Capítulo 12
La frialdad con que Nicolás la había tratado seguía grabada en su cabeza sin lograr apartarla. Pese a su negativa a mantener el contacto, ella se había empecinado en hacer las paces de algún modo, intentando llamarlo por teléfono o volver a su hogar, pero por más intentos que hacía los tonos la mandaban al buzón de voz y la puerta no se abría para ella. Su madre, que en su momento se había alegrado de verla un poco más alegre, había vuelto a regañarla por sonar tan deprimida cuando la llamó, argumentando que la muerte de su marido ya tenía que ser superada, un año para llorarlo era más que suficiente.
—¿Y qué sabes tú mamá si ni siquiera sabes lo que siento? —se atrevió a preguntarle con molestia. La rabia por lo que había hecho a su hijo seguía latente y explotó en contra de su madre sin querer.
—No sé lo que es perder a un marido, pero sé más de la vida que tú, he vivido más tiempo.
—Eso no te asegura la sabiduría —respondió Amelia recordando amargamente aquella frase con un pequeño cambio, pero en una situación pasada muchos años antes. Era el mismo argumento que su madre había utilizado para convencerla a firmar los papeles de la adopción de su bebé, haciendo alarde de lo mucho que sabía por el tiempo que llevaba viva. "Algún día me lo agradecerás, Amelia" se atrevió a decir cuando ya había obtenido la firma de su hija, dejándola en su habitación llorando por lo que acababa de hacer. Lo cierto era que Amelia nunca llegó a agradecérselo.
Cuando por fin volvió a ser sábado ya se había rendido con los intentos por teléfono y en su casa, por lo que tomó su cartera, las llaves del auto y condujo hasta el lugar donde se instalaba la feria ese día, segura de que al estar en un lugar público él se vería obligado a hablarle. Y no se había equivocado del todo. Debido al alto tránsito de vehículos ese día tuvo que estacionar a un par de cuadras de su destino, llegando hasta el dichoso puesto con los pies adoloridos por haber elegido tacones, algo poco acorde con el contexto que la rodeaba. Cientos de voces se alzaban, pero entre todas logró distinguir la de Nicolás que llamaba a clientes con menos ímpetu que las veces anteriores que había visitado la feria.
La primera en notar su presencia fue Ximena, quien en el instante que percibió su amenaza instó al joven a ir a buscar algo a la camioneta y evitar así el encuentro. Amelia se vio obligada a apurar el paso para llegar antes de que él se marchara y lo perdiera de vista.
—Nicolás, hijo —lo llamó, recibiendo de respuesta una mirada de sorpresa por parte del susodicho y una de odio de los ojos de Ximena, los cuales parecían disparar fuego en ese momento.
—¿Qué hace usté' aquí? —Preguntó con tono amenazador la mujer que sujetaba de un brazo al joven que quería como un hijo—. No tiene nada que estar haciendo aquí, señora. Valla a su casa, mejor será.
—Vengo a hablar con Nicolás, si me lo permite —respondió Amelia haciendo acopio de todos sus modales para reprimir las respuestas poco decentes que tenía en mente.
—Él no quiere hablar con usted —intervino en la conversación una muchacha que parecía tener la edad de su hijo. Su cabello era largo y castaño que caía con ondas sobre sus hombros, no tenía una partidura bien definida, dándole un aspecto despeinado, su ropa se veía veraniega pese a que las temperaturas ya estaban descendiendo a medida que se avanzaba en el otoño. Solo bastó verla una vez y a Amelia no le agradó, le pareció desagradable de presencia.
—¿Por qué no dejan que él decida? Es un adulto ya, aunque me cueste admitirlo —pidió Amelia.
El aludido permanecía tranquilo sin darle la cara a su madre biológica y siendo sujetado por el brazo aún por Ximena. En su mente se arremolinaron los pensamientos hasta que finalmente tomó la decisión, se soltó del agarre y, pese a la negativa de la mujer que lo había criado y su novia, se alejó del puesto de feria junto a Amelia ante la mirada confundida de los clientes y personas que pasaban por el lugar. No pretendían alejarse de aquella calle, se quedaron en el inicio de todo el comercio de aquel día y ahí se detuvieron, de pie un frente a otro pero sin verse realmente, esperando que su interlocutor encontrara las palabras correctas para iniciar la conversación. El silencio estaba desesperando a Amelia y, en un intento por iniciar de un modo amable, preguntó a su hijo cómo le iban las cosas en casa.
—No creo que haya venido aquí solo para eso —contestó con tono frío, pero sin mirarla aún— ¿Podría decirme qué es lo que quiere?
Su frialdad le dolió a Amelia más de lo que hubiesen dolido un par de golpes. Se volvió a sorprender de lo directo que podía ser Nicolás, aunque se dijo a sí mima que debió haber estado prepara. Después de todo, la primera vez que él fue a su casa le contó sin miramientos las razones por las que se aparecía por su vida, como si el hecho de encontrar a la madre biológica luego de haber sido dado en adopción fuera algo común y corriente.
—No, tienes razón —convino ella—. Vine a disculparme —esperó un par de segundos para que él dijera algo y le diera tiempo de pensar bien sus palabras, pero se mantuvo tan callado como lo estuvo en presencia de Ximena—. Cometí un error, te negué como mi hijo, fui una estúpida y créeme que lo lamento, no era mi intención hacerte daño.
—¿Entonces cuál era? —La interrumpió.
—Es solo que... —las palabras se agolparon en su mente, analizó cada una de ellas, pero ninguna parecía ser idónea para el momento que vivía—. Aún no me hago a la idea de que tengo un hijo...
—Han pasado casi veinticuatro años desde que me tuvo, tiempo ha tenido de sobra.
—Sí, pero jamás imaginé que te tendría conmigo, Nico... ni siquiera le digo aún a mis padres que me encontraste, que he tenido contacto con ellos, las únicas que saben son mis empleadas y... Bueno, no quería decirle a Priscila aún, temía qué podría decirme.
—¿A uste' le importa mucho el qué dirán?
—No —se apresuró a negar Amelia, aunque por muy rápido que lo hizo no se creyó la respuesta—. Pero no le tengo confianza a ella, ni siquiera saben mis amigas que alguna vez tuve un hijo, ¿cómo quieres que les explique así de la nada todo esto? —Trató de hacerlo razonar con un tono un poco molesto. Se arrepintió casi en ese mismo instante el haber usado ese tono con él.
—Dígame, señora Amelia —pidió Nicolás obligándose a hablar correctamente, como a ella parecía gustarle que hiciera— ¿Le sería más fácil aceptarme como su hijo si yo fuera a la universidad de Chile o la Católica en vez de ser feriante?
La pregunta la tomó por sorpresa y la mirada de un momento a otro se le tornó borrosa. Comprendió que si hablaba al instante lloraría, porque su hijo tenía algo de razón en hacer ese tipo de conclusiones, y es que era cierto. Sus amigas siempre hablaban de las carreras que sus hijos estudiaban y lo muy orgullosas que estaban ellas de aquello, por lo que le daba cierta vergüenza estar involucrada en esa conversación y revelar que su hijo vendía verduras en la feria en vez de estudiar. Le tomó más de un minuto pensar todo, tiempo que colmó la paciencia de Nicolás, quien interpretó su silencio como una respuesta positiva.
—Me lo imaginaba —comentó dando un profundo suspiro de pesar.
—Nico...
—No hace falta que diga nada, la entiendo.
—No, no entiendes, déjame explicarte.
—Créame que la entiendo. No ha de ser fácil ser usté' y aceptar un hijo como yo —esas fueron las últimas palabras que le dirigió antes de caminar de regreso a su trabajo, dejando a Amelia de pie ante la mirada de extrañeza de la gente que la veía. Las lágrimas no tardaron en caer.
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