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Quiero aclarar que el texto a continuación NO es mío. Lo encontré por casualidad en la bandeja de entrada de Tumblr hace mucho, y desde entonces he querido colgarlo aquí. Así que por fin lo traduje y... aquí está. 

Antes de que comiences con él: si no crees en la existencia de un ser superior, está bien, es perfecto. Economiza objeciones e imagina que todo es una simple historia. 


¿Alguna vez has pensado sobre Jesús viviendo aquí en la Tierra?

En ocasiones tendemos a pensar que brincaba de un milagro a otro y que todos los días vivía una historia bíblica. En realidad, su vida pública duró tres años.

¿Se imaginan todos esos días ordinarios?

Probablemente tenía comidas favoritas y rutinas matutinas; quizás sus pies se ensuciaron más de una vez al caminar descalzo bajo el abrasador sol de Judea. Tuvo ampollas, hipo y resfriados. Quizás también roncaba.

Todo el tiempo se reía hasta llorar y apuesto que tenía bromas privadas con sus discípulos; imaginen compartir una broma interna con quien, en primer lugar, te dio el aliento para reír. Seguramente tenía habilidades humanas, como construir una casa, cocinar, leer y lavar sus vestiduras. ¿Se lo imaginan? Pasando comida por la mesa y chocando la mano con Jesús; hablando de trivialidades como el clima.

Tal vez algunas noches Juan no podía dormir, y recurría a Jesús para recargar la cabeza en su pecho y escuchar sus latidos hasta caer rendido. Tal vez algunas noches un discípulo tenía insomnio y se incorporaba de la cama para encontrar a Jesús sentado contra una roca, con la vista fija en el cielo; tal vez contemplaron juntos las estrellas.

(El Dios del universo mirando su creación a través de ojos de corto alcance, y el discípulo que quiere desesperadamente preguntar cómo es dar forma a cada estrella, pero mira esos ojos y esas manos humanas... y algo dentro de él se estremece, tiembla)

¿Alguna vez has pensado en esos días cotidianos, los cuales están casi olvidados, que superan numéricamente a los días milagrosos?

Convirtió agua en vino, alimentó a cinco mil personas de lo que inicialmente era tan poco, y trajo a Lázaro caminando con vida de la tumba. Y todos ellos, quienes lo presenciaron, perdieron el aliento ante sus actos. No porque no esperaban que una deidad hiciera lo imposible, sino porque Dios estaba viviendo entre ellos.

No son los milagros los que son impensables.

Imagínenlo viviendo el día a día con su familia; visualicen a José contándole historias y Él, atento y maravillado. María y José, colocándolo en una cama para escuchar el ritmo de su respiración al dormir. Imaginen al Dios del mundo no solamente mirando las estrellas, sino también contemplando una majestuosa puesta de Sol.

Imaginen a Jesús, de niño, corriendo alrededor de su casa, cantando bellas y tiernas canciones impregnadas de su cultura, las cuales de María aprendió. El gusto del que se llenaba al comer sus alimentos predilectos, o un baño luego de un día caluroso.

Imaginen a José, dudoso, tratando de descifrar cómo enseñar carpintería a un Dios, al mismo Dios. Y que Jesús, el Señor, efectivamente se tomó el tiempo de escuchar y aprender de las palabras de su viejo padre. Imaginen las humildes actitudes de Dios.

Solemos decir que el mero hecho de volverse de carne y hueso ya es un hecho humilde. Pero es solo hasta que pensamos en ello, que nos damos cuenta de lo grande que es esto. El Dios del mundo tomándose el tiempo y poniendo esfuerzo en aprender lo que nosotros, meramente humanos, teníamos que decir y hacer. Y Él quería hacerlo, quería estar cerca de nosotros, ser uno de nosotros. Cuando Dios se rebajó a sí mismo, fue cuando nos enseñó lo grande que era.


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