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Capítulo 5: Un traje o algo así

Martes 24 de julio de 2018

Miro cómo Angi desinfecta la nariz de un adolescente para, acto seguido, pasar con experiencia el abridor y colocarle el piercing. La madre del chico mira cruzada de brazos desde un rincón con gesto de disconformidad. Sin embargo, fue tolerante al permitirle el capricho.

—Capaz que Cris tiene algo para prestarte —dice Angi sin mirarme, mientras termina su trabajo.

—No me imagino a Cristian usando traje, la verdad... —admito mientras la mujer se acerca al mostrador a pagarme el trabajo—. Gracias —Le sonrío.

Pero mi aspecto no le gusta. Sé que está imaginándose a su hijo, un par de años mayor, lleno de tatuajes y perforaciones como estamos nosotros. A muchos padres les da la impresión de que si sus hijos se hacen un inocente piercing en la nariz o en las cejas, van a terminar presos.

Estuvo toda la sesión con la mirada, horrorizada, fija en mi compañera. Su vestimenta negra, con redes, cadenas y las tetas medio afuera no le agrada en absoluto.

Echa una larga mirada significativa a los expansores en mis orejas antes de forzar una sonrisa y marcharse con su hijo.

—¿Le diste la tarjeta al pibe, no? —pregunto a Angi terminando de guardar el dinero en la caja.

—Sí; también le expliqué cómo curárselo, no te preocupes —Me echa una mirada de fastidio—. Hago esto desde hace años, lindo.

—Sí, ya sé. Ando en la mía —explico.

Llevo con la cabeza en cualquier lado desde esta mañana. Mi vecina de al lado, que es una señora mayor, me llamó preocupada diciéndome que se comunicó con ella mi «madre», diciéndole que necesitaba con urgencia que yo le confirmara si iba a ir o no a su fiesta el fin de semana. Y no, no hablaba de Miriam.

—Capaz que Cristian no tenga un traje completo, pero una camisa... Algo te debe poder prestar —insiste.

—Bueno, si te fijás me hacés un favor —admito.

—¿Estás seguro de que querés ir? —pregunta Angi cambiando el tono de voz.

Está preocupada. Se apoya en el mostrador, al lado mío y pone su cabeza en mi hombro en un intento de consuelo.

—Estoy seguro de que no quiero ir —aclaro—, pero me va a seguir rompiendo las bolas. A mí y a la gente que me rodea... No sé qué pretende con esto.

—Andá y armale una escena —sugiere maliciosa—. Hacele pasar vergüenza. Se lo re merece.

—Quiero paz, Angi —digo en un suspiro pasándome la mano por la cara.

Me empezó a doler la cabeza hace un rato.

—Bueno... Hacé lo que quieras, Pitufito. Solo que tratá de cuidarte vos también.

Se aleja para guardar las herramientas que estuvo usando.

Afuera llovizna y el cielo está bastante oscuro por las nubes grises. Miro el reloj colgado en la pared entre imágenes de tatuajes, piercings y certificados. Ya son las 13:15 y Tomás todavía no vuelve con el almuerzo.

Echo el cuello para atrás y miro el techo.

Me va a explotar el cerebro.

Me recuesto en el sofá y hago zapping en la tele. No encuentro nada para mirar, tampoco tengo ganas de cocinar aunque ya tengo hambre. Hago unos cálculos rápidos para terminar de decidir si pido delivery o me resigno y preparo comida, pero tengo el cerebro tan lleno de mierda que no me acuerdo de nada. Ni de si pagué los servicios, ni de si separé el sueldo del mes de Ángeles. Ni de si ya hice las compras el fin de semana. No tengo idea de cuánta plata de ganancia nos quedó de los trabajos de hoy.

No tengo idea de nada.

Dejo el control remoto con la televisión transmitiendo cualquier cosa y busco en mis bolsillos mi teléfono celular.

Escribo un WhatsApp rápido a Martín.

«¿No tenés un traje para prestarme?»

Él contesta bastante rápido.

«Tengo uno de cuando tenía 18 años; el que usé cuando egresé de la escuela. No creo que te vaya»

Me estiro en el sofá antes de contestar.

«Bueno, no pasa nada»

«¿Estás pensando en ir a la casa de Patricia?» pregunta.

No le contesto rápido.

Me levanto del sofá, camino con pereza hacia la heladera. La abro y miro su interior.

Estoy descalzo, Miriam me gritaría. Muevo los dedos de mi único pie sano; los de mi pie derecho perdieron el 75% de movilidad, por lo que permanecen duros como los de un muñeco Ken que fue mordido por un perro.

Agarro el único huevo que queda en la nevera y, tras cerrarla, avanzo hacia la cocina. Prendo la hornalla. Caliento la sartén y mientras que el aceite toma temperatura busco en la alacena algo que se prepare rápido. Fideos, arroz, cualquier cosa.

Mientras que cocino algo simple, vuelvo a tomar el celular en mis manos.

«Sí» contesto.

«¿Estás seguro?»

Martín es mi hermano. No importa lo que digan los análisis de sangre. Él estuvo conmigo cuando tuve todo el problema con Patricia y su familia. Y, por supuesto, si no fuera por él yo no sé dónde me encontraría ahora.

«Bastante seguro» digo, aunque dudo.

«Te puedo dar el de papá. Habría que ajustarlo un toque pero te va a ir bien»

Vuelvo a suspirar.

Necesito una aspirina. Siento como si me estuvieran apretando la cabeza con fuerza.

Tengo los ojos pesados. Las tripas se me revuelven por un segundo. Tengo hambre y ganas de vomitar a la vez.

«Preferiría que Miriam y Fernando no se enteren —le envío—. Se van a preocupar al pedo»

«En algún momento se van a enterar, bro»

Termino de cenar con el estómago hecho un nudo. Voy hasta mi habitación con el cerebro como el de un zombi.

Me tiro de espaldas en la cama y miro el techo en la oscuridad.

No sé qué voy a hacer cuando vaya. La última vez que pisé ese suelo Patricia me gritó que me fuera de la casa y no volviera a vivir bajo su techo hasta que me «enderezara». La habían citado de mi escuela secundaria para avisarle que un profesor me había visto en una plaza cercana fumando y tomando cerveza, con Tomás y su grupo de amigos. Para ella, el hecho de que alguien se enterara de que en la familia no éramos los chicos buenos que ella pretendía, era motivo de exilio. Para mí, escaparme de las responsabilidades un rato, para estar con amigos, era la forma de salirme de mi realidad de mierda durante un tiempo.

En esa época, un par de muletas me ayudaban a caminar, y una tarde con Tomi me recordaba lo que era reír.

Estar en casa era el infierno más grande porque todo me hacía acordar a papá. Y, estar en la escuela, era una extensión de esa tortura. Todos me miraban con lástima o me trataban de forma condescendiente. Me sentía un intruso. Raro y observado.

No me llevé ningún recuerdo de esa casa. Ni siquiera una muda de ropa o un álbum de fotos.

La foto de papá que tengo colgada en el comedor me la entregó mi abuela años después. Es lo único que conservo de ambos.

Con un nudo en la garganta, me recuesto sobre mi costado y miro la pared en penumbras.

Si me costó comer, no me quiero imaginar lo que me va a costar dormir.

Rezongo en silencio un rato, mientras mi cerebro se pelea consigo mismo decidiendo con qué recuerdo traumático torturarme primero.

N/A:  ¡Holaa! Como siempre, les quiero agradecer por el apoyo que está teniendo la historia. Recién voy empezando (tanto a publicar esta historia como a publicar en Wattpad en general) y es bastante difícil llegar a lectores cuando nadie me conoce jaja; así que, de todo corazón, quiero agradecerles a los que estuvieron votando, comentando, compartiendo y agregando a sus bibliotecas. Y también a los que me comentaron en imágenes publicitarias en Facebook recomendando la historia. 

Ni me conocen y ya me están haciendo emocionar :') 


El siguiente capítulo da pie a todo lo que va a ocurrir después, así que con este terminamos oficialmente la introducción de la historia y, en el siguiente, ya va a empezar todo lo jugoso :3 

¡Muchas gracias por compartir sus opiniones e impresiones conmigo! Me encanta leerlos así que siempre pueden dejarlas por acá en los comentarios:

Nos vemos el jueves con el siguiente capítulo.




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