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Capítulo 45

GRACE

Tener a Tony en casa se siente... distinto.

Mientras lo ayudo a ordenar el sillón para que le resulte más cómodo, una sensación de confort se apodera de mí. Él acomoda los almohadones con cuidado para tener más espacio y los deja sobre una de las sillas del comedor para que no se ensucien, consciente de lo mucho que me molesta tener mi pequeño departamento desordenado. Corre la mesa de café unos cuantos centímetros porque, según él, teme darle un manotazo dormido y romper el jarrón con flores que decora la sala. Todos sus movimientos son cuidados, pero, sobre todo, naturales. No lo hace para no hacerme enojar, lo hace porque sabe cómo comportarse conmigo, porque me conoce.

—Creo que así está bien —dice admirando su trabajo.

—¿Seguro que no quieres otra manta?

Me mira con diversión.

—Gracie, me has dado cinco mantas. No estamos en la Antártida.

—No quiero que sientas frío. —Me encojo de hombros—. Pero si lo haces, puedes despertarme sin problemas y te traeré otra.

—No lo haré —me asegura—. Puedes ir a dormir tranquila.

Asiento como respuesta; sin embargo, no muevo los músculos de mis piernas para alejarme de él.

—¿Cómo te fue en la cena? —pregunto con un poco de dudas. No ha dicho mucho desde que nos encontramos cerca del metro una hora atrás—. ¿Tu padre te regañó?

—Me fue bastante bien —responde tomando asiento en su cama improvisada—. Mi padre lo tomó mejor de lo que esperaba.

—Eso es estupendo.

—¿Y a ti? ¿Cómo te fue con Luke?

Le dedico una mirada de advertencia que lo hace sonreír como a un niño travieso.

—La cena con Liam estuvo... bien.

—Escucho duda en tu voz.

—No puedo definirla tan fácilmente —intento explicarle—. Su respuesta fue la adecuada para la situación.

Palmea el sofá para invitarme a sentar y eso es justo lo que hago. Miro mis manos intentando encontrar las palabras para definir la cena y cómo me sentí con la reacción de Liam.

—Guardará el secreto —comienzo—, está legalmente obligado.

Su ceño se frunce y no puedo culparlo.

—¿Se casaron y no me enteré?

Es mi turno de sonreír.

—No. Es mi abogado.

—¿Qué? —suelta más confundido que antes.

—Liam me hizo firmar un contrato en que se compromete a ser mi abogado ad honorem para hacerme sentir segura. Dijo que, como mi abogado, no puede divulgar mis secretos y que si eso me ayudaba a abrirme con él, podíamos intentarlo.

—¿Y lo firmaste?

—Sí.

—Eso es... raro.

—Lo es —admito—, pero él tenía razón, me hizo sentir más segura y pude contarle la situación.

—¿Fue amable contigo?

—Lo fue. Me pidió tiempo para pensar, lo cual es lógico considerando que ninguno de nosotros dos termina de procesar toda la situación.

—¿Tú quieres...?

No termina la frase y lo miro para encontrar algún rastro de lo que quería decir en su rostro.

—¿Tú quieres seguir con él?

—Técnicamente no estamos juntos —le recuerdo—. Solo hemos tenido un par de citas.

—Pero te gusta.

—Lo hace. Pero no sé si quiero seguir con él. La situación es complicada y no quiero meterlo en nuestros líos, creo que no se merece eso.

—Si él eligiera ser parte, ¿lo dejarías?

Me lo pienso un momento porque no tengo una respuesta certera para darle. Liam me gusta y me agrada pasar tiempo con él, considero que cuando estoy a su lado me preocupo menos por cómo me veo y disfruto el momento. También me siento cómoda cuando hablo con él y me divierto. Sin embargo, avanzar con una relación y un embarazo de manera contemporánea suena bastante complicado. Las hormonas me afectarán aún más tarde o temprano, las relaciones sexuales serían incómodas y la responsabilidad emocional que pondría en sus manos sería enorme. Si él decidiera acompañarme, creo que intentaría persuadirlo antes y luego aceptaría.

—Creo que sí.

—Crees —repite con diversión.

—Es una situación complicada —digo de nuevo—. ¿Tú qué harías en mi lugar?

—Aceptaría mi propuesta de vivir juntos.

—Hablo de Liam y de mí, no de nosotros. —Le dedico una mirada de advertencia—. Además, te estoy dejando dormir aquí.

—Creo que tampoco sabría qué hacer —me confiesa—. La situación es una mierda y no se siente justo incorporar a una tercera persona que se quedará, quiera o no, siempre al margen.

—Supongo que tendré que consultarlo con la almohada hasta que él tome una decisión.

—Puedes hablar conmigo si lo necesitas. Sé que bromeo sobre él, pero tú me importas y quiero lo mejor para ti.

Sonrío con cariño y tomo su mano entre las mías.

—Gracias, Tony.

—Recuerda este momento en un par de meses cuando quieras matarme.

Una carcajada escapa de mis labios y asiento con diversión.

—Lo prometo.

—Bien.

Dejo ir su mano con la intención de irme a dormir; sin embargo, otro pensamiento se me cruza por la mente antes.

—¿Hablaste con tu padre de la información que necesitamos para los formularios de adopción?

—Vaya cambio de tema.

—Lo lamento, lo acabo de recordar.

—Sí, hablé con él sobre ello —responde con menos ánimo que antes—. Me prometió que me daría la información que necesitemos y también intentará contactar con mi madre.

—Tony, sabes que no es necesario hablar con tu madre.

—Lo sé, pero quiero que la información esté completa. Estamos hablando de un bebé, Grace. De su salud, de su futuro —insiste—. Es importante tener la visión completa.

Muerdo mi labio inferior intentando pensar una respuesta adecuada para darle, pero la realidad es que no se me ocurre ninguna. Cuando hablamos de esto por primera vez, quizás lo hice ver más serio de lo que en verdad era y no quiero que se sienta presionado. Su madre se fue de su vida por una razón y él ya ha hecho ese duelo y cerrado el capítulo, no quiero que tenga que pasar por ese trauma de nuevo.

—Tal vez tu padre podría ser intermediario —propongo a pesar de que suena como una pésima idea—. Él podría hacerle las preguntas.

—Nos preocuparemos de eso más adelante.

—Yo no sé cómo haré para hablar con mi madre de esto —me sincero—. Me gustaría no tener que dirigirle la palabra nunca más, pero es la única que podrá darme las respuestas.

—Lo haremos juntos.

Curvo mis labios en un intento de sonrisa y luego me pongo de pie porque creo que ya hemos tocado temas demasiado serios por hoy. Ambos necesitamos un descanso, irnos a dormir, hablar con la almohada y empezar un nuevo día con las ideas un poco más claras de ser posible.

—Creo que me iré a dormir —anuncio—. Estoy un poco cansada.

—Sí, a mí también me gustaría descansar. La conversación con mi padre me drenó más de lo que esperaba.

Doy los primeros pasos para alejarme de la sala, aunque me detengo antes de llegar al pasillo.

—Tony.

—¿Sí?

—Me alegra que estés aquí.

Su sonrisa es amplia.

—A mí también me alegra estarlo.

—Pero no puedes dormir en mi sofá eternamente.

—¿Estás invitándome a tu cama? —Arquea una ceja.

—No. Digo que deberíamos buscar una solución.

—Hablaremos de eso luego, ¿sí?

Asiento con la cabeza.

—Hasta mañana, Tony.

—Hasta mañana, Gracie.

Esta vez sí realizo el camino completo hasta mi habitación, aunque me quedo sentada en la cama con la vista fija en el acolchado. Ambos conquistamos un largo camino esta noche, no solo con nuestras cenas, sino también con los temas que poco a poco hemos comenzado a tratar. No sé qué tan lista estoy para dar los pasos que se requieren, para levantar el teléfono y llamar a mi madre. Para plantearme la posibilidad de dejar mi apartamento con todo lo que estas paredes y este techo han significado para mí.

Lo que sí sé, sin embargo, es que desde que Tony se pasa todo el día en mi sala, el lugar se siente menos vacío y más como un hogar. No sé si tiene que ver con el delicioso olor de sus recetas, con las peleas por las botellas vacías de agua o por su sola presencia, pero la sensación está y me estoy acostumbrando más rápido de lo que debería.

TONY

El apartamento de Grace se sume en el silencio en tanto ella apaga la luz de su habitación. Mi respiración es lo único que alcanzo a escuchar, un vaivén constante que debería tranquilizarse con el correr de los minutos, pero que se mantiene igual porque mi mente está demasiado ocupada como para poder desconectar.

La conversación con mi padre se repite en un bucle constante donde puedo repasar cada detalle de lo que dijo. Tengo un fideicomiso. Un maldito fideicomiso. Mi padre me ha guardado secretos antes por mi propio bien, pero creo que este es el que menos esperaba. Tengo una suma de dinero ridícula a mi nombre que podría usar mañana mismo si lo deseara. Lo suficiente para comprar una casa en las afueras de la ciudad. Más de lo que necesitaría para pagarme una maestría en una universidad prestigiosa y no tener que trabajar en el transcurso.

Mi padre siempre ha sido precavido, ahorrador y, sobre todo, me conoce mejor que nadie. Creo que se debe a su naturaleza italiana, a las enseñanzas que le dieron sus padres sobre evitar el consumismo y guardar para el futuro, para sus hijos. Me cuesta concebirlo yendo a un banco cuando yo era un niño, abriendo una cuenta a mi nombre y poniéndole una condición de edad para que mi yo adolescente y estúpido no se lo gastara en viajes.

Ahora, gracias a él y a su inteligencia sobrehumana, tengo otras posibilidades frente a mis narices y no puedo dejar de darle vueltas a las más atractivas. Los «y si» me invaden con tanta potencia y velocidad que me termina girando la cabeza. Mi imaginación se dispara, me lleva por todas partes y me provoca un dolor en el pecho que me preocupa porque significa que eso es lo que quiero.

Niego con la cabeza y me obligo a cerrar los ojos, concentrándome en el silencio del apartamento y no en el griterío de mi mente. No puedo tomar decisiones importantes ahora, no cuando no he terminado de procesar las noticias y, mucho menos, no sin consultarlo con las personas correctas.




Me despierto con un fuerte dolor de cabeza que martillea mis sienes y unas inmensas ganas de comer algo dulce. No sé cuál es la conexión entre ambas, pero no voy contra mi cuerpo y me levanto adolorido del sillón. Grace tenía razón, no iba a dormir cómodo, pero no planeo decírselo o no me dejará quedarme nunca más aquí.

Es temprano todavía y, al acercarme al baño, escucho la respiración tranquila de Grace desde su habitación. Sin hacer ruido, me higienizo y visto antes de salir del departamento con dos paradas en mente: una, encontrar una farmacia donde abastecerme de ibuprofeno y dos, conseguir una pastelería donde saquear sus reservas de rolls de canela.

Emprendo camino sin un rumbo fijo con la intención de deshacerme de los restos de sueño. No puedo decir que haya descansado bien anoche y ahora, más que nunca, extraño mi cama, pero estoy convencido de haber hecho lo correcto. Grace me dio la razón anoche, necesitamos encontrar una solución.

Sin siquiera darme cuenta, he marcado el número de mi persona de confianza número uno y me he llevado el teléfono a la oreja. Bendita sea la diferencia de huso horario o me estaría insultando por despertarlo a las ocho de la mañana en un fin de semana.

¿Qué sucede? —pregunta nada más contestar, como si se oliera que algo está mal—. ¿Quién se murió?

—No se murió nadie, Noah. Y buenos días para ti también.

¿Seguro que está todo bien? —insiste.

—Sí, muy seguro.

En ese caso, es estupendo escucharte. ¿Cómo estás, Tony?

Rio al notar el cambio en el tono de su voz y no tardamos en ponernos al día con nuestras vidas. Él me cuenta de su maestría, de su trabajo que lo está dejando sin energía y de lo mucho que extraña a Fran. Yo lo pongo al corriente sobre el embarazo de Grace, los acuerdos a los que hemos o no llegado y la conversación con mi padre.

Tienes un fideicomiso —suelta sorprendido— y tuviste el descaro de llamarme a mí niño rico por años.

—¡No sabía que lo tenía! —me defiendo a duras penas.

¿Y qué planeas hacer con el dinero?

Me quedo un momento en silencio mientras me replanteo mi respuesta y, a la misma vez, miro las marcas de ibuprofeno en la farmacia.

—No lo sé. Quiero usarlo sabiamente, mi padre lo creo para que sea un impulso en mi vida.

Escúchate siendo todo maduro —me molesta.

—Púdrete, Wayne.

Sé que no me corresponde emitir palabra sobre esto, pero ¿se lo has dicho a Grace?

—¿Decirle qué? —pregunto confundido.

Que su donante de esperma es rico.

—No soy rico y tampoco su donante de esperma. Me lastimas.

Sabes a lo que me refiero.

—No, no se lo he dicho. Anoche sucedieron demasiadas cosas y no saqué el tema porque quiero procesarlo primero.

Creo que deberías hablarlo más a fondo con tu padre. ¿Sigue en la ciudad o ya volvió a casa?

—Sigue aquí hasta el martes. De hecho, planeo presentarle a Grace.

Guau, eso es un gran paso.

—Estamos hablando de la mujer que lleva a mi hijo en su vientre, Noah, no de mi novia.

Tu hijo —repite—, ¿sabes que es la primera vez que lo llamas así?

No respondo porque tiene razón. Siempre me he referido al bebé como un conjunto de células, pero ya no puedo fingir que no es mucho más que eso. Grace tiene tres meses de embarazo, el conjunto de células ya es un bebé y es mío.

—¿Debería hablar con mi padre sobre el dinero antes de que conozca a Grace o después? —pregunto con duda.

Eso depende. ¿Quieres que Grace sepa del dinero o no? ¿Crees que ella pueda replantearse ciertas cosas sabiendo del fideicomiso?

Una vez más no contesto y es por eso que lo he llamado a Noah. Él es mi Pepe Grillo, la voz de mi conciencia, el que sabe hacer las preguntas correctas en el momento indicado.

¿Qué estás haciendo ahora? —quiere saber luego de unos segundos de silencio.

—Acabo de salir de la farmacia, me duele la cabeza —explico— y ahora estoy buscando una pastelería o cafetería que tenga rolls de canela.

¿Rolls de canela? ¿Desde cuándo comes rolls de canela?

—No lo sé. Me desperté con ganas de comerlos.

La ciudad te está arruinando.

Suelto una sonora carcajada que lo hace reír a él también y continuamos con nuestra charla, él acompañándome mientras camino por la ciudad, compro los benditos rolls y vuelvo al apartamento de Grace con un hambre descomunal. Me despido antes de entrar para no despertarla si sigue durmiendo y él me hace prometerle que lo mantendré al tanto de mi vida.

—¿Tony? —me llamada Grace en tanto abro la puerta, su voz viene del baño—, ¿Eres tú?

—¿Quién más tiene llave de tu casa?

No tarda en salir al pasillo luciendo más pálida que nunca.

—¿Qué sucede? —pregunto preocupado—. ¿Estás bien?

­—Náuseas matutinas —contesta con pocos ánimos—. ¿Por qué ser mujer es tan horrible?

Contengo la sonrisa que tanto deseo esbozar porque presiento que me golpeará.

—¿Te sientes bien para desayunar y tomar tus vitaminas?

—Sí, ya se me pasaron.

—Pensaba que podríamos ir a una librería más tarde —le propongo entrando a la cocina para prepararnos el desayuno—, buscar libros sobre el tema.

—Me parece bien. Oye, ¿qué es ese delicioso olor? —Señala la bolsa de papel.

—Rolls de canela.

Sus ojos se abren de par en par y esta vez no puedo evitar sonreír. ¿Qué le sucede?

—¿Todo en orden?

—Sí, es solo que... —Niega con la cabeza confundida—. ¿Cómo lo supiste?

Ahora el confundido soy yo.

—¿Saber qué?

—Que tengo antojo de rolls de canela.

—Estás bromeando conmigo —la acuso.

—No, lo juro. Me desperté queriendo comer rolls calentitos, con té negro y acurrucada frente a la TV.

Es mi momento de mirarlo extrañado y una rara sensación me recorre de pies a cabezas. ¿Cuáles son las posibilidades de que me haya despertado con antojo de rolls de canela y ella también?

—Me da miedo —le confieso.

—Bienvenido a la paternidad.

Nos sonreímos a través de la cocina y ambos negamos una vez más con la cabeza no pudiendo creer la casualidad.

Rolls de canela.

Ese es su primer antojo. Y el mío.

¡Hola, gente bella! ¿Cómo están? ¿Qué tal su día?

Me ha gustado mucho escribir este capítulo, me salió tan natural que espero que la conversación de Tony y Grace, así como la de Tony y Noah, se haya sentido de la misma manera. Podemos ver que nuestro querido Tony comienza a tener sus dudas sobre sus decisiones, ¿creen que pueda cambiar pronto?

Por cierto, ahora yo también quiero rolls de canela.

Les agradezco por su paciencia y cariño. Gracias por leer, votar y comentar.

Les deseo un magnífico fin de semana.

MUAK!

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