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Capítulo 36: Un perdón a medias

Domingo 14 de octubre de 2018

Dormí como el culo. Estuve toda la noche torturándome con pensamientos pesimistas. Di vueltas en la cama, apreté los ojos, me tapé hasta la cabeza. Dormí entrecortado, despertándome cada tanto entre sueños confusos.

El amanecer es húmedo y la rodilla me punza de forma dolorosa. Ya presiento que el día va a ser una mierda, incluso antes de terminar de levantarme de la cama.

Como sé que no voy a poder dormir más tiempo, me estiro. Son las ocho y veintiséis de la mañana cuando compruebo la hora en mi teléfono celular. El día va a ser largo.

Lo único que se me ocurre para tener un poco más de energía y sacarme, apenas, el malhumor, es ducharme. Aún así, cuando salgo de la ducha tibia, siento que no hay nada que vaya a servir para quitarme la amargura.

Siempre que algún acontecimiento cambia mis planes, lo primero que hago, es hablarlo con Angi y Tomás; sin embargo, esta vez, no tengo ganas de contarle nada a nadie.

Después de desayunar unas galletitas viejas con café y fumarme un porrito, me tiro en el sofá frotándome la cara, espantando el cansancio, para hacer zapping en la tele. Justo cuando encuentro algo interesante para ver, un apagón, deja en negro la pantalla.

Este día no puede empeorar...

Mientras estoy en el supermercado, mi mente se dispara varias veces hacia la Pioja. Veo mostaza y recuerdo la cena que me preparó, veo los caramelos que le gustan y me acuerdo de ayer... Me pregunto cuánto tiempo tendré que darle antes de contactarme.

Porque debo volver a contactarme ¿no?

Es probable que ella necesite un tiempo para pensar, para serenarse después de la charla de ayer. Todavía estoy a tiempo de retractarme y proponerle que continuemos con la relación que estuvimos teniendo hasta ahora. Después de todo, yo no tenía intención de avanzar. Todo fue por esa estúpida sensación de inseguridad, que resultó sin fundamentos, cuando descubrí que el hombre que me atormentaba es solamente su hermano.

Sin embargo, miro mis manos tatuadas mientras espero en la fila para pagar los productos; no puedo engañarme a mí mismo. Aunque haya sido una decisión de último momento, me muero de ganas de tenerla en mi vida. Con toda la formalidad que eso amerite. Presentándola a la familia, acompañándola en sus momentos importantes, en reuniones con mis amigos. Quiero integrarla a mí.

Y ya es tarde...

Guardo las velas que compré en la alacena de la cocina. Espero que el corte de luz no dure mucho tiempo, pero es preferible ser precavido. Compré algo de comida precocida porque no tengo ganas de preparar nada elaborado.

Mi mediodía se hace eterno. Entro a Diablo a la casa para no sentirme tan solo. El silencio es abrumador. Aunque hay luz solar que entra por las ventanas, todo luce demasiado opaco, demasiado apagado, demasiado muerto.

El día está perfectamente combinado con mi estado anímico. Eso solo lo empeora.

Alrededor de la una de la tarde, me dirijo al teléfono de línea y realizo el reclamo por la falta de suministro. Me avisan que hubo un desperfecto eléctrico y que están intentando solucionarlo.

A eso de las dos de la tarde, me encuentro en el patio trasero, sentado a un lado de Diablo, fumando mi tercer cigarrillo.

Para las tres y media, me dispongo a encender los datos móviles y revisar redes sociales. No quiero gastarlos, en caso de que la luz no vuelva hoy; me preparo mentalmente para llevarme al trabajo, mañana, el cargador del celular y cualquier cosa que tenga en la heladera.

Angi me mandó un mensaje para avisarme que ya está disponible el segundo artículo que su amiga publicó sobre nuestro trabajo y, como no tengo nada más que hacer, entro al sitio web para leerlo. Hay bonitas fotos de nuestros trabajos ya parezco en algunas imágenes tatuando a clientes aleatorios. No soy un aficionado a la lectura y, sin embargo, estoy tan aburrido que me termino el artículo en pocos minutos. Es un buen trabajo, estructurado de forma amena; entremezcla datos sobre nuestra forma de trabajo con historia del surgimiento del tatuaje. Compara los tatuajes de la polinesia, el antiguo Egipto o la antigua Roma, con los que nuestra sociedad realiza hoy en día.

Regreso a casa a las seis y diez de la tarde, cuando el sol ya comienza a bajar. Saqué a pasear a Diablo por la plaza y, por supuesto, mi memoria siguió torturándome con imágenes del día en que la conocí.

Todo el tiempo que pasé recorriendo esa plaza, con Diablo jugando, corriendo y meando por todos lados, mis ojos buscaban agitados cualquier señal que me hiciera pensar que podía encontrarla.

Por supuesto, no fue así...

Dejo la puerta abierta para permitir que entre la luz del atardecer. Todavía no volvió la electricidad. Mi perro corre a recostarse sobre el sofá, jadeando, con la lengua afuera después de todo el ejercicio.

Me siento a la mesa y reviso mi celular buscando algo con lo que entretenerme. Estoy cansado, pero sé que si me acuesto no voy a poder dormir. Dubitativo, voy al cuadro de chat que tengo con Tamara, ella no me habló y nuestro último mensaje es de ayer antes de la conversación en la puerta de su casa. Pienso qué escribirle. Quizá solo preguntarle si se encuentra bien.

Expresarle que quiero hablar con ella para aclarar las cosas no es invasivo ¿no?

Escucho que alguien aplaude fuera de mi casa. Golpea las manos para llamar mi atención. Volteo con el corazón desbocado, y, por la puerta abierta a quien veo es a Patricia.

¿Qué hace acá?

De todas las personas a las que pude haberme imaginado frente a mi casa, ella es la menos esperada.

Me levanto sin saber qué esperar. Tomo las llaves y avanzo hacia ella a través del pequeño patio delantero.

―Hola, hijo ―saluda.

―¿Qué hacés acá? ―No sé qué más decir.

Abro la puerta de rejas que nos separa y ella ingresa.

Noto que estacionó su auto cerca de la entrada, sin bloquear la puerta del garaje.

―No busco convencerte si es lo que creés ―Me dice, atajándose de antemano―. Pasé cerca y quise venir a visitarte.

Ingresa hasta el recibidor. La mesa del comedor está a escasos pasos de la puerta de entrada, por lo que la luz natural la ilumina; el resto, ya se encuentra bastante oscurecido. La veo observar su entorno. La barra desayunador que separa el sitio donde está parada de la cocina y que, por supuesto, está lleno de cosas que no guardé ni tiré. Repara en las fotos que decoran el lugar, la mayoría de ellas fueron regalos de Miriam. No logro distinguir su gesto aunque, imagino, que no debe gustarle ver tantas imágenes de mi nueva familia y que ella no esté en ninguna. Sin embargo, no me genera ningún remordimiento. Mi vida se dio de esta manera y ella no fue parte.

―No tengo luz ―explico, aunque asumo que ya se dio cuenta―, pero sentate, ahora preparo un café.

Paso a la cocina y prendo la hornalla para poner la pava. Tengo un café instantáneo que no creo que vaya a gustarle, pero nunca la vi tomar un mate, así que supongo que es la mejor opción. Busco dos tazas limpias, lo preparo y cuando volteo para echar el agua caliente, veo sobre el desayunador, que Patricia se sentó en una silla y sigue observando la casa con una mezcla de curiosidad y... asco.

Hoy limpié bastante; sé que lo que le causa repelús no es que haya mugre, es que las paredes son viejas y tienen manchas de humedad, el techo tiene el yeso descascarado, uno de los vidrios de la ventana del fondo está resquebrajado, el piso es viejo y tiene baldosas rotas y manchadas.

Desde que compré la casa no hice muchos arreglos, sin embargo, puedo asegurar de que antes estaba mucho peor. Había goteras por todo el living, las puertas estaban todas destruidas y la ventana de la pieza no tenía vidrios. Hace tiempo que tengo ganas de hacer más reformas y arreglar las imperfecciones de la casa, pero con las deudas del estudio, es algo que quedará para el futuro.

Llevo las tazas de café a la mesa junto con unas velas.

El atardecer ya está dando paso a la noche y por las ventanas entra cada vez menos luz.

―No tengo nada para comer ―Me disculpo.

―Yo traje algo ―dice.

Reparo por primera vez en una bolsa de tela, de compras, que lleva encima. La abre y rebusca hasta sacar una bandeja de alfajores bañados en chocolate. La coloca sobre la mesa entre los dos.

―Bueno... ―Sonríe― Una merienda, a la luz de las velas, con mi hijo menor. No lo hubiera imaginado.

Sonrío de lado, sin tener idea de qué añadir.

Toma la taza entre ambas manos, calentándose las palmas. Sigue mirando en derredor, todo lo que la penumbra le deja observar.

Su cabeza queda en dirección a Diablo, que mordisquea un cartílago que le compré en el veterinario, recostado en el sofá.

―¿Cómo se llama el pichicho? ―pregunta.

―Diablo ―contesto.

―Tu casa es... ―Voltea la cabeza varias veces, con ojos inquietos.

―Vieja ―completo.

―Es una casa ―Afirma―, eso es importante. Tenés un espacio propio.

―No es nada nuevo. Manuel y Yanina también tienen casas y, seguramente, mucho más sofisticadas que la mía.

Noto cómo se le aguan los ojos, baja la mirada y se queda mirando la taza de café. La luz anaranjada de la vela, le refleja en la cara.

―Perdón ―Sorbe por la nariz―, últimamente cualquier cosa me remueve emociones ―Se ríe de forma forzada―. El otro día, cuando te di las tarjetas, hablé con Guillermo de la charla que tuvimos. De lo grande que estás... Él te caería bien, es un buen hombre.

Bebo un sorbo de café.

―Me doy cuenta de que no te interesa que hable de él ―Se ríe Patricia y da un sorbo de café. Su rostro cambia rápidamente a uno de desagrado que intenta ocultar sin éxito.

Sí, el café es un asco.

―Mejor hablame de vos... ―dice― Contame cómo llegaste a vivir acá... O a trabajar de lo que trabajás... Cuándo te hiciste el primer dibujito... ―Me señala las manos, los tatuajes.

―Bueno... ―Pienso.

Omito muchos detalles. Omito la rehabilitación, las recaídas, los médicos, psicólogos y psiquiatras; omito los nutricionistas, las conversaciones preocupadas entre Miriam y Fernando sobre que no les alcanzaba la plata para hacerse cargo de mí; omito a Martín buscando un trabajo de medio tiempo, mientras cursaba la secundaria, para aportar económicamente a mis tratamientos. Omito a Tomás, buscándome después de años de no saber nada de mí, llegando a la casa en la que vivía y empujándome a aprender a tatuar para valerme por mí mismo.

Le cuento que empecé tatuando en estudios chicos, tatuaba por dos pesos, o gratis, solamente para aprender. Le comento que pudimos comprar, a medias, el lugar en donde trabajamos ahora con Tomás. Que adherimos a Angi más adelante. Que compré la casa después del juicio y, aunque tuerce la boca en una mueca, no interrumpe mi charla.

Le digo que el primer tatuaje me lo hice a los dieciséis años, para tapar una de las cicatrices más grandes que tengo en el cuerpo. Que, más adelante, me tapé ese tatuaje con un diseño distinto.

Lo curioso, es que la conversación no me desagrada. Después de un rato de que ella pregunte todo lo que quiera y yo conteste, la luz vuelve, y Diablo ladra a la tele que se enciende sola, como si estuviera festejando.

Cuando Patricia se retira, después de convencerme de ir a la ceremonia, me tiro en el sofá para hacer zapping. El sueño me está aplastando. Bostezo.

No tengo ganas de ir al casamiento. Sé que no la voy a pasar bien, pero falta bastante tiempo, puede ser que logre mentalizarme. Puedo ir, evaluar si me siento cómodo, y si no es así, retirarme.

Estaría bien hablarlo con Miriam. Ella siempre sabe qué decir.

Tomo mi celular. Antes de mandarle un mensaje a mamá, voy, como un autómata, al chat con la Pioji. Estoy a punto de enviarle un mensaje corto, preguntarle cómo está y si podemos charlar de lo que pasó, cuando me percato de que no me aparece su foto de perfil.

¿Me bloqueó?

No, ¿por qué me bloquearía?

¿Me eliminó?

Pero...

Siento un peso en el pecho.

N/A: Holaa... ¡Por fin pude actualizar en tiempo y forma! jajajaja mil disculpas por no haber estado actualizando a tiempo las veces pasadas, intenté compensar y ya estamos otra vez como corresponde.

Espero que disfruten este capítulo también. Falta muuuuy poquito para el final y me está empezando a entrar ansiedaaad jajajaja. Espero que les guste mucho, y espero poder hacerme tiempo y apurarme para terminar de corregir otra novela y empezar a publicarla también. Me hace mucha ilusión.

Gracias a todooos

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