Capítulo 8: Irritable
Domingo 29 de julio de 2018.
Damián.
Tamara está en silencio a mi lado, sentada en el asiento del copiloto mientras manejo el auto hasta mi casa. Casi no emitió palabra desde que salimos de la que solía ser mi habitación.
La entiendo.
Sé que me puse intenso ahí arriba.
Y sé que la situación con Patricia fue incómoda.
—Querés hacer algunas preguntas, ¿no? —Le lanzo de una.
Ella no me mira, sigue viendo por la ventanilla, la oscura calle nocturna.
Yo también evito mirarla. Tengo las manos apretadas firmemente contra el volante. Todavía siento calor en el pecho y ácido en el estómago.
No había nada en mi habitación.
Ni siquiera una miserable foto.
Tengo los dientes apretados, así que aflojo la mandíbula.
—No hace falta que me digas nada —contesta.
Su voz es seca y distante, aunque se nota su curiosidad.
Otra vez se instala el silencio entre nosotros.
Esta vez, mi casa está más ordenada que la vez anterior y eso se nota de primeras. Me costó, pero le hice caso a Miriam y estuve manteniendo lo más limpio posible.
Tamara no quiso volver a su casa. Dijo que le había dicho a su mamá que iba a pasar la noche con su amiga y que no quería dar explicaciones incómodas, ni tampoco volver con Melina, o como se llame.
Me quito el saco y lo dejo sobre la mesa. Tamara solo tiene su fino vestido color dorado brillante, con espalda descubierta y un tajo a la altura del muslo. Seguro que se va a cagar de frío.
—¿Te presto algo? —pregunto de manera retórica.
Sin esperar respuesta avanzo a grandes pasos hasta mi habitación.
Rebusco en mi modesto ropero algo que le sirva para dormir hasta toparme con una remera blanca de mangas largas que casi nunca uso. Al voltear para volver a la cocina, veo a Tamara parada contra el marco de la puerta abierta.
No la escuché llegar.
Su semblante es preocupado.
Tiene los ojos perdidos y se acentúa más al no tener puestos sus lentes. Está enjuta, haciéndose chiquita como si pudiera ser más pequeña de lo que es.
Le tiendo la remera con un movimiento que me sale casi agresivo sin pretenderlo.
Su mirada castaña se posa en la mía con un brillo raro y extiende su mano pálida, de uñas pintadas de colores dispares y repleta de anillos, para aceptar la prenda.
Abre la boca y la cierra, indecisa.
No logro contener el suspiro.
—Mirá... —empiezo— Sé que eso fue muy malo. Todo el lío con Patricia y mi locura en la habitación, pero no tenés nada de qué preocuparte. Son cosas mías.
Asiente con la cabeza, aunque su gesto sigue siendo dominado por alguna especie de curioso temor.
—Está bien, es que... Patricia... O sea... —titubea y vuelve a esquivar mi mirada— Ella... —Niega con la cabeza y cierra los ojos. Parece que se estuviera reprendiendo a sí misma en la cabeza—. No importa. No me quiero meter en asuntos familiares.
—Ella dejó de ser mi familia hace tiempo —suelto irritado.
Noto que estoy más susceptible de lo usual cuando ella da un respingo al sentir mi tono de voz.
Intento mantener un tono más acorde al hablar nuevamente:
—Lo que tenés que saber es que me fui de esa casa hace tiempo. Ninguno de ellos se puso en contacto. Patricia no es mi mamá, Yanina y Manuel no son mis hermanos. Compartimos sangre, pero nada más —resumo con bronca—. Mi mamá y hermano son otras personas.
Es probable que esa explicación solo la haya hecho confundir más y, sin embargo, Tamara, no insiste. Hace un movimiento afirmativo con la cabeza y patea sus zapatillas por los talones para quitárselas.
Volteo, otra vez, al ropero para buscar un pantalón cómodo con el cual dormir. Me quito los zapatos y al darme la vuelta tengo la increíble experiencia de presenciar a Tamara de espaldas a mí, con el vestido hecho un bollo en el suelo, poniéndose la remera que le presté, y todo su culo perfecto expuesto para mi deleite.
Hasta le escribiría un poema.
Sin embargo, pasa mi camiseta por su cuello y, con velocidad, su preciosa silueta envuelta únicamente en su ropa interior azul, queda cubierta. La remera le llega hasta la mitad de los muslos y la hace ver pequeña.
Voltea a verme, con su semblante serio.
—Otra vez me disculpo —repito.
Ya ni siquiera le atribuyo un significado a las palabras. Me salen como si fueran un mensaje pregrabado; las digo porque sé que es correcto, pero en mi cabeza solamente está la ira que me provocó ir a esa casa.
Le tendría que haber hecho caso a Miriam y quedarme. De ninguna manera fue una buena idea ir.
Me lo dijo todo el mundo, ¿por qué soy tan terco? ¿por qué me tenía que mandar igual, sabiendo que la iba a pasar como el culo?
—No te tenés que disculpar —dice ella avanzando un paso hacia mí—. Estás triste.
—No —niego.
Siento ese ácido molestarme en el estómago.
—No estoy triste —aclaro molesto—. Estoy enojado.
Da otro paso y apoya su palma contra mi mejilla. Su tacto me sorprende.
—Estás dolido —insiste.
Su cercanía es apabullante y, aunque tengo que verla hacia abajo, me siento un niño ante su presencia. De repente se engrandeció.
Y yo soy una cosa patética.
¿Qué me pasa?
—No es eso —insisto. Pero el nudo en mi garganta hace que mis palabras suenen más tontas.
¿Qué tienen sus ojos? No puedo parar de verlos y por primera vez, ella, me sostiene la mirada con firmeza.
Me tiembla el labio y el nudo en mi garganta empieza a subir.
La respiración se me hace pesada, así que abro la boca para que entre más aire. Siento la ira desbordarme. Antes de que pueda hacer nada, Tamara, se pone en puntas de pie y me besa.
Tal como ocurrió en la que fue mi habitación infantil, ese beso, me distrae por completo de la bronca. Le rodeo la cintura delgada con ambos brazos y, cerrando los ojos, noto sus deditos buscar en mi pecho los botones de la camisa que va a desabrochar.
Me despierta el sol al entrar por la ventana. Cuando abro los ojos la luz me encandila y los vuelvo a cerrar.
Supongo que no me di cuenta pero dejé la ventana abierta toda la noche.
Me froto los ojos y vuelvo a abrirlos. La ventana da al patio trasero y apenas logro divisar que ya hace falta cortar el pasto. La luz es tenue, la ventana no está abierta del todo.
Desvío mi visión hacia mi otro costado, dándole la espalda a la luz solar que avanza por la habitación. Tamara duerme a mi lado, destapada, tiene la remera subida hasta encima del ombligo y la ropa interior, puesta de manera apresurada, enroscada en la cadera.
Duerme con la boca a medio abrir.
Extiendo mi brazo hacia su costado para despertarla de forma sutil. Mis dedos tocan su piel suave y, sin esforzarme por contenerme, la aprieto con más fuerza para atraerla hacia mí.
Si la visión de sus piernas no me estuviera poniendo como me pone, me estaría muriendo de frío.
Tengo el pecho al descubierto. Anoche, mi camisa quedó en alguna parte del suelo, al igual que el pantalón formal que Fernando me prestó. Suplanté esa prenda por un pantalón deportivo cómodo, de color gris oscuro, pero mi torso quedó sin abrigar.
Tamara se retuerce en sueños al sentir mi contacto. Bajo mi mano hasta su muslo y lo aprieto de forma juguetona.
—Pioja —susurro.
Arruga la nariz en un gesto de cansancio.
Sonrío.
Estira sus brazos hacia arriba, desperezándose, y aprovecho el movimiento para subirme sobre ella, apoyando mi pecho contra el suyo. Muevo su pierna hacia un lado, para acomodarme en medio de ambas y con la otra mano la sujeto por la cintura.
Deja de estirarse y sus brazos caen pesados sobre mi espalda.
—Hola —susurra con la voz ronca por el cansancio.
Vuelvo a sonreír, hundiendo mi cara en su cuello. Abro la boca y muerdo su piel de forma delicada. Ella emite un quejido gracioso.
Levanto la cabeza para mirarla a la cara. Todavía no abre los ojos.
—¿Sigo? —pregunto poco convencido debido a su notable sueño.
Ella se ríe bajito y, todavía sin despegar los párpados, se estira para besarme en los labios.
Lo tomo como un «sí».
Muevo su ropa interior a un lado y me arrastro sobre ella para acomodarme mejor.
Un estruendo se escucha en el pequeño salón-comedor. Tamara se tensa.
—Tranquila —susurro contra sus labios, sin moverme—. Es Diablo. A veces juega a lo bruto contra la puerta.
Vuelvo a besarla para no dejarle tiempo a pensar en nada más. Tiro la remera que tiene puesta, hacia arriba, con toda intención de quitársela. A su vez, ella, toma el elástico de mi pantalón para bajármelo.
Así estamos cuando la puerta de mi habitación se abre y la voz de una mujer saluda cordialmente:
—¡Hola, Damián! —Antes de percatarse de lo que pasa.
Me muevo hacia un lado, dejando libre a Tamara que se cubre la ropa interior con mi remera. Miro a Miriam que está blanca como la cal, pero la sangre le sube a la cara tan rápido como se tarda en respirar y se pone roja escarlata.
—Perdón —Tiene la voz agudizada. Da dos pasos para atrás y cierra la puerta.
Salto de la cama y acomodo mis pantalones de forma tosca.
Tamara está tiesa sobre la cama estirándose lo más posible la remera como si deseara que ni un milímetro de piel se le vea.
—¿Quién es? —pregunta Tamara, incorporándose también.
—Mi mamá —digo rápidamente—, bueno... No es Patricia —intento explicar torpemente.
Con los pantalones ya subidos, salgo de la habitación.
—Miriam —La llamo y voy a abrazarla— ¿Qué hacés acá?
Ella me corresponde al abrazo de forma torpe. Está visiblemente nerviosa.
—Perdoname, nene — susurra con los nervios a flor de piel—; no sabía que estabas con alguien ¡Pensé que querías algo de comer! O un mimo, en realidad —dice—; que alguien esté con vos, que te contenga... Después de lo de anoche con... —hace una mueca de disgusto— con Patricia. Martincito va a pasar más tarde... —Me mira y lleva una mano a mi cara de forma maternal— Nene ¿Te estás cuidando, no?
Me río, pero no porque me dé gracia, sino porque me provoca ternura.
—Sí... No soy un nene, Miriam.
—Ay, no me acostumbro —dice—. Siempre vas a ser mi nene —Me aprieta un cachete como si fuera un chico— ¡Y a ver si me contás un poco lo que pasa en tu vida! —Me reprende— ¡No sabía que estabas con alguien!
Ni siquiera me deja contestar.
Haciéndose la ofendida, cargando su cuerpo regordete de drama, da la vuelta y su melena negra golpea su espalda. Abre la puerta y se retira con paso firme.
Más tarde voy a tener que llamarla y darle las explicaciones que quiere, si no, no me va a dejar en paz.
Sobre la mesa dejó un táper con comida. Se lo agradezco mentalmente.
Escucho a Diablo volverse loco en el patio delantero, de seguro saludando a su abuela. Vuelvo sobre mis pasos y regreso a mi habitación en donde dejé a Tamara.
La encuentro sentada, hecha bolita, en la cama. Se abraza las piernas con firmeza y está envuelta en mi remera. Cuando me ve, con la cara pálida, se levanta de forma torpe.
—Perdón, ya me voy —chilla.
—No, tranquila, Pioja —La retengo—; Miriam ya se fue.
—Qué vergüenza —susurra. Tiene la cara roja. No logro contener una sonrisa—¿Querés que...?
No la dejo terminar de hablar, doy dos pasos largos quedando de cara a ella y la alzo en mis brazos para llevarla a la cama una vez más. Ella se agarra a mí como si fuera un koala. Me rodea con brazos y piernas y permite que la hunda entre mis sábanas.
N/A: ¡Holaaa! Se me hizo larga esta semana. Ya quería publicar este capítulo para que nos vayamos adentrando más en la historia.
No estuve promocionando nada en redes porque no tuve tiempo ni de sentarme un rato en la pc, pero aun así me alegro mucho de que esté teniendo tan bonito recibimiento, siendo la primera obra original que publico y habiendo tenido mi cuenta abandonada por años. Me alegra mucho saber que les está gustando y me encanta leer sus comentarios.
Así que, no olviden dejar sus impresiones del capítulo, por acá:
Les voy a regalar otro dibujito. Esta vez, es Dami tatuando a un cliente (y ese cliente es Javo, un personaje de otra novela que escribí hace tiempo y que, ojalá, un día puedan conocer)
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro