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A decir verdad, su ciudad no era muy grande a comparación de las metrópolis en el centro del país. Ante muchos ojos se trataba de un pueblo quieto donde nunca pasaba nada lo suficiente importante para salir en los noticieros de las tres de la tarde. El tráfico no era demasiado, el ruido por las noches no era mucho, y la gente en los centros comerciales no era tanta.

Sus pseudoamigos decían que el buen ambiente estaba en los bares de mala muerte en la periferia de la capital. Pero para él, el corazón de la ciudad palpitaba en la zona universitaria desde hacía muchos años. De niño no había ocasión en que no mirara desde la ventana del auto esos edificios altos, y a los chicos de aire ocupado que salían de ellos. Aquella era la mejor y única universidad pública en todo el Estado. El resto de ellas, todas privadas, ni aunque se hubieran fusionado al estilo de los Power Rangers le habrían llegado a los talones.

Ahora se encontraba delante de la misma, en una fila interminable para llenar algunos papeles antes de comenzar el examen. ¿Que si estaba nervioso? Por favor... llevaba un año preparándose, es más, se podría decir que la mera salida del útero de su madre había sido el primer paso en su plan de estudiar Medicina. Las enfermeras no habían dicho "Es un niño, bendito Dios", no señor; sino "Es un médico, ¡bendito Dios!".

Era consciente del esfuerzo que implicaba, y que no cualquiera aprobaba el examen, menos aún aguantaba el ritmo universitario, pero estaba dispuesto a apuntar a eso y más. Lo sentía en el cuerpo, que ésa era su carrea; sus huesos se lo decían.

Conforme avanzaba la fila, no podía negar que las manos le sudaban... ni que se mecía de un lado a otro en su lugar. Trató de no dar a notar su boca seca cuando le preguntaron si aquella era la fila para el psicométrico.

Fue entonces que un rechinido de llantas lo sacó de sus meditaciones. En la calle, Karina anteponía sus brazos a un auto y retrocedía en brinquitos apresurados. La vio saltar a la acera y abrirse paso a costa de todos, como siempre lo hacía. Llevaba su cabello recogido en una coleta alta y algunos mechones finos le bailaban con el viento caliente de la tarde. Nicolás sonrió de lado. Justo le venía a la mente la ocasión en que ella se había levantado un suéter de espaldas a él para quedar en la blusa escolar; su espalda era blanca y larga, punteada por las vértebras hasta el final. Se preguntaba si todavía eran notorias...

Él arregló su gesto para cuando Karina llegó. Respiraba veloz.

—¿Me dejas meterme en la fila? —fue su saludo.

—Claro... comienza por allá —apuntó por encima del hombro.

Ella torció los labios en un bufido. A su lado derecho los autos iban y venían en doble sentido, con un camino de arbustos y árboles fungiendo de muro. En el otro extremo de la calle la gente transitaba a buen paso. Las cafeterías estaban llenas al igual que los transportes públicos. Y para ser sinceros, el aire que se respiraba era denso, casi agobiante.

—Por favor, tengo que maquillarme. Ten —le entregó sin más su celular —. Apúntame la cámara frontal.

Karina alzó una pierna para apoyar su bolso y rebuscó entre las cosas. La primera mirada que echó a su reflejo improvisado fue para retocar sus labios de aquel rojo cereza. Detrás, Nicolás tenía la mirada fija en los mismos, en las líneas delicadas que ni con labial se perdían. Aunque la fila avanzó unos cuentos pasos, ella no perdió el ritmo.

Nicolás quiso contener una risa cuando ella metió un dedo a su boca y lo extrajo.

—¿Qué? —atajó — Es para quitar el exceso.

El resto de la cara estaba hecha en unos minutos. Él le entregó el celular mirando al suelo para después dar unos cuantos pasos más con ella a cuestas.

—¿Ya estoy bien maquillada?

La miró y torció el gesto.

—No, todavía se te ve la cara.

Karina soltó una exclamación ahogada con destellos divertidos.

—¿Por qué las mujeres se maquillan tanto?  A mí no me gusta; prefiero lo natural —inquirió mientras se aferraba a las asas de su mochila —. Además, vienes a un examen, no a una pasarela.

La muchacha parpadeo aturdida y agitó las manos aunque su paquete de sombras dependiera de ello.

—Déjame aclararte una cosa: ¿crees que pasamos todo ese tiempo frente al espejo para ti? ¿Para un hombre?

Él alzó una ceja.

—¿Conoces la comunidad de maquillaje en YouTube? Esa cosa existe por y para mujeres. Si a una chica le gusta usar maquillaje, déjala en paz, déjala que encare el mundo como quiera. Es su manera de sentirse cómoda, ¿de acuerdo?, y no me vengas con que no es natural, o falso, porque usaré tu sangre para mis labios y me aseguraré de que sea lo suficiente natural para ti.

Nicolás ya tenía las manos en alto y parpadeaba, alejando su rostro de Karina. Unos segundos de silencio relativo entre ellos bastaron para que él asintiera.

—Y date prisa; tenemos un examen que responder —apuró ella antes de pasar de largo a su lado.

Sin embargo, se quedó plantado en la entrada mirándola alejarse con ojos pensativos.


Para cuando salió del examen el cielo ya había oscurecido. Las ventanas de la Universidad daban a una ciudad iluminada, la misma de siempre en realidad, pero verla desde ahí le resultaba distinto. Era un enfoque que le agradaba, tanto, que se veía a sí mismo contemplando las calles desde ahí a partir de ese momento.

Se dio el lujo de bostezar un par de veces. Confiaba en que el aturdimiento se le pasaría en cuanto tomara un poco de aire fresco.

Recorrió los pasillos iluminados de blanco, bajó escaleras llenas de anuncios sobre convenciones, fiestas y todo tipo de eventos destinados a estudiantes. En verdad no podía esperar a ser parte de todo eso.

Quiso devolver sus pasos cuando torció en el último camino a la salida. Giró sobre sí mismo un par de veces y soltó un largo suspiro. Al final caminó recto, resignado.

—No deje de circular, no deje de circular —decía Karina, que recargada cerca de las puertas principales, arreaba a la gente en tono policiaco.

Nicolás se detuvo rendido frente a ella. El viento fresco de la noche que inundaba la zona le ayudaba un poco a aguantar.

—Te estaba esperando —decretó.

Él rodó los ojos, se pasó la mochila al pecho y buscó en ella la libreta de Cálculo.

—No, no, en realidad... ¿cómo te fue en el examen? —se adelantó ella. Nicolás se detuvo, extrañado —. Bueno, sí, también vengo para que me pases la tarea.

Él reprimió una sonrisa cansada.

—Estás viendo a un médico de carne y hueso.

—Ey... —lo recorrió de pies a cabeza con ojos vibrantes — Excelente. Felicidades.

Karina tomó la libreta y se encaminaron a la salida. Por alguna razón extraña ahí no se sentían extraños; la gente iba y venía sin siquiera fijarse en ellos, o quizás, más allá de ello, era el ambiente que los recibía de brazos abiertos. 

—Nada de comida en ella —advirtió Nicolás apuntándola —, ni marcas de agua, o dibujitos con nombres del tipo que te gusta.

—Descuida, está en buenas manos —añadió con un guiño.

Los jardines a los costados del camino los vieron pasar. Estaban decorados con unos cuantos árboles, placas de la fundación y dos fuentes gemelas. Algunas parejas disfrutaban de la noche fresca en pleno césped, con libros entre manos. 

—Eso dijiste del pez del proyecto, y se murió.

Karina resopló y le restó importancia con la mano. Si él supiera que se le había ido por el drenaje mientras limpiaba la pecera...

—Esos anfibios no aguantan nada.

Salieron de las instalaciones y tomaron la calle hacia la derecha. El ruido de la ciudad ya no quedaba amortiguado por nada.

—Los peces no son anfibios.

Ella lo miró de reojo levantando las comisuras.

—Quería asegurarme de que lo supieras. Así que... ¿Medicina?

Nicolás asintió haciendo de sus labios una línea. No apartaba la mirada de los autos pasando; se acomodó sus lentes con un dedo. La parada del transporte público, para su buena suerte, no estaba concurrida y ambos pudieron ocupar un asiento.

—A mí hermano le encantaron las tortugas de nuestro proyecto —se animó a decir tras un silencio.

—Ya lo creo... es genial picarles la cara y ver cómo se esconden en el caparazón.

Él no pudo contener la risa. Karina apartó el rostro y sonrió a su vez, discreta.

—Mañana es su cumpleaños; pensaba regalarle un par.

—Adopta, no compres.

—¿Y dónde pretendes que adopte una tortuga?

Karina no respondió.

—Así que... considerando que me debes tu vida académica... —dijo tanteando el terreno —, quiero que cojas tu auto y me lleves mañana a comprarlas.

La muchacha lo encaró.

—¿Y por qué yo?, existe el transporte —escupió apuntando a la calle.

En ese momento el tráfico se acumuló y los conductores hicieron sonar su claxon. Nicolás dejó su cara en un gesto impasible. Apenas pestañeó.

—Dame mi libreta de Cálculo.

—Ey, ey... tranquilo —dijo de inmediato —. Hablemos civilizadamente, ¿quieres?

Soltó una risotada que a ella no le hizo nada de gracia.

—Mañana. Cinco en punto en la parada cerca de mi casa.

Karina gruñó.

¡Todavía no termina!
Este trocito va dedicado a MariferCarstairs , ¡porque es la personas más decidida a estudiar Medicina de la generación!

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