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Capítulo 22

Cuando Damián entró en la habitación de su madre lo hizo a paso ligero y lento al verla tan perdida mirando un portarretrato, tanto así que no escuchó el pito de la tetera cuando el agua hirvió ni la puerta de entrada cuando él llegó, algo extraño en la mujer que siempre se caracterizó por tener buen oído. Se aproximó a su madre por la espalda, estuvo a punto de sentarse a su lado en el colchón cuando vio lo que ella miraba con tanta atención.

—Mamá, ¿qué hace con una foto del papá del Nico? —No había visto muchas veces la foto de su amigo, pero estaba seguro de que el joven de la imagen era el mismo que su amigo le había mostrado, pero con otro tipo de ropa y diferente situación. A Damián le extrañó que Nicolás no le hubiese mostrado esa foto de Rodrigo y más aún cuando su madre saltó en su lugar y en cuanto lo vio ocultó el retrato detrás de ella, como si estuviera evitando que él lo vea.

—Nada, solo la miraba —respondió con un tono asustado que despertó aún más la sospecha en su hijo quien dudó de esa respuesta.

—Qué raro que él no me haya mostrado esa foto —comentó Damián en un intento por sacar indirectamente la verdad.

—Tal vez se le pasó.

—Imposible, me mostró toda la caja apenas llegó —contradijo el joven mirando cada reacción de la mujer. Sus ojos vagaban por la habitación como si esta le pudiera ofrecer la respuesta que necesitaba para salir del paso mientras sus manos permanecían en la espalda.

—Debes estar confundido... —dijo finalmente sin saber qué más decir. Ximena se sentía acorralada por su propio hijo sin saber si enfrentarlo de una vez por todas con la verdad o seguir en su intento por ocultarla. ¿Pero cómo decirle que compartía lazos sanguíneos con Nicolás? ¿Que mientras su padre estaba con ella también lo estaba con Amelia?

—No, mamá.

—A ver, ¿y desde cuándo te tengo que dar explicaciones yo a ti? Desde donde yo sé, la mamá aquí soy yo.

—Pero esa foto...

—Si no quiero hablar de eso, no quiero y punto ¿claro? —lo interrumpió antes de que continuara con sus exigencias, tomando la posición firme que siempre la caracterizaba. Con un gesto le pidió que saliera de su cuarto a lo que Damián terminó obedeciendo luego de varios segundos de dudas. Una vez que estuvo sola nuevamente miró por última vez el marco antes de volver a guardarlo en el fondo de su closet, el lugar a donde pertenecía.

***

—¿Tienes idea de todo lo que están hablando de ti, Amelia? ¿Eres si quiera consciente de la situación en la que te estás metiendo, de lo que dice la gente ahora de ti? —Fueron las primeras preguntas que hizo su madre una vez que Amelia cogió el teléfono, sin siquiera saludarla previamente.

—¿De qué hablas, mamá? —Se atrevió a preguntar la mujer una vez vio una oportunidad de intervenir entre tanto interrogatorio. Sus mejillas ardieron al sentir la vergüenza de ser regañada por su madre aun cuando ya tenía cuarenta años y vivía en su propia casa. A su espalda Priscila tomó sus cosas y se marchó haciéndole un gesto de despedida, sin querer quedarse a ver cómo retaban a su amiga por telefonía.

—¿Cómo que de qué? ¿Acaso no eres consciente? Paola me llamó para preguntarme por mi nieto y que cómo habíamos sido capaces de ocultarlo por todos estos años ¿Tienes idea de la vergüenza que sentí en ese momento? Como si hubiésemos sido unos ogros, unas bestias que encerraron a un niño para esconderlo.

—No lo encerraron, pero sí que lo regalaron.

—Lo hicimos por tu bien ¿o tú te creías capaz de cuidar de un bebé así como así a los diecisiete?

—¿Y qué tiene de malo que yo hable con él ahora? No te estoy pidiendo que seas de la noche a la mañana una gran abuela, ni siquiera he pedido que lo trates porque sé cuál es la respuesta.

—Qué bueno que sepas algo, que un poco de sentido común te quede en esa cabeza en un alivio —comentó con un suspiro empeorando el estado de ánimo de Amelia, quien ya estaba apretando puños y labios para evitar decir algo de lo que se podría arrepentir—. Lástima que sí haya algo malo y es que la gente está hablando mal de ti, Amelia. ¿Tanto te cuesta dejarlo ir? Si tanto hubieses querido un hijo lo habrías tenido con Paul, pero nunca lo hicieron ¿con qué cara me dices ahora que quieres ser madre de un joven que ni siquiera criaste tú?

—Tal parece que tú tampoco querías ser madre, ¿por qué me tuviste, entonces?

—La gente me vio embarazada ¿qué habrían dicho si de pronto no aparecía el bebé?

Aquel fue un golpe bajo para Amelia. Siempre había tenido claro lo importante que era para su madre el qué diría la gente luego de cada acción que realicen, pero jamás pensó que era tan importante como para decidir tenerla solo por ese motivo. Buscaba explicaciones, algún punto en el que se parezca a esa mujer con la que hablaba, pero no podía encontrar ninguna similitud. Ni siquiera era capaz de reconocerla, sentía como si de pronto su madre hubiese sido reemplazada por aquel monstruo que destruía su buen humor y la poca estima que le tenía a su progenitora.

—Si tan poco me quieres entonces ya no me llames, no me importa. La gente no dirá nada, si me preguntan por ti diré que nos llevamos bien y que todo sigue igual que siempre. Así tu imagen no se verá afectada, mamita —terminó con un tono irónico antes de colgar la llamada. Las lágrimas ya estaban asomadas y le fue imposible retenerlas luego de la discusión. Ignoró por completo a Nicolás y Rocío que seguían en la sala y se dirigió a su dormitorio donde recordó con pesar la infancia que había tenido junto a esa mujer. Las pocas atenciones, el entusiasmo bajo que ponía cuando obtenía algún premio o felicitaciones, las veces que sus regalos del día de la madre terminaron en la basura. De cierto modo en el fondo de su ser ella sabía que no había sido una hija deseada, pero oírlo de la misma persona que le dio la vida la destrozaba aún más que los recuerdos que lo probaban.

***

Esa noche para Nicolás fue imposible dormir y su cuerpo lamentaba la pérdida de sueño cuando avanzada la tarde sus clases en el preuniversitario continuaban con su atención focalizada en cualquier lugar, menos la materia en cuestión. Había escuchado a Amelia discutir con su madre, su abuela biológica y en parte había entendido de qué iba el problema y aquel era él. No importaba desde qué punto analizara los problemas actuales, daba igual si eran los de Amelia, los que tenía en su casa o con Romina, todo lo llevaba a un mismo punto y la respuesta era él.

En la oscuridad no había podido evitar sentirse culpable de todo lo acontecido últimamente, desde que si él no hubiera nacido no habría ocasionado tantos problemas entre Amelia y sus padres hasta que, si no se le hubiese ocurrido buscarla no lo estaría haciendo también en el presente tanto con ella como con sus más cercanos. Desde que había conocido a su madre biológica que su relación con Ximena se había visto mermada hasta el punto de ser tratado fríamente por la mujer que siempre había sido dulce. Hasta Damián parecía tener problemas con ella a juzgar por la tensión que sintió al llegar a su hogar. Cada vez se distanciaba más de Romina y ansiaba verla menos debido a sus celos de Rocío, a quien no habría conocido de no haber buscado a Amelia. Y nuevamente el círculo lo llevaba a la causa, él.

Pero lo que más lo angustiaba era el no poder encontrar una solución con la que favorecer y hacer feliz a todos. Amelia quería que estudiara, Ximena que volviera a ser el de antes, Romina que dejara de ver a Rocío y Damián parecía apoyarlo en lo que él eligiera, pero aun así temía desilusionarlo a él también después de todo. Estando ahí en clases pensó en salir de la sala y dejarlo todo de una vez, porque ya nada parecía valer la pena si al final alguien igual parecía molestarse por su decisión y de nada ayudaba lo difícil que se le hacían las materias luego de varios años fuera del colegio y sin estudiar.

Necesitaba alguien con quien hablar y descargar todos esos sentimientos que tenía guardados que sentía que le quemaban el pecho. Solo un nombre pasó por su cabeza: Rocío.

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