La Raíz del Universo

Las marcas de su piel curtida guardaban tantas historias como años tenía. Su aroma a humo permanente se esparcía por donde fuera, al grado que no era necesario verlo para saberlo cerca. Con el tiempo, la factura de la vida había cobrado caro el pasaje, pero nadie se dio cuanta ello hasta que su cabello azabache se tornó plata y aquel andar se volvió pausado, sereno.

Había dejado de alzar los brazos al cielo en busca de estrellas, pues decía que éstas ya eran suyas, y todas las noches se dedicaba a contemplarlas con los viejos soles de su rostro. Viejos sí, mas no vacíos; en ellos se escondía el mundo mismo, que a ratos era visible. Quedaban maravillados quienes lograban divisar esos dos firmamentos. Una ocasión pude apreciarlos desde mi ventana... y he de admitir que no se trataban de dos soles, sino de dos universos palpitantes cual corazones.

Las raíces de su cuerpo eran las más experimentadas del viñedo gracias a tantas caminatas nocturnas. Quizás ahí residía la razón de que ahora estuviera aferrado al suelo, dejando que su pensamiento caminara en su lugar. En esa posición solía saciarse del dorado elixir de la vida hasta que la oscuridad se comía a bocados el día.

Un hombre duro, decían. Jamás pude verlo así. ¿Cómo era posible que fuera duro cuando sus ramas eran mi cobijo? ¿Por qué lo creían impasible si conmigo se conmovía? Me cargó aun herido y encendió su vela interior para iluminarle sin importarle que pudiera quemarse en el proceso. Llegó un punto en que su altura dejó de parecerme inalcanzable; nuestros horizontes se volvieron los mismos, y cuando quise buscar la razón, encontré su mano sosteniéndome; alzándome por encima del muro con tal que viera más allá del mismo.

Un día, una de sus estrellas me susurró que pidiera un deseo, y lo único que añoré en ese momento fue que él, mi abuelo, fuera eterno.

Esta es mi primera tarea para Redacción Literaria. Corta, pero significativa para mí.