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Extraña, pero cálida alegría

Fecha de publicación: 22/01/2021 20:00

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Hace 3 años...

Era una noche fría, llovía a cántaros y el cielo estaba tan gris que no parecía que fuese a parar pronto, perfecto para el ambiente de desánimo y tristeza que se podía sentir allí. No era para menos, cuando se pierde un familiar querido solo queda una carga de tristeza inexplicable, inexplicable por sentirte inútil ante algo irremediable, aunque puedas creer lo contrario, llevándote más bajo en ese sentimiento; inexplicable por no saber cuándo llega y cuanto se lleva: planes desechados, momentos arrebatados y lazos separados a la fuerza, dejando a su paso un vacío en el alma en aquellos que te quisieron en su vida.

Todo eso lo podía ver en esa familia, todos vestidos de negro como era costumbre, con la cabeza gacha mirando la tumba del fallecido y con paraguas para evitar mojarse. Pude distinguir a una señora castaña tratando de acompañar a una rubia alta con un sombrero y velo negro, la cual solo podía seguir llorando desconsoladamente, mientras el resto solo se limitaba a acercarse a dar el pésame de la forma más sincera posible, cada uno tratando de esbozar una sonrisa que, para más dolor, se podía ver lo vacía que era.

No era nada nuevo, y por eso podía llegar a ser indiferente a lo que tenía a unos cautelosos 20 metros, recostada en un frondoso árbol, lo suficiente para poder cubrirme de las incesantes gotas de lluvia, aquellas que te pueden regalar una curiosa calma si estás en el lugar adecuado.

Sabía la situación: Lawrence Perkins, 41 años, trabajaba en una agencia de viajes, su muerte fue causada por una enfermedad hereditaria que no tenía cura, pasando los últimos meses de su vida postrado en una fría cama de hospital. Se podía ver que era querido, pude ver en el velorio y en su tumba mucha gente aglomerada, y el sentimiento de desazón genuino inundaba el aire. Excepto una persona.

Me era curioso, no solo por ver a alguien que desentonaba con ese aire de melancolía, también por la persona. Jeane Perkins, la hija del fallecido, una chica que desde su llegada al cementerio no soltaba el brazo de su madre, lo que no le impidió saludar de manera cálida a sus familiares y los amigos de su padre. Ella se veía perdida, miraba a su alrededor y luego a los presentes. No hablaba por respeto, pero parecía no entender lo que pasaba, no entendía la tristeza que la rodeaba.

Decidí ignorar la situación, seguir leyendo, dejando que el sonido cada vez más intenso de la lluvia opacara los llantos de dolor por el difunto. Esa calma solo me duró 5 minutos, pues de repente sentí una mano helada y húmeda en mi hombro, con unas gotas cayendo sobre las páginas del libro, el cual cerré al instante, para darme la vuelta y ver de quien se trataba.

Y ahí estaba, cabello rubio con una diadema roja encima, una chaqueta negra que desentonaba con la falda roja que llevaba puesta. No era tan alta, pero para tener 11 años estaba bien.

- Oye, disculpa molestarte ¿qué estás leyendo? - preguntaba de manera curiosa

- Nada que pueda interesarte, niña

Mi respuesta era áspera y cortante, estaba enojada por mi libro, y no tenía ganas de conversar.

- Oh, está bien, perdona por molestarte

- ¿Y qué haces aquí?

- Ah, mi madre me dijo que no quería que me mojara, y me mandó a este árbol donde estoy ahora.

- Oh, comprendo

- ¿Y tú que haces aquí?

No sé si fue por cortesía o querer sacármela de encima, pero solté un suspiro y le respondí sin mayor problema.

- Mi padre trabaja aquí, a veces lo acompaño. Y quería leer un poco.

- Ya veo ¿y qué hace tu papá?

Dudé si responderle o no, pero a sabiendas de la situación de mi libro y que no podía hacer nada más, decidí seguir conversando con ella.

- Se encarga del papeleo, organiza los horarios y las fechas de... -no quería decirlo con exactitud- ..., ya sabes... -señalé el entierro-... eso.

- Oh, entiendo -su tono era comprensivo- ¿y cómo te llevas con él?

- Bastante bien, la verdad es entretenido venir con él

Por un momento sentí que le mentía, pero luego recapacité, y vi que compartíamos más cosas de lo que pensaba, como el gusto por lo oscuro y lo tétrico.

- ¡Genial!, que bueno que quieras mucho a tu familia -dijo con una sonrisa en su rostro-

La miré de nuevo, sentía la necesidad imperiosa de preguntarle sobre su familia, saber algo de ella. Pero un inoportuno rayo cayó, y el ruido tanto del trueno como de los gritos de los cercanos me asustaron, haciendo que soltara el libro, y de paso lo hiciera lejos de la protección del árbol, cayendo al césped mojado. Por impulso, corrí para recogerlo, sin darle mayor importancia a la lluvia, para volver al árbol. Pero ya era tarde. Si unas gotas me incomodaban la lectura, ahora sabía que era inútil siquiera intentar abrirlo.

Estaba empapada y frustrada, me recosté en el tronco mientras tiritaba de frio, y encima no tenía una chaqueta holgada, solo un saco delgado de manga larga, el cual era inútil.

De repente, sentí una prenda de algodón cubriéndome, y un brazo haciendo contacto con el mío. Volteé y ahí estaba, con ese rostro brillante, y esos ojos que transmitían calidez. No iba a rechazar ese regalo, además no tenía más opciones, así que me cubrí un poco más con la chaqueta, mientras me acercaba un poco más a ella y tratábamos de generar calor entre ambas.

- Gracias - dije casi susurrando

- No te preocupes, mientras no tengamos frío estaremos bien.

La miré con detenimiento, y me di cuenta de que llevaba un suéter blanco que combinaba bastante bien con ella, la hacía irradiar un poco más. Quería hacérselo saber.

- Lindo suéter.

- Gracias, fue un regalo de mi padre en navidad.

No supe cómo, pero me sentía peor que ella, aunque no lo quería demostrar. No la veía destrozada, solo algo ilusionada de hablar de su padre. Y nunca sabré si lo hice por quitarme la sensación de pena o porque en el fondo sabía que le haría feliz, pero quise saber sobre el hombre que descansaba en aquel ataúd. Lo hice con mirada gacha, temerosa de decir algo incorrecto.

- ¿Y cómo era tu padre?

- Él era increíble, cada que podía íbamos al parque a jugar, en casa teníamos muchos juegos juntos, y también en su trabajo.

La animosidad con la que iba explicando era contagiosa, al punto de que esbocé una sonrisa mientras la escuchaba y, si tenía la opción, preguntarle.

- ¿Cómo era el trabajo de tu padre? -mantuve la curiosidad-

- Él viajaba mucho y visitaba lugares muy bonitos, como París, Roma, Madrid o Bruselas, me compartía lo que vivía allí y hasta traía recuerdos -sacó de uno de los bolsillos de la chaqueta unos papeles-

Pude ver que esos papeles eran folletos de los lugares que ella mencionaba, junto algunas fotos de su padre en los sitios emblemáticos de aquellas ciudades, así como una foto de los 2 en lo que presumía era un viaje a Hong Kong de la familia. Tomé un par de esas para poderlas ver mejor.

- La mayoría de ellos los suelo guardar en mi cuarto, son bastante valiosos para mí -decía mientras me dejaba ojear las fotos y folletos-

- Vaya -dije asombrada aún con la mirada en las fotos- se nota que tu padre te quería mucho

- Si, con el pasábamos las mejores horas aquí en el pueblo, nos encantaba ir por helados, de hecho hay muchas anécdotas divertidas ¿te las puedo contar?

-Claro -dije devolviéndole las fotos y con curiosidad- pero espero sean buenas

Ambas reímos ante mi comentario. Y así me contó algunas aventuras en Royal Woods con él, ya fuera en auto o en algún sitio divertido, y yo no paraba de prestarle atención a lo que contaba. Algunas eran afortunadas, otras no tanto.

- Y así fue como en un parque de diversiones casi nos echan por querer entrar sin pasaje a la montaña rusa -reía casi sin control-

- Vaya, ¿y todo eso porque tu madre no quería dejarlos ir?

- Si, a veces se preocupa de más

Su sonrisa era agradable, de esas con las que quieres despertar y ver cada día. Gracias a ella, mi día pasó a ser mucho mejor. Tristemente acabó, pues con el cuerpo ya enterrado y las palabras finales de los familiares más cercanos, la madre, Julia Perkins, la llamó mientras se acercaba al árbol, para qué tomaran rumbo a su hogar o fueran junto a unos familiares, la verdad nunca lo supe bien.

- Oh, discúlpame...

- Maggie, me llamo Maggie.

- Eso, Maggie. Bonito nombre, por cierto. Ya me están buscando.

- Puedo verlo, una pena.

En las 2 se notaba la cara de tristeza.

- Si, pero fue divertido

Ella solo le buscaba lo bueno a la situación, mientras yo solo asentía y le sonreía de manera inconsciente.

- Bueno, adiós Maggie, cuídate.

- Claro Jeane, cuídate también -le respondo, dejándola con cierta incredulidad-

- Gracias, espera... ¿Cómo...?

- ¿Recuerdas que mi padre trabaja en la recepción?

- Si -responde confundida-

- Pues él te vio cuando llegaste, y tu madre le dijo como te llamabas. Yo estaba sentada en una de las bancas de espera.

- Ah, ya lo recuerdo

- ¡Hija, vámonos!

- ¡Ok, mamá! ¡Espera! Bueno, adiós.

- Cuídate, Jeane

Y así la vi corriendo hacia su madre, cubriéndose las 2 con una sombrilla negra. No la perdí de vista en ningún momento hasta que subió al auto, y ella volteaba a verme de vez en cuando, mostrándome esa sonrisa tan contagiosa.

Esa sonrisa hipnotizante y su rostro seguían siendo atrayentes. Esa conversación me había alegrado el día, así que sentía algo de nostalgia, creía que no la volvería a ver. Perdí ese sentimiento cuando la vi subirse al auto, y se despedía moviendo la mano desde la ventana. Me di cuenta que lo importante fue haberla conocido, y me tranquilicé.

Con eso en mente, me recosté de nuevo en aquel árbol testigo de todo, dejando pasar los minutos y las nubes grises que decoraban el cielo, esperando que la lluvia bajara y así ir donde mi padre y tratar de secar el libro, y de paso conversar un poco con él.

Tenía la esperanza de volver a ver a aquella chica del suéter blanco, Jeane Perkins, sentía que si lo intentábamos podía salir una linda amistad.

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