Capítulo 1
FRAN
Mi vómito es color rosado. No rosado chicle, no rosado bebé, rosado como las plumas de un flamenco. Es un rosado bonito, pero no por ello resulta menos asqueroso. Tiene un olor desagradable y me deja un camino ardiente cada vez que me inclino sobre el inodoro para limpiar mi estómago.
Me duele todo, desde el cuerpo hasta el apellido y siento que quiero morir. No sé qué demonios hice anoche, bueno sí sé que me embriagué hasta que todo pareció dejar de tener sentido. Ahora lamento terriblemente esa decisión y mucho más al recordar que en unas horas debo abordar un avión para volver a la universidad.
Cuando dije que sí a un viaje relámpago a la ciudad del pecado, supe que iba a embriagarme, pero creí que podría controlarme. Resulta que no es tan sencillo y mucho menos cuando te hospedas en el hotel del padre de tu mejor amiga y tienes acceso a todo sin pagar un centavo.
Dios, creo que voy a vomitar de nuevo.
—¿Bebé, estás bien?
—Creo que dejé de estar bien a los siete años, Milan —contesto con voz cansina, me duele incluso hablar—. ¿Puedes traerme un poco de agua?
Asiente y, sin dudarlo, se retira de la puerta del baño y siento el sonido de sus tacones alejándose. Ella es una buena persona, un poco ingenua a veces, pero siempre puedo contar con su amistad cuando me paso de copas en una fiesta.
—Aquí tienes, bebe un poco y verás que te sentirás mejor.
—Gracias.
—¿Cómo te sientes?
Le doy un largo sorbo a la botella de agua costosa y tomo una bocanada de aire antes de contestar. Ella merece una respuesta honesta, aunque yo merezco decir un centenar de maldiciones para poder mejorar.
—Terrible —digo finalmente—. Me duele muchísimo la cabeza y siento el estómago revuelto.
—Normal, bebiste muchísimo anoche.
—¿Por qué mi vómito es rosado?
Una sonrisa se forma en sus labios y toma asiento a mi lado en el frío suelo del baño.
—Fuimos a una fiesta rosa anoche, ¿recuerdas? Todo era del color, hasta las bebidas.
—Eso explica mucho.
—¿Y bien?
—¿Y bien qué? Creo que no volveré a vomitar pronto, tengo un poco de hambre.
—No, tontita. ¿Estás emocionada?
—¿Por volver a la universidad? —suelto con confusión mientras intento incorporarme del suelo.
He abrazado el inodoro por los últimos quince minutos y si bien tengo certeza de que ese baño se encuentra tan limpio como para comer sobre él, no me hace mucha ilusión quedarme recostada allí. Quiero mi cama y dormir al menos otras dos horas antes de tener que ir al aeropuerto.
No quiero volver a clases, no quiero volver a las responsabilidades y a intentar encajar donde claramente no lo hago. Me gusta Las Vegas, todos parecen felices y nadie se fija mucho en el otro. Nadie me mira dos veces para juzgarme ni me suelta un discursito estúpido sobre bajar unos kilos. Las Vegas es mi paraíso y el hotel Atlas mi nube personal.
—No, Fran. Por verlo a él.
—¿A quién?
—¡A él!
Le frunzo el ceño y tomo mi cepillo de dientes para intentar quitarme el aliento a muerto. ¿Cómo me permití comer y beber tanto? Tendré el estómago adolorido por días. Ya puedo sentir la acidez quemándome por dentro y desgastando las capas internas de mis órganos.
—¿Nos unimos a un culto anoche?
—Eres graciosa, ¿sabes?
—No, no lo soy. Solo no entiendo de qué hablas.
—¡De Noah!
—¿Y quién demonios es Noah?
Blanquea los ojos con exasperación y se pone de pie para acercarse a mí. Acomoda mi desastroso cabello y me mira a través del espejo. Somos tan diferentes, completamente opuestas, y aun así parecemos ser las únicas que entienden a la otra. Excepto esta mañana, no entiendo una palabra de lo que sale de sus labios.
—Tu esposo.
—¿Mi qué?
—Tu esposo —repite lentamente como si de esa manera todo cobrara sentido para mí.
—Yo no estoy casada. —Río entre dientes.
—Sí.
—No —discuto.
—Que sí.
—Que no, Milan.
—Oh por Dios, no lo recuerdas.
No me da tiempo a argumentar pues sus pequeñas y heladas manos se posan en mis hombros y me obliga a girar hacia ella. Su inspección es minuciosa y, sin dudas, esta es la primera vez que la veo como una posible buena doctora.
—¡Fran! —exclama y luego rompe en risas histéricas.
Y allí se desvanece toda mi visión de ella siendo una buena doctora. No quiero ser mala, pero aún me sorprende que la hayan dejado entrar al competitivo programa de medicina de la universidad. Ella no es precisamente la persona más enfocada y el estudio no es su prioridad número uno.
—¿Puedes explicarme de qué estás hablando?
—Lo lamento, es solo que me parece hilarante.
—A mí, molesto —espeto sin gracia.
—Ay, Fran, si lo vieras a mi modo... —Vuelve a reír y luego parece tranquilizarse—. ¿Qué recuerdas de anoche?
—Un vestido rosa muy apretado, unos cuantos chicos calientes y mucha comida.
—¿Nada más?
—Nada más.
—¿Segura?
—Bueno... podría ser un sueño.
—Dime.
No, no quiero hablar de eso porque no tiene ni pies ni cabeza. No tiene sentido y parece una escena de una mala película porno. Aunque sin el sexo, no recuerdo nada de sexo. Quizás un beso con lengua, pero eso es todo.
—Es una locura.
—Nada lo es en Las Vegas.
—Recuerdo a un chico. No, recuerdo sus ojos.
—¿De qué color son? —pregunta sin dejar de sonreír.
—Cafés.
—¿Cómo los míos?
Niego con la cabeza. No, no son en nada como los suyos. Milan tiene unos bonitos ojos oscuros con forma almendrada, típicos de alguien que desciende de familia coreana; en cambio, el muchacho que recuerdo tenía ojos color chocolate y estaban adornados por unas cejas espesas.
—Chocolates.
—¡Es él! —grita y da unos pequeños saltitos—. Es Noah.
—¿Quién es Noah?
—¡Tu esposo!
De nuevo con la misma locura.
—Milan, por Paris Hilton, ¿por qué dices eso?
—¡Porque anoche te casaste!
—Claro que no...
La réplica muere en mis labios y siento que el cuerpo se me congela al entender sus palabras y recordar lo que para mí es un sueño. No tiene el más mínimo sentido, yo no haría algo tan loco ni en mi peor borrachera. He bailado sobre barras en discotecas con hombres mirándome todo el tiempo, me he metido a una piscina en pleno invierno y he cantado a todo pulmón Mistletoe en víspera de Navidad, pero no haría algo tan loco.
—Dime qué sucedió —le pido con terror.
—Bien, pero comamos algo antes. Nos he pedido el desayuno.
Y como si ingerir alimentos fuera más importante que mi crisis, sale del baño con toda su gloria y caminando sin problema en sus altos tacones a pesar de ser las nueve de la mañana.
Busco mi reflejo en el espejo una vez más y me sorprende no reconocerme. No es la primera vez que me sucede, mirarme y no saber qué he hecho para estar así. Generalmente es un problema con mi peso o mi cabello, hoy es distinto. Hoy no me reconozco como persona porque la Francine Baker que creo ser no haría algo tan estúpido y descabellado.
—¡Tu café se enfría, bebé!
Y la Francine Baker que creo ser enfrenta sus problemas así que eso es lo que hago. Salgo del baño dispuesta a escuchar la idiotez que he hecho y buscar la manera de remediarlo.
NOAH
Lo primero que veo al despertar es el rostro preocupado de mi mejor amigo y la sola visión de sus ojos me hace dar un salto porque nada en este mundo parece poder irritar o preocupar a Anthony Rossi. Sin embargo, allí está, mirándome como un padre a un hijo que se ha metido en problemas.
No sé qué es lo que lo tiene tan inquieto y quiero preguntarle, pero mi estómago se revuelve y tapo mi boca para evitar vomitar. Diablos, sabía que no debía beber anoche con los amigos de Tony.
—Hombre, ¿dónde diablos te habías metido?
—¿Yo? —murmuro, la voz me sale ronca.
—Sí, tú, Wayne.
—Tú fuiste el que desapareció anoche con una rubia.
—Una rubia y una colorada —me corrige, como si tener un trío jugara a su favor—. ¡Pero eso fue temprano y cuando quise dar contigo no estabas en ningún lado!
—¿Creías que iba a volver a la habitación a esperarte en el pasillo?
—No, en el pasillo no, pero sí en tu cama.
Suspiro con pesadez y froto mis ojos con cansancio. La cabeza me martillea como nunca antes y esta es quizás mi peor resaca. No soy un gran bebedor y, a decir verdad, no soy un fiestero; no obstante, me dejé arrastrar por mi idiota mejor amigo a Las Vegas y ahora quiero matarlo porque se ve muy preocupado, pero no dice nada.
—¿Qué ha sucedido? —pregunto, no puedo soportar tanto misterio.
—Eso es lo que yo quiero saber, los chicos del equipo están diciendo cosas loquísimas.
—¿Cosas loquísimas? Puedo asegurarte que no dejé que me metieran nada por el culo.
Una sonrisa de lado se forma en sus labios al escuchar mi broma, pero rápidamente vuelve a la seriedad y recuerdo que no es buena idea hacer enfadar a un jugador de fútbol americano. Aunque bueno, Tony nunca se ha enojado conmigo y eso es porque soy el sensato de los dos, pero esta mañana luce diferente, como si los papeles se hubieran dado vuelta.
—Wayne, escúchame, esto es serio.
—Tony, apenas puedo hablar sin vomitar, no me iré a ningún lado así que suelta lo que tengas que decir. Yo estaré aquí para escucharte.
—Esto es muy serio.
—Eso ya lo dijiste —le recuerdo.
—Carlos y Elliot dicen que anoche estuvieron en tu boda.
—¿Mi qué?
—Tu boda.
—¿Mi qué? —vuelvo a decir, porque sus palabras no tienen sentido.
—¡Tu boda! Dicen que te casaste con una castaña de la fraternidad con la que viajamos, la de culo grande y que ha dejado a todos con la cabeza dada vuelta. ¿La recuerdas?
—No.
Y estoy siendo sincero, no recuerdo a ninguna chica. Bueno, no a ninguna chica en específico porque todas las de la fraternidad Kappa lucen bastante similares para mí.
—Se llama Fran.
—Ajá.
—Tiene tetas grandes.
—Eso no es gracioso.
—No dije que lo fuera —se defiende—. Solo intento darte pistas.
—Podrías hablar de algo que no sea su cuerpo.
—Bien, veamos... —Suspira—. Creo que estudia hotelería.
Me arrastro fuera de la cama y me dirijo al baño que se encuentra a menos de dos metros. Tony parece estar delirando y sus amigos futbolistas mucho más que él. ¿Por qué me casaría yo con una chica de fraternidad? No que no me gusten las castañas que pertenecen a fraternidades, pero el punto es que no sé de quién habla.
—Noah, ¿no estás preocupado?
—Claro que no.
—¿Por qué no? —pregunta desde el marco de la puerta, no parece molestarle que esté vaciando mi vejiga—. Si lo que dicen esos muchachos es verdad, estás casado.
—Tus amigos del equipo no son muy confiables.
—¿Qué recuerdas de anoche?
Me lo pienso unos segundos para poder brindarle tranquilidad y porque necesito que deje de hablar. En verdad me duele la cabeza e intentar entenderlo no ayuda.
—No mucho —digo simplemente.
—Carlos admitió haberte drogado un poco.
—Vaya, que buenos amigos tienes —ironizo y prosigo a lavar mis manos—. Sabes que es un delito, ¿no?
—¡Noah! Hombre, ponte serio. ¡Estás casado! ¿Sabes lo que eso significa?
—No estoy casado.
Un largo suspiro escapa de sus labios y sale del baño con el teléfono en la mano. Su ausencia me da tiempo para observarme en el espejo y notar los estragos que un fin de semana de fiesta han hecho en mí. No estoy hecho para esta vida y lo he aceptado hace años, quien no lo acepta es el muchacho con el que he compartido habitación los últimos dos días.
Tras cepillar mis dientes y lavar mi rostro, vuelvo sobre mis pasos y no me sorprende encontrar a Tony esperando por mí. Ahora porta una expresión de terror absoluto que consigue contagiarme y, sin darme tiempo a decir nada, coloca su móvil frente a mis ojos.
Y la veo. Veo la fotografía que le han pasado sus amigos del equipo y me reconozco en un altar con una chica castaña con tantas curvas que podría detener el tráfico de Nueva York.
Demonios, me he casado Las Vegas y no lo recuerdo.
¡Bienvenidas! Me complace darles la bienvenida a este nuevo proyecto que se ha convertido en un reto personal.
Algunas aclaraciones importantes:
-No sé cuándo actualizaré, pero espero que una vez por semana.
-Esta historia es un reto, es para recordarme lo mucho que adoro escribir locuras y reírme sin parar con los personajes. Les daré lo mejor de mí para que puedan disfrutar de una historia de calidad, pero a la misma vez, quiero recordarles que escribiré lo que me haga sentir bien.
-Sí, habrá escenas +18, pero no será el tema principal.
Espero que disfruten de este viaje tanto como yo. ¡Bienvenidas a la Universidad Phoenix, cuna de los cuervos y de las fraternidades sin pudor!
Gracias por llegar hasta acá y espero que esta historia sea de tu agrado.
MUAK!
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