
Capítulo 17
—¿Pero por qué te fuiste a meter para allá? Mira cómo está la tía, ¿acaso ella no te importa? —le recriminaba Romina una y otra vez a su novio quien ya empezaba a perder la paciencia. Desde que había llegado media hora antes no podía ni siquiera terminar de entrar a su casa, siendo retenido por ella y sus regaños en el living de la vivienda, impidiéndole el paso a su habitación. En la cocina, con la puerta cerrada, se encontraba Ximena aun botando un par de lágrimas de rabia al haber sido dejada en segundo plano por Nicolás. Su odio hacia Amelia se incrementaba con cada segundo junto con la desilusión. Pensó que el chico se olvidaría de ella luego de aquel día en que llegó dolido, pero jamás imaginó que él manifestaría deseos de reencontrarse con ella, yendo en contra de lo que ella recomendaba.
—¿Cómo no me va a importar? Por supuesto que me importa, me preocupo por ella...
—No se nota —lo interrumpió la joven ignorando la mirada de Damián que pedía que ya se detuviera.
—Oh, por Dios, ¿tan difícil es entenderme? No pido mucho, solo que no me miren feo cuando me voy a encontrar con la señora Amelia —comentó él tratando de contener la calma.
—¿Y tan difícil es para ti entender que no nos agrada?
—Bueno, no eres tú la que tiene que ir a verla, nadie te ha pedido eso ni tu opinión con respecto a lo que hago o dejo de hacer. Eres mi polola, más no mi dueña como para andar dándome órdenes.
Romina tomó un paso hacia atrás sorprendida por el tono duro que Nicolás había empleado para dirigirse a ella. Nunca, en todos los años que llevaba conociéndolo le había hablado de esa forma, por lo que dudó en seguir con su táctica. Un torbellino de pensamientos le impidió responder inmediatamente, teniendo que despejar y rescatar una idea entre tantas dando vueltas, decidiendo recurrir a la lástima. Si algo tenía claro, era que Nicolás no debería volver con esa mujer que lo dio en adopción y se negó a cuidar de él cuando más la necesitaba. En vez de eso debería abrir los ojos y llevar su vida tal y como la llevaba hasta antes de conocerla, ver en Ximena la madre que Amelia nunca fue.
—¿Cómo puedes tratar de ese modo a alguien que se preocupa por ti? —Preguntó con los ojos cristalizados ya por las lágrimas, asustando a Nicolás y despertando en él la culpabilidad.
—Romi, yo...
—¡No!, respóndeme, ¿cómo puedes?
—¿Cómo puedes tratar tú a mí de ese modo si te preocupas por mí? —Contraatacó él, esperando que su táctica resultara, pero la joven tenía una perseverancia férrea.
—Porque me preocupo por ti, lo hago —respondió casi al instante y con tono seguro—. Si no me importaras, te dejaría partir a la casa de esa mujer cuando quieras para que te haga daño y te trate mal.
—Ella no me trata mal —la trató de defender Nicolás en un susurro inseguro.
—Pero vaya que te ha hecho sentir mal.
Entonces Nicolás se sintió acorralado y en jaque, porque lo que Romina decía era cierto, las actitudes de Amelia ya le habían causado daño. Miró a Damián en busca de ayuda, quien se encogió de hombros sin saber bien qué hacer. Luego de un par de segundos que a Nicolás le parecieron eternos, el joven se puso de pie, se acercó a Romina por la espalda y le dijo con tono calmo:
—Creo que deberías irte y dejar que él piense las cosas y pueda hablar con mamá.
La chica ni siquiera tuvo que recibir el mensaje por segunda vez, tomó su bolso del sillón y salió de la casa sin despedirse de nadie, dando pasos largos y pesados. Nicolás se quedó en el living sin saber aún qué hacer con todo ese asunto.
***
—Puede tener más hijo en un futuro, cuando tenga edad suficiente —la consoló una enfermera mientras ella lloraba desconsolada en la cama, sin poder ocultar su rostro en sus manos porque las tenía amarradas.
—Ningún bebé reemplazará a ese niño, ¿tan difícil es de entender?
—A lo mejor en unos años se puede reencontrar con él —continuó la mujer dubitativa.
Amelia despertó con una fina capa de sudor sobre su frente y sintiéndose algo agitada. No era la primera vez que la atormentaban en sueños los recuerdos de aquel día que para cualquier otra mujer habría sido uno de los más felices de su vida. Miró hacia la ventana y a través de la cortina notó que el día ya comenzaba a clarear, pero su alarma aún no había sonado, por lo que podía quedarse en la cama un poco más.
Le parecía mentira que de ese día, que tan cercano le parecía a veces, ya habían pasado veintitrés años. Ese había sido el tiempo que había tenido que esperar, esos fueron "el par de años" con los que la gente que sabía su secreto la había tratado de consolar. Rio con amargura, exaltándose cuando escuchó la música con la que su celular estaba configurado para despertarla. Ya era hora de ir a trabajar, pero no se sentía con ánimos como para hacerlo.
De mala gana se levantó, cogió su ropa, una toalla y entró al baño. Bajo la lluvia artificial de la ducha recordó las palabras que su padre empleó para apoyarla: "al menos deja que le dé compañía, le servirá de heredero". Evocó la imagen de Nicolás y trató de imaginárselo vistiendo un traje, usando un lenguaje más formal y manejando una empresa, pero por más que lo intentó, aquello distaba mucho de la realidad, haciendo parecer su imaginación un bonito sueño utópico. Lo cierto era que por derecho le dejaría sus bienes y empresa, pero dudaba en las capacidades del joven para manejarla una vez que ella no estuviera.
—Si tan solo entrara a la universidad a estudiar —se dijo a sí misma con cierto pesar. Cuando imaginaba a su hijo lo creía muchas cosas menos un feriante. Pensó en ofrecerle estudios, pero el miedo acompañó aquel pensamiento, temía volver a arruinar las cosas entre él y ella, aunque todo lo que quisiera fuera que él tuviera estudios —Amelia, lo arruinarás todo si se lo exiges.
Entonces pensó en mil maneras de persuadirlo a que ingresara a la universidad.
***
Empezó en un almuerzo que organizó dos semanas después. Reprimió sus deseos por ese tiempo esperando que las aguas se apaciguaran lo suficiente entre ambos y entre él y las personas con quienes vivía. No hacía falta que él se quejara, ella podía imaginar los problemas que pudo haber tenido por decidir mantener el contacto.
Nicolás llegó con una chaqueta gruesa sobre los hombros y una bufanda rodeándole el cuello. El invierno ya estaba haciéndose presente, bajando las temperaturas y nublando los días, aunque Amelia no le parecía tan oscuros como los inviernos que vivió antes. El joven entró a la casa ya con más confianza que al comienzo de todo, no era la primera vez que iba a almorzar con Amelia, incluso había celebrado tardíamente su cumpleaños con ella, recibiendo regalos no solo de su parte, sino que de Matilde y Rocío también. Este hecho despertó los celos de Ximena y Romina, quienes seguían rogando al cielo que Nicolás se alejara definitivamente de esa gente.
—Más encima ahora te quieren comprar con regalos —reclamó Romina— ¿Y aceptaste el de esa chica?
—¿Cómo lo iba a rechazar? Es un regalo de cumpleaños, nada más.
—No estoy tan segura de eso —continuó ella con su tono enojado—. Uno nunca sabe las reales intenciones de la gente.
Pese a todo, decidió aceptar la invitación de Amelia con quien cada vez se sentía más encariñado, olvidando los malos momentos que pasaron entre ambos hasta que en casa se lo recordaban. El único que parecía apoyarlo a medias era Damián, quien regañaba de vez en cuando a su mamá por entrometerse en los temas de su amigo, pero sin pasar a hacer lo mismo con Romina. Aquel era un tema de pareja que no le concernía.
Se sentó a la mesa junto a Amelia luego de haber conversado un rato en el salón mientras Matilde y Rocío servían la mesa. Como siempre le pasaba cuando iba a esa casa, se preocupó de no poner los codos sobre la mesa, sentarse recto en la silla y comer más lento. Ella nunca se había quejado de sus malos modales, aunque su cara muchas veces mostraba cierto desagrado cuando a él se le escapaba algún acto poco correcto, incomodándolo y haciéndolo cambiar indirectamente. Aquello era lo único que no le gustaba de visitarla.
—¿Y cómo va el trabajo en la feria? —Guio la conversación Amelia.
—Bien, esta semana tengo que ir a buscar más mercadería con Damián.
—Ah, qué bien. ¿Va para seguro ese trabajo?
—¿Por qué lo dice? —Preguntó confundido.
—¿No has pensado en cambiar de labor o actividad? —Introdujo finalmente ante la sorpresa de Nicolás, quien ya veía hacia dónde iba el tema.
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