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Capítulo 11

NOAH

El timbre suena con insistencia y termina con mi anhelada jornada de sueño. Anoche fue difícil conciliar el sueño, mi mente no dejó de reproducir una y otra vez lo que sucedió en la camioneta y he llegado a la conclusión de que no puede volver a suceder o, por lo menos, debo hablar primero con Fran para acordar que ese evento no se interpondrá en nuestro acuerdo.

Pateo las sábanas y mantas para luego salir de la cama. Me pongo unos pantalones y tomo una camiseta que me coloco a medida que camino hacia la puerta. Frotando mi ojo con el dorso de la mano, abro de un tirón y busco al molesto individuo que me ha despertado.

—Hola, Noah.

—Buenos días, Milan.

—¿Fran está despierta? Le he traído el desayuno, sé que debe estar enojada conmigo por no haber venido anoche. Se me presentó... algo.

La verdad es que no me interesa y me hago a un lado para que pueda ingresar. Ahogo un bostezo al cerrar y vuelvo sobre mis pasos.

—Puedes ir a su habitación, yo volveré a dormir.

—Vi a Tony en la entrada —me informa con falsa indiferencia—. Estaba coqueteando con una vecina, seguro llegará pronto.

—Gracias, Milan.

—Dile a Fran que venga, ¿sí? Se pone gruñona en las mañanas y no quiero sufrir las consecuencias. Bajará mis vibraciones y todos aquí sabemos que no podemos permitir eso.

La miro con sorpresa y ella no lo nota. Se acomoda en la mesa del comedor y empieza a revisar su móvil con tranquilidad. Me ha dado una orden en mi propia casa y le ha salido muy natural. Podría discutir, decirle que no soy otro de sus empleados; sin embargo, no tendría sentido y yo no me siento con energías.

Como un niño que ha recibido una orden de su madre, camino hacia la habitación de mi compañera de piso y golpeo con los nudillos. A ella le gusta dormir con la puerta abierta y puedo ver el momento exacto en que se despierta, frotando su rostro contra la almohada y moviendo sus piernas para estirarlas.

—Tienes visita.

—¿Noah?

—Sí, soy yo.

—Me siento mal, ¿crees que puedas decirle que no estoy?

—Es Milan y está en la sala.

Gruñe en respuesta y se sienta sobre el colchón, sacando sus pies del interior de las sábanas. Su cabello está rizado de nuevo y se ve más alborotado de un lado que del otro. Es... tierno.

—¿Tienes un ibuprofeno o algo así?

—¿Qué te duele?

—La garganta, anoche pasé frío y después... —Traga en seco al notar lo que estaba a punto de decir y de sus bonitos ojos desaparece cualquier rastro de cansancio—. Después ya no tuve frío.

—Buscaré algo.

Asiente como respuesta y entiendo que es hora de irme. Si su amiga está en lo cierto, Tony demorará otros quince minutos coqueteando y planeo utilizarlos para dormir. Él tiene llave, podrá entrar sin mi ayuda.

—Noah.

La busco con la mirada y me asombra encontrarla quitándose los pantalones de pijama. Sé que no es una situación que oculta una propuesta, tan solo me resulta extraño ver a una chica cambiarse frente a mí con tanta naturalidad.

—Respecto a lo de anoche...

—¡Bebé! —grita Milan desde la sala—. Se enfría tu café.

—Ya escuchaste a Maléfica.

Sus labios se curvan en una sonrisa.

—¿De dónde ha salido ese apodo?

—Tony la llamó así anoche.

—Tiene un poco de Maléfica —admite y camina hacia mí.

Pasa a mi lado y se detiene de pronto como si acabara de recordar algo.

—¿Qué sucede? —pregunto con cautela.

—¿Debería estar enojada con ella?

—No lo sé, ¿deberías?

—Bueno, no es muy buena... siendo amiga.

—¿Y por qué sigues a su lado?

Le resta importancia con la mano y continúa su camino hacia la sala. Va descalza y por un momento recuerdo a mi madre diciéndome que me enfermaría por andar sin zapatos. Ella ya se siente mal, ¿debería decirle lo mismo?

Miro al interior de su habitación y me es fácil hallar sus pantuflas por lo que no dudo en tomarlas y seguirla por donde se ha marchado.

Fran está sentada en posición de indio en el sillón y le frunce el ceño a su amiga quien parece haber olvidado que ella estaba enojada y le parlotea de cosas sin sentido. No entiendo a Milan y tampoco quiero hacerlo, pero parece que los rumores son ciertos. Ella no está interesada en nada que no sea su propia vida.

—¿Por qué tienes mis pantuflas, Noah? —me pregunta, interrumpiendo a su amiga, y ladea su cabeza con curiosidad.

—Mi madre dice que uno se enferma por andar descalzo y no quiero comprobar esa hipótesis. —Le tiendo el calzado y ella lo toma con duda—. No queremos que te enfermes, ¿verdad?

Asiente lentamente y creo que la he asustado porque se queda mirándome extrañada y en completo silencio.

—Eso es muy tierno, Noah. Me agrada que cuides de tu esposa.

—¿Gracias?

—Traje algunos croissants, pero Fran no quiere comerlos. Puedes tomar uno si te apetecen. —Me sonríe y estoy a nada de agradecerle cuando continúa—: ¿Sabías que cuando viví en Francia tuve un chef que me cocinaba estos cada mañana? Siempre he dicho que no hay nada mejor que un cocinero personal. Ustedes deberían contratar uno.

Puedo ver a mi compañera de piso blanquear los ojos y Milan parece notarlo también porque sus mejillas se colorean. Presiento que quedaré en el medio de una pelea y no hay nada que me moleste más que gente gritándose y sacando los trapos sucios al sol.

—Volveré a dormir —anuncio.

Tengo toda la intención de cumplir con mi palabra; sin embargo, el sonido de una llave en la puerta me da a entender que mis quince minutos se han acabado. Tony ingresa con una amplia sonrisa en el rostro y una bolsa repleta de verduras, tal parece que se ha levantado con ganas de cocinar y nunca se le debe decir que no al hijo de un italiano que quiere mostrarte su cariño con pastas caseras.

—Oh, genial. Están todos aquí —exclama con energía—. Incluso Maléfica.

—Buen día, Tony —saludo y recibo la bolsa que me extiende—. ¿Qué tienes planeado para hoy?

—Voy a necesitar de su ayuda.

—¿Qué haremos? —quiere saber Fran.

Se pone de pie para acercarse a la cocina donde mi amigo se ha internado y me alegra notar que se ha puesto las pantuflas. Mamá estaría orgullosa de mí si lo supiera, aunque también estaría muy decepcionada si se enterara de cómo conocí realmente a mi esposa.

«Mi esposa» suena tan raro y, a la misma vez, ha demostrado lo mucho que mi vida ha cambiado en una semana. Hace siete días era un muchacho en Las Vegas buscando huevo revuelto para desayunar, hoy tengo a una chica viviendo conmigo y a su mejor amiga mirando con atención la decoración de mi casa.

—Mi madre tiene la teoría de que un matrimonio solo funciona con buenas comidas y como presiento que ni tú ni Wayne saben hervir un huevo, he traído las recetas de mi nonna.

—Oh, no. Yo no cocinaré —interviene Milan—. Se arruinarán mis uñas.

—Entonces vete. No necesitamos falsas promesas.

Mi mejor amigo y yo compartimos una mirada de asombro y decidimos de mutuo acuerdo hacer como que no escuchamos nada. Lo ayudo a acomodar las cosas que ha comprado y finjo que no me muero de hambre ni me estoy orinando.

Había escuchado que los matrimonios traían drama, aunque había creído que sería mi propio drama y no el de Fran y Milan.

FRAN

Tenía la intención de fingir que no me dolía la indiferencia de Milan y sus contantes plantadas cada vez que hacía planes conmigo; sin embargo, en tanto comenzó a hablar de sí misma, mi convicción desapareció. Lo entiendo, ¿bien? Su vida es maravillosa y yo volvería a nacer solo para ser la mitad de afortunada que ella es. También sé que tiene problemas con las esposas de su padre y que experimenta una gran necesidad de amor materno, pero nada de eso justifica su comportamiento.

Anoche iba a ser sobre mí, una cena en la que hablaríamos sobre la locura que había cometido y veríamos con ojos soñadores el anillo de la familia de Noah. Me llevaría al trabajo e iría por mí para que no tuviera que molestar a mi falsa pareja. En cambio, había terminado enrollándome con el muchacho en cuestión en su camioneta. Podría ser considerado un favor, un detalle de su parte cancelarme y permitirme vivir ese increíble momento, solo que no lo era. Su poco interés en mí y en nuestra amistad había logrado eclipsar uno de los mejores besuqueos de mi vida.

—¿Quieren escuchar algo? —pregunta Tony, rompiendo el tenso silencio.

—Dinos, Tony.

—Tú sabes que estudio literatura, ¿no?

Muevo mi cabeza de arriba abajo como respuesta. Sí, a pesar de todo lo que se dice de él en el campus, también se habla de su carrera y lo bien que le va.

—Asisto todos los miércoles a la tarde a un taller de novela negra contemporánea y le ofrecí mi ayuda a la profesora para buscar un lugar donde llevar la clase de cierre porque la idea era invitar a un escritor que nos hablara de su experiencia.

—¿Por qué suenas tan indignado? —lo interrumpe Noah, dejando de cortar ajo para prestarle su atención—. Amas ese taller.

—¡Lo hago! Es increíble.

—¿Pero...?

—Pero la profesora nos dio este increíble libro de un escritor de nuestra edad y dijo que intentaría contactarlo para que hable con nosotros. Desde entonces el taller se ha llenado de jóvenes hormonales que tienen poco interés en la literatura, solo porque quieren poder ser partícipes de la charla final.

—¿Qué tiene de especial este escritor? —Me llevo a la boca un trozo de tomate y trago antes de seguir hablando—. ¿Por qué hablaste de jóvenes hormonales?

—Digamos que el chico está bueno.

—¿Bueno? —repite Milan, quien se había mantenido callada desde que prácticamente la eché—. ¿A qué te refieres?

—Búscalo en Google y entenderás. —Suspira con derrota—. Se llama T. Murphy.

Ella no duda en teclear el nombre en su teléfono y sus ojos se abren de par en par al encontrarlo. La curiosidad es más fuerte que mi enojo por lo que termino acercándome para ver la pantalla y entonces lo entiendo. Dios, de pronto me entraron ganas de leer.

—Es caliente —concluyo—. Mucho más caliente si consideramos que es escritor.

—¡Y ese es el problema! —chilla—. Es un genio de la escritura, una de las próximas grandes voces de las novelas negra y de misterio, pero todos se concentran en su atractivo. Su lista de compras debe ser mejor que cualquier cosa que yo escriba.

—Y esto, señoritas, es el lado nerd de Anthony Rossi.

El capitán de los cuervos le dedica una mirada de pocos amigos y él ríe despreocupadamente con ese tono alegre que me produce cosquillas. Y es que me resulta imposible entender cómo un chico como él ha pasado desapercibido por tanto tiempo.

Mientras las carcajadas escapan de sus labios, nuestras miradas se cruzan y la seriedad se apodera de sus rasgos. Pese a eso, no aparta la vista y yo tampoco porque el chocolate de sus ojos me resulta cautivador.

—¡Oh, por Dios! —chilla Milan—. ¡Ustedes se acostaron!

—¡¿Qué?! ¿Cómo sabes eso, Maléfica?

—¡Míralos!

Noah da dos pasos hacia atrás y voltea hacia la cocina, dando por finalizado el pequeño momento entre nosotros y escondiéndose de la situación. Si mi enojo hacia mi mejor amiga había desaparecido, acaba de volver multiplicado por mil.

Lo avergüenzo o se avergüenza de haberse enrollado conmigo, lo que sea me duele y decido que ignoraré lo que sucedió anoche. No es el primer chico al que beso en un auto y no será el último, Noah no tiene por qué ser especial. Es mi esposo, sí, pero también puede ser nada.

¡Hola, gente bella! ¿Cómo están? Tengo la cabeza tan revuelta que casi olvido que hoy es jueves, por suerte me di cuenta y les traje este capítulo.

¿Milan sabe cosas? Milan sabe cosas. Nuestros protagonistas no son tan buenos guardado las apariencias.

Hablando de apariencias, las que han leído mis otras historias saben quién es T. Murphy y no pude resistirme a nombrarlo. ¿Aparecerá en algún momento? Ya lo veremos.

¿Ustedes son como Tony y tienen autores favoritos o no pueden decidir?

Gracias por leer, votar y comentar. ¡Ya sumamos más de dos mil lecturas! Este fin de semana intentaré responder sus comentarios. Gracias por su paciencia.

Nos leemos el jueves.

MUAK!

P.D.: cuando lleguemos a 5k quizás podemos hacer una mini-maratón.

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