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Capítulo 4

GRACE

El inicio de clases es tan emocionante como aterrador, nada ha cambiado con el pasar de los años. El primer día sigue produciéndome una sensación rara en la boca del estómago, una acidez que no es por lo que comí la noche anterior o por haber bebido alcohol, cosa que no hice, sino por los nervios. Lo cual es loco porque no soy profesora ni alumna, solo soy la bibliotecaria y eso puede ser igual de escalofriante y estresante.

En el instituto Lester se trata de desarrollar los distintos tipos de inteligencia de los estudiantes y muchas veces soy yo quien nota los primeros signos. Si los libros que piden prestados son de literatura, de ciencia o de tecnología. Cuánto tiempo lo tienen y cuántas veces lo renuevan o buscan algo similar. Entonces viene mi acercamiento gentil y les recuerdo los múltiples talleres que tenemos disponibles y veo cómo se iluminan sus miradas. Esa es una gran responsabilidad y cada año con nuevos estudiantes los desafíos no dejan de aumentar.

Así que sí, por supuesto, si alguien me pregunta, estoy nerviosa porque no quiero meter la pata. También estoy emocionada porque abrir puertas es algo increíble y ser quien custodia esas puertas llamadas libros es un trabajo soñado.

Como cada primer día desde que soy pequeña, tengo mi propia rutina y comienzo la mañana con un nutritivo desayuno y poniéndome la ropa que he elegido la noche anterior. Hoy, pese a la tradición, me salteo la parte de hacer un pequeño baile por el living para aumentar mi buen humor porque temo que mi motocicleta no arranque y sea tarde para alcanzar el subterráneo. No puedo llegar tarde una vez más, no es siquiera una posibilidad para mí quedar como la impuntual. No me agradan los impuntuales y no me convertiré en una.

—¿Dónde están las llaves?

No espero una respuesta porque vivo sola y el gato que suelo cuidar no está en casa. Si alguien me contestara, sería momento de hacer las maletas y mudarme a otro país.

—Llaves, llaves, llaves...

Suelto un grito de júbilo al encontrarlas junto a mi colección de libros y me apresuro a continuar con la rutina. Con mi abrigo ya puesto, la mochila en la espalda y el casco en mano, salgo del apartamento para buscar mi scooter. Saludo a la vecina al pasar y procuro no notar que arruga la nariz cuando me ve porque es una vieja amargada y no le gusta mi estilo. En lugar de sentirme mal por su rechazo, doy pequeños saltos al bajar las escaleras y llego al garaje que no me corresponde, pero que mi vecino Brian me deja usar porque él no tiene automóvil. Aprenda del vecino del 1B, señora Kingstone del 1A.

Ignoro el sonido de mi móvil que anuncia una llamada y retiro la moto de su estacionamiento hasta dejarla junto a la acera, vuelvo a cerrar con llave y candado. Entonces le ruego a los dioses de las motocicletas para que la mía arranque y no me haga gastar un dineral en el mecánico cuando estoy ahorrando cada centavo para mi librería.

Bufo cuando el teléfono vuelve a sonar y lo busco en mi bolso para cortar la llamada. No tengo tiempo para contestar, el primer día es caótico. Sin embargo, la sangre se me congela al notar el nombre en la pantalla y decido que no tengo tiempo para esto. No tengo tiempo para mi ex, para decirle que quiero verlo cuando no estoy segura de que así sea. Nuestra relación ha sido rara desde el inicio, idas y vueltas que no tienen sentido.

Estoy a nada de guardar el móvil en su lugar cuando un fuerte y punzante dolor se apodera de la parte baja de mi pierna. Mi primera reacción es gritar y cubrirme, la segunda es intentar no llorar a moco tendido cuando encuentro sangre en mi mano y veo a un asombrado paseador de perros regañar a un chihuahua que no deja de ladrarme como si la que hubiera mostrado los colmillos fuera yo.

—Lo siento muchísimo —se disculpa y noto la incomodidad en sus ojos—. Es su primera caminata y sus dueños me dijeron que era tranquilo.

—No te preocupes.

—Sé que tiene sus vacunas al día.

—De verdad, no hay problema.

—Puedo pedir una ambulancia.

Claro, ¿y quién pagará los cinco mil dólares de la ambulancia? ¿Y mi cuenta médica? Mi seguro es bueno, pero no para tanto.

—Estoy bien —le insisto, aunque es más para que me deje en paz que otra cosa.

Me duele, me arde y quiero llorar. Pero no puedo llegar tarde.

—Lo siento, hablaré con sus dueños y los haré venir conmigo esta noche para que se hagan cargo de la cuenta médica.

—Descuida, sigue tu trabajo. Y que tengas un lindo día.

El pobre muchacho se ve amarillo del mal momento que está pasando y sé que no es su culpa, él no ha educado a ese demonio que dice ser un chihuahua. Solo debe tener unos diecisiete años y no quiero que pierda a un cliente por mi culpa, tampoco seguir escuchando al mordedor que no deja de ladrarme como un loco.

—Tengo que irme —digo sin más y le hago un gesto lo más amable que puedo para que se corra—. Voy tarde.

Parece entender la indirecta porque se mueve y la manada de perros, junto al diablo, lo sigue. Limpio mi mano en la servilleta descartable que siempre llevo conmigo porque las alergias pueden llegar en cualquier momento y me subo a la motocicleta. Me encargaré de desinfectarme la herida cuando llegue al instituto, no evaluaré los daños hasta entonces. Sí puedo decir que me arde y que siento la sangre saliendo, aunque no tan deprisa como hace un minuto.

Soy una persona de gatos y creo que el chihuahua lo notó.

Suspiro de alivio cuando la moto enciende y me coloco el casco antes de salir rápido hacia mi destino. Entre antes llegue, mejor.

Ignoro las lágrimas en todo el trayecto hacia el instituto y me concentro en la carretera en lugar de mi móvil que no deja de sonar, la pierna que me molesta y todos los indicios que me dan a entender que hoy será un pésimo día. Quizás debería haber hecho el baile del primer día.

Estaciono en el parking de profesores y miro mi pierna que parece haber sido testigo de una masacre. Por todos los cielos, debo estar soñando porque parece una maldita broma. Mi pequeño consuelo es que la falda no está manchada y alcanza a cubrir la mayor parte del mordisco.

—Maldito chihuahua —mascullo por lo bajo.

Me pongo en marcha con un objetivo en mente: el baño de profesores del primer piso. Saludo a Leonard, el portero, al pasar y noto que me dedica una mirada preocupada al ver que cojeo un poco.

—Es una larga historia.

—¿Necesita ayuda?

—Estoy bien, muchas gracias.

El señor, acostumbrado a no hacer muchas preguntas, se saca el sombrero y me sostiene la puerta con caballerosidad. Le sonrío porque no sé qué más hacer dadas las circunstancias para luego seguir con mi camino intentando cruzarme a la menor cantidad de gente posible. Suspiro de alivio al ver el baño y entro casi corriendo, como si mi vida dependiera de ello.

Con una elasticidad que ya daba por perdida, elevo la pierna hasta el lavamanos y me subo la falda para darle el primer vistazo real a la herida. Tengo dos marcas de colmillos que se ven profundas y de dónde ha estado saliendo la sangre, así como también la sombra de los otros dientes que no han logrado penetrar la piel y, mucho menos, el músculo. Me lavo con abundante agua y descubro que unos pequeños moretones han comenzado a rodear el mordisco, aunque no noto una infección. Bien, no soy doctora, pero se ve normal.

Busco el botiquín de primeros auxilios y empapo una gasa con agua oxigenada para terminar de desinfectarme. Muerdo mi labio con fuerza para no chillar cuando el escozor me saca las lágrimas que he estado conteniendo y miro hacia el techo en un vano intento de pararlas.

—Más te vale, universo, que encuentre mil dólares al terminar el día porque algo tiene que compensar este comienzo de mierda.

Una vez más, no espero respuesta y, en su lugar, me vendo la zona lastimada y me acomodo la ropa. Limpio el desastre que he provocado en el baño y respiro hondo porque no hay nada más que pueda hacer. Mi día ha comenzado fatal, sí, pero no puedo permitir que termine de la misma manera.

Recojo mis pertenencias, me doy una última mirada en el espejo y me obligo a sonreírme. Una sonrisa puede mejorarlo todo, solo tengo que convencer a mi cerebro de que es real.

Por todos los cielos, vivir sola está comenzando a afectarme.

­—¡Ya basta! —exclamo enojada, intentando mantener mi tono lo más bajo posible cuando mi móvil vuelve a sonar—. ¿No entiendes la indirecta?

—¿Me hablas a mí?

Elevo la mirada de golpe y finjo otra sonrisa, pero esta vez dedicada a Tony Rossi y no a mí misma. Entendido universo, no vuelvo a amenazarte.

—No, lo siento. Estaba hablando sola.

—Oh, descuida. Lo entiendo. —Es su turno de sonreír—. No sé si tú vives sola, pero desde hace unos días estoy manteniendo conversaciones conmigo mismo. Raro, ¿no lo crees?

Río por lo bajo porque no esperaba escuchar esas palabras. ¿Acaso me leyó la mente?

—Creo que es lo normal. Yo también lo hago.

—Eso me trae un poquito de tranquilidad, aunque tampoco me alivia, ¿sabes? ¿Va a ser siempre así?

Asiento como respuesta.

—Vaya, mejor empiezo a hacerme amigos antes de que me manden al loquero.

—Estarás bien —le aseguro.

—Oye, ¿sabes dónde...?

El molesto sonido de mi móvil interrumpe su oración y suelto un suspiro porque estoy a nada de tirar el aparatito a la basura.

—Lo lamento, tengo que irme.

—Claro, nos vemos luego, Grace.

Le dedico otra sonrisa a modo de despedida y avanzo por el pasillo hacia las escaleras intentando caminar lo más normal posible. Es difícil porque me duele la pierna y la sensación es similar a un calambre, si eso tiene sentido.

—¡Grace! —me llama Tony.

Volteo para verlo sin dejar de avanzar.

—¿Estás bien?

—De lujo.

No se la creo y no lo culpo porque yo tampoco me creo mis palabras.

TONY

Vaya primer día. ¿Quién diría que volver al instituto sería aún más increíble que la primera vez? Soy un éxito; a pesar de lo egocéntrico que pueda sonar, es una realidad. Mis alumnos han sido asombrosos, yo he sido asombroso y la sensación de triunfo que experimento en este momento no tiene comparación. ¿Ganar la final de un campeonato de fútbol americano? Sí, es un lindo recuerdo. ¿Graduarme? Fue increíble. Pero ¿lograr que mis alumnos me sonrían y participen de la clase por gusto? ¡Un éxito total!

No me llevaré todos los créditos de mis primeras increíbles clases porque si bien soy muy confiado en mí mismo, hace unos días estaba muerto de miedo y recibí ayuda. Seguí los consejos de Grace al pie de la letra y estoy seguro que, de no haberlo hecho, no estaría tan contento en este momento.

Empecé presentándome y aclarando cuáles son mis pronombres lo que me hizo receptor de un montón de sonrisas. Cuando les pedí a los estudiantes que hicieran lo mismo y me contaran sobre ellos, descubrí que tengo un océano sin explorar frente a mis narices y que el instituto Lester es el lugar adecuado para mí. La primera tarea que les di fue que me trajeran, antes de que terminara la semana, su libro, manga o comic favorito, así como un saludo corto que será solo entre alumno y profesor. Los más grandes me miraron mal al principio, pero al final de la clase ya estaban pensando un apretón de manos especial.

Recorro los pasillos sintiéndome como el rey del baile de graduación y comparto saludos animados con los alumnos que, al parecer, han corrido la voz sobre mí. Eso es algo bueno y escalofriante también. Se me da bien cumplir con las expectativas, pero también me produce ansiedad.

Me detengo al llegar a la oficina de Grace y cambio de mano la bolsa para tocar la puerta. Por los sonidos que vienen del interior, sé que está ahí adentro y eso es un alivio porque quiero agradecerle y, además, tengo que cumplir con mi promesa. Escucho que deja de teclear y la silla deslizarse por el suelo, unos segundos después, abre la puerta y me quedo sin palabras al verla.

—¿Necesitas ayuda con algo? —pregunta confundida.

—Creo que eso tendría que preguntártelo yo.

—No entiendo.

—¿Estás bien, Grace?

—Claro, te dije a la mañana que estaba de lujo.

—No sé cuál es el lujo que conoces, pero te ves fatal.

Su ceño se frunce de inmediato y atajo la puerta al notar sus intenciones. Mis palabras sonaron horribles, pero es que en verdad se ve muy mal. No su atuendo, su atuendo es bonito. En cambio, su apariencia no lo es. Su cabello está despeinado, su piel pálida, sus ojos enrojecidos, sus labios blancos y tiene una pequeña capa de sudor que no me brinda nada de tranquilidad.

—Si vienes a insultarme, estoy ocupada.

—No he venido a insultarte.

Arquea una ceja. Incluso sintiéndose como la mierda puede asesinarme con la mirada.

—Es que te ves mal...

—Suficiente, Tony. No estoy para bromas.

—¿Estás enferma? —me apresuro a decir.

Oh.

—¿Lo estás?

—No, no estoy enferma.

—¿Tienes fiebre?

—No.

—¿Frío?

—Sí, pero es normal aquí.

—Tienes puesto un cárdigan que se ve pesado, no tendrías que tener frío.

Noto que va a discutir porque parece ser su actividad favorita y no voy a dejar que gaste energía en eso cuando parece que en cualquier momento va a caer dura al suelo. En lugar de dejarla hablar, doy un paso hacia ella y elevo mi mano hasta posarla en su frente.

—¿Qué demonios?

Mi mano cae cuando se aleja, pero el contacto ha sido suficiente.

—Tienes fiebre —determino.

—Y tú no sabes respetar el espacio personal.

—Discute todo lo que quieras, pero estás enferma y luces fatal.

—Gracias por el cumplido.

Esta vez, en lugar de intentar cerrarme la puerta en la cara, se aleja caminando despacito y temblorosa. La sigo sin dudarlo porque algo me dice que está al borde del desmayo y tiene tantos libros por aquí que podría lastimarse de verdad.

—¿Qué quieres, Tony?

—Venía a darte las gracias por tu consejo y a traerte el almuerzo, ahora quiero que vayas a la enfermería.

—¿Por qué me traerías el almuerzo?

—Te lo prometí.

—¿Lo hiciste?

Noto que cojea los últimos pasos y se desploma sobre la silla de su escritorio. Apoya la cabeza en su mano y parpadea tan largo y tendido que me asusta. Tiene que ir a la enfermería urgente.

—¿Puedes por favor decirme qué es lo que te sucede, Grace?

—Ya te lo he dicho, estoy bien.

—Tu cuerpo dice lo contrario. La fiebre no suele ser un indicio de buena salud.

—No tengo fiebre.

—Y una mierda que no.

—Oye, no debes hablar así aquí. Los alumnos pueden escucharte.

—Dime qué te sucede y dejaré de soltar palabrotas.

—Tony...

—Culo. Mierda. Polla. Te...

—¡Okey! Pero que conste que estoy salvando tu trabajo.

Evito chasquear la lengua porque ahora estoy más preocupado en ella y en su palidez que en el hecho de que puedan llamarme la atención por usar lenguaje indebido. Además, su oficina está alejada de todo y los estudiantes están en el comedor.

—Soy todo oídos.

—Me mordió un perro.

—¿En serio?

Asiente con la cabeza y noto lo avergonzada que se siente por lo que evito reírme.

—¿Cuándo venías hacia aquí?

—Sí, estaba sacando mi scooter y pasó un paseador, uno de ellos me mordió.

—¿Muy grande?

Sus mejillas toman un leve color rojizo.

—Un chihuahua.

Muerdo el interior de mis mejillas para evitar que se me escape una carcajada porque es gracioso, pero deja de serlo si le doy una segunda mirada porque se la ve fatal.

—¿Fuiste al hospital?

—No.

—¡Grace!

—No podía llegar tarde —se excusa y debe ser la respuesta más idiota que he escuchado—. Me lavé cuando llegué.

—¿Puedo verlo?

—¿Al perro?

—Al mordisco.

Oh. —Se toma un momento y su pestañeo dura unos alarmantes treinta segundos—. No.

—Podría ayudar.

—¿Eres médico?

—No, pero tuve un perro cuando era niño.

—Vaya, debes haber salvado muchas vidas.

Le sonrío porque su humor ácido es una buena señal a pesar de todo. El día que no me discuta, estaré preocupado de verdad.

—Deja de ser una cabeza dura y déjame ver.

—Eres un pesado.

Sin embargo, se acomoda en su silla y entiendo que me está dando permiso para inspeccionar la herida. Dejo la bolsa con comida sobre su escritorio y rodeo la mesa porque no voy a desaprovechar la oportunidad cuando está claro que no habrá otra, comienzo a preocuparme de verdad por su salud. Grace eleva su falda hasta las rodillas y veo que tiene una gasa manchada de sangre en su gemelo que luce bastante mal. Con un poco de duda y las manos temblorosas, quita el vendaje y trago en seco al ver que efectivamente tiene infectada la herida.

—Maldito chihuahua —masculla.

—Tienes que ir a la enfermería, Grace.

—No, la enfermería es para los estudiantes.

—Entonces al hospital.

Sus ojos color miel me buscan y detrás de la nubosidad de la fiebre, noto que quiere matarme.

—¿Has visto el seguro médico que tenemos?

—¿Prefieres que te corten la pierna?

—No me cortarán la pierna.

—Si te dejas estar, sí. Necesitas antibióticos.

—Y también necesito que dejes de hablar —se queja y cierra los ojos con fuerza—. No quiero sonar como una perra, pero tu voz...

—Te hace doler la cabeza.

Suelta un quejido y asiente.

—Vamos a la enfermería. No tendrás que pagar y seguro te darán algún antibiótico.

—No lo sé...

—Escribe tus últimas palabras, me aseguraré de que lleguen a destino.

—Vete a la mierda —masculla y ríe por lo bajo.

—Vamos, es hora de que te atienda alguien que sepa de medicina.

—Creí que tus conocimientos sobre tu único perro serían suficientes.

—Vete tú a la mierda —le sigo la corriente.

Extiendo mis manos en su dirección y no duda en tomarlas para permitirme ponerla de pie. Otra mala señal.

—Vayamos por el camino largo así no nos cruzamos con estudiantes.

—No conozco ni el camino corto —confieso.

—Solo sigue mis indicaciones.

—Claro, capitán.

Envuelve su brazo con el mío y toma su bolso al salir por si fuera a necesitarlo en la enfermería. No digo nada, solo sigo sus indicaciones porque con cada paso tembloroso que da, mi preocupación aumenta. Su piel parece papel de lo pálida que está y sus ojos lucen cansados, por no mencionar el aspecto asqueroso que tenía su pierna.

—¿Me habías traído el almuerzo? —murmura.

—Así es.

—¿Qué era?

—Ensalada caprese.

—Suena bien.

—Mañana te traeré algo más elaborado, para que te ayude a sentirte mejor.

—Tráeme un poco de whisky, será nuestro secreto.

Le sonrío sin dejar de avanzar y ella corresponde el gesto a su manera. Espero que no sea solo la fiebre y que mañana vuelva a ser así de amable porque es un gran avance y no mentía cuando nos encontramos antes del acto, necesito un amigo o me volveré loco en esta ciudad.

¡Hola, gente bonita! ¿Cómo están? ¿Qué tal tu semana?

Este capítulo está inspirado en una experiencia personal, aunque a mí el perro no me hizo daño ni tuve a un Tony que me cuidara. Las risas no faltaron, por lo menos.

¿Les ha gustado el capítulo? ¿Qué opinan de Grace hasta ahora? ¿Y de Tony?

Pregunta: ¿les gustaría que las actualizaciones sean los lunes o los sábados?

Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. Se me están terminando los capítulos escritos, si tardo ya saben por qué es. Pido disculpas con anticipación.

Nos leemos pronto, que tengan una muy bella semana.

MUAK!

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