Capítulo 49
TONY
Mañana es Noche Buena y desde que cayó el sol, mi padre me tiene atado a la cocina. Está sacando sus mejores recetas, llenando la heladera de platillos para los siguientes días y usando más aceite de oliva que un restaurante italiano. Algo dentro de mí me dice que está intentando impresionar a Grace y también convencerme de que ésta puede ser nuestra nueva tradición.
Nunca había pensado en mi padre como una persona a la que le angustiara la soledad, siempre me pareció que le gustaba su espacio, sus tiempos y su propia compañía. Quizás malentendí las señales. Tal vez solo quiso mostrarme que estaba bien para que yo no me sintiera mal por partir. Y ahora que lo pienso, tiene sentido. Cuando estaba en la universidad, solía visitarme seguido, siempre con la excusa de algún caso o un viaje de negocios; ahora, que vivo en Nueva Jersey, usa los mismos pretextos.
—Creo que tenemos suficiente comida, pa —digo con diversión cuando lo veo ir hacia la heladera por más ingredientes—. Podríamos alimentar a todo el vecindario.
—Quiero que te lleves comida a casa, así no tienes que cocinar luego de tanto trabajo.
No puedo evitar sonreír.
—Me gusta cocinar, me ayuda a distraerme.
—Entonces prepararé para Grace.
—Le encantará. Pero quizás deberíamos hacerlo más adelante, todavía nos quedan muchos días aquí y pueden echarse a perder.
—Tienes razón. —Asiente y por un momento creo que he ganado la batalla, que dejará la cocina tranquila y me liberará para que pueda ir finalmente a dormir—. Prepararé tiramisú, no es una buena cena sin postre.
—Me prometiste torta caprese —le recuerdo.
—Ambas entonces.
No discuto, me agrada pasar tiempo con mi padre y más si tenemos una cocina de por medio. Me gustaría mucho más si fuera en un horario normal y no a las dos de la mañana, pero no puedo quejarme. Grace, por supuesto, cayó rendida después de la cena y la convencimos de que se fuera a dormir. Está en la etapa del embarazo en la que su batería se agota temprano, según mi padre será así los siguientes meses.
—Olvidé mencionarlo esta mañana —suelta de pronto—, ayer llegó el historial médico de tu madre. Si quieres darle una ojeada, está en mi oficina. Si prefieres no saber nada, lo leeré y te mandaré un resumen.
—Descuida, lo leeré más tarde.
—¿Seguro?
Su mirada es de preocupación y no puedo evitar sentirme de nuevo como un niño pequeño.
—Seguro.
Sin embargo, lo único en lo que puedo pensar es en los papeles que tienen información de mi madre, de esa persona que se fue cuando todavía no había cambiado todos mis dientes y que recuerdo a medias. Es por ello que apenas la torta se encuentra en el horno, me excuso con mi padre y voy directo a su oficina a terminar la tortura mental de una vez por todas. Las manos me tiemblan cuando enciendo la luz de la habitación y mis pasos son inseguros al acercarme al escritorio.
Un sobre de papel con la dirección de casa llama mi atención como un farol apuntando al centro del escenario. Tomo asiento en la silla de mi padre y lo abro con el peor pulso jamás visto. Laura Marin. Mi madre.
Devoro la información como si fuera la mejor lectura del mundo, empapándome de datos que entiendo a medias porque los términos médicos no son mi fuerte. Mi padre tenía razón: vive en la ciudad de Nueva Jersey, no tan lejos de mi departamento, pero tampoco tan cerca como para cruzarnos. Tan solo diez paradas de distancia en el metro, menos de veinte minutos de donde he creado mi nueva vida. Pero no es su dirección lo que llama mi atención, sino lo que dice al final de la primera página: cáncer de mamas.
Necesito un momento para procesarlo, me quedo con la mirada fija en la hoja a pesar de que no soy capaz de leer nada más porque mi vista se ha nublado y ninguna letra tiene sentido ni forma. No respiro, no lloro, no me muevo. Tan solo incorporo las palabras, las mastico e intento comprenderlas.
Mi madre tuvo cáncer.
Trago saliva con dificultad y cambio de hoja para seguir leyendo sintiendo un malestar en mi pecho. Según su historial clínico, estuvo ingresada en el hospital múltiples veces, atravesó la quimio por cinco meses, atravesó una mastectomía y fue dada de alta hace tres años. Se realiza controles regulares para asegurarse que el cáncer no haya regresado y mantiene una vida saludable. Para cuando he terminado de leer el documento, me siento más vacío que antes, más alejado de la realidad que nunca y... más solo.
Mi madre tuvo cáncer.
Mi madre estuvo enferma, a punto de morir y ni siquiera eso la impulsó a buscarme.
A duras penas siento el golpeteo en la puerta, tan absorto en mi mente que solo soy capaz de prestarle atención a mis pensamientos. No he dormido en toda la noche pensando en mi madre como tantas veces lo hice en esta misma habitación deseando despertar y escucharla escaleras abajo. Esta vez, en cambio, no esperaba escucharla, tan solo me pregunté una y otra vez qué tanto mi padre y yo la habíamos dañado con nuestra existencia para que su única solución fuera alejarse de nosotros y nunca regresar, ni siquiera ante la posibilidad de morir.
No solo me abandonó esa noche cuando era un niño, sino de nuevo hace unos años cuando vio ese diagnóstico y consideró que no merecía saberlo.
—¿Tony?
Su voz es un poco más alta que un susurro y me cuesta trabajo salir del estado de inconsciencia en el que me sumí durante toda la noche.
—¿Sí? —Mi voz es pastosa y debo aclararme la garganta.
—¿Puedo entrar?
Me obligo a sentarme en la cama y sacar los pies por el borde. Froto mis ojos con las manos para intentar mantenerme atado a la realidad.
—Por supuesto.
Una pequeña sonrisa se instala en mi rostro al verla entrar con los ojos tapados y una mano hacia adelante intentando palpar cualquier objeto que se entrometa en su camino.
—¿Qué estás haciendo, Gracie?
—No quiero verte desnudo.
—Corrección, quieres hacerlo, pero no te atreves.
Eso es suficiente para que destape sus ojos y deje su actitud tímida para dedicarme una de sus miradas registradas de molestia absoluta.
—No estás desnudo.
—Suenas bastante decepcionada —la molesto.
Bufa.
—Ya he visto lo que tienes y no me impresiona.
La sonrisa se transforma en una carcajada y su mirada asesina también se suaviza.
—¿Has dormido bien?
—Sip. —Toma asiento en la silla del escritorio y gira hacia mí—. Tú te ves bastante mal, ¿has dormido?
—No, no lo he hecho.
—¿Quieres que me vaya para que...? —Se interrumpe al verme negar con la cabeza—. ¿Quieres salir a pasear? Está nevando y pensé que sería lindo ir al parque a ver a la gente caerse, tal y como mencionaste.
—El frío te vuelve violenta, Gracie.
—Cuando tienes a otro ser vivo creciendo en tu interior y limitando tus movimientos, claro que te vuelves violenta —se defiende sin mucho éxito—. ¿Quieres acompañarme?
—Por supuesto. Preparo el desayuno y salimos, ¿te parece bien?
Asiente con la cabeza.
—Gracias, te espero abajo.
—Estaré allí en breve.
Sale de la habitación unos segundos después y no tardo en ponerme en marcha, si vuelvo a quedarme quieto, los mismos pensamientos que no me dejaron dormir durante toda la noche volverán a mí, me inmovilizarán y, poco a poco, seré un prisionero de ellos.
Entro a la cocina diez minutos después y sonrío al sentir el olor del café recién hecho. Ayer mi padre le enseñó a usar la moka y ha tenido la delicadeza de prepararme un café italiano a pesar de que ella no lo disfrutará. También ha puesto agua a hervir y tiene su earl grey casi listo.
—Gracias por el café.
—No hay de qué. Tu padre se acaba de ir —me hace saber—, dijo que volverá después del almuerzo porque tiene algunas reuniones que no pudo saltarse.
—Somos solo tú y yo.
—Y el bebé —dice en tono bromista, aunque sus palabras se asientan en mis huesos.
Salimos de casa una hora después y nos lleva quince minutos llegar a la pista de patinaje que está llena de gente riendo, girando en círculos y disfrutando. Los puestos de comida alrededor llenan el ambiente con una deliciosa combinación de sabores y sube la temperatura unas pocas décimas que se agradecen. Las decoraciones navideñas abundan, así como los villancicos y la gente disfrazada de reno, de elfo o de Papá Noel. Debo admitir que me gusta.
—¿Quieres otro té? —pregunto mientras nos adentramos en la zona de comidas—. Para mantenerte caliente.
—Estoy bien por ahora, descuida.
Tomamos asiento en uno de los tantos bancos alrededor de la pista y no me sorprende sentir la cabeza de Grace descansar en mi hombro tan solo unos segundos después de acomodarnos. Acomodo mi brazo a su alrededor y la atraigo un poco más a mí para mantenerla cálida a pesar de la nieve. Se ha abrigado bastante, con guantes y gorro de lana, pero, aun así, su nariz está roja y sus ojos llorosos por el viento helado.
—¿Venías aquí seguido? —pregunta con curiosidad.
—Sí, prácticamente cada día desde que abrían. Con Noah, con otros amigos de la escuela, con chicas.
—Por supuesto con chicas. —Ríe—. Seguro les enseñabas a patinar y hacías todo un espectáculo mostrándote caballeroso.
Suelto una carcajada.
—Has dado en el clavo.
—Te imagino como a esos adolescentes de allá. —Señala a un grupo de cinco muchachos tonteando y patinando en el centro de la pista—. Riendo más fuerte que los demás, disfrutando más que nadie y sonriendo como si fueras el rey del mundo.
—Todavía soy el rey del mundo —bromeo— y sí, creo que me veía exactamente como ellos. Si hubieras crecido aquí, también lo habrías disfrutado.
—Por supuesto. Habría hecho temblar todo tu mundo, Rossi.
—No dudo de ello. Todavía lo haces de vez en cuando.
Se retira de mi hombro para mirarme a los ojos y me da un leve empujón.
—¿Me dirás qué es lo que te pasa o debo seguir creando conversaciones tranquilas para aplanar el terreno?
—¿A qué te refieres?
Frunzo el ceño.
—¿Qué sucedió anoche que te robó el sueño?
Suelto un suspiro y comienzo a armar una excusa para no tener que hablar de ello, para ocultarle lo que siento y lo que pienso como tantas otras veces he tenido que hacer porque me rehúso a hablar de mi madre. Sin embargo, me doy cuenta enseguida que no tiene ningún sentido. Ella leeré ese historial médico, sacará sus propias conclusiones.
—Mi madre tuvo cáncer —digo sin preámbulos—. Cáncer de mamas.
—Oh, Tony. Lo siento mucho.
Niego con la cabeza.
—Lo leí en su historial médico —continúo y me sorprende notar el tono amargo y triste en mi voz, como si toda esta situación no hiciera más que remover los recuerdos y transportarme a mi infancia donde me escondía en este mismo parque—. ¿Recuerdas que le pedí a mi padre que se comunicara con ella para obtener información para la ficha de adopción? Ella accedió y le envió el informe hace unos días.
—Lo descubriste así.
—Ella estuvo grave y ni siquiera la idea de la muerte la hizo acercarse a mí.
—No, Tony —murmura y noto que a le duele tanto como a mí—. No te hagas esto. No es tu culpa que ella se haya ido y tampoco lo es que no se haya contactado contigo tantos años después.
—¿Entonces por qué me hace tanto daño?
Sus manos toman la mía y las envuelve dándome su apoyo.
—Ojalá lo supiera. Desearía tener todas las respuestas, poder decirte qué es lo que pasaba por la cabeza de tu madre, pero no puedo. Solo sé que ella fue la que perdió, ella fue la que cometió el error de no formar parte de tu vida. —Sus ojos están clavados en los míos y sus irises me transmiten aún más que sus palabras—. Eres una persona increíble, Tony. No dejes que esto te derrumbe.
—No lo hará —le aseguro.
—Prométemelo. Y si sientes que te estás cayendo, prométeme que me buscarás para que te ayude a mantenerte erguido.
No dudo un segundo en darle mi respuesta.
—Lo prometo.
—Muy bien.
No aparta la mirada de la mía y yo tampoco lo hago. En sus ojos avellanas veo todo lo que hemos pasado, lo que hemos sido y el reflejo de lo que somos ahora. En ese cálido color noto el cariño que nos tenemos el uno al otro, la confianza que hemos construido y también lo que podríamos ser. Lo que quiero que seamos.
Sin pensarlo dos veces, acorto la distancia entre nuestros labios y deposito el más casto de todos los besos. Ella no se aparta, pero tampoco necesita hacerlo porque el contacto duro tan solo unos segundos. Lo suficiente para transportar calidez a todo mi cuerpo.
—¿Me acompañarías a hablar con ella?
—Por supuesto.
—Gracias.
Me sonríe y vuelve a apoyar su cabeza en mi hombro, sin decir más nada al respecto y es perfecto de esa manera. Con mi mano aún entre las suyas, mi mejilla apoyada sobre su cabeza y las promesas flotando a nuestro alrededor.
¡Hola, hola, personitas del bien! ¿Cómo están? ¿Qué tal va enero para ustedes?
Qué felicidad me trae compartirles este capítulo y seguir avanzando con esta historia. Espero que la estén disfrutando y que no quieran matarme por este slow romance.
¿Qué creen que pasará a continuación? ¿Qué esperan que hagan nuestros queridos protagonistas?
Muchísimas gracias como siempre por su apoyo y paciencia. Gracias por leer, votar y comentar.
Les deseo una bellísima semana y espero que nos leamos pronto.
MUAK!
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