Capítulo 50
GRACE
Crecí leyendo historias y viendo películas sobre Navidades mágicas, repletas de nieve, chocolate caliente, pinos decorados, sweaters feos y muchos regalos. Viví unas pocas Navidades así, sin nieve, claro, pero desde que mi padre falleció, mis recuerdos de las festividades son más amargos y menos mágicos. Este año, en cambio, me siento protagonista de una de esas historias épicas.
Tony, Anthony y yo hemos pasado Nochebuena comiendo hasta hartarnos, decorando casitas de jengibre y burlándonos entre nosotros cada vez que una pared se desmoronaba. Probé el mejor chocolate caliente de la historia, me acurruqué frente a la chimenea y disfruté una maratón de Harry Potter con mi mejor amigo y su padre. Esta mañana, al bajar las escaleras, me sentí como Harry al ver el árbol lleno de regalos y saber que más de uno llevaba mi nombre.
—Ábrelo —me anima Tony que me observa con atención, delatándose como el orquestador de ese regalo.
—Ya voy, ya voy —suelto entre risas—. Lo has envuelto en mil capas de papel.
—Yo no, los elfos. —Sonríe como un niño pequeño a punto de hacer una travesura—. Claramente le envuelven en mucho papel porque debe aguantar un viaje desde el Polo Norte.
—¿Sabes que no hay niños en esta casa?
Mira significativamente mi vientre y blanqueo los ojos. La situación hace reír a Anthony que porta una sonrisa deslumbrante en su rostro. Está claro que la presencia de su hijo, y también la mía, lo han alegrado.
—No se acordará de nada.
—No lo sabemos —discute.
Por fin termino de abrir el regalo y debo parpadear más de una vez para convencerme de lo que estoy viendo y también para alejar las lágrimas.
—¿Por qué? —demando.
—Se ve que has sido una buena niña este año.
—Lo digo en serio, Tony. ¿Un teléfono?
—Lo necesitas.
Frunzo los labios debatiéndome si darle un golpe por gastar tanto dinero o si darle el abrazo de oso más largo e incómodo del mundo. El abrazo gana, aunque intento medirme a mí misma y no lo alargo más que unos segundos.
—Gracias.
—Todavía tienes más regalos. —Señala el árbol—. No demores o los elfos no serán tan generosos el próximo año.
Con mi nombre en el envoltorio, encuentro algunos pares de medias, un libro de cocina que por poco se lo tiro en la cabeza a Tony, una taza con florcitas que me parece lo más tierno del mundo, una tarjeta de regalo para Amazon y una caja que pasa más que yo misma, a pesar de que es pequeña. Cuando rompo las mil capas de papel, una vez más estoy sin palabras y una sensación extraña se apodera de todo mi cuerpo, como una electricidad que se ramifica por cada célula, infectando la siguiente hasta llenar todo mi sistema de calor.
—Es para tu librería —murmura Tony y el cambio en su voz es claro, se ha dejado de bromas—. Sé que sueñas que sea única, que cada detalle sea perfecto y que refleje tu amor por los libros. Creí que el sello sería un toque especial, así puedes marcar los libros como parte de tu historia.
Admiro la prensa de estampado que tengo en mis manos, que lleva el nombre de la librería con la que sueño hace años y cuyo logo ahora podré poner en cada uno de mis libros.
—¿Has entrando a mi computadora sin permiso? —pregunto con un hilo de voz.
—Si dejas el navegador abierto, no es husmear.
Una carcajada entrecortada escapa de mis labios y noto la preocupación en su rostro. Las lágrimas empañan mis ojos y pronto bajan por mis mejillas, manchando mi piel. Es el regalo más bonito que me han dado jamás y ni siquiera sé por qué me sorprende que venga de Tony cuando sé muy bien que es la persona más maravillosa con la que me he cruzado. Es el único que me entiende y no juzga, que escucha y recuerda, que me quiere como soy.
—¿Gracie?
—Me encanta, muchísimas gracias.
Es él quién me abraza esta vez y se lo permito sin chistar. Me acurruco en su pecho, dejando que la emoción fluya y agradeciéndole en silencio por ser la mejor persona que ha pisado este mundo.
—¿Estás bien? —susurra contra mi frente.
—Sí.
—¿Lo juras?
Me aparto de él lo suficiente para verlo a los ojos y asentir con la cabeza.
—De haber sabido que te pondrías tan llorosa, te habría comprado otro libro de cocina.
A pesar de su broma, me da un beso en la frente y vuelve a acomodarme contra su pecho sin molestarle que mis lágrimas le manchen el pijama. Continuamos abriendo regalos, bueno, ellos lo hacen y me alegra saber que tanto a Anthony como a Tony le han gustado mis elecciones. Ninguno llora a moco tendido como yo, pero ambos se ven contentos y lucen sonrisas muy similares.
—Tengo un último regalo para ustedes —anuncia Anthony, poniéndose de pie y alejándose de nosotros—. Voy a por él.
—¿Por qué no está bajo el árbol? —le pregunta Tony, que no ha dejado de abrazarme desde que rompí en llanto.
—Es un regalo especial.
Compartimos una mirada de confusión, pero no decimos ni una sola palabra mientras su padre va hacia su oficina y minutos después regresa con una caja en sus manos. Está envuelta con el mismo papel de regalo que ha usado en todos, aunque está claro que tiene un significado mayor porque el hombre tiene los ojos llorosos cuando regresa al sofá donde estaba antes.
—En esta caja —dice con la voz temblorosa— he guardado alguno de los mejores recuerdos de mi vida. La vida que empezó cuando tú naciste, Tony porque antes respiraba por biología y me movía por la corriente. Tenía veintiocho años cuando empecé a vivir de verdad, cuando supe que mi hijo llegaría al mundo un par de meses después. La primera vez que te tuve en mis brazos, que me miraste con esos mismos ojos que me miras ahora, supe que no importaba qué diablos hicieras, siempre tendrías mi apoyo y te defendería de todo y todos. Sé que la vida de ustedes empezó mucho antes que la mía y que están esperando un bebé que ha complicado mucho de sus planes, y les pido disculpas desde ya si me he pasado de la raya. Pero no podía dejar pasar la oportunidad de darles mi más preciado tesoro.
Con una lágrima cayéndole por la mejilla, le entrega la caja a Tony y le dedica una sonrisa que dice a gritos lo mucho que ama a su hijo. No es el único llorando porque en tanto empezó con su discurso, el agua salada volvió a invadirme y las hormonas hicieron lo suyo para dejarla fluir.
Tony rompe el papel con algo de duda y vemos un cofre de madera con simples pero preciosos detalles tallados en toda su superficie. El olor que sale de su interior es una mezcla de recuerdos, papel viejo y... bebé.
Un pequeñísimo conjunto color celeste descansa en lo alto de la caja y no necesito que Anthony lo explique para saber qué es. La primera ropita de Tony.
—Papá...
Ninguno de los dos dice nada, tan solo se miran a los ojos por unos segundos y eso es todo lo que necesitan. Su conexión es tan fuerte como la que yo tuve con mi padre en el pasado y el regalo es una clara declaración de intenciones, pero no me siento ofendida en lo más mínimo. Anthony quiere que tengamos al bebé, nos está diciendo que contamos con su apoyo y que tendrá un abuelo que mataría por él.
Observo a los dos hombres abrazarse y sin darme cuenta, por primera vez desde que vi el test de embarazo, llevo una mano a mi vientre y le doy una leve caricia.
Quizás.
Miro los altos techos blancos de la habitación de invitados con Tony acostado a mi lado mientras configura mi nuevo teléfono y se queja por la cantidad de fotos que tengo guardadas, muchas de las cuales son basura que no he borrado por flojera. Su cuerpo es una fuente de calor que me tranquiliza, a pesar de que sus labios no dejen de emitir tonterías. Estar a su lado se ha vuelto tan fácil últimamente que ni siquiera tengo que preocuparme por tener el pijama manchado con pasta de dientes ni reírme de su calcetín izquierdo que tiene un agujero en el talón.
—Ya casi está —me hace saber, dejando los teléfonos sobre la cama—. Noah estará contento al saber que le devolveremos su propiedad por la mañana.
—Podríamos llevarnos su celular y no lo sabría. Está en Alemania.
—Já, quién habría adivinado que la tierna señorita Stuart es en realidad una ladrona.
—No soy tierna —discuto centrando mi atención en él y dejando en paz el techo perfectamente liso—. Me ofende que la gente use esa palabra para definirme.
—Tienes razón, no eres tierna. Lees libros puercos.
—Ya te habías tardado.
Blanqueo los ojos y su sonrisa no tarda en aparecer.
—No te ofendas, es verdad que lees porno. Debes aceptarlo para seguir adelante.
—No leo porno.
—¿Si entro a tu cuenta de Goodreads no encontraré un sinfín de libros porno en tu categoría de leídos?
—No son porno —insisto—. Es literatura erótica. Y para ser justos, no leo erótica completamente. Leo novelas de romance, fantasía o comedia que tienen toques eróticos ya que sus personajes son adultos que consensuan sus actos y disfrutan de una relación carnal.
—A mí eso me suena a porno.
Bufo y solo obtengo una carcajada por su parte.
—¿Me recomiendas uno?
—¿Un qué?
—Una novela de romance, fantasía o comedia con toques eróticos...
—Ya, ya, ya —lo interrumpo—. Puedo recomendarte muchos, pero ¿por qué lo haría? Acabas de burlarte de mí.
—Porque sería lo más cerca que estaría del sexo.
No puedo evitar mirarlo arqueando una ceja porque, vamos, ¿él necesita vivir a través de un libro? ¿El mismo muchacho que llama la atención de toda la población sin esforzarse; el mismo al que le han pedido su número al menos veinte veces desde que nos conocemos y decidimos ser amigos? Sin ir más lejos, la azafata del vuelo de Texas a Nueva Jersey le dio su número. ¿Cómo él podría estar en escasez?
—No me mires así —me acusa—, necesito sentir un poco de esa adrenalina que producen los encuentros carnales.
—¿Por qué no los experimentas en primera persona?
No contesta y eso es extraño porque el Tony que yo conocí y con el que me volví tan cercana como para estar pasando Navidad en su casa, no tenía problemas para buscar una relación casual. Lo he regañado más de una vez por usar Tinder en el instituto... aunque no recuerdo bien la última vez que lo vi en la aplicación. De hecho, no recuerdo haber visto el ícono en su teléfono esta misma mañana cuando me lo prestó para que tome fotos.
—No estoy interesado en este momento.
—Eso es... inusual.
—No lo hagas sonar así —me regaña.
—¿Así cómo? —dudo porque sé que mi tono no es neutral, estoy sorprendida.
—Como si fuera un pervertido que no puede pasar un día sin sexo.
—Lo siento —me apresuro a decir—, no quería que sonara así. Solo estoy asombrada, siempre has hecho sonar el sexo como algo simple, casual, divertido y es extraño saber que no lo estás teniendo.
—Acostúmbrate a la idea —murmura.
—¿Cuándo fue la última vez que tuviste sexo?
Sé que no es asunto mío, aun así, no puedo evitar preguntarlo.
—¿Contándote a ti?
—Sin contarme a mí.
—La semana antes de que comenzaran las clases, en esta misma casa con una vieja compañera del instituto.
Decir que se me cae la mandíbula del asombro es poco. Ninguna parte de mí entiende o puede comprender lo que acaba de decir. ¿No ha tenido sexo desde que me conoció?
—¿Qué hay de la recepcionista linda de tu gimnasio?
—Me aburrió al segundo mensaje.
—¿Y la barista de la cafetería...?
—Muy agresiva para mi gusto —me interrumpe.
—¿Qué me dices de la florista?
—Todas y cada una de ellas no pasaron los filtros, Grace. La respuesta es la misma, no sucedió nada.
La situación me resulta tan extraña que no puedo evitar pellizcarme disimuladamente para saber si estoy soñando o no. Sí, creo que Tony puede pasar dos o cuatro meses sin sexo, incluso una vida porque su actividad sexual no lo define como persona; sin embargo, saberlo a ciencia cierta me produce una sensación de incomodidad dentro de los huesos que me hace querer arrancármelos. ¿Por qué no ha tenido sexo con nadie más?
—¿Puedo hacerte otra pregunta?
Vuelve a mirarme a los ojos y asiente sin decir más nada.
—¿Es culpa mía? —murmuro.
—¿Culpa tuya cómo?
—¿Soy tan mala que te he...?
—¡No! —exclama y se sienta sobre el colchón como si lo que fuera a decir no pudiera ser pronunciado recostado—. No vayas por ahí, Gracie. Ni se te ocurra.
—Lo siento, es que no lo entiendo.
—No tienes que entenderlo. —Niega con la cabeza—. No he querido tener sexo con nadie más y punto.
Estoy a punto de dejar el tema pasar, pero una parte de mí, la parte que disfruta las novelas y analiza cada conversación de los personajes, nota una palabra clave en su discurso.
—¿Con nadie más o con nadie? —me animo a preguntar.
De nuevo no responde y aparta la vista, provocando que la sensación en mis huesos se vuelva más insoportable. El corazón ha comenzado a latirme a mil desde que evitó mi primera pregunta y ahora va tan rápido que siento su pulso en mis orejas. Mi piel está ardiendo, como si una fiebre extraña me estuviera quemando por dentro, y la ropa me incomoda porque de pronto hace mucho calor como para estar a gusto.
Me incorporo en la cama armándome de valor y me acomodo para estar frente a él cuando tomo su rostro en mis manos.
—¿Tony?
—No lo sé —admite en voz baja—. No entiendo por qué, qué es lo que me pasa o si hay algo mal conmigo. No sé si es la adultez, el estrés del trabajo o qué demonios pasa por mi mente, Grace, pero no quiero tener sexo con nadie... más.
—¿Con nadie más que conmigo?
Sus ojos quieren evitar los míos, pero no puede hacerlo porque sostengo su cabeza. Necesito que sea sincero, necesito saber si él también necesita arrancarse los huesos porque lo que sea que ha despertado esta conversación es tan profundo que solo así podría ser verdad.
—¿Qué tan patético soy?
—Tony, respóndeme —le ruego.
—No quiero tener sexo con nadie que no seas tú.
Sabía su respuesta desde el momento en que guardó silencio; sin embargo, la sorpresa me invade de todas formas y no puedo hacer más que observarlo en silencio. Solo puedo mirarlo fijamente y notar lo profundo que son sus ojos cafés incluso con la escaza luz de la habitación, lo recta que es su nariz, lo altos que son sus pómulos y el perfecto color que tiene su piel. No puedo hacer más que observar sus largas pestañas, el lunar cerca de su ojo que es tan pequeño que podría pasar desapercibido, la curva de sus labios y su testaruda mandíbula.
—¿Podemos no hablar de esto? —pide tomando mis manos entre las suyas y bajándolas con delicadeza—. Se me pasará eventualmente, debe ser por el bebé.
—El bebé apareció en la ecuación hace poco —le recuerdo.
—No lo sé —repite—. No me pidas explicaciones porque no las tengo.
Asiento, sin tener tampoco las respuestas que él necesita.
—Bésame —le pido en voz baja, animándome a decir la palabra que jamás pensé que le diría a mi mejor amigo.
—¿Qué?
—Que me beses.
—¿Por qué haría eso? —Frunce el ceño.
—Descubrámoslo.
—No sé de qué estás hablando, Gracie.
—Descubramos si es por el bebé o si es algo más. Estamos aquí, ¿no? Tu padre está durmiendo y ambos sabemos que lo nuestro no podría complicarse más.
Nota la duda en cada músculo de su cuerpo y la valentía comienza a esfumarse del mío con cada segundo que pasa. Es probable que haya ido muy lejos, que lo haya presionado mucho, que me haya pasado de la raya. Es probable que la haya cagado.
—O podemos fingir que las hormonas me están obligando a decir estupideces.
—No.
Intento fingir que la decepción no me invade y me recorre como un baldazo de agua fría.
—Está bien, discúlpame por sugerirlo.
Vuelve a negar con la cabeza y esta vez cuando me mira, no hay dudas sino un hambre que no había visto desde la noche de la biblioteca. Antes de que pueda decir nada más, ha acortado la distancia que nos separaba y sus labios se presionan contra los míos.
¡Hola, hola, gente bella! ¿Cómo están? ¿Cómo va su semana?
POR TODOS LOS CIELOS, NECESITABA COMPARTIRLES ESTE CAPÍTULO. Y, por supuesto, necesito escribir el que sigue y todos los demás. ¿Qué esperan que suceda?
Habrán notado que esta vez tardé un poquito menos en actualizar, la verdad es que quiero ponerme las pilas con mi lado escritora y volver a actualizar regularmente. Muchas veces la vorágine de la vida no me lo permite, pero haré lo imposible para traerles capítulos regularmente, sobre todo cuando estamos más o menos cerca del desenlace (unos veinte capítulos?).
Muchísimas gracias como siempre por todo su apoyo y paciencia. Gracias por leer, votar y comentar.
Para tener contenido visual de la historia, no duden en seguirme en Instagram donde también estaré siendo más activa.
Nos leemos pronto, que tengan un bellísimo fin de semana.
MUAK!
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