Capítulo 39
GRACE
Tony Rossi es una persona de palabra.
Unos días atrás me prometió que no me dejaría atravesar el proceso del embarazo sola, que estaría allí para mí, sin importar qué necesitara. Hizo la promesa antes de saber el resultado del test y se comprometió de nuevo poco después de conocerlo. Ha cumplido con su palabra y saber que tengo a mi lado a una persona tan comprometida y maravillosa como él, quita un gran peso de mis hombros. Si hubiese sido con otro hombre o si Tony hubiese sido una persona de una noche, no sé cómo podría sobrellevar la situación. Peleada con mi madre, alejada de mi familia, sin amigos...
Desde que salimos de la consulta con el doctor Phillips, Tony ha sido mi sombra. Esa misma tarde, me llevó al supermercado para que compráramos comida saludable y se ha encargado todos los días de cocinarla para mí. Sí, al salir del trabajo, hace el recorrido en metro conmigo y llega a mi casa para comportarse como toda un ama de casa. No me deja hacer nada, ni siquiera poner el lavarropas. Ni hablar de mi motocicleta, creo que ha escondido las llaves y no me las devolverá hasta el próximo año. Y de verdad, agradezco toda su ayuda y su compañía, pero... no puedo pensar.
Debo tomar una decisión importante en una semana, una que podría cambiar el rumbo de nuestras vidas por completo y, con su presencia orbitando a mi alrededor, no he podido hacerlo. Él no me ha presionado ni ha intentado inclinar la balanza hacia un lado o el otro; sin embargo, ver su rostro a cada rato me lleva hacia lugares a los que me niego ir. Me imagino a un bebé con sus rasgos y algunos míos también: su piel más tostada que la mía, esa nariz recta perfecta y los pómulos altos, las pestañas de ensueño y su sonrisa que quita el aliento; solo puedo imaginar mis ojos en una versión más pequeña de nosotros dos. También lo visualizo sosteniendo a ese bebé y mirándolo con todo el amor del mundo. En mis sueños, también nos veo a los tres teniendo una vida y la sensación es preciosa, pero al despertar, un dolor desgarrador me atraviesa el pecho. No está bien tener estos pensamientos y sueños, no cuando ni siquiera termino de comprender lo que este embarazo supone para mí.
Necesito espacio.
Necesito pensar.
—Estaba pensando que podríamos salir a caminar un poco —dice Tony mientras bajamos las escalinatas del colegio tras una semana agotadora—, nos haría bien a ambos estirar las piernas y el aire fresco. Después, terminaré de cocinar todo lo que compramos el otro día y te daré una mano con la limpieza de...
—No —lo interrumpo antes de que pueda seguir con sus planes, que me parecen fantásticos, pero van en contra de lo que he planeado—. Creo que lo mejor sería que hoy cada uno haga cosas por sí solo.
—¿Quieres ir a caminar tú mientras yo cocino? —propone con confusión.
—No. Digo que quizás nos vendría bien a ambos... estar cada uno por su lado.
Detiene su caminar al entender mis palabras y me siento horrible. Tony no ha sido nada más que atento conmigo, un gran amigo con quien contar, y yo lo estoy despachando como a un trapo viejo. Me mira desde lo alto y me niego a dudar porque si no tomo las riendas del asunto pronto, el tiempo pasará y tres opciones se limitarán a dos, y esas dos suponen muchos dolores de cabeza.
—Seguro quieres ir al gimnasio —me apresuro a decir— y pasar por tu casa a regar tus plantas. Es probable que la albahaca se esté muriendo.
—La regué anoche.
—También podrías hablar con tus amigos.
—Sabes que no puedo hablar con ellos ahora.
Trago saliva intentando pasar el nudo que comprime mi garganta. No es justo para él, no es justo para nadie.
—Puedes decírselos si quieres —murmuro—. No lo tienes prohibido.
—No quiero decir nada hasta saber qué sucederá.
—Tony, no tienes que atravesar esto solo. Yo te tengo a ti —le recuerdo con una sonrisa pequeña— y tú también necesitas a alguien porque ambos sabemos que soy pésima dando ánimos.
—Un poco.
—No necesitas mi permiso para hablar —le aseguro.
—Técnicamente sí.
No sé si sentirme conmovida o sacudirlo para que me entienda.
—Entonces lo tienes. Cuéntaselo a Noah, a Fran o a Milan. Puedes contárselo a tu padre —continúo— o al pobre vagabundo de la esquina. A quien quieras, pero si eso te sirve, hazlo.
—No hay un vagabundo en la esquina de mi casa —se queja.
—Es una forma de decir.
—¿Estás segura? —pregunta dudoso.
—Sí. Necesito pensar en qué hacer y...
—¿Y yo te distraigo? —Esboza su sonrisa matadora, aunque lo conozco lo suficiente para saber que le está costando horrores hacerlo—. Me siento muy halagado.
—Necesito resolver el lío de mi cabeza y necesito hacerlo a solas.
Asiente con la cabeza dándome la razón y aceptando mi decisión a pesar de que no se lo ve muy convencido.
—Agradezco todo lo que has hecho esta semana y prometo que mañana, si mi mente está en orden, podemos hacer esa caminata.
—¿Mañana? —Ríe sin gracia—. Te toma más de un día tomar decisiones.
—El domingo entonces.
—De acuerdo. Estaré golpeando tu puerta a las diez.
—Que sea a las ocho.
Abre sus ojos con sorpresa y niega con la cabeza.
—Es domingo —repone—, quiero dormir.
Siento el cosquilleo de una carcajada en mis labios.
—Okey, a las diez.
—Tienes comida en la heladera —me hace saber, volviendo al tema principal—. Llegarás bien hasta el lunes y prometo cocinar el resto pronto.
—No te preocupes, sobreviviré.
Arquea una ceja poniendo en dudas mis palabras.
—Estaré bien —insisto.
—Te acompañaré al metro —determina dándome a entender por su tono que no puedo negarme a su petición.
Ninguno de los dos vuelva a sacar el tema de mi embarazo en el trayecto, mayormente porque acordamos no decir ni una palabra al respecto en el instituto por temor a que alguien escuche y la situación se vuelva aún más complicada. Hemos decidido no referirnos con palabras claves ni códigos porque ambos estamos un poco despistados y podríamos equivocarnos haciendo que todo el mundo se enterara llevando a un posible apocalipsis. La pequeña caminata no es silenciosa, aunque es claro que los dos estamos intentando llenar el silencio hablando de nuestro día cuando en verdad desearíamos poner las cartas importantes sobre la mesa.
—Nos vemos el domingo, Tony.
—Hasta entonces, Gracie. Llámame si necesitas algo, cualquier cosa.
—¿Tienes un millón de dólares? —lo molesto.
—Cualquier cosa que no sea dinero —responde con diversión.
—De acuerdo.
—Promételo —me pide.
—Lo prometo.
No me sorprende recibir un abrazo como despedida porque es algo que hemos estado haciendo desde que la noticia golpeó a nuestras puertas como si ambos necesitáramos reunir nuestras piezas desordenadas de tanto en tanto; sin embargo, hoy me aferro a su pecho por más tiempo y cierro mis ojos rogándole a cualquier deidad que me dé la respuesta correcta, que me guíe en el camino que sea más beneficioso para todos.
Cuando rompo el abrazo, ninguno dice nada, tan solo nos miramos a los ojos y nos transmitimos todo lo que no podemos decir en voz alta.
«Prometo que tomaré la decisión correcta» le digo con la mirada.
«Estaré para ti sin importar lo que suceda» me promete él.
Cuando bajo hacia el metro, no puedo decir que me sienta más aliviada o que pueda pensar mejor, sino todo lo contrario. El nudo en mi garganta se vuelve más grande y la mochila invisible que cargo a mis espaldas dobla su peso. Tengo una misión imposible hoy, decidir el resto de nuestras vidas y estar de acuerdo con lo que sea que elija porque no habrá marcha atrás.
TONY
La música en mis oídos es tan alta que no escucho siquiera el latido de mi propio corazón. Cada paso se pierde en el ritmo, mi mirada siempre fija al frente mientras recorro las calles cercanas a casa usando el trote para despejar mi mente y, por primera vez en días, no pensar en nada. Cada vez que mi pie toca el asfalto, se levanta más rápido y pronto me encuentro corriendo a un ritmo frenético que hace doler mis pantorrillas y eleva mis pulsaciones, pero cumple su cometido. Mi mente es una hoja en blanco, nada la mancha y la sensación es tan relajante que podría continuar por horas. La respiración se me agita, mi boca se seca y me niego a detenerme porque sé que en el momento en que lo haga, los pensamientos me inundarán como una presa que abre sus puertas para que al agua fluya.
No consigo mi cometido, no corro por horas. Me detengo agotado frente a mi edificio y me doblo hacia adelante, apoyando mis manos en mis rodillas temblorosas que por fin reciben el descanso que necesitaban. Me duele el pecho, un lado de mi vientre arde como los mil demonios y apenas puedo respirar.
Me quedo allí en la acera, recuperando el aliento y dejando que las últimas canciones se sobrepongan a mis pensamientos, al menos por unos minutos más hasta volver a la realidad. No puedo juzgar a Grace por querer un momento a solas, aunque dudo que esté teniendo un buen momento enfrentándose a la realidad. Estar a su lado durante el día me ha servido para estar ocupado, para sentir que hago algo al respecto cuando en realidad la situación se escapa de mis manos. La verdad es que he sido un cobarde porque mantenerme ocupado con sus necesidades me ha ayudado a no tener que ahondar en lo que siento. Ahora no tengo escapatoria.
Entro al edificio odiando cada paso porque duele más que el anterior y por fin me quito los auriculares permitiendo que el mundo real termine de golpearme con toda su fuerza. Desearía poder darme una ducha e irme a dormir, dejar que la inconciencia me lleve a un lugar seguro, pero sé que no será así. Mi mente no se callará.
—¿Se puede saber dónde diablos estabas?
Parpadeo rápido intentando anclarme al presente y por un momento siento que mi cerebro se ha frito con el ejercicio porque me cuesta entender la imagen frente a mí. Una mujer de mi edad, de estatura promedio y grandes ojos grises. Su cabello castaño cae en cascada de rizos alrededor de ese rostro que conozco tan bien, pero que no esperaba ver.
—No me mires así —me regaña con el mismo tono que usaría una madre—. Estoy aquí hace una hora, ¿dónde diablos estabas?
—Fran.
—Sí, soy Fran —masculla—. Te envié mensajes y te llamé ochenta veces. ¿Qué te tiene tan ocupado como para no responderme?
Restriego mis ojos como última opción antes de decidir si lo que estoy viendo es real o no. Lo es porque cuando miro de nuevo hacia mi puerta, mi mejor amiga sigue allí y a duras penas noto que Guille también lo está.
—Lo siento —tartamudeo—. No lo he visto.
Debe ver algo en mí, en mi expresión y mi postura cansada porque su ceño fruncido se alisa y suelta un suspiro.
—Ay, Tony... —murmura con voz suave.
Eso es todo lo que necesito. Mi nombre pronunciado con cariño y paciencia, viniendo de una persona a la que quiero y le confiaría mi vida. Solo mi nombre es necesario para derrumbarme y el primer sollozo parece una risa, pero no lo es. Me atraviesa por completo como un rayo que cae en mi cabeza y transporta toda su electricidad y dolor hasta la punta de mis pies sin dejar una célula ilesa.
—Lo siento —repito.
Su abrazo llega a mí rápido y dejo que se lleve gran parte de mi peso cuando la rodeo con mis brazos con fuerza y escondo mi rostro en la curva de su hombro, respirando su aroma floral que me brinda consuelo porque es algo conocido. Es lo único real y conocido en mi vida ahora, y decido tomarlo como un ancla mientras me desahogo allí a pocos pasos del ascensor, en el pasillo frente a mi departamento y con Guille presenciando todo.
No puedo más. No logro seguir conteniendo todo esto dentro de mí. No puedo seguir callando, fingiendo que estoy bien cuando lo que siento en verdad es miedo. Estoy aterrorizado. Mi pesadilla se ha vuelto real, ha cobrado vida y ahora tengo que enfrentar las consecuencias sin saber siquiera si podré decir algo al respecto porque la decisión no es mía.
—Estoy aquí, tranquilo —murmura Fran en mi oído y es como si sus palabras terminaran de romperme.
No contengo las lágrimas, dejo que fluyan y saquen un poco del dolor que llevo estancado en mi pecho desde hace días. Le permito que me sostenga mientras me desmorono, mientras la vida que he construido se cae a pedazos y me deja un buen vistazo de lo que será mi futuro porque no importa lo que Grace elija, nada nunca volverá a ser igual.
—La he cagado, Fran. La he cagado tanto.
—Lo solucionaremos —me promete.
Niego con la cabeza porque a pesar de sus buenas intenciones, no hay solución.
—Todo estará bien, estoy aquí contigo.
Me aferro a esas palabras, a la promesa que mi amiga ha soltado sin siquiera saber lo que sucede. Me aferro a la posibilidad de que a pesar de que todo ha cambiado, hay algunas cosas que siguen igual. Respiro con dificultad y tomando mi última pizca de valentía, me alejo de ella para poder secar mi rostro. Sus ojos grises me encuentran y me observa con paciencia, sin juzgar y lista para atraparme de nuevo si rompo en llanto una vez más.
—Entremos —propone—. Te sentirás mejor en casa.
Asiento como respuesta y busco las llaves en mi bolsillo. Fran me las saca de las manos sin pedir permiso, típico de ella, y abre la puerta para dejarme pasar primero.
—Creo que me iré a casa —dice Guille sin atreverse a entrar—. Me parece que necesitan un tiempo a solas.
—No. Quédate —le pido.
Luce indeciso, seguramente se está planteando si nuestra corta amistad es suficiente para aguantar todo este drama. La respuesta debe ser positiva porque entra y cierra tras de sí.
—¿Tienes algo para beber? —me pregunta Fran mientras me acompaña al sillón como si temiera que me cayera—. Algo fuerte.
—No. No he estado en casa mucho últimamente.
—Yo me encargo —dice Guille—. Vuelvo en unos minutos.
Lo veo desaparecer por la puerta y suelto un largo suspiro que hace temblar todo mi cuerpo. Apoyo mi cabeza entre mis manos y mis codos en mis rodillas para sostenerme. Todo parece estar girando a máxima velocidad y no sé cómo detenerlo.
—Respira —me pide Fran tomando asiento a mi lado y acariciando mi espalda—. Inhala profundo y exhala.
Hago lo que dice, con dificultad al principio sintiendo que cada inhalación es una apuñalada en el centro del pecho. Poco a poco el aire entra con mayor facilidad a mis pulmones y mi vista se aclara, aunque las lágrimas siguen picando en mis ojos.
—Estoy sucio —le digo—. Deberías dejar de abrazarme para que no se te pegue el olor
—No te preocupes, no sería la primera vez.
Mis labios se curvan en una pequeña sonrisa recordando el año pasado cuando solía molestarla abrazándola luego de mis entrenamientos y partidos. Ella lo odiaba y me hacía muy feliz escucharla chillar y decirme que la pagaría muy caro.
—¿Estás bien? —pregunta.
—No.
No tiene sentido mentirle cuando he llorado en sus brazos como un niño indefenso.
—¿Necesitas algo?
No respondo porque no sé precisamente qué es lo que necesito.
—¿Qué haces aquí? —murmuro.
—Estaba preocupada por ti. Noah y Milan también lo están —me hace saber—. No le dije nada a tu padre, pero no podía seguir esperando a que respondas mis mensajes.
—Lo siento.
—Deja de disculparte.
—Es que de verdad lamento ser un amigo de mierda.
Niega con la cabeza y vuelve a acariciar mi espalda para brindarme consuelo.
—No eres un amigo de mierda, solo estás pasando un mal momento. Todos tenemos derecho a estar mal, incluso tú.
Muerdo mi labio inferior, sin saber muy bien cómo explicarle lo que está sucediendo. Noto la preocupación en su rostro, en sus palabras y en su tono. Fran es una persona directa, que habla con la verdad y no le importa si te duele; sin embargo, ahora mismo es toda dulzura y paciencia, algo muy impropio de ella.
—¿Te acuerdas de Grace?
—Por supuesto.
Respiro profundo como ella me indicó minutos antes, armándome de valor y poniendo en palabras mi realidad.
—Ella y yo tuvimos sexo hace unos meses.
—Lo sabía —dice por lo bajo.
En otro momento, con otro contexto, sus palabras me harían reír.
—Está embarazada.
Noto en sus rasgos cómo la sorpresa la invade, sin dudas no era lo que esperaba escuchar. Sus ojos se abren, sus labios se separan y el color abandona su rostro. No dice nada mientras procesa la noticia y, para rematar, digo las cuatro palabras que me han atormentado desde el domingo.
—Yo soy el padre.
—¡¿Grace está embarazada?! —chilla Guille desde la puerta.
La sorpresa también se ha apoderado de él y la botella de tequila que lleva en sus manos parece a punto de caer.
¡¡¡Hola, hola, gente bella!!! ¿Cómo están? ¿Qué tal su día?
Me pone muy contenta compartirles este capítulo porque creí que por mi tiempo no iba a llegar a hacerlo. Espero continuar siendo constante.
¿Qué les ha parecido el capítulo? Tenía muchas ganas de escribir un reencuentro entre Tony y Fran, pero no sabía hasta esta mañana que iba a escribirlo hoy, jajaja.
¿Qué esperan leer en el próximo capítulo?
Muchísimas gracias por su apoyo y cariño. Gracias por leer, votar y comentar.
Les deseo una bellísima semana.
MUAK!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro