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Ella tenía ese tipo de voz que exigía ser escuchada; todas las miradas se enfocaban en ella apenas abría la boca. ¿Por qué? Nunca lo supe exactamente, quizás era la manera en que gesticulaba, o ese brillo suyo en los ojos. Una voz que encandilaba, incluso el movimiento de sus labios llamaba.

No había día que no la encontrara rodeada de gente, porque así era ella; una especie de imán natural. Nos sentábamos alrededor suyo, esperando que su esencia iluminara tan siquiera un poco la nuestra.

Nunca me cupo duda que era un ser distinto. Podías notar su presencia apenas entraba en la estancia, y no era por aquel perfume, sino que el ambiente se volvía ligero, apacible. Su risa misma te incitaba a voltear, pero no porque fuera armoniosa, o por el contrario... escandalosa; más bien porque era una cascada de vida. 

Yo ignoraba por completo si ella era consciente del efecto que tenía en las personas. Se deslizaba por el mundo en paz, entregándose tanto que llegué a pensar: Se quedará seca. Por supuesto que ella no sabía lo que hacía. Aunque cuando charlaba con nosotros, de repente detenía su amena mirada en mí, y por alguna razón... yo sabía que tenía pleno conocimiento de sus actos.

Podrán imaginarse que los hombres iban detrás de ella cual abejas a la miel. Por lo que supe, no tuvo pareja alguna en su vida. No era de esas chicas que veían en el amor una cadena; con esa premisa dada, aún no me explico el porqué.

Muchas veces vi en ella una mariposa, revoloteando por la vida de otros para alegrarles el alma a ratos. Bella de mirar, dura de atrapar. Debo confesar que yo mismo traté de atraparla, pero todos mis pasos fueron infructíferos, tontos tal vez; pues ella se daba a voluntad mucho antes de que intentaran cazarla. Entonces uno retrocedía, anonado ante su persona.

Era la intención de su mirada, el sabor de sus palabras; que nos impedían dar otro paso hacia ella. Puedo decirlo así de seguro porque lo intenté por años, aun cuando las arrugas carcomieron su piel y el platino se apoderó de su cabello. ¿Que si me rechazó? Para nada; la lucha era conmigo mismo.

Muchas veces preferí esconder en mi espalda rosas, otras tantas que me tragué cientos de cumplidos. Es que justo así ya era hermosa, ya era completa cuando la conocí. Sin embargo, me negaba a irme lejos; quería quedarme donde su aroma llegara y su voz no me faltara.

Podía verla jugar con niños horas enteras, como también carcajear en compañía de nuestras amistades. No me molestaba en lo absoluto cuando su mirada se perdía en el rocío de las flores, o aquellas veces que meneaba su fino meñique dentro del café. Su naturaleza cautivaba, mas no estaba hecha para ser cautiva; ella necesitaba entregarse a muchos, llevar su frescura a todos.

La última vez que la vi de pie, llegué a la conclusión de que estaba hecha para ser contemplada; venía aquí a enseñarnos, no por medio de la colonización, sino gracias al ejemplo. Nadie podría devolverle lo que ella entregaba, y al parecer eso no le molestaba en lo más mínimo.

Quería su sonrisa congelada, pero cuando ella se fue, entendí que algunas personas nacen para ser felices, haciendo felices a otros.

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