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003

De un amor y una cita. 

Querían desvelar la verdad oculta tras sus corazones. Hoy era el día donde iban a comenzar; ese era su objetivo.

Ya no había ni una sola forma para detener el crecimiento de sus emociones que, como la leyenda del hilo rojo, ansiaban conectarse de una forma u otra y cumplir con el destino que les esperaba. Más temprano que tarde hubieron tocado el tema del favor que Itadori le pidió a Fushiguro, el día siguiente había arribado con la rapidez que los dos habían ansiado y qué esplendido había aparecido el sol anunciando las primeras horas.

El mundo entero cobró sentido a Fushiguro. De pronto no le molestaba despertar temprano o ducharse con agua fría mientras recordaba su charla anterior con Itadori por chat. Se llevaba las manos al rostro cada que recordaba que él fue quien propuso la cita.

¿Qué parte de esa conversación se podía tomar en serio? Le había preguntado Itadori, y Fushiguro no se arrepintió de su respuesta, porque algo así no se atrevería a decirlo cobardemente por mensaje. Si estaba enamorado y recién le daba su propio sentido a sus emociones, se lo haría saber de la forma más correcta posible. Era duro aceptarlo, pero era un enamorado bastante quisquilloso.

Con un revoltijo de ideas y sentimientos tanto buenos como fuertes, malos, pero no peligros y nuevos, Fushiguro atendió a su acuerdo cuando la tarde llegó. Había optado por un conjunto de ropa simple y deportiva, tampoco quería exagerar en sus intenciones por parecerle guapo a Itadori, además, estaba bien seguro que esa cabeza hueca lo dejaría pasar de largo. Si bien era su amor secreto, también era su amigo y lo conocía al derecho y revés.

Al cabo de haber esperado unos cuantos minutos, la figura de Itadori apareció atravesando el patio de la escuela a paso rápido, siendo recortada por una tarde como cualquier otra, pero a ojos de Fushiguro, deslumbrante e inolvidable. En contraste a su decisión, Itadori portaba un conjunto de ropa un tanto más formal, mientras que su cabello castaño y rizado lo había peinado para atrás, exponiendo su marfileño rostro moteado con la expresión más alegre que le pudo producir aquella cita.

Llamó al azabache por su nombre con un tono dulce y empalagoso. Fushiguro había quedado sin palabras y por un momento pensó si aquel sentimiento que experimentaba se podía parecer al que su padre tuvo por su madre hacía mucho tiempo.

—Fushiguro —dijo Itadori ladeando su cabeza con ternura—. ¿Estás bien?

El azabache parpadeó unas veces, se presionó por volver en sí y no caer embelesado por la apariencia peculiar de Itadori.

—E-Estoy bien —dijo tomando aire—. No es nada.

—¿Seguro? —insistió el castaño, satisfecho porque su primer ataque había dado en el blanco dejando a Fushiguro con la boca abierta.

—Ya dije, no es nada —repuso y tragó saliva en seco. Rascó su nuca y desvió la mirada a la vez que no quería perderse ninguna de las expresiones del castaño—. Sólo me sorprendió, ya sabes...

Representó su sorpresa apuntando al peinado de Itadori con cierto temblor en su mano. Claramente se podía leer su expresión de sorpresa y ternura en su rostro, y el castaño claro sonrió victorioso.

—Ah, esto —se pasó la mano por sobre su cabello cuidadosamente peinado; él también estaba emocionado por la cita. Se había pasado todo el día buscando qué ropa usar—. Solo quise probar algo nuevo... ¿te gusta?

La timidez con la que Itadori formuló esa pregunta, con la obvia intención de tener un comentario aprobatorio por parte de Fushiguro se unió a la que acompañó a la respuesta. Los dos bailaron ansiosos sobre sus propios pies, escuchando a las voces de sus corazones que se reconocían con facilidad y una alocada atracción. Alrededor de ambos se podía palpar un ambiente tenso, ansioso, pero de una perspectiva dulce como la que infunde la sensación que despierta una primera cita.

El azabache se armó de valor. Las paredes de su pecho ardían contendiendo su respuesta; debía ser honesto o sus sentimientos jamás alcanzarían a los hombros de un Itadori que parecía ir tan rápido. Uno al que deseaba proteger y ser su príncipe hasta el último día de su vida.

Le entregaría su último suspiro, si fuese necesario.

—Sí, bueno... —titubeó el azabache mordiéndose los labios. De pronto ser tan honesto era complicado, pero en ello también encontraba un placer único al verse en el cielo de los luceros castaños y grandes de Itadori—. Te ves bien...

Fue poco a lo que Itadori esperó, pero también suficiente si se ponía a pensar que el día a duras penas estaba comenzando. Sin previo aviso, estiró su mano y atrapó la de Fushiguro.

—Gracias —le dijo riendo, y dándole una sonrisa bien grande, de esas que Fushiguro recordaba todas las noches antes de dormir. Lo arrastró con él y caminaron un poco—. Ya no perdamos el tiempo aquí. Hay una cita por fingir y una foto por tomar, ¿ya sabes a donde iremos?

Fushiguro levantó la mirada, siguió el pasó de Itadori. Asintió, ya había pensado en un lugar que por toda una noche estuvo buscando recomendaciones en páginas de internet, pero hubo una palabra que lo obligó a detener su paso y tirar del agarre para llamar la atención de itadori.

—Espera, Itadori —lo llamó y sus cejas se fruncieron un poco, al igual que sus mejillas se colorearon de un rosa sutil. La imagen misma era una sorpresa para el recipiente de Sukuna; tomó aire y dejó salir lo que en verdad pensaba—. Te ves muy bien con el cabello así. Más guapo... podría decirlo. Además, me gustaría que no dijeras que vamos a fingir una cita, yo no estoy fingiendo nada.

El silencio que siguió a su comentario le hizo pensar desesperadamente si había sido muy directo y si tal vez ya era el momento para confesarse, pero la respuesta de Itadori le brindó la calma que necesitaba. Sintió que el agarre aumentó en fuerza sin necesidad de lastimarlo y de pronto la mano de Itadori creció en un tamaño increíble y cálido.

El castaño sonrió, de un tirón lo atrajo a él y se contuvo en abrazarlo. Había querido escuchar de Fushiguro aquello, que nada era fingido por ninguna parte y que, sobre todo, su imagen sí había causado un impacto importante. El azabache ya estaba siendo honesto e Itadori con sus acciones sacaría el mejor provecho de ello.

—Gracias, Fushiguro. Tú también estás guapo —le dijo con tal tono que parecía ser uno con la alegría que levantaba un buen día soleado. Ni por asomo se lo encontró avergonzado por sus palabras—. Entonces vamos, no fingiremos nada; hoy vamos a ser honestos el uno con el otro.

Al instante siguiente en que ambos formaron sus ordenes y la jovencita que las tomó desapreció detrás de la barra, figurándose que aquel par solo eran amigos, y cuando Itadori se aseguró de haber guardado su celular en su bolsillo tras haber respondido un par de mensajes, resopló aludiendo a la conversación que tuvo con Fushiguro antes de llegar al local.

—¡Ya te lo dije —dijo—, perdón por lo de Nobara! No era mi intención que ella se diera cuenta, además me estabas ignorado.

Fushiguro había hecho una molesta observación a la vez que el castaño lo delató con Nobara por haberse comido un insignificante pastel que vino a costarle un punzante dolor corporal. Jamás olvidaría la expresión de la castaña, era semejante a la de un gorila enfurecido y todo por culpa de Itadori.

—No te estaba ignorando —defendió el azabache—. En todo caso, ¿todo ese teatro porque no podías dormir? Además, pudiste haberle dicho a tu otro amigo.

El tono manifestado con aquellas palabras, los celos bien presentes y la inseguridad de Fushiguro, llegaron a ser entendidos perfectamente por el azabache, quien lejos de jugar, decidió ponerle fin a ese tema.

—Porque yo no quería hablar con él —confesó Itadori al momento en la mesera traía en bandeja un par de pizzas individuales con distintos ingredientes—. Esa noche solo quería hablar contigo, Fushiguro,

Al sentir cara a cara la verdad en las palabras de Itadori, Fushiguro iba a formular una respuesta del mismo nivel hasta que la chica, en medio de su tartamudez, intervino rascándose sutilmente una mejilla. Se abrazó a la bandeja, dando un pasó atrás mientras se dirigía a Itadori.

—Pido perdón por la pregunta, joven —murmuró ella, intentando sonar lo más segura posible. Fushiguro calló y observó la situación con expectativa—. Pero... ¿está esperando a su novia o algo parecido?

Las intenciones de la castaña eran claras. De los dos chicos, había encontrado algo especial y que llamó su atención en Itadori, quien ni bien escuchó la cuestión, formó una sonrisa y rio en levedad.

No iba a desaprovechar la oportunidad.

—No hay problema. Pero no —dijo negando con sencillez, alargó su brazo y con su mano atrapó por sorpresa la de Fushiguro, quien contuvo el corazón en la garganta; la imagen estaba bien clara—. Tengo novio.

Fushiguro se tensó, con los colores en el rostro y enmudeció tanto más que la chica, quien, en su inocencia y corazón ciego, asintió con vergüenza y pidió otra disculpa a ambos en caso de haber sido una molestia. Con la risa de Itadori de fondo, desapareció a pasitos rápidos y no volvió a salir hasta que ellos su hubieran ido.

—Ah... ¿se asustó? —preguntó Itadori tomando una rebanada para llevársela a la boca.

Fushiguro gruñó. Su pulso se había alterado tantas veces en el ultimo rato que estaba llegando al limite de su paciencia.

—¡¿Qué crees que haces?! —preguntó dándole un trago a su bebida de sabor.

—¿Eh? —repuso el castaño con el rostro bañado en inocencia—. ¿No te gustó?

A la sazón el azabache se encogió de hombros, frustrado porque, de hecho, le había gustado y en contra de eso, negó. Itadori sonrió enternecido por la parca respuesta del azabache, hizo de lado su comida y apoyando su codo sobre la mesa, como su barbilla sobre la palma de su mano encontró la verdad reflejada en los marinos de Fushiguro.

—Mentiroso —lo acusó como si se tratara de un niño de siete años—. Fushiguro, habíamos dicho que íbamos a ser honestos. ¿por qué no lo intentas otra vez y me dices la verdad?

A partir de ese momento el ambiente se tensó. Megumi tragó duro y guardándose su orgullo, levantó el rostro y bien seguro de sí mismo, dio razón a su respuesta.

—Bien, me gustó. Me gustó que dijeras que era tu novio —aclaró mientras las manos que puso sobre sus piernas, temblaban como gelatina—. Ahora es tú turno; ese día, ¿de qué hablabas con Junpei? No me creo que sea solo del profesor y que él quiera ayudar solo porque sí.

Itadori puso los ojos en blanco.

—Te sigue sin quedar claro que te prefiero a ti antes que a él —formuló en un lastimero tono que obligó a Fushiguro desviar la mirada. Itadori se cruzó de brazos, recordando aquella ocasión—. Aquella vez... como en cualquier otra, habíamos hablado de ti y sobre hoy. Eso es todo. Te toca, ¿por qué siempre estás celoso cuando se trata de él?

Unos segundos de silencio siguieron a la pregunta de Itadori, en donde Fushiguro se encontró encerrado. No podía mentir, lo habían acordado y estaba casi seguro que el castaño sabía bien la respuesta, pero quería escucharla saliendo de él.

—Porque pienso que me gustas —dijo Fushiguro, arriesgándose a decir la verdad y ser rechazado, pero Itadori no cambió su expresión en ningún momento—. ¿Qué tienes que decir al respecto?

Cuando Fushiguro pidió una respuesta, Itadori se la entregó con la honestidad brillante en un velo que cubrió su rostro. Sus labios se curvaron y las mejillas que hasta entonces parecían vírgenes, también se pintaron de un rosa suave que adornó perfectamente el dulzor de sus belfos.

—También me gustas, Fushiguro.

Se hallaban saliendo del sitio donde comieron cuando Itadori tomó por sorpresa al azabache. Lo abrazó tan fuerte y suficiente como para acercarse de forma peligrosa y así tomar la fotografía que habían acordado la víspera.

—La tengo —dijo Itadori guardándose el celular en el bolsillo. Sin todavía confesar la verdad tras esa cita, los mensajes y la fotografía—. Con esto tenemos todo listo. Se la haré llegar pronto. 

—¡Ni si quiera me avisaste que la ibas a tomar! —repuso Fushiguro.

—No era necesario —dijo Itadori con una sonrisa bien grande—. Siempre sales bien.

Y dicho esto, el castaño volvió a tomar partido en la sorpresa atrapando a Fushiguro en otro abrazo que le facilitó sellar un beso en su mejilla. La tarde estaba acabando para ese momento, en el cual ambos acordaron bajo un cielo naranjo como testigo, intentar conocerse de una forma diferente a como los amigos lo harían. 

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