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002

De un almuerzo sorpresa.

La seguridad con la que Itadori podía afirmar sus sentimientos por Fushiguro era tan real como que había una maldición en su interior que a veces le molestaba y hacía malas jugadas. Estaba consciente del interés que para ese entonces Sukuna mismo tenía sobre el azabache y eso le causaba celos, incluso conflicto, porque temía no ser mejor que el Rey de las maldiciones a ojos de Megumi.

¿Qué podía encontrar Megumi en él que no pueda ser superado mil veces por Sukuna?

Lo meditaba y pronto sentía las esperanzas escapar montadas en dos alas blancas, dejándole un amor unilateral. Tan solo recordar el supuesto encuentro que tuvo con Sukuna hacía tiempo en donde perdió la cabeza y fue derrotado por una simple patada en una fracción de segundo le hizo sentir que su lugar no estaba ni cerca de encontrar la atención de Megumi.

Itadori era construido por la voz de Fushiguro y destruido también por su mirada. Aquel chico, reconoció, logró obtener total control de su persona apoderándose primero de su corazón y alma con lo taciturno y sencillo que es; fue su primer amigo, e irónicamente terminó enamorado de él.

Todos los jóvenes solían pasar por esas contradicciones cuando estaban enamorados, ¿no era así? Normal, dentro de lo que cabe, pero no dejaba de ser molesto y frustrante, al menos hasta que se hubo armado de valor y pedido que invocara para él a aquellos conejos de los que Toge le habló. Se sorprendió cuando Fushiguro aceptó al poco rato y más cuando presenció ese beso indirecto.

La escena se quedó bien grabada en la memoria de Itadori. Jamás podría olvidar a un Fushiguro tímido, alzando un conejo y con ese exquisito relieve en sus pestañas bajando la mirada para darle un beso donde antes Yuuji lo hubi hecho. Lo recordaba y quería gritar de emoción, correr y buscar a Fushiguro para llenarlo de abrazos.

Aquella tarde no se demoró mucho en hacerle saber aquello a Junpei, su confidente en cuanto al tema. Y hablaron larga y extensamente de ello sin llegar a una conclusión en concreto; internamente Itadori temía que Sukuna tomara poder de su cuerpo y lastimara a Fushiguro.

El tren de los pensamientos de Itadori se detuvo en la estación a tiempo donde una mano pasó por frente suyo. Con la segunda vez de esa mano deslizándose frente a él, cayó en cuenta que Satoru les había concedido una hora para almorzar hacía unos quince minutos. Esa mañana se había olvidado su cartera en su habitación y el edificio de los dormitorios estaba cruzando el patio; no tenía opción más que soportar su hambre hasta el mediodía.

—¡Itadori! —escuchó y dio un saltó enfocando su mirada en Fushiguro, que estaba de pie frente a su mesa, notablemente molesto. El azabache observó a su derecha y se dirigió a Nobara—. Ya no es necesario pegarle, ya volvió en sí.

Itadori, confuso observó a sus amigos y Nobara rechistó para tomar asiento y seguir leyendo su revista. Al parecer tenía esperanzas de pegarle al castaño; Itadori suspiró aliviado.

—¿Me puedes decir qué tienes? —preguntó Megumi con una mano tras la espalda, logrando causar cierta curiosidad en Itadori, quien negó y formó la mejor expresión relajada de todos los tiempos.

—No es nada —le dijo, tampoco podía confesar que la mayor parte del tiempo es él quien ocupa sus pensamientos—. Solo me quedé pensando.

Nobara, bien dispuesta a no entrar en la conversación se rio. A ella le parecía otra cosa bastante obvia, porque Itadori no se dio cuenta, pero todo el tiempo estuvo observando a Megumi.

—¿Seguro? —preguntó el azabache con seriedad y notable preocupación—. Más que pensando parecía que me estabas viendo y...

Itadori dio un golpe en la mesa, pronto sintió su rostro caliente y negó con fuerza. Tal vez y también lo que le tenía de tal modo no solo era su inseguridad en cuanto a Sukuna, sino la conversación que antes tuvieron en donde le pidió fingir una relación y que ahora ninguno de los dos había mencionado.

Había querido tomar la iniciativa de una forma, y esa fue la única a la que pudo llegar ignorando los consejos de Junpei.

—¡¿Yo te estaba viendo?! —exageró su tono, alzándolo y formando una X con sus brazos—. ¡Para nada! Debió ser imaginación tuya, Fushiguro.

Megumi meditó sus palabras, como si estuviera juzgando y con una mirada fría que ocultaba a verdad, decidió dejarlo pasar suspirando. Por un momento temió que aquel tema de la relación falsa saliera a relucir, pero por suerte ese momento todavía no había llegado.

De pronto, cortando con su conversación, el celular de Itadori le alertó de un mensaje nuevo y a esa hora no podía ser más que aquel chico que le causaba celos a Fushiguro. Bajó su mirada y alcanzó a leer en la pantalla su nombre.

—¿Es ese tu amigo? —le preguntó Fushiguro y Nobara volvió a reír—. ¿Es él el que te tiene tan distraído?

La castaña en respuesta se adelantó a Itadori y al dar la vuelta a una página que ni atención le prestaba, formuló unas pocas palabras.

—¡oh! Un artículo para ver si estas celoso —dijo, refiriéndose a la obviedad de Megumi, quien se encogió de hombros—. Qué interesante, ¿verdad, Fushiguro?

El mencionado chasqueó los dientes y pasó de la pregunta para prestar atención a la respuesta del contenedor de Sukuna, quien negó con una sonrisa llena de seguridad.

—¿Hablas de Junpei? —Itadori negó, Junpei no podía tener el mismo peso que la simple sombra de Megumi—. No, de hecho, no me acordaba que estábamos hablando. Él no tiene nada qué ver.

Confió en sus palabras y con sutileza Fushiguro pudo respirar con alivio. Aún así, Junpei no era de su agrado porque la mayor parte del tiempo se la pasaba buscando a Itadori y eso le daba mala espina, además, era muy tierno y tímido, estaba seguro que Itadori no dudaría en cuidarlo y quererlo mucho.

La debilidad de Junpei, Fushiguro lo supo, era su carta de triunfo, Por eso y otras cosas en mente, decidió entrar al juego con detalles simples pero nobles. De repente se sintió nervioso y su brazo tembló a la vez que sus mejillas se pintaron de rosa cuando de detrás de su espalda hizo aparecer un pan relleno de mermelada y una pequeña cajita con leche de fresa.

Se los extendió a Itadori.

—Dejando eso de lado, ¿todavía tienes problemas para dormir? Ten, come esto —dijo, intentando controlar la rapidez de su voz, no quería parecer desesperado o nervioso—. Seguramente olvidaste tu dinero y tendrás hambre. Con todo lo que estás acostumbrado a comer, no llenarás, pero al menos es algo.

Los ojos castaños de Itadori se iluminaron por ese sencillo acto. Estaba conmovido por las palabras del azabache, las cuales tomaron un peso en su corazón porque eran ciertas, él no llenaba con tan poco, pero la preocupación de Megumi porque comiera algo le hizo sonreír como un tonto. Incluso pensó en no comerlo y guardarlo como una reliquia familiar, pero si lo hacía lo más seguro es que se llevaría un golpe como regaño.

Levantó la mirada de la comida a Fushiguro y este tuvo que desviar su atención. Verlo tan rojo, tan ansioso y con el corazón en el fondo de esos ojos bien adornados, lo obligaba a saltar y llenarlo de besos, más se tuvo que contener cuando Nobara volvió a participar.

—¡Awww! ¡Mira, Fushiguro! —dijo ella, con toda la intención de molestar. Apuntó a su revista—. En esta mini historia Michael le regala un pastel a Teresa. ¡Qué tiernos!

Itadori ahogó una carcajada. Nobara era tan obvia como los dos restantes del salón y todo ello lo volvía todavía más divertido.

—¡Kugisaki! —gritó el azabache, dispuesto a luchar con la castaña cuando la voz de Itadori le detuvo y atrajo su atención.

—Gracias, Fushiguro —le dijo con una sonrisa ligera, suave y en extremo tierna, tanto que hasta Nobara volvió su vista a la revista. Abrió el empaque del pan y al darle el primer mordisco se lo extendió a Fushiguro, esta vez invitándolo directamente—. ¿Quieres? Está delicioso.

Megumi dudó unos segundos. No estaba seguro si lo correcto era aceptar, pero extendió el brazo y tomando la mano de Itadori bajo la suya, se inclinó todavía sonrojado, para darle un mordisco pequeño, probando directamente la existencia del castaño claro en un sutil sabor a mermelada bien dulce.

—Lo está... —repuso Megumi recuperando su postura y tragando a la vez. Itadori asintió—. Ahora come, antes de que se acabe el descanso.

Con ternura y como su fuera un hámster, Itadori asintió y a cada mordisco que daba a un pan sencillo, se percataba que sí tenía una oportunidad con Fushiguro; tal vez todo lo que le causó inseguridad no estaban presentes en el contrario y solo eran ideas suyas. 

Sukuna jamás entendería lo importante y especial que fue ese acto del azabache, el cual guardó muy bien en su corazón. 

Podía superar a Sukuna y ser correspondido por Fushiguro. De ahora en adelante no se quedaría atado de manos. 

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