Capítulo 30
NOAH
Abro los ojos de golpe en medio de mi confusión y me lleva unos segundos ubicarme en tiempo y lugar. Estoy en mi cama tomando una pequeña siesta antes de ir por Fran a su trabajo, todo está a oscuras y casi silencioso, lo único que se escucha es mi teléfono. Parpadeo intentando escapar de los restos del sueño y busco el móvil para atender la llamada.
El nombre y la fotografía de Fran relucen en la pantalla y atiendo, llevándome el teléfono al oído. Para cuando hablo, la llamada ya ha terminado. Espero mirando con atención el celular esperando que vuelva a sonar; sin embargo, no me lleva mucho darme cuenta que no lo hará. Decido contactarla yo ya que es la primera vez desde que nos conocemos que me llama.
Escucho el sonido de la línea y me impaciento cuando no contesta. Intento otra vez y otra hasta que noto que no tiene sentido. Quizás se ha marcado solo y su teléfono está en silencio al fondo de su bolso. Aun así, me mantengo despierto esperando porque, de todas maneras, no queda mucho hasta su horario de salida.
Froto mis ojos con el dorso de la mano y enciendo la luz del velador dispuesto a ponerme en movimiento. No doy más de dos pasos en dirección al baño cuando el sonido vuelve a interrumpir la calma y me apresuro para contestar.
—¿Fran? ¿Qué sucede?
El sollozo del otro lado de la línea me deja congelado y el corazón se me detiene.
—¿Fran?
—¿Puedes venir por mí, por favor?
—Claro, ahora mismo salgo. ¿Estás bien?
—Supongo —murmura con la voz rota—. Estoy en el hospital, te espero aquí.
—¿En el hospital? —repito como idiota—. ¿Qué ha sucedido?
—Estoy bien, yo solo quiero ir a casa.
—Estaré allí tan rápido como pueda. ¿Necesitas que te lleve algo?
—No.
Con esa última palabra cuelga y me deja confundido y preocupado. Nuestra relación no ha sido la mejor en los últimos días; de hecho, ha sido una mierda desde que volvimos a clases. Ella está distante y yo elegí darle su espacio; no obstante, nada de lo que ha pasado me detiene de ir a buscarla. Me muevo con tanta rapidez como puedo y salgo del departamento con una única cosa en mente: asegurarme de que Fran está bien.
FRAN
Las lágrimas pican en mi garganta y mis ojos se sienten pesados e hinchados. Quiero seguir llorando, acurrucarme en un lugar seguro e intentar tranquilizarme al canto de «todo estará bien, no dejes que esta situación defina tu vida». En lugar de eso, estoy sentada junto a mi anestesiada compañera, sosteniendo su mano y mirando con disimulo las lastimaduras que ese idiota le ha dejado en la cara.
No le fue suficiente con golpear a una mujer trabajando, sino que también fue por mí al salir y me arrojó un pesado vaso al rostro. Estoy bien, al menos eso dicen los doctores, pero no creo poder dejar de temblar en el corto plazo. Estoy asustada y movilizada, no debería haber sucedido y pasó.
Sé que todas mis compañeras se sienten como yo; menos adoloridas, eso seguro, aunque igual de inseguras. ¿Cómo pudo suceder esto? ¿Cómo ese hombre llegó a Maddie y la golpeó con tanta fuerza que ha terminado en el hospital?
—¿Fran?
—Estoy aquí —me apresuro a contestar y acaricio su mano para que me sienta también—. Todo estará bien.
—Lo lamento.
—No es tu culpa, Maddie.
—Lamento haberte puesto en esta situación y que terminaras lastimada también.
—No es tu culpa —repito.
Sus ojos brillosos, en parte por la anestesia y en parte por las lágrimas contenidas, me observan el rostro hasta detenerse en mi pómulo magullado. Su jadeo es tan fuerte que parece retumbar entre las paredes del hospital y se dobla cuando el llanto la invade.
—Lo siento tanto. Debería haber dejado que se propasara conmigo, mira lo que le ha hecho a tu dulce rostro.
—Él es el monstruo —le recuerdo—. Tú no debías dejar que nada sucediera.
—Dios, Fran —murmura, su bonito rostro volviéndose rojo—. No seas tan idiota como yo y termina la universidad, ¿sí?
—Maddie...
—Ten un buen futuro, no confíes en muchachos apuestos y peligrosos. No te embaraces si no te sientes segura y prométeme que no terminarás bailando en un tubo a los cuarenta para poder darle de comer a tu hija.
La observo con sorpresa, la vergüenza está presente en cada poro de su piel. Maddie es como una madre para todas en el club, es la mayor y quien ha trabajo por más años allí. Conoce a cada cliente, cada baile y rincón; se lleva las mejores propinas y es tan asombrosa que te hipnotiza al pasar. Y en esta cama de hospital, se ve tan frágil que no parece la misma mujer.
—Creí que te gustaba tu trabajo.
—¿Cómo podría? Soy solo un pedazo de carne que no tiene opinión.
—Pero las demás chicas...
—A muchas les gusta, no te lo discutiré, pero la mayoría son rehenes de una situación económica de la que no pueden escapar. Estudia mucho y lucha por un buen trabajo, ¿me lo prometes?
No tiene sentido discutir con ella con los calmantes recorriendo su sistema por lo que me limito a asentir. No creo poder hacer otra cosa, ella necesita tranquilizarse o se sentirá incluso peor por la mañana.
—Cuida a ese chico, Fran. Incluso si lo de ustedes es falso.
Sus ojos se cierran con lentitud y por fin se duerme. La observo en silencio intentando comprender todo lo que esta mujer ha tenido que pasar y lo poco que sé sobre su vida a pesar de ser compañeras hace casi cuatro años.
Me quedo a su lado hasta que su hija llega y me sorprende notar que tiene mi misma edad. Debo haberla visto en la universidad porque su rostro me resulta familiar, pero no puedo pensar en nada más que en irme de allí.
—Gracias por quedarte con ella.
—Avísenme si necesitan algo más, tu mamá tiene mi número.
Me da un rápido abrazo de agradecimiento y luego se acomoda junto a su madre. Puedo ver en su rostro lo mucho que le duele esa situación y me escabullo de la habitación para darles privacidad. No soy capaz de imaginarme cómo se siente, de estar en sus zapatos y ver a mi madre en ese estado, no podría pensar con claridad.
Respiro profundo al llegar al pasillo e intento concentrarme en cualquier cosa que no sea el mundo girando con velocidad a mi alrededor. Me duele la cabeza como los mil demonios y no puedo dejar de reproducir las palabras del doctor. «Tuviste suerte de que tuviera mala puntería, unos centímetros más arriba y habrías perdido un ojo».
—¡Fran!
Reconocería esa voz en cualquier lugar y lo busco con desespero. Noah corre hacia mí y me aferro a él en tanto llega a mi lado. Lo abrazo con fuerza, enterrándome en su pecho y dejando que todo el dolor y miedo salga de mi sistema.
—Está bien, Fran. Tranquila, ya estoy aquí.
—Gracias por venir por mí.
—Siempre que lo necesites, lo sabes.
Me quedo abrazada a él en el pasillo hasta que logro tranquilizarme y soy capaz de sentir algo más que mi llanto. Noah me está sosteniendo con fuerza y acaricia mi cabello con ternura, huele bien y se siente tan cálido que quiero quedarme entre sus brazos para siempre.
—¿Podemos irnos a casa? —susurro.
—Por supuesto.
—Gracias.
Me echo hacia atrás y sus ojos chocolates escanean mi rostro hasta posarse en la lastimadura. Su pulgar recorre con cuidado la zona inflamada y tiemblo ante su caricia.
—¿Qué te sucedió?
—Quiero irme.
—¿Te duele?
—No tanto.
—¿Te pusieron puntos?
—No, fue solo un rasguño. En verdad estaré bien.
Su mano toma la mía y entrelaza nuestros dedos para luego indicarme con cuidado que comience a caminar. Lo sigo por los pasillos del hospital hasta la puerta y me encojo al sentir el aire helado chocando contra mi cuerpo. Estoy desabrigada y he dejado mi chaqueta en el club, pero no quiero ir por ella. De hecho, no quiero volver nunca más a ese lugar. Quizás es momentáneo, quizás no, solo sé que no quiero pensar en nada en este momento.
—Ten, ponte mi chaqueta —me indica Noah colocándome su abrigo sobre mis hombros—. Prenderé la calefacción en la camioneta.
—Estaré bien.
—Sin ofender, pero no te ves bien.
—Gracias por el cumplido.
—Para eso están los esposos. —Sonríe y acaricia mi mano con lentitud—. ¿Seguro que no necesitas nada? Puedo comprarte unos calmantes en la farmacia del hospital.
—Solo quiero irme.
Asiente con la cabeza y termina de guiarme hacia el vehículo. Abre la puerta para mí y espera a que suba para después cerrar, rodea la camioneta por la parte delantera y se acomoda en el lado del conductor. No tarda en encender la calefacción y nos quedamos por unos instantes inmóviles, en silencio.
—Lamento haberte preocupado.
—No pidas disculpas, Fran.
—Tendría que habértelo explicado por teléfono, pero no me sentía bien. No me siento bien.
—Descuida, lo importante es que estás en una pieza.
—Un idiota atacó a una de mis compañeras —le explico, mis ojos buscan mis manos con vergüenza—. Los guardias no lo notaron hasta que fue tarde porque estaban en una habitación privada, cuando lograron apartarlo ya la había golpeado hasta dejarla inconsciente. Pero él no tuvo suficiente, al salir me arrojó su vaso de whiskey. No tuvo buena puntería e impactó en el escritorio, un pedazo llegó a mi rostro.
—¿Qué hicieron los demás?
—Nos trajeron de inmediato al hospital y nos dejaron nada más llegar. Se comportaron como bestias, tú tenías razón.
—¿Yo? —suelta con confusión.
—Mi trabajo es una mierda y acabo de ver su cara más horrible. Maddie... —La voz se me quiebra y niego con la cabeza—. Maddie me pidió que siguiera estudiando para que no termine como ella. Creí que le gustaba su trabajo, resulta que no.
—Fran, dije un montón de tonterías. No tenía razón, tan solo han tenido la mala suerte de vivir una situación horrible y violenta.
—Odio esto —confieso—. Sentirme tan indefensa y abandonada. Creí que ellos me cuidarían de llegar una situación como esta y me demostraron que estaba equivocada. ¿Cómo puedo seguir yendo a ese lugar sabiendo que mi vida no les importa?
—No tienes que seguir yendo.
Me indica con delicadeza que lo mire tomando mi mentón y no pongo resistencia. Sus pulgares recorren mis ojos y noto que he vuelto a llorar, ya no siento siquiera mis lágrimas. Me sorprende cuando posa un beso en mi mejilla y luego otro en la herida que ahora adorna mi rostro.
—Estarás bien, encontrarás algo mejor.
—¿Podemos irnos ya?
Abre su brazo para que me acurre contra él y no dudo en hacerlo. Me aferro como si fuera un salvavidas y cierro mis ojos sabiendo que me llevará a salvo hasta nuestro departamento. Sé que no todos los hombres son iguales que ese idiota violento, Noah es distinto y es perfecto a su manera.
Estoy segura con él, entre sus brazos y bajo su cuidado. Siempre he dicho que no necesito a un hombre que me salve, que puedo cuidarme sola; sin embargo, hoy he notado que luchar mis propias peleas no significa estar sola. Noah es mi apoyo hoy y lo dejo tomar la delantera en esta batalla.
¡Hola, hola, gente! ¿Cómo están?
Este capítulo lo tengo pensado desde el inicio y desde entonces duele. ¿Qué opinan de él?
Estamos entrando ya a una fase de la historia en la que no todo es risas y caricias (je, rimó). Podemos decir que estamos entrando a la etapa final y, como consecuencia, se deben cerrar algunas etapas. ¿Qué creen que va a pasar?
Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. Gracias a todas las que me están siguiendo en redes sociales y me enseñan su amor hacia la historia.
Nos leemos mañana,
MUAK!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro