Capítulo 48
GRACE
Los días previos al inicio de las vacaciones de invierno fueron un completo desastre. Al recordarlos quiero gritar y también hacerme una bolita y llorar porque el estrés se volvió parte de mí.
Todo comenzó con los preparativos para la mudanza temporal al departamento de Tony. Qué llevar, qué no. Darme cuenta que toda la ropa que tengo actualmente no me quedará bien en unas semanas y que no tiene sentido empacar nada. Mi autoestima, ya de por sí escaso, fue en descenso y odié el físico de la persona que seré y que mi cerebro me mostró.
El baile de Navidad fue un completo dolor de cabeza. La comida llegó tarde porque la nieve complicó el tráfico, las madres estaban hechas una furia y el gimnasio era un auténtico trozo de hielo porque la calefacción no estaba funcionando correctamente lo que no hizo más que aumentar el enojo. No me gustaría ser la directora Castillo luego de las fiestas, para ser sincera.
El frío polar del baile hizo que me enfermara y Tony se puso en modo doctor conmigo, un poquito demasiado preocupado.
Como si eso no fuera poco, recogí mi scooter de su chequeo anual y olvidé que llevaba el teléfono en el bolsillo. La conclusión fue mi celular explotando contra el asfalto y yo quedando incomunicada. Por supuesto, Tony se puso furioso porque usé la motocicleta y eso llevó a una discusión bastante subida de tono en la que lo acusé de tratarme como a alguien enfermo y no como a una simple persona en cinta.
Le pedí disculpas al día siguiente ya que la discusión lo llevó a abandonar mi apartamento hecho una furia y no volver hasta la mañana. Le aseguré lo agradecida que estoy por todo lo que hace por mí y él aceptó que está siendo un poco sobreprotector. Hicimos las paces, pero sigo enferma y él sigue en modo doctor por lo cual he decidido pasar la página y dejar que me cuide.
—Deberíamos haber aceptado que mi padre viniera por nosotros —murmura Tony mirando la pantalla que anuncia el retraso de nuestro tren—. Ya podríamos estar en casa.
—Podemos esperar veinte minutos, no es nada. Además, tu padre también merece descansar y el tráfico debe ser aún peor.
—Hace frío, está nevando y estamos varados. A mí me suena a que sí es algo.
—Estamos a quince minutos de nuestras casas —le recuerdo con diversión—, eso no es estar varados.
—Deja de verlo el lado bueno a todo, Grace. Es una tragedia, tú estás enferma y deberías estar en cama en lugar de en este andén helado.
—¿Qué tal si vamos por algo caliente? —le propongo—. Un té me vendría genial.
—¿Te sientes bien? —pregunta preocupado.
—De maravilla. El té es solo para calmar los nervios.
Me mira dubitativo y le dedico una sonrisa para convencerlo. La verdad es que lo peor ya pasó, aún me duele la cabeza, me gotea la nariz y me raspa la garganta, pero no tengo fiebre ni una montaña de mocos como hace dos días.
—Un chocolate caliente me vendría bien —admite.
—Aw, el nene quiere un chocolate caliente.
Blanquea los ojos y me da un leve empujón en la espalda para que me ponga en marcha. No demoramos en llegar a la cafetería de la estación y no me sorprende para nada encontrarla abarrotada por la cantidad de trenes retrasados. Intento ser positiva y mantengo a Tony ocupado para que no siga centrándose en lo mal que va esta semana. Para él tampoco ha sido buena.
—Te gustará la casa de mi padre —asegura recibiendo su chocolate caliente—, es la típica casa de los suburbios, pero no está tan lejos de la vida comercial. Hay un parque cerca y suelen poner una pista de patinaje sobre hielo.
—No creo que sea la mejor idea que patine sobre hielo.
—Tienes razón, pero podemos ver a la gente caerse y burlarnos de ellos. También suelen montar una villa navideña. Seguro que puedes tener tu foto con Papá Noel.
Sonrío.
—Me gusta esa idea —admito—. Por cierto, ¿qué hora es?
Recibo un bufido como respuesta.
—Tienes que comprarte un teléfono nuevo, Gracie. No puedes seguir viviendo como en los noventa.
—No tengo dinero para uno nuevo y no seas tan exagerado.
—Has hecho mil horas extras este mes y el anterior, ¿cómo es que no tienes dinero?
—Ya sabes para qué es ese dinero —suelto entre dientes.
—Necesitas un teléfono.
—Prometiste que me darías uno tuyo —le recuerdo—. No necesito un iPhone último modelo.
—En realidad sí —discute—, a menos que no quieras seguir subiendo contenido a tu cuenta de Instagram.
—Puedo usar mi cámara.
Me dedica una mirada de escepticismo que me hace rodar los ojos.
—¿Me dirás qué hora es?
—Las nueve y catorce.
—Deberíamos volver al andén.
—Tienes razón. ¿Quieres que compre algo más antes de irnos?
—¿Algo más además de toda la comida que has traído para un viaje de una hora?
—Uno nunca sabe lo que puede pasar —se defiende— o de qué puedes tener antojo.
—Es una hora —le recuerdo.
—Una hora si la nieve no empeora.
No respondo y él debe tomarlo como una victoria porque sonríe satisfecho. La realidad es que no quiero discutir por algo sin importancia. No sé si son las hormonas o la ansiedad de estar incomunicada o si se debe a que pasaré las fiestas con Tony y su padre, pero últimamente estoy de un humor de perros y con poca paciencia. Ayer peleé con una señora en el supermercado por un papel de regalo que no me gustaba mucho, pero que yo vi primero y ella me lo arrebató.
El tren sale a horario, bueno, al horario retrasado y debo decir que es un alivio sentarme en un vagón calentito con suficiente espacio para las piernas. También es un alivio que Tony haya traído comida porque me da hambre al poco tiempo y él se ve bastante orgulloso de sí mismo por haber previsto este momento. La hora de viaje se pasa volando y pronto estamos bajando en la estación más cercana a su casa.
—Buenos días, muchachos —nos saluda su padre con una gran sonrisa—, me alegra que no se hayan atrasado tanto.
—No se lo recuerdes a Tony —digo en broma y recibo los dos besos en el cachete que Anthony me da—. Muchas gracias por venir por nosotros.
—Es un placer. Vamos, no quiero que pasen frío.
Anthony ayuda a su hijo a cargar los bolsos en la cajuela de un bonito Mercedes y pronto estamos en camino hacia su casa. La zona es verdaderamente tranquila y no puedo evitar sonreír al ver las decoraciones en las casas y la nieve acumulada en los jardines. No estoy acostumbrada a este tipo de festividades blancas, en Texas no hace frío y la Navidad parece otro día más.
La vivienda de los Rossi es tal y como Tony la describió: una típica casa de los suburbios con dos pisos, un bonito porche, un amplio jardín en la entrada y un columpio que se balancea por la brisa invernal.
—Noah solía vivir allí —me informa Tony señalando la casa continua con todas las cortinas cerradas—. Su mamá viajó a Alemania para pasar la Navidad con ellos.
Noto en su voz que eso lo entristece, tener a su amigo lejos y abandonar las tradiciones que mantuvieron por tantos años.
—La próxima Navidad será mejor —le prometo.
Me dedica una sonrisa triste y se aleja para sacar los bolsos del baúl. Seguimos a su padre hacia la puerta y el nudo de nervios que he ignorado durante todo el día se hace más ruidoso.
—Bienvenidos a casa —dice Anthony con una sonrisa al abrir la puerta.
Tan solo dar un paso al interior se siente como transportarse a un mundo nuevo. La casa huele a canela y está cálida. Un bonito árbol de Navidad adorna la entrada y las escaleras están recubiertas con ramitas de pino y lucecitas.
—Guau —suelta Tony a mis espaldas—. Pa, has hecho un excelente trabajo.
—Contraté a una decoradora —admite con algo de vergüenza—. Intenté hacerlo por mi cuenta y me llevó quince minutos en el supermercado entender que no tengo lo necesario. Les prometí una bonita Navidad, así que aquí tienen.
—Muchas gracias, Anthony.
El hombre se encoge de hombros, pero puedo notar que está orgulloso. El simple hecho de que se haya esforzado por nosotros deshace todos los nervios y calienta mi corazón con una sensación que no experimentaba desde la niñez. Por alguna razón, me siento como en casa.
TONY
Es la hora de la cena cuando finalmente logramos que Grace vuelva a conectarse al mundo. Tras horas de buscar mi móvil viejo en mi dormitorio, mi padre me hizo recordar que en un momento de limpieza decidí botar todos los aparatos electrónicos que no usaba. Tuve que llamar a Noah para pedirle prestado su viejo móvil y tuvimos que usar la llave que su madre nos dejó hace años en caso de emergencias para meternos a su casa, revisar sus cajones y dar con un viejo iPhone. Luego, mientras esperábamos que cargara, Noah se encargó de borrar de la nube todo lo que pudiera dejarlo en una situación incómoda y finalmente conseguimos que encendiera y poner las cuentas de Grace.
—Vaya —murmura mientras el teléfono no deja de sonar con notificaciones—, creí que nadie se daría cuenta de mi ausencia.
—Muchas de esas notificaciones son culpa mía —admito, alejándome de ella para darle una mano a mi padre con la comida—, te envié un millón de TikToks.
—Sabías que no iba a poder verlos.
—Pero ahora puedes y me lo agradecerás luego.
Me dedica una mirada divertida para luego volver a centrarse en el móvil. Se queda en la sala de estar acompañada por la primera película de Shrek en la televisión. Mi padre está concentrado en la cocina y casi no nota que he llegado hasta que estoy a su lado.
—¿Problema solucionado?
—Así es. ¿Necesitas ayuda?
—No, ya está todo casi listo. ¿A Grace le gusta la carbonara?
—Por supuesto, es requisito para que sea mi amiga.
Sus labios se curvan en una sonrisa y debería haber imaginado sus siguientes palabras por la mirada rápida que lanza hacia el sillón.
—¿Solo una amiga?
—Y la madre de mi hijo.
—Sabes a lo que me refiero —murmura.
—Claro que lo sé y no voy a contestarte cuando sabes la respuesta.
Ríe por lo bajo y la escena me recuerda tanto a mi adolescencia que no puedo evitar sonreír también.
—Has hecho un gran trabajo con la casa, pa.
—Me alegro que te guste. Pensé que quizás podríamos crear nuevas tradiciones ahora que somos de nuevo solo nosotros dos.
—Eso sería lindo.
Noto que le agradan mis palabras y eso hace que a mí no me sepan tan amargas. Es difícil estar en casa para Navidad solo con mi padre, aún con la presencia de Grace la sensación de tristeza no afloja. La última vez que estuvimos solos fue luego de que mi madre nos abandonara y los recuerdos no son agradables para ninguno de los dos. Después de ese año infernal, pasamos cada Navidad con la familia materna de Noah y el año pasado nos escapamos a Nueva York intentando prepararnos para este momento.
—Alistaré la mesa —anuncio—, no quiero que tu carbonara se enfríe.
Me pongo en movimiento tan rápido como puedo para alejar los pensamientos. Traigo un vino de la reserva de mi padre para que podamos brindar y una limonada para Grace. Voy a buscarla a la sala de estar cuando he terminado y la encuentro muy concentrada en la pantalla entre sus manos.
—¿Te estás poniendo al día con TikTok?
Niega con la cabeza y por un momento noto vacilación por su parte.
—¿Qué sucede, Gracie?
—Mi madre me mandó un mensaje ayer. Quería saber si debía contarme para la cena de Navidad.
La miro con asombro y ella niega con la cabeza como si no pudiera creérselo.
—Tengo dos opciones: o me perdonó muy rápido luego de, según ella, haberle arruinado su cumpleaños, o es tan importante para ella mantener las apariencias que me recibiría en su casa incluso si la hubiera apuñalado.
—Esa es una imagen muy sangrienta —intento bromear.
—Mi madre es increíble.
—Tal vez sí te perdonó y te extraña —suelto intentando aligerar la situación.
—Eso supondría que tiene sentimientos y ya hemos comprobado que no. Además, yo no la he perdonado por cómo nos trató y la emboscada con mi ex.
—No fue tan malo —miento.
Me dedica una mirada mortal que me hace guardar silencio de inmediato. Sí fue malo y ambos lo sabemos. Nunca he visto a Grace tan enojada ni triste como ese día y de verdad espero nunca volver a hacerlo. Nadie se merece ser tratado así por su madre y mucho menos ella.
—¿Se me permite decir algo horrible? —dudo.
—Claro, es tu casa.
—Quizás deberías aprovechar que parece estar de buenas para pedirle la información para los papeles de adopción.
Papeles de adopción. Odio esas palabras.
—No estoy lista para eso —admite—. No estoy lista para escuchar su voz, su desagrado hacia mí y su desilusión.
Trago saliva sintiéndome mal por ella.
—Tienes razón, fue una mala idea.
Me siento a su lado para intentar consolarla de alguna manera con mi presencia. Sé que no quiere un abrazo porque sé que desea que la situación con su madre no la afecte tanto y sucumbir a un acto de consuelo sería admitir que sí le importa y que sí le duele. La entiendo, cuando hablo de mi madre siento exactamente lo mismo.
—Recibí otro mensaje que no esperaba —dice tras un rato de silencio.
Le transmito mi pregunta con la mirada y ella parece escogerse en el sofá ante mi escrutinio.
—De Liam —suelta en un susurro—. Se puso en contacto conmigo hace una semana, justo después de que se me rompiera el móvil.
Una inusual corriente de aire helado se apodera de la habitación y deja mis extremidades congeladas. La lengua me pesa dentro de la boca, me cuesta respirar y no puedo moverme.
—Quería reunirse conmigo para hablar —continúa posando su mirada en mí—, para hablar de lo nuestro ahora que estoy embarazada.
—¿Le respondiste? —pregunto con dificultad.
—No todavía. Me ha mandado más de un mensaje pidiendo disculpas por su silencio y diciendo que lo entiende si lo odio ya que no me he reportado.
—¿Quieres responderle?
—Sí —dice de inmediato—. Me gustaría hablar con él y saber qué es lo que tiene para decirme. Sabes que me agrada y la verdad que no creo que sea tan malo reunirme con él. ¿Tú qué opinas?
Me siento aliviado cuando mi padre nos llama a comer porque hablar de Liam es lo que menos quiero ahora mismo.
Nos dirigimos al comedor sin soltar otra palabra y nos acomodamos en los mismos lugares que en el almuerzo. Mi padre a la cabeza de la mesa, yo a su derecha y Grace frente a mí. El sonido de los platos siendo servidos y de Shrek a lo lejos es todo lo que se alcanza a oír.
—Espero que lo disfruten —dice mi padre poniendo un plato frente a cada uno de nosotros—. No soy romano, pero estudié en la capital y la nonna de uno de mis amigos me enseñó a hacer esta carbonara. Me atrevo a decir que es de las mejores que he probado.
—Es la mejor —le aseguro.
—Gracias, Anthony. Huele delicioso.
Una vez más, ni Grace ni yo decimos nada mientras comemos y dejamos que la realidad cuelgue entre nosotros. Liam ha vuelto a aparecer. Luego de muchos días sin dar señales de vida, luego de que le dijera Grace que necesitaba pensarlo y la dejara con la duda de si volvería siquiera a dirigirle la palabra. Luego de que me hubiera hecho a la idea de que no volvería a cruzarse en nuestros caminos.
—Creo que es injusto —suelto de pronto, interrumpiendo a mi padre a mitad de una anécdota que no estaba escuchando—. No debería haberte enviado ese mensaje.
—Me dijo que necesitaba tiempo —me recuerda.
—Solo tenía que procesarlo y ya está. Un día o dos habrían bastado.
—No todos tienen los mismos tiempos, Tony.
—No debería haberse tardado tanto —insisto—. No pensó en cómo te sentías tú ni en lo que su silencio te dijo.
—¿Qué fue lo que su silencio me dijo? —suelta con una pizca demasiado grande de sarcasmo.
—Que no le importabas.
Suspira y deja el tenedor sobre la mesa.
—Eso no es cierto.
—Creo que no deberías responderle.
—¿Y eso por qué?
—Porque mereces a alguien que no tenga que pensar si vales la pena. Mereces a alguien que actúe, que no dude y que te haga sentir segura. Mereces a alguien que no te deje en silencio por diez días.
—¿Y quién sería esa persona, Tony?
No respondo y ella no espera que lo haga tampoco. Murmura una disculpa hacia mi padre y vuelve a comer en silencio, sin mirarme durante el resto de la cena.
¡Hola, hola, gente bella! Buen inicio de año, ¿cómo han estado?
Me hace muy feliz estar aquí de nuevo con otro capítulo y también porque todas las ideas se han alineado y bueno, quizás para nosotros las fiestas de fin de año ya pasaron, pero para Grace y Tony prometen cosas importantes.
Muchísimas gracias como siempre por su paciencia y por leer. Espero que les esté gustando la historia y este slow romance que tiene mucho de slow.
Les deseo un bellísimo día y nos leemos pronto.
MUAK!
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