Capítulo 36
GRACE
El vuelo de regreso a Nueva Jersey es silencioso como lo han sido las horas posteriores a la gran conversación. Hemos emitido algunas palabras, mayormente frases básicas relacionadas con el desayuno, con nuestro equipaje y documentación. Ni él ni yo hemos mostrado esfuerzo por crear una verdadera charla, ambos enfrascados en nuestros propios pensamientos y en las posibles consecuencias.
He intentado anestesiar mi mente y cuerpo, no sentir nada ni hacer grandes esfuerzos. Cada vez que el avión se balancea un poquito, aprieto los labios y me abrazo el estómago como si eso pudiera evitar que las náuseas aparezcan. Si me concentro, tal vez mi cuerpo vuelva a la normalidad y no tenga que seguir preocupándome sobre la posibilidad de haber engendrado a una criatura. Cualquiera que me conozca bien sabe que un hijo jamás ha formado parte de mis ideas a futuro, en parte porque no quiero ser como mi propia madre y, en segundo lugar, porque me gustan los niños que puedo despachar a sus casas cuando se vuelven pesados. Pensar en que quizás haya arruinado esos planes, me asusta.
Tras las cuatro horas más largas del mundo en las que tanto Tony como yo fingíamos leer o trabajar, finalmente el piloto anuncia que estamos prontos a aterrizar. Jamás he sentido tanto alivio y terror a la vez. De hecho, toda la situación que viví con mi madre y que sé que en otro momento me llevaría muchas sesiones de terapia comprender, ha quedado en el olvido porque poco me importa lo que suceda en Texas cuando tengo una bomba a punto de explotar en las manos.
—¿Prefieres que vayamos a tu casa o a la mía?
Observo a Tony con sorpresa porque: a, no esperaba que me hablara y b, ¿por qué quiere que sigamos juntos si no hemos hecho más que ignorarnos en las últimas horas?
—Para la prueba —aclara.
—No lo sé —confieso—, ¿tenemos que sacarnos la duda ya?
—Sí, no puedo soportar otro día con esta incertidumbre.
Lo comprendo, tampoco sé si sería capaz de ir al trabajo y hacer como si nada pasara, concentrarme en mis tareas cuando mi mundo está temblando y al borde del derrumbe.
—Mi casa —determino—, necesito estar en mi lugar seguro.
Asiente con la cabeza y de nuevo ninguno de los dos dice nada. Es como ir sentada junto a un extraño con el que solo comparto algunas frases de cortesía cuando la verdad es que hemos compartido quizás muchas cosas y por eso estamos en este embrollo. Me ayuda a bajar mi maleta del compartimiento superior cuando llegamos, camina detrás de mí por el pasillo del avión y luego a mi lado mientras nos dirigimos hacia la salida.
—Hay una farmacia aquí —anuncia.
—¿Para qué quieres una farmacia? —Frunzo el ceño—. ¿Te duele algo?
—Es para ti, Grace. ¿O planeas averiguar tu estado con un embrujo?
Procuro no contestar mal porque sé que ambos estamos estresados y asustados.
—Aquí no, Tony. ¿Y si alguien nos ve?
—Corremos el mismo riesgo en todos lados —señala y tiene razón—. Podríamos encontrarnos con algún colega cerca de tu casa, cerca de la mía, cerca del colegio o en el punto más recóndito de Nueva Jersey. Las casualidades pasan sin importar dónde.
Trago saliva con nerviosismo.
—Tienes razón —admito—. Es mejor si lo compramos aquí, hay menos riesgos.
Asiente conforme con mi respuesta, aun así, le toma unos segundos dar el primer paso y a mí me cuesta horrores seguirlo. Nos adentramos en los pasillos de la farmacia sin saber muy bien dónde buscar y negándonos a preguntar porque decirlo en voz alta con más gente escuchando le da un poco de verdad al asunto. Si es algo solo entre él y yo, podemos fingir un poco de locura.
—Aquí están —anuncia Tony con la voz ahogada—, ¿cuántos deberíamos llevar?
—Uno.
—¿Le confiarás toda tu tranquilidad a un solo aparatito? —dice con sorpresa—. ¿Y si viene defectuoso y se equivoca?
—Bien, llevemos dos.
—Tres —determina y decido no discutir si hacerme orinar en muchos palitos es lo que le da tranquilidad—, pero de los que son fáciles de leer. Si tengo que ponerme a descifrar instrucciones, creo que puedo sufrir un ataque.
—Estoy de acuerdo.
Ninguno de los dos se mueve, nos quedamos observando como idiotas los distintos test de embarazos como si así pudiéramos saber la respuesta. Tomo valentía de no sé dónde y elijo tres cajitas al azar, quizás impulsada por el temor de que alguien nos vea en este pasillo en particular luciendo aterrados y dudosos.
—Andando.
—¿No quieres llevar uno más por seguridad? —pregunta con voz temblorosa.
—No, estamos bien así. Mientras más nos quedemos aquí, más probable es que alguien nos vea.
—Estamos un poco paranoicos, ¿no crees?
—Tenemos razones para estarlo, Tony.
—Sí, es verdad. —Muerde su labio inferior y por un minuto nos quedamos allí, solo mirándonos con dudas—. Iré a pagar. Espérame afuera.
Hago lo que dice y el tiempo que transcurre entre que nos separamos hasta que vuelve a mi lado, se siente como una eternidad bajo un foco gigante que me ilumina. Mi mente y ansiedad me hacen creer que todos me miran y saben lo que está pasando, que se ríen de mí por ser imprudente y sienten pena porque deben saber que sería la peor madre del mundo.
—Vamos por un taxi, necesito ir al baño.
—¿Tú necesitas ir al baño? —Arqueo una ceja—. ¿Qué me dices de mí que he estado conteniendo el pis por horas?
—No creo que sea necesario hacer eso.
—¿Estás completamente seguro?
—No —admite.
—Yo tampoco y prefiero no arriesgarme.
El camino a casa es igual de silencioso que el avión, solo que esta vez va acompañado de movimientos involuntarios producto de los nervios y de la anticipación. Tony mueve de arriba abajo su pierna izquierda, se trona los huesos de la mano y se despeina el cabello. Yo busco pelitos sueltos en mi ropa, en mi cabellera, en el asiento. Me muerdo el labio una y otra vez hasta que sangra. Observo mis uñas y las tallo buscando algún rastro de mugre que sé que no encontraré. Cuando el taxi se detiene en el camino de entrada de mi edificio, ambos somos una bola de nervios. La mano de Tony tiembla mientras paga el viaje y la mía hace lo mismo cuando intento abrir la puerta, errando varias veces hasta que por fin meto la llave en la cerradura.
Todo sigue igual a como lo dejé. Los pisos limpios, las decoraciones ordenadas, las plantas hidratadas y la ventana de la cocina abierta para que el aire no se sienta asfixiante y también para que el gato de la vecina pueda venir libremente. El plato que le he dejado con comida está a la mitad y de alguna manera eso me consuela, saber que ha estado aquí y que es probable que pueda encontrarlo en mi cama. Dejo a Tony en el living y camino hacia mi dormitorio que también parece invariable, con excepción de las huellitas hundidas en mi cubrecama y la bola de pelos que descansa en mi almohada.
—Trevor —lo llamo sin levantar la voz—, hola.
Sus ojos se abren con parsimonia y parece contento de verme porque se acerca a mí mientras se estira.
—No sabes lo feliz que me hace verte —le digo mientras lo acaricio tras las orejas.
—¿Con quién estás hablando? —pregunta Tony y sus pasos cada vez más fuertes indican que se acerca.
Mira al gato en mis brazos y una leve sonrisa se forma en sus labios.
—Hola, Trevor —lo saluda—. Tanto tiempo sin verte.
—Tomaré su presencia aquí como una buena señal —confieso con voz trémula.
—Estoy de acuerdo.
—Puedes usar el baño mientras tanto, yo buscaré los test y algo para comer.
—Podemos esperar un poco, no tiene que ser ya, ya.
Niego con la cabeza y dejo a Trevor en mi cama para que pueda seguir durmiendo tranquilamente.
—Necesito saber la respuesta ahora, Tony. Sé que tú también.
—Sí, pero no quiero presionarte —confiesa.
—No lo haces. Estamos juntos en esto, ¿no?
No duda en acortar la distancia entre nosotros y tomar mis manos. Las suyas también tiemblan como las mías, pero de todas formas les da un apretoncito y las sostiene frente a nuestros pechos.
—Estamos siempre juntos en esto, Gracie. Sin importar el resultado.
—No sabes cuánta tranquilidad me da saberlo.
Me asombra cuando deja ir mis manos para rodearme con sus brazos y apretujarme contra su pecho. No me resisto porque es esto justo lo que necesito, saber que tengo su apoyo y compañía, que somos un equipo sin importar lo que suceda. Lo rodeo por la cintura y respiro profundo intentando calmar mis nervios, aunque sé que no será fácil ni muchos menos inmediato.
—Voy a tomar tu sugerencia de ir al baño y nos prepararé algo de comer —dice, separándose de mí—. Creo que nos hará mejor saber la respuesta con el estómago lleno.
Asiento conforme con sus palabras.
—Gracias.
Me dedica una pequeña sonrisa y vuelve a dejarme sola en mi habitación. No puedo evitar preguntarme qué será de mí en quince minutos cuando sepa si hemos metido la pata o no. Tampoco puedo resistirme a abrir internet y poner las palabras prohibidas en el buscador.
¿Cómo saber si estoy embarazada?
TONY
Mientras vacío mi vejiga, lo único en lo que puedo pensar es en lo mucho que quiero gritar. No soy una persona que se deja llevar por las emociones fuertes ni los instintos estúpidos de los hombres; sin embargo, justo ahora quiero gritar hasta desgarrarme las cuerdas vocales y darle un puñetazo a cualquier cojín que esté cerca. No puedo hacer ni una ni la otra porque esta situación no solo es estresante para mí, sino que lo es aún más para Grace. Verme perder el control no es lo que ella necesita.
Cuando vi a Grace vomitar a la misma vez que esa mujer embarazada en el vuelo a Texas, todas las piezas del rompecabezas se ordenaron y juntaron. Entendí sus náuseas, sus cambios de humor; también la metida de pata que ocasionamos unos meses atrás en ese baile de bienvenida cuando nos dejamos llevar por el alcohol y la atracción. Puedo decir que tuve un poco más de tiempo para procesar la idea, aunque no por eso me parece una situación ideal. Mi situación ideal sería que nada de esto estuviera pasando.
El día que comprendí cómo se hacían los bebés, juré que jamás sería padre. No tengo lo necesario para hacerlo y tampoco me interesa continuar un legado familiar. Ni siquiera puedo mantener una relación seria con una persona, ¿cómo podría comprometerme a cuidar y criar a un bebé con todo lo que eso supone? No sé cómo se cambia un pañal, si los bebés pueden beber agua o si los rusos están locos por dejar a esos seres indefensos afuera cuando nieva para que se acostumbren al frío o si son unos genios. Por todos los cielos, no puedo manejar mi propia vida sin meter la pata.
Lavo mis manos y luego restriego mi rostro con abundante agua fría para despejar mi mente. A pesar de lo inquieto que me siento, tengo que mantener un poco los papeles por mi amiga. No puedo imaginar lo asustada que debe sentirse ante la posibilidad de llevar en su vientre un conjunto de células ajena a ella, algo que luego se convertirá en un bebé. Compartimento todas mis emociones con cada respiración que tomo, encerrándolas en el fondo de mi mente y mi corazón hasta que no siento más que un atisbo de nervios. Me prometo que sea cual sea el resultado, mi expresión será neutra. Una vez llegue a casa podré respirar aliviado o llamar a mi padre llorando pidiendo por su consejo.
—El baño es todo tuyo —anuncio al salir y dibujo la mejor sonrisa que puedo lograr dadas las circunstancias—. Vi tu heladera recién y no tienes mucho, como de costumbre. ¿Unos sándwiches suenan bien para ti?
—Claro, lo que tú quieras.
A pesar de haberle dejado libre el baño, no se apresura a ir. Se queda en el living mientras armo los emparedados con queso, tomate y lechuga. Me hago una nota mental para ver si las embarazadas necesitan comida especial, aunque la borro tan rápido como puedo porque no quiero inclinar la balanza de la suerte hacia ningún extremo.
—Es lo mejor que pude hacer —anuncio sentándome a su lado y depositando la comida frente a nosotros—, tienes que ir urgente al súper.
—No necesito ir al supermercado si tú me cocinas a diario.
—Te cocino el almuerzo —le recuerdo.
Se encoge de hombros.
—Puedo sobrevivir la noche con una sopa de cajita.
—Qué asco.
Suelta un sonido parecido a una risa y eso es un buen indicio para mí. Claro que todavía no sabemos los resultados de los benditos test, pero que ella ría incluso con tanta presión sobre sus hombros y con un fin de semana de mierda a sus espaldas, dice mucho de sí. Grace es fuerte, sin importar lo que la vida le ponga adelante, ella se pone de pie sin problemas y enfrenta la vida con renovadas energías.
—Está bueno —me hace saber tras darle el primer mordisco—, ¿le pusiste aceite de oliva?
Asiento.
—Y un poco de sal y pimienta.
—Está bueno —repite—, podría comerme tres.
—¿Quieres que te haga otro?
—No, prefiero no arriesgar mi estómago.
Terminamos de comer sin decir mucho, la conversación fluye sin un tema particular como si temiéramos ir en la dirección que ambos estamos evitando con tanta energía. Cuando ella se pone de pie para finalmente ir al baño, finjo que estoy tranquilo y me dispongo a lavar los platos. La realidad es que preferiría quedarme sentado, llamar a Noah para que me sirva de apoyo y apretujar una de esas pelotas para el estrés.
—Avísame si necesitas ayuda —digo elevando un poco la voz.
—Sé cómo hacer pis, Tony —responde desde el baño.
—No me refería a eso.
Escucho el agua correr poco después y me preparo para lo que sea que ocurra en los próximos cinco minutos. Cinco minutos que cambiarán todo mi futuro porque o correré a una clínica de reproducción para hacerme una vasectomía o comenzaré a buscar libros sobre embarazos, bebés y padres primerizos.
Grace sale del baño un poco pálida, pero prefiero no señalarlo porque yo también me siento algo enfermo. Vuelve al sillón y se abraza a sí misma para mantener el control.
—Puse una alarma —me hace saber—. Cinco minutos a partir de ahora.
—¿Te sientes más aliviada ahora que has hecho pis después de tantas horas? —pregunto intentando sacarle tema de conversación.
—No.
No la culpo.
—¿Quieres que busquemos una película mientras esperamos?
—Son cinco minutos, no dos horas. No quiero sonar mal, pero prefiero guardar silencio. Estoy nerviosa y...
—No te preocupes, me siento igual.
—Siéntate conmigo —me pide.
No dudo en hacer lo que me pide, salgo de la cocina, recorro la pequeña distancia y me siento a su lado para luego tomar su mano como muestra de mi apoyo, aunque también porque necesito saber que no estoy solo en esta locura. Nos quedamos con la mirada fija en la televisión apagada, escuchando el rumor del motor de la heladera y el tráfico de afuera. Los latidos acelerados de mi corazón retumban en mis oídos y temo que Grace pueda escucharlos también.
Nos sobresaltamos cuando la alarma finalmente suena y compartimos una mirada de completo pánico.
—Iré yo —anuncio con un hilo de voz.
Mueve su cabeza de arriba abajo y deja ir mi mano cuando me pongo de pie. Cada paso se siente más pesado que el anterior y es como si mis vías respiratorias se hubieran cerrado por completo porque no puedo respirar. Aun así, camino hasta el baño y miro el lavabo donde Grace ha dejado los tres test de embarazo.
—¿Y bien? —pregunta.
Apoyo mis manos en el lavabo para sentir estabilidad y cierro fuerte los ojos.
Mierda.
Mierda.
Mierda.
Tres positivos.
—Estás embarazada —digo como puedo.
¡Hola, hola, hola! ¿Cómo están? ¿Qué tal ha empezado su semana?
No sé cómo empezar esta nota de autora después de este final y de compartir todas las emociones de los personajes mientras escribía este capítulo. No voy a mentirles, tengo miedo por sus reacciones, sobre todo porque hay muchas, muchas cosas que pasarán a partir de ahora. Hoy me atrevo a decir que estamos a mitad de la historia, sí, recién, por lo que tenemos mucho más que compartir con Grace y Tony.
¿Qué esperan que suceda?
Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. Gracias por su apoyo y cariño.
Les deseo una bellísima semana y un hermoso día.
A mis compatriotas argentinos, ¡FELIZ DÍA DE LA PATRIA!
MUAK!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro