Capítulo 12
TONY
—Te olvidaste de nuestra cita.
Se me escapa una carcajada entre dientes mientras miro a la persona que ha interrumpido mi sueño y que tiene razón en algo: me he olvidado de que habíamos hecho planes. Por supuesto, no es una cita. Yo no tengo citas, solo con doctores en hospitales y tampoco es que lo hago muy seguido. Lo que Guille y yo teníamos era una juntada de amigos y me he quedado dormido. ¿Ya es de noche? ¿He dormido por tantas horas? ¿Cuándo dejé de disfrutar las noches en vela y dónde se ha ido toda mi juventud? Solo me falta cenar temprano y podré reclamar mi pensión.
—No lo llames una cita —le pido haciéndome a un lado para dejarlo pasar—. Es raro.
—¿Y cómo debo llamarlo? —quiere saber haciéndose paso hacia el interior del departamento.
—Una juntada o un plan de amigos.
—Una cita te suena a compromiso —se burla.
—No.
—¿Seguro?
—No. —Río porque un poco sí me suena como compromiso—. Solo no lo llames así.
—Lo incorporaré a mi lenguaje —me asegura—. Volviendo al tema principal, tú te olvidaste de nuestro plan.
—No me he olvidado —le juro, mientras me froto la cara con pereza para terminar de despertarme—. Me olvidé de poner la alarma porque no creí que iba a dormir tanto. Sorpresa, sí lo hice. No sé ni qué día es hoy.
—Te he estado esperando por una hora —continúa—. No quiero sonar como una novia tóxica, pero, hombre, me olvidaste.
—Si me das quince minutos, me ducho y subo a tu departamento por las cervezas prometidas.
—¿Puedo esperarte aquí? —Mira en torno a la sala de estar—. Es lindo conocer nuevos espacios en este edificio.
—Sí, puedes esperarme aquí. —Me encojo de hombros—. Toma lo que quieras de la heladera, menos el último trozo de queso.
—Justo estaba pensando en comer queso —miente.
—Pues sigue pensándolo porque no te comerás el mío.
Se acomoda en el sillón, sube los pies al pequeño otomano y me enseña el control remoto pidiéndome permiso. No le ha sido difícil sentirse como en casa. Me agrada.
—No te emociones con ninguna película o serie porque el que se olvidará de nuestros planes serás tú, Guille.
—Yo sí cumplo con mi palabra —me molesta.
—¡Me quedé dormido!
—Eso mismo debe haberle sucedido a mi padre cuando fue a comprar cigarrillos y no volvió.
Auch. Nos pusimos sentimentales.
—¿Lo dices en serio? —pregunto con un hilo de voz, sin saber qué hacer con esa información.
—No, mi padre es un viejo molesto que sigue viviendo en casa, pero deberías haber visto tu cara.
Le enseño el dedo medio logrando que comience a destornillarse de la risa. Ojalá yo pudiera hacer esa clase de bromas, reírme de esa forma de mis desgracias, aunque bueno, en este caso mi abandono sería real. ¿A quién quiero engañar? No necesito bromear sobre eso porque me importa una mierda. Mi padre me obligó a ir por años a terapia y puedo asegurar que ya es un trauma sanado y olvidado.
—Regreso en quince. No te comas mi queso —le recuerdo.
—Que me coma tu queso.
—Te cortaré los testículos.
—Pero disfrutaré el queso.
Me llevo dos dedos a los ojos y luego lo apunto a él en señal de advertencia. No me estoy divirtiendo con el tema del queso, quiero que lo deje tal cual está. Por lo general, no tengo problema en compartir nada, aprendí bien la lección de pequeño con todas esas ridículas canciones. Siempre presté mis juguetes, mi ropa, mis libros. He compartido chicas, a pesar de lo mal que pueda sonar, y también habitación. Sin embargo, hay algo que no comparto con nadie y eso es el queso. Me gasto un dineral comprando los de mejor calidad, con el sabor más exquisito y de las empresas más recomendadas. No comparto mi queso.
Con la sospecha latente de que se comerá mi tesoro, me dirijo rápido a mi habitación para buscar mis toallas y ropa. No pretendía quedarme dormido y no me gusta llegar tarde a los lugares, incluso si es un plan casual con mi vecino. Le di mi palabra de que iría a su casa por unas cervezas y así será. Me alegro de que haya venido a buscarme y echarme en cara mi demora porque de verdad necesito hacerme amigos.
Poco menos de quince minutos después, estoy listo. Ya duchado, vestido con ropa cómoda y perfumado, no porque quiera conquistar a Guille, sino por costumbre. Cuando regreso a la sala de estar, él continúa viendo televisión y tiene una lata de Coca-Cola en su mano. Como no podría ser de otra forma, reviso la heladera y me alivia saber que no se ha comido mi queso.
Estamos en paz, podemos avanzar con el plan amistad.
—Tranquilo, hombre. Solo estaba bromeando contigo —me dice desde su lugar—. Respeto los tesoros de otro caballero.
—No me consideraría a mí mismo un caballero, ¿sabes?
—Yo tampoco, pero quedaba mejor la frase si usaba esa palabra.
Rio por lo bajo y me acerco a él para apurarlo con mi presencia. No me molesta que esté en mi departamento, pero por todos los cielos, yo ya no quiero estar más aquí. Me volveré loco encerrado y comenzaré a comprar plantas y hablarles.
—Estoy listo —anuncio.
—Tengo hambre —me hace saber mientras apaga la pantalla—. ¿Te gustaría que le sumáramos una pizza a nuestras cervezas?
—Cuenta conmigo. Pueden ser una, dos o las que quieras.
—Vamos entonces, te gustará la vista desde mi apartamento.
Tomo mis llaves y teléfono para luego seguirlo. Veo en la pantalla que tengo algunas notificaciones, principalmente son mensajes de mis amigos que luego contestaré. También hay uno de Grace que realmente no me siento con ganas de leer ahora mismo.
—¿Cómo está Grace? —pregunta Guille mientras subimos por el ascensor, como si pudiera escuchar mis pensamientos—. ¿El doctor que la vio anoche dijo que se encontraba bien?
—Dijo que tiene que ir al hospital para que la examinen más a fondo, cree que tiene algún tipo de virus.
—¿No la acompañaste al hospital? —Eleve las cejas con sorpresa.
—Nop.
—¿Por qué no? —presiona.
—Porque es una adulta que puede ir sola. Soy profesor, no niñero.
—Ayer dijiste que seguro no va por sus propios medios porque es una cabeza dura.
—Lo dije —admito.
—¿Entonces?
—¿Esperabas que la llevara como a una niña? —Arqueo una ceja.
—Pues sí. Es tu amiga y a los amigos hay que cuidarlos cuando son cabezas duras y no se preocupan por ellos mismos.
No respondo porque tiene un buen punto, pero ¿qué puedo hacer? Ella me echó de su casa y se quedó con el idiota de su ex novio que me da mala espina. Tomó sus propias decisiones y yo debo respetarlas, punto final. Le transmití lo que me dijo el hijo de Gloria, le limpié el vómito y me aseguré que estuviera bien, creo que fui un muy buen amigo considerando que la conozco hace poco. No todas las personas harían lo mismo.
Decencia humana, se llama.
—¿Entonces? —repite, ahora abriendo la puerta de su departamento.
—¿Entonces, qué?
—¿Por qué no la acompañaste? —insiste.
—Porque no quiso.
—Pero ¿estaba bien?
—Estaba mejor.
—Eso no es bien —discute.
—¿Quieres que te dé su número y la llamas tú? —bufo.
—Okey, okey. Lo siento.
—No, está bien. Me he despertado con el pie izquierdo. —Eso no es del todo una mentira—. Estuve con Grace toda la noche y esta mañana volví a casa. Ella estaba mejor cuando regresé, pero no me quedé más tiempo porque así lo quiso ella.
—¿A qué te refieres?
—Necesitaré una cerveza antes.
—Entendido. Primero, la cerveza; luego, el chisme.
—Exacto.
Mientras Guille busca las bebidas, le doy una buena mirada al departamento. Se ve del mismo tamaño que el mío a primera vista, la distribución también parece ser igual; sin embargo, el suyo tiene unos ventanales gigantes que van del techo al piso y, por lo que puedo ver, tiene acceso a la terraza. Este sí es un departamento de soltero.
—¿Cuánto pagas por este departamento? —pregunto curioso.
—Unos ochocientos.
—Es lo mismo que pago yo —me quejo—, pero el tuyo tiene esta terraza gigante. Me estafaron.
—Sí, tiene una terraza gigante, pero ¿sabes qué? Hace un frío que te cagas —discute—. No todo es bonito.
—No tienes cortinas —señalo con obviedad—, claro que hace frío.
—Oye, que no es barato amueblar un departamento como este.
—El mío venía amueblado —le explico—. Quizás por eso pagamos lo mismo.
—Mi cumpleaños es dentro de poco, puedes regalarme unas cortinas así no me da una neumonía.
—Y una estufa —le sigo la corriente.
—Serías mi mejor amigo si me regalaras una estufa. —Me entrega una cerveza helada y me hace un gesto con la mano para que lo siga—. Ven, vamos a la terraza.
—Esto sí parece una cita —lo molesto—. Sabes que no me gustas de ese modo, ¿verdad? No quiero romper tu corazón.
—No te entraría ni ebrio —me asegura.
Sus palabras me hacen romper en carcajadas y el resto de malestar que me ha quedado de esta mañana se desvanece por completo. Guille parece ser una buena persona, es divertido y quiere que seamos amigos. Para mí, eso es suficiente. Además, por mucho que adore a Fran, mi mejor amiga, esta mañana decidí no contarle sobre Grace porque sabía que iba a molestarme con el tema. Él, en cambio, no parece la clase de muchacho que vaya a insinuar que me gusta mi compañera de trabajo solo porque me irrite el hecho de que me haya echado de su casa. Y de verdad necesito hablar del tema con alguien para saber que no estoy loco.
—La vista es estupenda —digo con sinceridad—. Nunca vi a Nueva Jersey tan serena.
—Te lo dije.
—Vale la pena el frío.
—Me da puntos extras con las chicas —comenta con picardía.
—Obvio.
Es lógico porque con la atmósfera adecuada, esta terraza puede ser muy romántica. Ahora mismo está cayendo el sol sobre la ciudad, iluminando con rayos rojizos poco a poco los edificios y los techos de las casas. Corre una leve brisa y Guille ha hecho un buen trabajo decorando el lugar. Cualquier persona se vería atraída y, vamos, yo daría el paso definitivo aquí.
—Tienes que celebrar tu cumpleaños en esta terraza —digo sin más.
—Hombre, seríamos tú, yo y la vecina del piso de abajo quejándose por el ruido.
—Tus compañeros del trabajo podrían venir.
—Bien, seríamos diez. Once si invito a Grace, pero no sé si puedo hacerlo.
—¿Por qué no? —suelto con confusión.
—Porque te ves disgustado cada vez que menciono su nombre.
Suspiro dándole la razón. Me conozco bien y sé que cuando algo me molesta, mi cuerpo actúa por sí mismo. No dudo que haga una mueca, tenga un tic en el ojo o se me deforme la cara cuando Guille menciona su nombre porque así funciona mi sistema. Sin que yo lo sepa, delata mi malestar.
—Es hora del chisme —anuncio.
—La mejor hora de todas.
Sonrío divertido por su comentario y me tomo el atrevimiento de acomodarme en una de las tumbonas que tiene en la terraza. Él hace lo propio a mi lado y tomamos un largo sorbo de cerveza antes de que suelte la lengua.
—Debes prometer que no harás comentarios ni insinuaciones de ahora en más —digo mirando el pico de la botella como si fuera la cosa más interesante del mundo.
—No entiendo una mierda.
—Lo entenderás pronto, solo prométemelo.
—Lo prometo, pero tengo una duda.
—Dime.
—¿Y si la situación lo amerita? —inquiere.
—¿Amerita qué cosa?
—Hacer comentarios o insinuaciones.
—No habrá ninguna situación que lo amerite —le aseguro.
—¿Eres vidente?
—No, pero...
—Entonces puede haber alguna situación —debate.
—Okey, si la situación lo amerita y si estamos solo los dos.
—Estupendo, ahora soy todo oídos.
Le narro la historia desde el principio, desde el verdadero principio en ese bar no muy lejano de aquí. Le cuento cómo la conocí, cómo continuó la noche, lo que sucedió al día siguiente y toda la información relevante. Guille escucha, cada tanto suelta un sonido o hace una pregunta para obtener más detalles. Le encanta el chisme y a mí me sirve porque necesitaba poder hablar de esto con alguien.
—Entonces me pidió que me fuera y ella se quedó con su ex que parecía un demente —concluyo.
—¿Y tú te fuiste?
—Por supuesto. No soy un cavernícola, si una persona me pide que me retire de su hogar, lo hago.
—Menuda mierda —suelta por lo bajo.
—Esa es la historia. —Me encojo de hombros—. Y esa es la razón por la que pueda que me vea disgustado con ella.
—¡Tienes todo el derecho! —exclama indignado—. Le diste tu amistad y tu ayuda, ¿qué hizo ella? ¡Te echó de su casa! ¿Acaso está loca?
—Quiero creer que me pidió que me vaya porque se sentía incómoda y necesitaba un poco de privacidad.
—Oh, no intentes defenderla.
—No intento defenderla —aclaro con un poco de diversión—. Solo intento imaginar qué pasó por su cabeza en el momento.
—Nada, claramente. Nada coherente pasó por su cabeza.
Me rio con ganas por su indignación y recibo una mirada malhumorada de su parte.
—Grace está desinvitada a mi cumpleaños.
—Qué bueno que no la invitaste en primer lugar.
—Tendremos una fiesta genial aquí y ella no vendrá —continúa.
—Tampoco es que le haya declarado la guerra.
—Pues deberías.
Vuelvo a reír por su dramatismo.
—Hombre, cálmate.
—Esto es lo que harás —dice, ignorándome—. El lunes irás a la escuela y no le prestarás atención para que aprenda la lección.
—Sabes que somos adultos, ¿no? La ley del hielo no se recomienda.
—Harás que se arrastre por tu perdón —continúa— y que te compre libros o lo que sea necesario para que vuelva a ganarse tu confianza.
—No ha perdido mi confianza —suelto con diversión—. Solo me ha molestado la situación.
—No la perdonarás tan fácil, ¿entendido?
Asiento con la cabeza solo para darle la satisfacción y ahogo mis carcajadas mientras él continúa soltando el plan que debo seguir. No solo es dramático, sino también rencoroso. Sí, la situación de esta mañana con Grace me ha molestado, pero expresarla en voz alta me ha hecho darme cuenta que ella también debe tener sus buenas razones para haberme pedido que me vaya.
No todo es blanco y negro, para desgracia de Guille. Solo falta una buena conversación para aclarar todo.
¡Hola, gente bella! ¿Cómo están?
Sé que parecía que no iba a regresar jamás, pero no me he olvidado de esta historia y de ustedes, solo estaba poniendo en orden mi vida. ¿Ustedes cómo han estado?
Este capítulo es narrado totalmente por Tony, cosa que ya habrán visto, lo que significa que el próximo quizás es narrado todo por Grace (debo decidirlo). Lo que sí sé es que ahora podré dedicarle todo mi tiempo a esta historia y que las actualizaciones serán más seguidas. De hecho, ya tengo la primera frase del próximo capítulo, es un avance.
¿Qué les ha parecido esta historia? ¿Qué opinan de Guille?
Muchas gracias por su paciencia y apoyo. De verdad, lo aprecio mucho.
Les deseo una semana estupenda y nos leemos pronto.
MUAK!
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