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Capítulo 6

La oscuridad era absoluta en esa habitación en la que se encontraba perdida en sus pensamientos, en sus más profundos anhelos, miedos y confusiones que la rodeaban por esos días sin descanso, impidiéndole concentrarse en su trabajo, en su trato a quienes la rodeaban y a sus propios cuidados personales.

No podía evitar recordar aquella tarde, las palabras del joven, de Nicolás que aseguraba ser su hijo dado en adopción poco más de veinte años antes. ¿Es eso posible? No lo sabía y eso la desesperaba aún más ¿quién podía asegurarle que era su hijo y no un impostor que, viendo sus últimos deseos, se hizo pasar por su Nicolás para aprovecharse de ella y obtener su dinero y la empresa que con tanto esfuerzo fundó su esposo en vida? Lo recordaba, imaginaba su rostro, el parecido que tenía con Rodrigo era increíble, parecía ser calcado a su padre, los ojos, los gestos, el porte, la contextura, todo. Y, siendo así de parecido a él, no podía negar que tenía algo también de su padre, la forma en que trataba de hablar correctamente para aparentar, tal y como su mamá decía que hacía su esposo cuando se mudó a Santiago en su juventud.

Prendió la lámpara que se encontraba sobre el velador, encandilándose por unos segundos, pero logrando ver con claridad luego todo el panorama que le rodeaba. La habitación estaba algo más desordenada desde ese día ¿cuánto tiempo había pasado? Unos dos o tres días que para ella parecían ser eternos. Miró la foto de Paul ahí sobre el velador y la tomó mientras con sus dedos acariciaba su rostro. Veinte años casada con él, un fiel compañero y, sin embargo no podía sentir por él esos retorcijones en el estómago que trajo consigo la imagen de Rodrigo, aquel adolescente con el que hizo el amor por primera vez y dejó su semilla en su vientre.

Dejó el retrato donde correspondía y apagó de nuevo la luz para acostarse en la cama, recordando aquella noche en que se entregaron el uno al otro sin pensar en las consecuencias de sus actos.

—Nunca me dejes, Ro —dijo Amelia en un susurro cuando quedaron uno al lado del otro abrazados.

—No lo haré.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Inocentemente creyó que podría cumplirlo, que después de eso ya era imposible que se separaran, pero ¿qué puede saber una muchacha de dieciséis años? Para empezar Amelia pensaba que eso no debió ocurrir, no siendo tan jóvenes como lo eran y con sus padres oponiéndose la relación. Pero sucedió y eso le trajo uno de los mejores regalos que habría valorado más que a nada si lo hubiese conservado consigo. Sin embargo el destino a veces va en contra de uno y eso fue lo que les pasó.

—No me puedo hacer cargo...

—¿Acaso no me amas?

—Sí... pero somos muy jóvenes para ser padres ¿acaso no quieres estudiar?

—Sí, pero...

—¿Pero qué? Tus padres tienen razón, no puedes ser madre ¿Qué edad tendrás cuando nazca? ¿Habrás cumplido ya los diecisiete?

Y ese fue el final de aquella pequeña historia de amor que los llevó a ser algo que no se esperaban ser tan pronto, algo que avergonzaba a sus padres y preferían ocultar para guardar las apariencias. Algo que, sin embargo, Amelia quería ser.

***

Las ojeras que tenía cuando se levantó eran notorias, por lo que como pudo las ocultó con maquillaje antes de irse al trabajo. La rutina la despejaba un poco de los acontecimientos recientemente ocurridos, aunque eso no quería decir que los alejara por completo.

El teléfono sonó y lo dejó ahí hasta que se detuvo, prefería adelantar la revisión que tenía en pendiente en el computador. Quien marcó el número de la oficina volvió a hacerlo y esa vez algo la impulsó a contestar, sintiéndose arrepentida casi al instante al reconocer la voz del interlocutor.

—Buena' tardes... ¿Hablo con la soa Amelia?

Su forma de hablar tan vulgar ya la identificaba como el sello de Nicolás, el joven que se presentó en su casa afirmando ser su hijo.

—Sí... ¿Qué se le ofrece, joven?

—Bueno... yo quería saber cómo está usté'... ya sabe, por lo del otro día.

Instintivamente cerró los ojos mientras lo oía hablar y en su mente no podía evitar imaginar a Rodrigo. Era la misma voz que recordaba de su antiguo novio, con otro modo de expresarse y hablar, pero el mismo timbre.

—Me encuentro mejor, gracias por preocuparse —respondió luego de un suspiro— ¿Qué ha sido de usted?

—Na' nuevo, el trabajo no más... y bueno, he esta'o dándole vuelta a este asunto y queriendo ir a verla de nuevo, pero me da miedo que se me vaya a desmayar si voy.

La posibilidad de volver a verlo le causaba algo de miedo, Amelia seguía pensando que se podría tratar de un estafador, pero a la vez lo deseaba con fuerzas para tratar de confirmar las sospechas del muchacho. Se sentía contrariada y por lo mismo dijo que podrían verse algún día, sin especificar en qué momento. Luego de eso colgó antes de que se hiciera otra pregunta que le hiciera dudar de mi decisión.

Se echó en su asiento como un adolescente sin preocuparse por lo que los guardias de seguridad opinarían al verla tras las cámaras. Ya nada le importaba, solo aquel enredo en el que se vio metida. Se imaginó a sí misma compartiendo casa y sus cosas con Nicolás ¿cómo sería la vida si fuera madre de aquel chico? La idea no la aterraba tanto como creyó que haría, claro era que tendría que darle algunas lecciones sobre modales, hablar correctamente y ver la posibilidad de que asista a la universidad. Pero sería su madre y lo haría lo mejor que pueda.

***

Caminó por entre la gente afirmando con la mano su cartera, estando atenta a que nadie se la arrebatara de un tirón. Miraba atentamente a cada puesto por el que pasaba en un intento por reconocer aquel en el que lo vio la última vez que fue a la feria, pero todos parecían ser iguales entre sí. Los gritos se mezclaban impidiéndole reconocer su voz, los llamados para que vaya a comprar eran cientos y no faltaron los comerciantes que salían de su local y mostraban parte de su mercancía en sus manos, viéndose obligada a rechazar con toda la educación que le era posible.

Se arrepentía de no haberle pedido a Mati que la acompañara porque sentía que era algo que debía hacer sola y se lo repitió a sí misma convenciéndose de aquello cuando lo vio. Ahí estaba vendiéndole verduras a una mujer, su brazo parecía fuerte mientras le tendía la bolsa a la señora, su tez era algo morena, seguramente un tono que no sólo heredó de su padre, sino que se acentuó un poco por su trabajo, a Amelia no le habría extrañado que trabajara al sol. La miró y al instante sonrió, haciéndola pensar por un momento que había viajado en el tiempo a un mundo paralelo en el que Rodrigo era un feriante y no un colegial con grandes ambiciones.

—Soa Amelia, ¿qué la trae por acá? —Preguntó tendiéndole la mano en cuanto se acercó.

—Vine a hablar con usted, si es posible.

—¿Quién es esa señora, Nico? —Intervino una mujer que trabajaba también en el puesto.

—Mi madre biológica.


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