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Hay días en los que pongo las manos delante de mi cara para comprobar si soy yo quien controla este cuerpo al que a ratos me siento ajena. Si mi esencia suele estar adherida a mi manifestación física, es en ese momento que percibo una delgada separación entre ambos elementos, y uno de ellos, el que no es físico precisamente, se ve delineado al punto de opacar al otro.

Luego trato de ponerle palabras a la experiencia y no consigo más que suspirar rendida, como ahora, al no encontrar en mi idioma conceptos para explicarlo en su totalidad. Si es que los tiene, yo no los conozco. ¿Te has puesto a pensar que el idioma te limita?, quisiera saber hasta qué punto mis estructuras mentales dependen de él y cómo han contorneado lo que soy. ¿Podría considerarlo como una especie de engaño?, si poseyera algo más grande que un lenguaje, imagino una mente sin relieves en la que el pensamiento corre como quiere, sube y baja, va y viene. Quizás es mucho pedir; puede que los caminos mentales sean la única manera que hemos hallado de funcionar.

Dichos caminos mentales los visualizo como un laberinto de muros altos que me obligan a recorrerlos con un orden específico si lo que pretendo es razonar. Aunque en el fondo tengo la sensación de que existe algo más, me veo tan condicionada por los muros que no sé cómo llegar a ese otro plano del que hablo. ¿Qué sucedería si trepara los muros y encontrara un lugar donde mi pensamiento puede correr como quiere, subir y bajar, ir y venir? ¿Cómo llego ahí en primer lugar?, y si llegara, ¿usaría siquiera un lenguaje después de un conocimiento de tal magnitud?

No tengo plena seguridad de la veracidad de mis recuerdos. Tal vez en algún punto no hayan tenido influencia externa alguna, pero conforme he vivido es factible que yo misma haya agregado o quitado cosas según lo que la gente alrededor de mí cuenta, y no creo que se trate de un proceso consciente. Si estoy hecha de vivencias, ¿puedo fiarme de que éstas sucedieron justo como están grabadas en mi memoria?, porque en caso de ser falsas, o al menos en una parte, también habría aspectos de mí moldeados de acuerdo a algo que en realidad nunca pasó de tal o cual manera.

Vivo entre la espada y la pared. Es una curiosa dualidad que por una parte me hace absorber hasta el fondo esta etapa, pero por otra, me hace negarla en un capricho por no querer crecer. Mientras tomas un baño, ¿has jugado a querer aferrarte al agua? Yo lo he hecho, aunque de antemano conozca cuál será el resultado de mis intentos. El tiempo se está volviendo agua para mí; no importa lo mucho que pretenda guardarlo en mis manos, siempre se filtrará entre mis dedos. Incluso he llegado a pensar en una personificación del tiempo que me observa desde mi ventana y se ríe de mis esfuerzos cuando me siento al filo de la cama con un hueco en el pecho. Tan duro es ÉL que está robándome un día de cada año que vivo... trescientos sesenta y cinco, trescientos sesenta y cuatro, trescientos sesenta y tres...

Antes los adultos para mí representaban figuras asertivas. Ellos tenían todas las respuestas a cada uno de mis porqués, parecían seguros de lo que estaba bien y mal, pagaban impuestos, tenían trabajos, nunca perdían la compostura. No veía ni un asomo de inseguridades —porque ni siquiera sabía que existían— y muchos menos dudaban en su actuar. Desde el hecho de tener que echar la cabeza hacia atrás para mirarlos al rostro, ya me mostraban lo que yo concebía como la realización humana.

No fue de la noche a la mañana que me di cuenta de que están tan perdidos como nosotros. Que no se crea que vengo a denunciar a alguien. En realidad, a todos en esta habitación nos tiemblan las rodillas.

—Siento que me guardas muchos secretos —dijo ella.

Y cómo no iba a decirlo si yo misma me tengo secretos. La introspección no funciona en este caso, pues no voy a encontrar nada si antes no sé cómo luce, lo cual considero peor que buscar una aguja en un pajar. Entonces vuelvo al laberinto de muros altos.

Hay un concepto general de adultez que existe independiente del que solía tener. Me pregunto si podré algún día considerar que lo he alcanzado... suena tan lejano y todos advierten que estoy a la vuelta de la esquina. ¿Me considero adolescente al menos? ¿Niña?, o una mezcla de ambas acaso. ¿Qué tan cuerdo es pensar que soy una idea dentro de un cuerpo?, tratar de negarlo sería, en cierta manera, afirmarlo.

No me digas que también mi cuerpo me limita, porque me espera una noche mirando el techo sin observarlo, seguido de varios días oyendo sin escuchar. 

Quiero expresar muchas cosas y no digo nada. Me tranquilizaría saber que hay más personas a las que se les atoran los pensamientos en la garganta y la voz en los ojos. Al final es reconfortante creer que quienes no encuentran palabras para comunicarse, son los que mejor se entienden. 

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