.
Ahí está de nuevo esa palabra, mantiene una sonrisa torcida en los labios, pero no parece darse cuenta en realidad de lo que me produce el ser llamada de esa manera. Se siente bien, aunque no lo entiendo del todo.
Ninguno vuelve a hablar después de eso, decidimos centrar toda nuestra atención en la película, pero a pesar de que ninguno dice otra palabra, soy capaz de sentir su mirada de vez en cuando, y estoy segura de que él siente las mías.
Parece ser un intercambio silencioso, uno en el cual ninguno quiere ser descubierto, aunque ya es así. Nos hemos descubierto, sin embargo, mantenemos silencio tratando de mantener la apariencia de que absolutamente ninguno de los dos, se ha dado cuenta.
El auto cinema resultó mucho mejor de lo que pude prever. Nos acabamos casi toda la comida, exceptuando por algunas papas y un par de galletas.
—Gracias —Massimo baja del auto llevándose las bolsas ahora vacías —fue agradable, en serio.
—Tal vez podemos repetirlo —sugiero —no sería tan mala idea.
—Siempre y cuando no sea Titanic —me recuerda reteniendo la sonrisa.
—Sí, no quiero romper tu corazón, Massimo —aprieta los labios cuando pronuncio su nombre —supongo que... ¿nos estamos viendo?
Asiente, se aparta del auto retrocediendo un par de pasos y eleva la mano, en un gesto de adiós.
—Conduce con cuidado, envía un mensaje cuando llegues a casa, ¿quieres?
—Claro —me sonríe una última vez antes de que me sienta capaz de pisar el acelerador para marcharme.
Mientras conduzco de regreso a casa, no dejo de pensar en la forma en la que me ha llamado, ni en la manera en como sus ojos me observaban. Me siento aturdida frente a los extraños sentimientos que Massimo provoca.
Apenas y lo conozco, ¿qué ocurre conmigo?
Cuando llego a casa, cerca de veinte minutos después, me sorprende no tener a nadie esperando por mí llegada. Me escabullo al interior de mi habitación, sintiéndome aliviada de estar en la comodidad de mi cuarto.
Me siento agotada, y creo que puedo dormirme de inmediato si me recuesto en la cama, sin embargo, antes de hacerlo recuerdo la petición de Massimo, así que tomo el celular... y solo en ese punto noto la cantidad de mensajes que tengo sin leer.
Todos de la misma persona... Leo.
Como si darme cuenta de sus mensajes tuviera algún efecto, la pantalla se enciende mostrando el mismo nombre.
Mi cuerpo se congela, mi respiración se agita y tengo la tentación de dejar caer el celular, pero no lo hago. Es casi un movimiento instintivo, mi pulgar se desliza sobre la pantalla, y respondo.
—Anto, gracias al cielo que respondes —su voz me envuelve —he intentado localizarte, he estado intentando hablar contigo...
—No tenemos nada de que hablar, creo que has dejado todo claro.
—Anto...
—No digas nada, porque no voy a creerte. Porque eres un mentiroso, un maldito cobarde que no tiene el mínimo derecho para llamarme.
—No te engañé, no quiero que lo pienses. Jamás...
—Deja de mentirme por una vez en tu vida —espeto —no gastes tu tiempo diciendo mentiras, no voy a creer nada de lo que venga de ti. ¿Eso es lo que no podías decirme? ¿Me abandonaste porque estabas con alguien más?
—¡No! ¡No fue así! —exclama —Antonella, tienes que entender...
—Ya no quiero saber lo que tienes por decir, no quiero saber absolutamente nada que venga de ti. Deja de llamar, deja de enviar mensajes, no quiero que lo hagas. Quiero que me dejes en paz, después es todo, es lo menos que puedes hacer por mí, Leo.
Las lágrimas queman en mis ojos, lo hacen con tanta intensidad, pero me niego a llorar. Me niego a derramar una sola lágrima más por un hombre que no vale la pena.
Lo que tenga por decir, ya no me interesa.
Leo está diciendo algo, pero aparto el celular antes de que pueda continuar...y cuelgo la llamada.
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¡Hola, hola!
¿Qué creen que pase ahora entre nuestros protas?
¿Creen que Antonella comienza a fijarse en James?
¡Déjenme sus opiniones en los comentarios!
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