Capítulo 4
De algún modo Amelia era consciente de que soñaba. Estaba en un lugar que no reconocía, pero que la llenaba de paz y agradaba más que su propio hogar. Se sentía joven, como una veinteañera de nuevo con toda una vida por delante con su mano envolviendo una manito que pertenecía a un pequeño cuyo rosto no podía ver. Las hojas caían por ser otoño cubriendo el camino de aquel parque hasta que se veía naranjo, una imagen hermosa como para ser una postal.
—¿A dónde vamos? —preguntó una vocecita.
—A casa, cariño.
Era él, Nicolás, su pequeño hijo y estaba con ella, pensó con emoción. Era el momento más feliz de su vida, pero como todo tuvo que terminar. Al abrir los ojos lo primero que vio fue el rostro de Rocío y por un momento, entre la inconsciencia del sueño y la consciencia de la realidad, creyó que era hija suya y no de Matilde.
—¿Qué pasa?
—Ay, señora, han llegado sus padres hace unos minutos por sorpresa.
—¿Mis padres?
Con rapidez se levantó de la cama mientras Rocío salía del dormitorio. Se vistió con lo primero que vio al no tener tiempo para arreglarse mejor, peinó su cabello un poco con el cepillo terminando acomodándolo con solo con las manos, para luego bajar a encontrarse con el matrimonio que se encontraba sentado en el sillón grande del living mirando con atención cada detalle de la casa. Como siempre, la evaluaban incluso cuando ya habían pasado años de su mayoría de edad.
—Hola, qué sorpresa —exclamó con el mayor entusiasmo que le fue posible.
—Amelia, tanto tiempo —continuó su papá.
—Si nos fueras a visitar, no habría sido tanto tiempo —reclamó la mujer con tono hosco.
—Oh, lo siento —se disculpó luego de saludarlos y sentarse en un sofá— es que ya sabes que el trabajo me tiene algo ocupada.
—Hemos hablado con Matilde, nos ha dicho que estás algo deprimida —inició la conversación el hombre.
—Algo, pero ya se me pasará.
—Cariño, sé que la pérdida de Paul fue dolorosa, pero ya es tiempo de levantarse y continuar, no es el fin del mundo.
Tenía las palabras en la garganta luchando por salir y reclamarles que la culpa de su estado de ánimo no la tenía la muerte de Paul y quienes se la dieron, sino que ellos mismos con su accionar más de veinte años atrás. Quería gritarles que se dieran cuenta que por culpa de ellos no tenía a su hijo con ella, que si él no vivió nunca en esa casa que esperaba albergar niños en su interior, fue porque ellos lo echaron de su vida como si fuera cualquier cosa. Tantas cosas que quería decirles y que gritaba en silencio dentro de su mente, pero que no se atrevió a decir ni siquiera en un susurro.
—Lo sé, ya lo haré —respondió Amelia finalmente.
Por más que lo quiso, no lo hizo, por la simple razón de que la culpa también era suya al no haberlo buscado antes, cuando Nicolás aún vivía en ese hogar de menores. Por no haber ideado mejores argumentos para hacer cambiar de opinión a los padres cegados por el horror que les causaba el qué dirán de la gente.
—Eso espero hija —continuó la mujer con complacencia al oír a su hija hablar así.
***
—Eso espero, hijo. No estoy dispuesta a perder clientes en la feria porque uno de ustedes dos los trata mal—dijo Ximena desde el asiento del copiloto mirando hacia atrás, donde Nicolás tenía todo el espacio para él solo.
—Enserio lo siento, no volverá a pasar.
Con el orgullo herido Nicolás miró por la ventana del auto perdiéndose en sus pensamientos, recordando a ese peculiar cliente que esperaba no volver a toparse por la feria y, si por algún motivo se volvía a acercar a su puesto, deseaba no ser él quien la atendiera para evitar malos ratos. Se sentía como un niño pequeño al ser regañado por Ximena, una mujer que no era su madre realmente pero que actuaba como si lo fuera de verdad. Lo único que faltaba era ser llamada madre por él, cosa a la que nunca se atrevió, limitándose a tratarla de usted y llamarla tía para no faltarle el respeto.
Llegaron a la casa en la que los tres vivían, guardaron la mercadería que había que guardar y luego se encerró en su habitación a revisar su correo en caso de que hubiera llegado algún mensaje de la persona que lo ayudaba a buscar a sus padres biológicos. Todo lo que sabía era que un hombre llamado Matías hizo los trámites, no podía evitar preguntarse si acaso él sería su papá y por qué lo dejó en un hogar de menores, en vez de hacerse cargo como él haría si tuviera un hijo.
Suspiró, no había nada nuevo. Ingresó a sus redes sociales, encontrándose con un mensaje de su novia a quien no veía en varios días debido al trabajo:
"Hola, ¿cómo va todo, mi rey? Espero que bien, te extraño. Nos vemos"
Su rey, no le agradaba mucho que lo tratara como a un niño, pero su carácter amoroso fue lo que hizo que Ximena la aceptara como nuera. Respondió sin mucho ánimo y cerró sesión. Pensaba en proponerle a Damián salir juntos, cuando dos toques a su puerta lo sacaron de sus planes mentales.
—Nico, te llaman por teléfono —avisó su amigo desde el otro lado.
—Ya voy.
Desconcertado porque no solía recibir llamadas, salió de su dormitorio sin preguntar de quién se trataba. Esa fue la razón por la que la noticia que le dieron lo sorprendió más de lo que alguna vez imaginó, llegando a soltar lágrimas de la emoción.
—Sí, joven, lo llamaba para avisarle que he encontrado el nombre de su mamá y dirección.
—¿Cómo se llama? —preguntó en medio de tartamudeos y lágrimas que nublaban su visión.
—Amelia Varela... ¿tiene dónde anotar? Le dictaré la dirección.
Las manos le temblaban, no podía ver con claridad y todas las emociones le impidieron concentrarse en su búsqueda, teniendo que pedir ayuda a Ximena para que escribiera por él. Al cortar tomó el papel, lo guardó en su bolsillo en el que revisó también que llevara su billetera.
—¿A dónde vas? —se extrañó la mujer al verlo salir así sin más.
—A conocer a mi madre.
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