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Quiero compartirles que ayer, viernes veintisiete, tuve una revelación de vida... o algo así.

Siempre me han dicho que escoja mi carrera según lo que dicte mi pasión, pues de esa forma el amor por ella servirá de combustible interminable para estudiarla y además dedicarle mi vida. Los sabios que ya han terminado la universidad me aseguran que, si me baso en esto, no me pesará levantarme en la madrugada ni saltarme deliciosas horas de sueño. Tanta es la magia de la pasión, que los deberes no representarán una carga agobiante, sino que serán un gusto.

¿Se lo imaginan? Sin duda debe haber un hechizo detrás de todo esto.

El caso es que, como ya había mencionado, ayer tuve un momento de lucidez cuando creí que todo iba de mal en peor con respecto a mi futuro.

Estaba en la última hora de clases con un protocolo de laboratorio encima. Si los lapiceros pudiesen volar, el mío lo habría hecho de tan rápido que escribía. Se me había olvidado por completo que saliendo debía pasar a la oficina del coordinador de talleres. La razón: había nuevas actividades disponibles, entre ellas... Redacción Literaria. Ya podrán imaginarse mi emoción, la cual volvió de golpe en el instante en que la maestra dio por terminada la sesión.

Me despedí de mi genial equipo de laboratorio —en serio, somos los Avengers preparatorianos venciendo al Método Científico—, luego recogí mis cosas aprisa y salí a paso veloz de la biblioteca.

La mitad del camino fui andando como Cuasimodo debido al peso de mi mochila. A duras penas llegué al segundo piso del edificio y dejé caer la carga. Prometo que me sentí la reencarnación del Pípila en el trayecto; para las que no son mexicanas, espero que con esta foto quede clara la idea. Él es El Pípila:

Aproveché que había una fila larguísima en la oficina del coordinador para hacer una llamada y correr al baño. Cuando volví, me estacioné detrás de los otros alumnos, coincidiendo con algunos amigos.

—¿Vienes a cambiarte de taller? —le pregunté a uno.

—Sí... solo que debo tomar dos talleres este año porque reprobé la materia el año pasado —respondió él —. Quería Literatura, pero no sé si entrar... quizás dejen tareas, y con la escuela va a ser muy difícil cumplir.

Aquí hubo un pequeño cambio de escenario. Me alejé del chico con el fin de acercarme a otra amiga.

—¿A qué vas a entrar?

—Todavía no sé si Literatura sea una buena opción —dijo, balanceándose con actitud impaciente —. Ya ves que este año es el más pesado. Los horarios de Lite me convienen, pero no me conviene que dejen deberes. A nadie, en realidad. ¡Son dos horas corridas de clase! Me quitará tiempo para tareas.

En mi sondeo estudiantil, si es que así puede llamársele, este caso se repitió al menos dos veces. Fue en ese momento glorioso en que caí en la cuenta, que a mí, humana Andrea, jamás me había pasado por la cabeza que sería pesado atender a Literatura y cumplir lo que fuera que nos asignaran, porque seguro lo harían. No había dudado ni un segundo en que ése sería mi taller del año, mucho menos se me había ocurrido que me quitaría tiempo. Al contrario.

Fue una auténtica revelación. Redacción Literaria rompió las paredes del aula donde sería impartida, y en mi cabeza se convirtió en un estilo de vida con todo lo que implicaba. Se volvió un mundo diminuto que me enamoró en cuestión de segundos.

Me vi obligada a dejar reposar la idea; mi turno con el coordinador estaba cerca. Charlé unos minutos con él sobre el porqué de mi cambio de taller. Debo aclarar que tengo una buena relación con él desde antes que se volviera coordinador. Es una persona muy cálida. ¿Recuerdan un escrito que hablaba sobre el cambio que quería ver en la sociedad, el cual ganó un premio de Literatura ? Este profesor fue el primero en leerlo, y dijo que había aprendido mucho de él y de mí, a lo largo del ciclo escolar.

—Te vas de Apreciación Musical entonces... —afirmó para sí mismo mientras buscaba mi nombre en las listas.

—No tiene caso tomar la clase si no estás tú como profesor —respondí con un gesto apenado, que por mi expresión cayó en broma. ¡Pero lo decía en serio! La materia era buena porque él la tenía a su cargo.

—Seguiré dándola; no me movieron a fin de cuentas.

Antes de que pudiera decir algo, él se adelantó con una sonrisa comprensiva:

—Lo entiendo; te gusta la Literatura.

No me quedó nada que agregar , ¡él ya había dicho todo! Así que asentí, le di las gracias y salí de su oficina.

El resto del día no dejé de pensar en el tema, incluso armé un plan de respaldo en caso de que mi yo futuro decidiera una carrera relacionada a la Literatura: recordé que le había preguntado a mi mamá si era capaz de echarme de la casa; había dicho que no. Aquí, estas carreras tienen fama de llevarte a la muerte por inanición. O sea que no son bien remuneradas.

¡Que mis papás no me corran de la casa es un punto a mi favor hoy y siempre! Ustedes saben a lo que me refiero.

Ahora bien, esta revelación no me llevó a tomar una decisión definitiva, por lo menos no hasta ahora. Se trata de una variable más a considerar antes de escoger mi carrera.

Una vez más, gracias por aguantar mi remolino de pensamientos.

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