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Capítulo 32: Pedir un deseo

Domingo 30 de septiembre de 2018

Damián.

―¿Sabés lo que habría que hacer? ―pregunta dando saltitos por la zona peatonal, mientras mira vidrieras.

La mayoría de los comercios están cerrados por ser domingo. Tamara camina algunos pasos por delante de mí, el pelo le rebota a cada salto que da. Me va señalando cosas que le gustan, expuestas tras las vitrinas de los locales. Lleva colgada del brazo una bolsa de compras.

Salimos a comprar facturas. Se eligió todas de dulce de leche.

Son las cuatro y pico de la tarde, nos despertamos hace un rato. Esas facturas van a ser nuestro desayuno, almuerzo y merienda.

―¿Qué? ―pregunto intrigado.

Tamara sigue sin mirarme. Va marchando hacia el frente. Se detiene ante una vidriera en donde hay un vestido floreado bastante feo.

Aunque yo de vestidos no sé. Capaz que a ella le queda bien.

―Podemos hacer un picnic ―propone sin desviar la vista de ese vestido.

―¿Un picnic? ―repito atónito.

―¡Sí! Algo distinto.

Me guía, inquebrantable. Compramos café en una estación de servicio y caminamos hasta la plaza más cercana. Nos sentamos en el césped para comenzar nuestra merienda, sintiendo el calor del sol.

Hace bien estar afuera de casa un finde. Últimamente me la paso encerrado. No me había dado cuenta de cuánto necesitaba el aire fresco.

Tamara se lleva a la boca una factura con dulce de leche, manchándose la nariz con azúcar impalpable. Bebe un largo sorbo de café, con la mirada clavada en el cielo. Sin poder sacarle los ojos de encima, empiezo a merendar también.

Todavía tengo los párpados pesados. Volvimos de la casa de mamá alrededor de las seis de la mañana, nos dormimos pasadas las nueve... A pesar de haber dormido siete horas, siento que podría dormir otras seis horas más.

―... Y aparte en esa peli todos son medio chotos. Responsabilidad afectiva a marzo ―Ni idea de qué peli me está hablando―. Así que, obviamente no te la recomiendo. Por otro lado, la de Frozen es bastante mejor, aunque ya me tienen re cansada con la canción de «Libre soy»...

Alzo una ceja.

―¿Y cuál es tu peli favorita? ―pregunto.

―No me estuviste prestando nada de atención ¿no? ―protesta.

Sonrío. Quedé al descubierto.

―Perdón. Me perdí en tus ojos ―bromeo.

Tengo sueño.

Ella me responde sacándome la lengua.

―Señor ¿Una flor para la dama? ―Ofrece un chico.

Tendrá unos dieciséis años, lleva una cesta llena de ramos de flores. Miro a Tamara intentando evaluar su gesto. Tiene la vista clavada en las flores del adolescente. Mira los ramos, intrigada. Sé que su usuario de Instagram es algo así como «Una flor y un color», supongo que le gustan.

Tanteo en mis bolsillos buscando la billetera.

―Sí, dale... Dame... ―Tiene varios ramos distintos, no sé cuál le gustará― Esas ―Señalo unas blancas que están cerca de mí.

El chico le entrega el ramo a Tami mientras le pago. Luego se retira.

La Pioja se lleva, de forma automática, el ramo a la nariz para aspirar el aroma.

―¿Te gusta? ―Le pregunto.

―Las gardenias son muy lindas ―susurra sin alejar la nariz de las flores―, y significan cosas lindas.

―¿Significan algo? ―indago extrañado.

―Simbolizan pureza, dulzura... ―explica con una sonrisita en los labios― Purifican. En el lenguaje de las flores puede significar un amor secreto.

¿Qué mierda es eso de «El lenguaje de las flores»? ¿Tienen un idioma?

Tamara sigue hablándome del significado de éstas y de varias más. De que las rosas significan amor y romance, los lirios tranquilidad, alegría o amistad. Las orquídeas belleza y admiración.

Sus favoritos son los tulipanes.

Ni siquiera sé cuáles son los tulipanes.

―Tiene una tarjetita ―Observa.

Toma un papel cuadrado, de color amarillo pastel, que estaba colocado entre las flores del ramo. Sujeta el papelito entre sus manos para leer lo que dice. Intrigado, me acerco para poder ver también. «Una flor florece para su propia alegría». Tamara me mira con una sonrisa resplandeciente en el rostro.

Un gesto que la ilumina.

―Oscar Wilde ―dice.

―¿Qué?

―Es una cita de Oscar Wilde.

Alzo las cejas y asiento con la cabeza. No tenía idea. Tamara dobla el papelito y repite el proceso varias veces más. Lo dobla de distintas formas. A la mitad, en esquinas, lo desdobla, vuelve a doblar; al cabo de un rato, tantos pliegues, forman un pajarito.

No es la típica grulla de papel. Es un pájaro con todas las letras.

―¿Hacés origami? ―Me sorprendo.

―Solamente sé hacer un par de figuras ―explica―. Aprendí con Meli en la secundaria. Les escribíamos adentro nuestros deseos y los dejábamos en cualquier lado. Creíamos que se iban a cumplir ―ríe―. Cosas de adolescentes.

Me genera ternura la ridiculez que acaba de soltarme. Una sonrisa se amplía en mi cara y rebusco en mis bolsillos si llevo encima alguna lapicera. Obviamente no tengo nada.

―¿Tenés algo con lo que escribir? ―pregunto.

No, es evidente que no tiene. Lo sé antes de que conteste. Está vestida con la misma ropa que llevó anoche a mi cumpleaños. Ni siquiera parece tener bolsillos.

La dejo merendando y me voy a comprar a un kiosco. Compro un lápiz y vuelvo con ella.

―Acá tengo ―Alzo en la mano el grafito―. Escribí tu deseo.

Ella toma el lápiz y desdobla el origami para poder escribir adentro. No me permite ver lo que anota y, aunque me muero de ganas de saber lo que está escribiendo, le dejo intimidad y miro para otro lado. La Pioja deja el lápiz de lado, vuelve a plegar el papel para formar el origami y, cuando el pajarito está listo, se vuelve hacia mí.

―Te toca a vos.

―Yo no sé hacer eso.

―Probá lo que sea... Un avioncito de papel, o algo así ―Sonríe.

Agarro el papel de las facturas, lo corto, con las manos, de la forma más prolija posible para poder hacer el avioncito. Tami me pasa el lápiz. Lo tomo, pero no sé que escribir.

Un deseo...

La miro a ella.

No soy tan cursi.

Garabateo «Que mi estudio de tatuajes triunfe». Termino el avión y lo muevo frente a Tami, victorioso.

―Ahora hay que tirarlos de algún lugar alto... Que vuelen ―Se levanta de un salto.

Hay un solo comercio cercano que tiene una terraza alta. Tenemos la suerte de que esté abierto. Subimos por las escaleras, trotando. No vamos a comprar nada, así que fingimos que vamos a buscar una mesa arriba y nos colamos hacia la parte más alta del lugar.

Tamara se apura a dejar volar el pajarito que lleva su deseo. La secundo, tirando mi avión que, para mi total orgullo, se eleva bastante antes de comenzar a caer siendo llevado por el viento.

La Pioja me abraza, dando saltitos, como si hubiéramos logrado algo mucho más magnífico que tirar un pedazo de papel por el balcón de un local.

Lunes 1 de octubre de 2018.

Bajo la persiana del estudio con rapidez. Angi está barriendo el suelo. Con mi mano libre reviso el celular, los mensajes de Tamara no se hacen esperar.

Viendo que todo volvió a ser como antes de su repentina distancia, los mensajes retornaron a su circulación habitual. Hoy estuvo todo el día hablándome de mil cosas, me pasó fotos de un cuadro que está pintando y me preguntó por mi jornada.

―¿Te sobró torta? ―pregunta Tomás.

―¿Eh?

―Que si te sobró torta ―repite―, estaba re buena la torta que te hizo tu vieja.

―No, no hay más ―contesto levantando la vista del celular.

―Otra vez con los mensajitos ¿Cuándo termina la etapa de ser un boludo y empieza la etapa en la que está Angi?

Ángeles se ríe.

―¿Sabés qué me dijo Juli ayer? ―pregunta mi amiga.

Sé perfectamente lo que la enana fue a contarle.

―¿Qué? ―pregunta Tomás.

―Me dijo que su tío Pitufo... estaba dándose besos en la boca con una señora muy linda ―Amplía su sonrisa.

―¿Le dijo señora? ―Me río.

―Sí ―carcajea Angi.

―Se va a querer matar.

Me apuro a escribírselo en un WhatsApp.

―Tiene seis años, a todos nos ve como a unos viejos ―dice Ángeles―, pero lo importante es que te vio en una situación comprometida.

―No fue nada ―Le resto importancia.

«¡¿Cómo que señora!?» Me envía Tami adjuntando una carita ofendida.

«Jajajajaja, es chiquita» contesto «También dijo que sos muy linda»

―¿Entonces qué? ―pregunta Angi sin soltar la escoba― ¿Hablaste con ella de algo más importante?

―No ―Guardo mi celular en el bolsillo del pantalón―. No le dije nada.

―Le tendrías que haber dicho que querías que se siente en tu cara ―acota Tomás.

―¡Le tendría que haber dicho que la quiere! ―Lo calla Angi.

―Que los prados florecen ―dice Tomás con una mano en el pecho, como si estuviera recitando un poema―, que el cielo se despeja, que se generan arcoíris... cuando podés verle las tetas.

―Les agradezco ―Empiezo―, la preocupación por mi vida amorosa, pero voy a ir resolviéndola yo solo.

Tomás se acerca a mí y me pasa un brazo por el cuello.

―Si hablamos de esto, Pollo, es porque te la pasás con el telefonito mandando mensajes, todo el día, como un adolescente estupidizado.

Me zafo del abrazo de Tomás y me paso una mano por la cara.

―Voy a hablar con ella ―acepto.

Haberla visto el día de mi cumpleaños con mi familia, con mis amigos, me hizo darme cuenta de que no es tan terrible. A todos les cayó bien... La Pioja se acopló excelente a mi entorno.

¿Qué tan malo puede ser aceptar que quiero que forme parte de mi vida?

―Ese es mi Pollo ―Vuelve a agarrarme Tomi.

―En otras noticias ―exclama Angi― ¡Ya se publicó el primer artículo de mi amiga! ¡Vamos a llegar a la convención de diciembre con mucha publicidad!

―Sí que se tardó ―Se queja Tomi.

―Te dije que era un proyecto que iba a llevar tiempo ―contesta Angi buscando la nota en su celular.

«Linda sí, pero señora nunca» dice el mensaje de Tamara. Llego a leerlo en casa, mientras estoy cenando. Me llevo más fideos con tuco a la boca.

«Cuando nos casemos vas a ser mi señora» escribo, lo borro con rapidez y pienso en otra cosa. Es un chiste inadecuado. Muy goma. «Linda tampoco, divina te pega más», también lo borro. «Ya cumplí 28, estoy más cerca yo de ser un señor» envío.

Si me acobarda enviar un mensaje a modo de broma, no sé cómo pienso proponerle que demos un paso más.

Ahora que lo pienso, nunca lo hice antes. Mis relaciones anteriores empezaron por iniciativa de Pilar y de Angi.

Llevo más fideos a la boca.

Mucha calle pero no puedo decirle a una mina que me mueve el piso.

Tremendo pelotudo.

Pude dormir en la calle a los catorce años cagándome de frío, superar la adicción a las drogas, robar un perro, pero no puedo decirle a una mujer que me gusta.

«Quedamos en que eras un viejito sexy» contesta y me hace sonreír.

Ingresa otro mensaje, casi al instante, pero no es de Tamara. Otra vez es Patricia.

Después de que ignorara su mensaje pasado, no volvió a comunicarse. Dudo de entrar a leer lo que me envió, aunque la curiosidad me quema y acabo por ceder a la intriga.

«Hola, hijo. Quiero comunicarte que sigue en pie mi invitación al casamiento. Sería bueno que pudiéramos vernos para hablar mejor» Todo lo que dice parece expresado por un robot sin alma.

Vuelvo a entrar al chat de Tamara.

«Exacto. El viejito más sexy que vas a ver en tu vida» envío.

Como el último bocado que queda en el plato y me saco las zapatillas pateando desde el talón. Dejo el plato en la mesa y el calzado al lado de la mesa. La panza llena me pesa y, cuando me levanto de la silla, siento que mis movimientos son mecánicos. Camino en automático hasta el baño.

Mi cara en el espejo está demacrada. Me hace falta un baño pero no sé si tengo la energía física para seguir despierto un rato más.

Miro de reojo la cortina de la ducha, esperándome. El celular me vibra en el bolsillo y vuelvo a revisarlo.

«Voy a dejar de contestarte un ratito porque me voy a bañar» dice Tamara.

Quizá su mensaje sea una señal. Me estiro y abro la canilla para permitir que corra el agua caliente.

«Yo también estaba en esa» le respondo.

Voy hacia mi habitación a buscarme ropa limpia. La que tengo puesta huele a cebolla, y no estuve en contacto con cebolla.

«¿Cuándo nos vamos a ver de nuevo?» pregunta Tamara. Su mensaje me toma inadvertido, y también me hace saltar el estómago de forma tal que parece que se atora en mi garganta. Nos vimos ayer.

Siento que una sonrisa me ocupa media cara y no puedo cambiar el gesto aunque me concentre. Agradezco estar solo, porque la risa de maniático que tengo en la jeta debe ser muy vergonzosa.

De hecho, aunque nadie puede verme, siento una timidez extraña. Ácido en el estómago y la cara caliente como si tuviera fiebre.

«¿Me extrañás?» pregunto pícaro y la sonrisa se amplía, si es eso posible.

«Me dijiste que te estás por bañar y me llegó el aroma de tu perfume. Me encanta» contesta con rapidez. Si esto no es darme pie para proponerle lo que le tengo que proponer, no sé qué lo sea.

«Si es por mí, paso a verte mañana por tu casa, después de mi trabajo» Le envío, y sigo escribiendo «Pero me tengo que ir a dormir temprano para poder estar con energías al día siguiente»

Es una queja. Trabajamos muchas horas, pero, de alguna manera, hay que pagar los insumos, los sueldos, los servicios... Ser mi propio jefe parecía mejor cuando solo era una idea.

«Prefiero no molestarte» Responde.

El agua que sigue cayendo en la regadera me recuerda que estoy por ducharme. Le contesto, apurado, que no es molestia. Le adjunto un emoji de sonrisa. Y me desprendo del celular, tirándolo en la cama, antes de salir de nuevo al baño.

Martes 2 de octubre de 2018

Tamara se saca las zapatillas ni bien entramos a casa. Trota hasta el sofá con dos botellas de vidrio, de cerveza, en las manos. Va cotorreando sobre lo que hizo en su día, chismosea sobre algo de su amiga Melina o como se llame.

Cuando salí del trabajo tenía su mensaje confirmándome la reunión.

El mensaje de anoche diciéndome que quería verme me tomó por sorpresa, y que, hoy, continuara en esa posición, me resultó grato. Le propuse tomar unas cervezas y hacer algo tranquilo.

Como cené en el estudio con Tomi y Angi, y ella fue a comer con su amiga, decidimos que íbamos a tener un plan simple. Unas cervecitas con papas de paquete y una peli.

Mientras Tamara se revolea en el sofá y busca el control remoto para prender el televisor, voy hasta la cocina para buscar un destapador.

―... porque este chico le gusta bastante a Meli, pero ella se enrosca, da vueltas... ―Está diciendo.

Me importa tres carajos la vida amorosa de su amiga. Me siento a su lado y le destapo la botella.

―¿Por qué da vueltas? ―pregunto abriendo mi botella.

―Porque ella es así ―Levanta los hombros―. Le gustan como tres tipos distintos.

Me mira, sonríe y choca su botella con la mía en un brindis improvisado. Bebo del pico al mismo tiempo que ella.

―¿Y eso? ―pregunta señalando un porro que hay apoyado en el mueble del televisor― ¿Cómo es?

―No, Pioja ―Me atajo―. En esa no te metas.

―No te estoy pidiendo de fumar, quiero saber qué se siente ―dice. Su tono es curioso.

―Se siente... ―Pienso cómo empezar― A mí me sirve. Cuando dejé las drogas más fuertes, mis terapeutas y especialistas, me recomendaron fumar marihuana para calmar la ansiedad de la abstinencia. Yo ya fumaba de antes... ―reconozco― pero digamos que esto me lo permitieron, mientras me recuperaba de lo otro.

―¿Qué otras... eran? ―pregunta mirando un punto fijo en la pared.

―Probé de todo, Pioja ―contesto―. Además, cuando me duele la rodilla, me calma el dolor ―Cambio de tema.

―¿Eso es por la prótesis que tenés? ―pregunta bebiendo otro sorbo.

―Sí.

Tomo más cerveza yo también. Noto que ella bebe sorbos grandes y casi sin espacio. Busco con la mirada el paquete de papas fritas que tenemos en el medio, todavía cerrado. Lo abro y me meto varias a la boca. Ella no come, sigue mirando un punto fijo en la pared.

La televisión, prendida en cualquier canal, hace ruido de fondo.

Tamara bebe más.

―¿Buscamos alguna película? ―pregunto tomando el control para hacer zapping.

Paso algunos canales, casi sin mirar. Tamara deja su botella, ya vacía, sobre la mesita ratona que tenemos delante. Se la bebió muy rápido.

―Voy a... ―Se levanta y, ni bien lo hace, se tambalea― voy a sacarme esssto.

Está borracha.

Se acaba de emborrachar con una botella chiquita de cerveza.

Tironea del saquito que lleva puesto y se enrosca la tela en el cuello, quedando con la cabeza atrapada. Me levanto para ayudarla y, cuando consigo quitarle el fino abrigo, ella me empuja al sofá de nuevo. No tiene la fuerza suficiente para moverme de mi lugar, pero me dejo caer, de igual manera, volviendo a sentarme.

―Te voy a hacer un striptease ―dice.

Me río.

―Me falta mússicaa ―Mira alrededor como si buscara algo―. No importa, puedo cantarte.

Carraspea para aclararse la garganta.

La observo atónito, sin poder disimular una sonrisa graciosa.

Libreee, como el sol cuando amanece yo soy libreeee como el maaaar.

Suelto una carcajada mientras ella desabotona su pantalón.

―¿De qué te reís? ―Se enoja.

―Esa no es canción para un striptease ―explico entre risas.

―¿Y cuál es?... Por eso esperaba con la carita empapada que llegaras con rosaaaas...

La risa me sale más fuerte que antes. Comprende, debido a mis carcajadas, que tampoco es una canción apropiada y cambia. Mientras cambia de canción comienza a bailar con movimientos ridículos. Se tambalea, se mueve sin gracia, de forma tosca y dura. Solo me hace reír más.

Una calle me separaaaaa, del amor que está en mis sueñoooos, de tu amor no exijo naaadaaa ―Me señala―, soooolo quieeeerooo, ser tu dueñooo.

―¡Esa tampoco! ―Reír comienza a dejarme sin aire.

―Entonces... ―Busca en su mente otro tema para cantar― Haaay un lugar al que me voy cuando estoy tristeee... Es un lugaaar dentro de mí que nunca visteee.

Esa canción no sé cuál es.

Me lo inventéee para sentir que me quisisteee... ―Canta de forma muy sentida, tomándose el pecho y cerrando los ojos.

La carcajada sale más fuerte que antes. Me duelen las costillas.

Abre los ojos enojada. Escuchándome reír y me apunta con un dedo acusador.

―¡Malo! ¡Dejá de reírte de mí!

Frunce el mentón, elevando el labio de abajo en un puchero. Intento contener la risa y ella avanza hacia mí para abrazarme. Se sienta a horcajadas sobre mí, hundiendo su cara en mi cuello, escondiéndose avergonzada. Sigo soltando risitas incontenibles.

―Pioja... Te pusiste en pedo en un segundo ―digo―, y te pintó la borracha alegre, enojada y llorona en el mismo momento ¿Cómo no me va a dar risa?

Busco su mirada, pero ella no me mira, sigue con la cara hundida en mi pecho.

Descubro enseguida que se quedó dormida y no puedo evitar volver a reír.

N/A: ¡Antes que nada: Perdón por haberme desaparecido! No pude actualizar el jueves porque estuve con visitas y, ayer viernes, me desperté súper tarde y me fui directa para el trabajo. 

Espero que disfruten mucho de este capítulo que abarca varios momentos y días de la vida de Dami post-cumpleaños. 

¡Muchísimas gracias a todos y a todas por el apoyo! Espero leer sus comentarios con opiniones, como siempre.

¡Los quierooo!

La música que aparece en este capítulo es:

1° Libre soy de Frozen (mencionada por Tami)

2° Libre de Nino Bravo.

3° Rosas de La oreja de Van Gogh
4° Una calle nos separa de Nestor en Bloque

5° Hay un lugar de los Teen Angels (Más específicamente de Lali Espósito, en su personaje de Mar, de la telenovela juvenil Casi Ángeles)

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