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Capítulo 22: Buenas noches

Sábado 25 de agosto de 2018
Tamara.

Veo a Damián vestirse con la misma ropa que se quitó antes de la ducha. Yo ya estoy vestida, secándome el pelo. Diviso en el espejo cómo él se para detrás de mí, me abraza por atrás y hunde su cabeza en mi hombro. Su pelo azul cae, húmedo, hacia adelante.

Su abrazo reconforta y sonrío. Pongo una mano en su cabeza para acariciarle el pelo. Con mi otra mano, lanzo la toalla al suelo y la mano sobre su brazo, que me sostiene con fuerza por la cintura.

—¿Estás bien? —Me pregunta en voz baja.

Siento su aliento sobre mi piel y me genera un cosquilleo. Mi estómago da un salto.

—Sí —contesto.

Me muerdo el labio.

Él se separa, apenas, de mí. Me mira en el espejo, sus ojos oscuros están ansiosos. Me besa en la mejilla y se aleja del todo.

Salimos del baño. Queriendo algo dulce para cortar con el momento amargo, voy hasta el congelador y tomo el helado que nos sobró de anoche.

Me siento en el sofá con el envase plástico y dos cucharas. Damián se sienta a mi lado, toma una cuchara y comenzamos a comer desde ahí.

Él se queda en silencio y yo también me quedo callada. No es un silencio incómodo, es agradable. Él me abraza por detrás de la espalda y nos comemos todo el helado en un mutismo gratificante.

Afuera, el cielo está nublado, se ve oscuro, aunque no deben ser más de las tres de la tarde. Mamá todavía no volvió a casa.

—Yo —empieza Damián levantándose del sofá—, ya me tendría que ir a mi casa.

—No —pido, levantándome con él y agarrándolo por un brazo—, quedate, porfa.

Él se queda en silencio mirándome. No parece convencido pero quiero a alguien conmigo esta noche. Lo miro suplicante.

—Mañana es domingo —digo, tratando de persuadirlo—; ¿podés quedarte?

—Está bien —dice asintiendo.

No tiene su típica sonrisa. Está serio.

Pero incluso serio se ve lindo.

Vuelvo a morderme el labio.

Tanteo en el sofá buscando el control remoto y prendo la tele. Él vuelve a sentarse a mi lado, me abraza por el hombro. Me acurruco en su pecho y vemos una peli en silencio.

Por momentos pierdo el hilo de la historia. Me llegan flashbacks de momentos que viví hace muchos años y que creí que ya estaban sepultados.

De alguna manera pasan las horas, el cielo, antes oscuro por las nubes, ahora está oscuro por la noche.

Apenas cruzamos palabra. Pero su sola compañía me reconforta.

Siempre supe que si me involucraba con alguien iba a tener que hablar de ese tema. Nunca quise escaparme de mi pasado, pero no creí que... con el tipo de relación que tengo con Damián, fuera necesario en esta instancia.

Como saliendo de una ensoñación, apago la tele sin siquiera saber si terminó la película que estaban transmitiendo y me levanto de mi lugar.

Corro las cortinas, mirando hacia afuera. Es como si pudiera sentir el fresco de la noche a través del vidrio, a pesar de que mi casa está caliente. Mamá está saliendo con alguien y va a pasar todo el fin de semana con él. Mis hermanos se fueron a la casa de mis primos porque iban a hacer un torneo en un videojuego.

Pensaba compensar a Dami con una rica cena, pasar la noche y después invitar a Meli, o ir a su casa.

Sin embargo...

No tengo ganas de nada.

La charla que tuvimos antes me pinchó el humor y, aunque Melisa, es mi puerto seguro cada vez que tengo un desbalance emocional; no me gusta hablarle de este tema a nadie. Es una parte de mi vida que prefiero tener enterrada.

Ella lo sabe... Hablamos del tema una vez sola y nunca más lo tocó. Yo tampoco lo saqué.

Sé que ahora la incomodidad es tangible, pero, en serio necesito, pasar la noche con alguien. Y Damián es un príncipe. Él no va a hablar del asunto si yo no quiero.

De chiquita quería casarme con el príncipe Eric, y ahora tengo sexo sin compromiso con un príncipe punk. Lo voy a tomar como una victoria.

Me extiendo sobre el mueble en el que está la televisión. Hay muchas cosas esparcidas por ahí arriba; entre todo eso, hay una libreta en la que garabateo de vez en cuando.

La abro en una hoja aleatoria, en blanco. En el anillado hay un lápiz que tomo para empezar a dibujar. Damián me está mirando desde el sofá. Comienzo a tirar trazos sueltos sobre el papel. Ojos oscuros, pelo largo. Una caricatura de Damián aparece con rapidez en la hoja rayada de la libreta. El proceso toma unos cinco silenciosos minutos y, al acabar, le lanzo la libreta para que vea el resultado.

―Sos una genia, Pioja ―Lo escucho decir entre sonrisas.

Veo que toma el lápiz, pasa la hoja y empieza a dibujar él.

Se toma varios minutos, otra vez en silencio, y se levanta de su lugar para mostrarme lo que hizo.

Es un dibujo feísimo. Las líneas son gruesas, apretadas y desprolijas. Allí donde apretó mucho el lápiz, el grafito se quebró, se desparramó y mancho la hoja. Supongo que soy yo. Es un rostro con una sonrisa gigante, muy infantil, mis ojos parecen los de un insecto.

Adivino que intentó hacer mis lentes, parece que tuviera los ojos gigantes.

Mi pelo parece lleno de rastas.

No puedo evitar reír. Él se ríe conmigo.

―Me salió igual ―ironiza.

Reímos más fuerte.

―Se parece al abuelo de Meli ―Señalo entre risas. Él se ríe más fuerte aunque sé que no lo conoce―. Una vez se me perdió ―recuerdo entre carcajadas.

―¿Qué? ―pregunta intrigado.

―Una vez se me perdió el señor ―Me río más fuerte―, en un supermercado.

»Habíamos ido al cine, Meli, su papá, sus abuelos y yo; y mientras que ellos fueron a sacar las entradas, me dejaron cuidando a su abuelo ―De recordarlo me río más fuerte y tengo que esperar a que se termine la risa antes de seguir hablando―; él quiso ir al supermercado para comprarse unas galletitas. Me distraje, unos segundos, mirando unas ofertas en lápices y pinturas y, cuando me di la vuelta, el señor no estaba más.

»Lo busqué, desesperada, por todas partes y no lo encontraba. Me paniqueé ―Sigo riendo―, empecé a hiperventilar y comencé a llamar por teléfono a Meli.

Lanzo la carcajada y Damián me secunda riendo, aunque su gesto de intriga me invita a terminar la anécdota.

―Meli fue a buscarlo conmigo y lo encontró a los dos minutos ―Me río―; estaba en una sección de ropa femenina, mirando los carteles de modelos en lencería.

Damián se ríe más fuerte.

―¿Y tu amiga que te dijo? ―pregunta.

―Nada ―Me encojo de hombros―. Solo se rio. Ella no se preocupa, por eso es la persona que me salva siempre ―Río.

―¿Alguna vez te le perdiste vos a Melina? ―pregunta.

―Melisa ―corrijo―. Sí... Varias veces ―Esquivo su mirada.

Jugueteo con mis anillos de forma torpe.

Damián se está riendo de mí.

―Cuando era chiquito ―dice él―, me escondí en un supermercado de mi... de Patricia. Creía que era divertido pero a ella le di un susto.

―¿En serio? ―Me sorprendo― Eras un nene problemático entonces.

―Nooo ―resta importancia―. Nunca fui quilombero. Eso fue algo de nenes, nada más. Seguro que vos también tenés historias así.

Rebusco en mi cerebro, lo fuerzo; pero no se me ocurre nada. Levanto los hombros sin tener idea de qué añadir. No tengo anécdotas de mi infancia haciéndole pasar un momento malo a mis padres.

Una vez me caí de una hamaca y me raspé una rodilla. Otra vez me golpeé la cabeza contra un mueble, pero nada más.

―Dale ―Me insta Damián con una sonrisa― ¿Me vas a decir que nunca te mandaste ninguna cagada?

―No sé... ―intento recordar―. Trataba de ser buena.

―¿Alguna vez que te hayas escapado de la escuela?

―Nunca hice eso.

―¿Nunca te sacaste una mala nota en la escuela por, por ejemplo, haberte quedado mirando la tele hasta tarde en lugar de estudiar?

―No ―niego.

―Pero... ¿Nunca le mentiste a tu mamá sobre realizar alguna responsabilidad para que te deje ir a una fiesta?

―Nunca fui a una fiesta.

―¡¿Qué?! ―No puede creerlo.

―No me gustan esos lugares.

―¿Cómo sabés si nunca fuiste?

Vuelvo a levantar mis hombros.

Damián se pasa una mano por la cara riendo. Su risa comienza a hacerse más fuerte y se le mueven los hombros.

―¿Qué pasa? ―pregunto.

―Sos una chica tan obediente que si leés un cartel de «sea breve» ni empezás...

Lanza una carcajada estridente.

―¿Qué? ―No entiendo.

―...Que ―Hablar le cuesta debido a la risa―, eras una nena tan dulce, que tu mamá resultó diabética.

―¿Qué? ―repito.

―Te preocupás tanto por los demás, que en vez de decir que tuviste un infarto, decís que fue una corazonada.

―¡Damián! ¿Qué decís?

―Es que... ―Él para de reír muy lentamente― cuando pasa algo así, con Tomi siempre contamos chistes de «tan pero tan»

―¿Chistes de qué? ―Alzo mis cejas.

―Chistes de «tan pero tan», esos chistes malos de... Era un príncipe tan pero tan feo, que Cenicienta se fue de la fiesta a las 22:30... Era una señora tan pero tan vieja, que en vez de ir al médico, iba al paleontólogo.

Se ríe solo. De forma ruidosa.

Su humor está roto.

Para callarlo, mejor me acerco a darle un beso.

Lo tomo de la mano y lo arrastro hasta mi habitación. Cierro la puerta y lo empujo contra mi cama para que se siente ahí. Me siento sobre sus piernas, como una nena chiquita, y lo abrazo. Él me abraza de vuelta, con fuerza. Me acurruco en su hombro y me quedo aspirando su perfume.

—Sos muy lindo —susurro contra su piel—. Gracias por quedarte.

—No me tenés que agradecer nada —Lo escucho decir.

Él me besa el cuello y se enciende un fuego en mí. Toda la excitación que me apareció y desapareció en la ducha. Dejo el celular y mis anteojos sobre la mesa de luz y me tiro a sus labios. Él me besa de vuelta, me abraza con fuerza por la cintura. Tiro de su ropa para quitársela y me permite hacerlo. En un instante, estamos desnudos de nuevo, me recuesta, de espaldas y se tiende sobre mí. Nos metemos a la cama, nos cubrimos con las sábanas y me besa en los labios.

No es tan pasional como lo fue en la ducha, es dulce, y es tierno, y es compasivo. Juega con mi lengua y respira de forma constante. Se introduce en mí poco a poco, moviéndose despacio. Lo abrazo por el cuello y siento su corazón latir contra el mío. No deja de besarme, los besos más hermosos que me dieron nunca.

Le acaricio la espalda, aprieto mis piernas en torno a sus caderas y disfruto de sus movimientos lentos. Me toma una mejilla y me acaricia con ternura. Su otra mano acaricia mi vientre, me toma por la cadera.

Besa lentamente mi cuello y mi rostro, sin dejar de moverse y sin parar el ritmo, jadea contra mi piel caliente.

En silencio, entre besos, y sin cambiar de posición, llego al orgasmo y mi cuerpo se ablanda, inmediatamente después él también termina y se queda sobre mí un rato, acariciándome y besándome.

Se mueve apenas, para salir de encima de mí, pero me abraza.

Abrazándome y con su cabeza reposando en mi pecho siento que su respiración empieza a volverse rítmica y suave, y empieza a roncar sutilmente, de forma casi inaudible. Lo siento respirar contra mi cuerpo y desplegar su aliento contra mi pecho.

Le paso un brazo alrededor del cuello y le acaricio el pelo largo y suelto.

Es tan lindo...

Se mueve un poco, sin soltarme, acomodándose. Su desnudez se aprieta contra mi pierna.

―Te quiero ―susurra entre ronquidos, y se me detiene el corazón momentáneamente.

―¿Qué? ―pregunto con un hilo de voz.

El corazón me va a mil. Me muerdo el labio.

Necesito que lo repita. No sé si de verdad lo dijo o lo imaginé; no sé si está despierto o dormido; no sé si lo dijo en sueños; si es en serio, si es mentira, si quiso decir otra cosa...

Pero él no lo repite. Sigue durmiendo, sin enterarse de lo que acaba de causar en mí.

No puedo dormir en buen rato. Me quedo horas mirando el techo, con su tonta frase dándome vueltas en la cabeza. Con esas ridículas dos palabras clavadas en el cerebro.

N/A: ¡Capítulo corto pero necesario! A partir de acá se van a venir cositas y cambios en los personajes... Espero que les haya gustado un montón.

Yo sigo con sueño... Mi vida últimamente es tener sueño, estoy durmiendo muy poco debido al trabajo. Por lo menos el hombre que pensé que me iba a romper el corazón me subió de estado y le dijo a todo el que le preguntaba que me está conociendo y que soy hermosa... AAAAAAAAA, auxilio, voy a morir de diabetes. Igual sigo alerta porque #traumas pero me siento una adolescente xD 

(Aprovechando las notas de autor para descargarme y contar chisme jajajaja) Deséenme suerte. Nos leemos el siguiente jueves, espero que sigan disfrutando del capítulo. 

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