Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo único


«I don't want your body, but I hate to think about you with somebody else.»

Hacía un frío fulminante, lo que explicaba por qué no había prácticamente nadie un sábado a las doce de la noche en el Callejón Knockturn. Un viento gélido sopló de repente en su dirección, atravesándole la piel y calándole hasta los huesos. En respuesta, se abrazó a sí misma con los brazos con el objetivo de acercar la tela de la túnica a su piel y aumentar su temperatura corporal. El resultado no era demasiado bueno, así que aceleró el paso. No sólo necesitaba llegar para no congelarse de frío, sino que verdaderamente ansiaba llegar ya.

No podía negarlo: estaba nerviosa, expectante ante la posibilidad de volver a verlo, a pesar de que no tenía ningún tipo de certeza de que fuera a estar allí otra vez. Sabía que desear verlo estando comprometida con otro hombre, estaba terriblemente mal. Sin embargo, le daba igual. Cuando se encontraba en aquel estado, con la garganta ardiéndole por haberse bebido en un lapso de dos horas una botella entera de Whisky de Fuego, todo dejaba de importarle... Cuando se encontraba absolutamente ebria, por algún motivo que desconocía, cualquier otro hombre que no fuera él, incluido su prometido, dejaba de importarle.

Después de un par de minutos de caminata, por fin llegó. En un estrecho callejón ubicado a unos metros de Borgin & Burkes, se encontraba el garito cuyo cartel rezaba El Guiverno Blanco. Tiró del pomo de la puerta y una brisa de aire caliente, que contrastaba con el frío invernal que hacía fuera, la invitó a entrar. Una vez dentro, se retiró la capucha de la cabeza, dejando al descubierto sus facciones. El guardia la reconoció y le saludó antes de abrirle una segunda puerta que ya sí comunicaba con el pub en sí mismo.

En cuanto entró, el humo y las luces de colores nublaron su vista. Trató de buscarlo con la mirada, pero no podía ver nada. Había mucha gente, mucho humo, muchos colores. Había demasiados obstáculos visuales como para poder descomponer aquel todo en pequeñas partes. De repente, se percató de que había música. Ésta inundó sus oídos y después el resto de su cuerpo. De un momento a otro, todo su cuerpo pareció anegarse por aquel río de notas, el cual la incitaba cada vez más a entregarse por completo. Como cada sábado, decidió dejarse llevar y empezó a bailar, dejando que fuera la música la que la guiara... Al fin y al cabo fue así como empezó todo hacía unas semanas.

~ · ~

Podía verla desde la barra. En realidad, la llevaba viendo desde el momento en el que había atravesado la puerta, pero ahora, que se hallaba en el centro de la pista de baile, era aún más evidente su presencia. Sus rizos se contraían y estiraban como un muelle a la vez que su cuerpo se movía al ritmo de la música. Podía afirmar, y probablemente más de uno se habría mostrado incrédulo ante semejante afirmación, que la chica, contra todo pronóstico, bailaba condenadamente bien. No sólo era que fuera al compás de la música, sino que había algo realmente magnético en el movimiento de sus caderas y de su cintura, algo que impedía apartar la vista de ella. El estudio de los movimientos de la morena, por algún motivo, hizo que se le secaran la garganta y los labios, así que dio un trago a la copa que sostenía para rehidratarse, a sabiendas de que el alcohol no haría más que agravar su sed. Cuando se percató de que con aquel trago había acabado con lo que quedaba en la copa, llamó a la camarera y le pidió que le rellenara el vaso. La chica, que probablemente habría alcanzado la mayoría de edad mágica hacía unos meses, se dirigió hacia él al otro lado de la barra contorneándose descaradamente. Mientras le rellenaba la copa, no paraba de ponerle ojitos, pero él ni siquiera se dio cuenta pues su mirada seguía fija en el centro de la pista de baile. La camarera se marchó frustrada.

Volvía a venir sola y aquello le volvía loco. No lo comprendía. ¿Qué hacía ella aquí? ¿Acaso no estaba comprometida con el inútil de Weasley? Entonces, ¿por qué seguía viniendo cada sábado? Una parte de él estaba convencido de que él tenía algo que ver con ello, pero no sabía cuánto.

El primer fin de semana que la vio venía acompañada de la otra Weasley, la pelirroja que en su época le gustó a Blaise, y de alguna que otra chica que recordaba de Hogwarts. Todas estaban sonrientes y parecían celebrar algo. Atando cabos, llegó a la conclusión de que lo más probable es que se tratara de la despedida de soltera de la menor de los Weasleys, pues según había oído por ahí por fin había decidido casarse con el cara rajada. Aquella noche, no sabía aún muy bien si por el efecto del alcohol, del calor o del humo afrodisíaco que expelían las paredes de aquel pub, había decidido que Hermione Granger era atractiva.

La recordaba perfectamente entrando al pub con aquellos labios rojos a juego con la túnica roja que tanto favorecía a sus piel pálida. La recordaba escrutando con la mirada el lugar de lado a lado y frunciendo la nariz al sentir que no pertenecía allí. Recordaba entonces cómo se acercó la chica Weasley, la cual la invitó a una copa, que la pluscuamperfecta Hermione Granger aceptó con reticencia. Ésa fue la primera de las incontables copas que vio tomar aquella noche a Hermione Granger. Copa tras copa, fue perdiendo la reticencia a beber alcohol y llegó un punto en el que fue ella misma quien se encargó de ir a la barra a rellenarse el vaso una vez tras otra. Recordaba verla perder el control, darlo todo en la pista de baile, reírse a carcajada limpia, divertirse como si no hubiera un mañana, pero aún la recordaba mejor con el descotado vestido negro de corte muggle con el que se quedó cuando decidió que hacía demasiada calor como para seguir llevando la túnica. Se recordaba a él mismo recorriendo las curvas de Hermione Granger con la mirada, deteniéndose milímetro por milímetro para no perder ni un solo detalle de aquella ¿placentera? visión. Se recordaba intentando sentirse mal por los pensamientos que la visión de la chica estaba empezando a generarle, pero aún se recordaba mejor a él bebiéndose tres copas seguidas para mandar a la mierda a su consciencia y seguir deleitándose con las vistas. Recordaba perfectamente la forma tan agresiva en la que se mordió los labios cuando sus ojos decidieron detenerse en el escote de Hermione Granger. Recordaba perfectamente el calor seco que empezó a brotar desde su abdomen bajo cuando su mirada enfocó la piel húmeda por el sudor de Hermione Granger y su mente le propuso otras posibles formas (en las que él intervenía activamente) de hacerla sudar. Mas, sin duda alguna, lo que mejor recordaba de aquella noche fue el momento en el que sus miradas se encontraron. La primera vez que aquellos ojos chocolates se cruzaron con sus ojos grises, Draco denotó en ellos una mezcla de miedo, amenaza y vergüenza. Fue la típica mirada que esbozaba alguien cuando le pillaban desnudo o haciendo algo de lo que verdaderamente se avergonzaba. Aún así, la chica mantuvo altivamente la mirada, esperando que fuera Draco quien la apartara. Al ver que no lo hacía, su mirada pasó de ser avergonzada a ser desafiante y, después, sus ojos se tiñeron de incomprensión. Obviamente no entendía qué hacía Draco Malfoy mirándola fijamente. Tampoco él lo entendía, pero teniendo en cuenta los mililitros del alcohol que había en su torrente sanguíneo, tampoco es que se lo planteara. Ambas miradas se separaron cuando la hermana de la comadreja reclamó la atención de Granger. Draco mantuvo la mirada en ella durante toda la noche, sintiéndose cada vez más y más embelesado por los movimientos, los gestos, de la sangre sucia, y deseó durante toda la noche que ella le devolviera la mirada en algún momento, mas no lo hizo.

El domingo cuando abrió los ojos, después de tener unos interesantes sueños en los que curiosamente aparecía Hermione Granger, se descubrió recostado sobre la taza del inodoro, rodeado de un charco de vómito y con una prominente e incluso dolorosa erección. Aquella versión de sí mismo le hizo sentir más sucio, asqueroso, que nunca. Se incorporó como buenamente pudo y cuando por fin consiguió ponerse en pie, trastabilló hasta la ducha. A pesar de encontrarse en invierno, puso el agua de la ducha lo más fría que el regulador le permitió y se metió en la ducha sin molestarse siquiera en quistarse la ropa. Dejó que el agua cayera por sus hombros, deseando que ésta se llevara cualquier rastro de la noche anterior, mas la culpabilidad siguió ahí durante el resto del día. Cuando cayó la noche, se convenció a sí mismo de que el hecho de haberse fijado en la sangre sucia la noche anterior era una consecuencia de llevar un par de meses sin follar, así que decidió salir a cambiar aquello.

A la mañana siguiente se levantó en la cama de una completa desconocida, pero al menos sin tener a la sangre sucia en mente. Estaba a punto de marcharse de la casa a hurtadillas cuando descubrió en el suelo de la casa El Profeta. A pesar de que él nunca leía semejante basura, el titular le llamó la atención «¡Así fue la boda del Elegido y su elegida!» –muy original el titular, por cierto– y se tomó la libertad de llevárselo. De vuelta a su casa, se puso a leerlo y confirmó que, tal y como él había predicho, la presencia de Hermione Granger en aquel pub se explicaba efectivamente por la despedida de soltera de Ginevra Weasley, pues aquella bazofia de periódico dedicó al menos diez páginas para hablar de ambas despedidas de solteros y de la "boda del año" que se celebró justamente el domingo de dicho fin de semana. Fue esa misma noticia la que le reveló que Hermione Granger, a la que ya estaban anunciando como una posible candidata a la presidencia del Ministerio de Magia, había aceptado la petición de mano del perdedor de Weasley. Al leer la noticia, se sintió frustrado. En un principio achacó su frustración más a la noticia de que Hermione Granger pudiera llegar a ser Ministra de Magia siendo una sangre sucia que a la noticia de la pedida de mano. Sin embargo, días más tarde se dio cuenta de que lo que verdaderamente le molestaba era que se hubiera comprometido con el patético de Weasley. Si hubiera sido Potter, lo podría haber entendido: era un héroe, era rico y era reconocido por todo el mundo... ¡Demonios, era el puto Elegido! ¿Pero Weasley...? Era patético. Incluso siendo una sangre sucia, Granger era muy superior a él.

El sábado de esa semana fue a El Guiverno Blanco, pues había quedado con Zabini para ponerse al día. Por lo visto, los padres de Blaise habían programado un matrimonio de conveniencia con una familia rica de sangre mestiza para tratar de ganarse el perdón de la sociedad después de haberse posicionado en el lado equivocado en la Guerra Mágica. Sabía que a él probablemente le deparaba el mismo destino; de hecho, ya había oído a sus padres comentar algo sobre la hija menor de las Greengrass, pero él prefería simplemente no pensarlo.

Se hallaba inmerso en la conversación con su excompañero de Hogwarts cuando de repente la vio llegar. Se le desencajó la mandíbula al descubrir que esta vez nadie la acompañaba. Venía completamente sola y parecía buscar a alguien, pues su mirada no paraba de viajar de un lado a otro de la estancia. El corazón le latió taquicárdico y la respiración se le cortó cuando la mirada de ambos encontraron su camino y se entrelazaron a pesar de la multitud de estímulos visuales que había disponibles en el lugar. Después, la chica rompió la mirada y se perdió entre la multitud de la gente, entregándose por completo a la música, hasta que se hizo de día y se marchó igualmente sola a casa.

Le pareció tan poco probable que la aparición estelar de Hermione Granger fuera mera casualidad que, por motivos que ni él mismo era capaz de explicar, decidió volver el sábado siguiente para ver si volvía aparecer y así fue.

Aquello se repitió sábado tras sábado durante más de un mes y, conforme pasaban los fines de semana, mayor era su urgencia por descubrir qué era exactamente lo que motivaba a Hermione Granger a volver a un lugar como aquel. Aunque no quería crearse ideas falsas, era consciente de que las únicas variables constantes en aquella ecuación eran él y ella, por lo que era difícil no llegar a la conclusión de que aquello que le motivaba a volver cada sábado era él. Además, por mucho que le costara reconocerlo, era más que evidente que él mismo volvía cada fin de semana por ella.

Y aquí se encontraban hoy nuevamente, un sábado más en El Guiverno Blanco. Cada vez le costaba más comprender por qué seguía haciéndolo o, mejor dicho, por qué seguían haciéndolo. No comprendía por qué seguían viniendo cada fin de semana simplemente para observarse el uno al otro desde la distancia, pues al fin y al cabo en todo este tiempo no habían intercambiado ni una sola palabra. Aquel pensamiento le generó ansiedad y decidió que había llegado el momento de tomarse una copa más. Volvió a llamar a la camarera, que nuevamente caminó hacia él contorneándose más de lo debido.

– Es el quinto sábado que te veo por aquí, rubio –le dijo de repente la camarera en un tono de voz que claramente trataba de ser seductor. El hecho de que le llamara "rubio" le creó repulsa–. Voy a empezar a pensar que tienes fijación con alguien de por aquí... –la chica le guiñó un ojo cuando él se volvió para mirarla.

– No pensarías por un casual que ese alguien podría ser tú, ¿verdad... Evelyn? –le respondió llamándola por su nombre tras leerlo en una placa que se hallaba enganchada a su camisa de trabajo.

– Para nada... –al percatarse de que la mirada del chico se había posado en su camisa, Evelyn se la reajustó disimuladamente para mostrar mejor las virtudes que revelaban su escote–. Aunque bueno, el hecho de que vengas todos los fines de semana a mi barra hace que me cree ciertas ilusiones –le respondió la chica, aún en tono de ligoteo.

– Las ilusiones, por definición, carecen de fundamento en la realidad, así que tú misma... Piensa lo que quieras –le contestó Draco, tajante y cortante como era.

~ · ~

A pesar de que no dejaba de moverse mientras bailaba, su cabeza se mantenía fija en una única dirección, en su dirección. Lo veía hablar con la camarera, la cual a juzgar por el modo en la que se movía mientras le hablaba, estaba claramente intentando ligar con él. Ella no era desde luego quién para juzgarla: si ella no fuera Hermione Granger, probablemente también lo habría intentado. Lo que pasa que era Hermione Granger, sangre sucia a ojos de Draco Malfoy, lo que hacía que las probabilidades entre ellos fueran cero elevado a infinito. Además, que estaba comprometida, ¡por Merlín! Una mujer comprometida no debía pensar en ligar con otros hombres, ¿a qué no? Rotundamente no. Y no sólo estaba comprometida, sino que el que le había pedido la mano resultaba ser el chico del que llevaba enamorada toda su vida, ¿verdad? Por supuestísimo... Ron era el hombre de su vida, ¿a qué sí? ¿Sí? ¿O no? Qué más daba... Pf, ahora mismo le dolía tanto la cabeza que lo último que deseaba era pensar en su prometido, pues sabía que ello lo único que haría era agravar la cefalea. Además, que ahora lo que importaba era la camarera... Sí, sí, sí. La camarera seguía intentando ligar con Malfoy, pero éste no parecía estar muy interesado. Desesperada. Hermione profirió una carcajada involuntariamente.

– ¿Te diviertes? –susurró a su oído una voz desconocida mientras se pegaba a ella y la agarraba de las caderas.

– Muchísimo –le respondió ella con una sonrisa y sin malicia alguna.

– ¿Y qué te parece si nos divertimos tú y yo ahora un poco?

Hermione se giró sobre sí misma y, a pesar de que su vista estaba ligeramente desenfocada debido al efecto del alcohol, descubrió frente a ella un hombre canoso, claramente más mayor que ella, pero guapo cuanto menos. Sonreía, mostrando una bonita dentadura. Sin pensárselas, Hermione le soltó:

– ¿Has usado aparatos para los dientes? –el hombre levantó la ceja y la miró desconcertado. No comprendía a qué venía semejante pregunta. Hermione le aclaró entre risas–: Es que mis padres son dentistas y sé cuan difícil es encontrar a alguien que tenga unos dientes perfectos sin que haya usado previamente aparatos.

– No, no he usado aparatos –respondió aquel hombre que parecía no estar ya muy seguro de que hubiera sido buena idea acercarse a ella. Tras unos segundos de silencio, el hombre se animó a preguntar–: Tú eres Granger, ¿verdad? ¿Una de las aspirantes al Ministerio de Magia?

– Soy Hermione... sólo Hermione –le contestó ella con una sonrisa algo burlona.

– Yo diría que te he visto en algún que otro periódico...

– Esta noche sólo soy Hermione –le respondió ella nuevamente. No estaba dispuesta a que un desconocido tratara de limitar su noche por el mero hecho de ser alguien conocida.

– Bueno, sólo Hermione, ¿te apetece bailar?

– Siempre me apetece bailar...

~ · ~

Alguien tenía que pararla. O pararlo a él. O a los dos.

Hacía tiempo que la pesada de la camarera se había ido y no sabía en qué momento había pasado exactamente, pero cuando volvió a dirigir su mirada hacia la pista de baile se encontró con algo que jamás podría haber predicho.

Las manos de un completo desconocido estaban ahí, en sus caderas... antes que las suyas. ¿Cómo había podido Hermione Granger permitírselo? ¡Joder, que estaba comprometida! Y ahora se reía. ¿De qué demonios se estaba riendo? ¿Qué demonios le habría dicho aquel gilipollas?

No podía seguir mirando.

No, no, no, ¡joder!

Tenía que hacer algo. Si nadie los paraba, tendría que hacerlo él mismo... por el bien de ella, pero sobre todo por su propia salud. Como no los separara, le iba a dar algo, de veras. Decidió contar hasta cinco para ver si ella le paraba los pies o para ver si lo hacía alguien. Si pasados los cinco segundos nadie hacía nada, él tomaría cartas en el asunto.

Cinco.

Cuatro.

Tres.

Dos...

Uno.

¡JODER! ¡Maldita seas, Hermione Granger!

~ · ~

– Suéltala –oyó Hermione que decía a su lado una voz gélida, cortante, pero conocida–. Viene conmigo.

Hermione, que tenía los ojos cerrados, notó cómo las piernas le empezaron a temblar ante la mera idea de que fuera él. No podía creer que, después de todas estas semanas de idas y venidas, de vaivenes de miradas, hubiera conseguido por fin que él se acercara. Si hubiera sabido que la clave era bailar con otro hombre, lo habría hecho mucho antes. Cuando abrió los ojos, miró de reojo al lugar del que había procedido la voz y se estremeció al reconocer las facciones de Draco Malfoy.

– Ella en ningún momento me ha dicho nada de que viniera acompañada, por eso... –empezó a justificarse el hombre canoso.

– Ahora ya lo sabes, así que vete –le ordenó aún con una voz fría como un témpano de hielo.

El hombre no insistió y se marchó dejándola completamente sola con Malfoy. Hermione pensó que, después de haber ahuyentado a aquel hombre, Draco volvería a su lugar en la barra y la dejaría bailando sola, como siempre... Pero no lo hizo.

Se posicionó frente a ella y puso una mano en su cadera. Hermione pudo notar el calor que ésta desprendía incluso a través de la tela de su ropa. Instintivamente, ella pasó sus brazos alrededor del cuello de él y levantó la mirada, encontrándose por primera vez con sus ojos grises a escasos centímetros de los suyos. Estaba expectante, nerviosa, como nunca antes lo había estado por un hombre, ni siquiera por Ron. Sabía que él podía notarlo, pero tampoco es que ella pudiera hacer nada por controlarlo, así que tuvo que soportar ser descubierta por Malfoy. Además, él también parecía nervioso. Su mirada no paraba de viajar de un lado a otro de su cuerpo desde el momento en el que se descubrieron tan cerca.

Hermione pensó que no sería mala idea decirle algo con respecto a ellos, a éstos más que evidentes encuentros, pero no se sentía capaz de articular palabra alguna, pues su mente, embriagada por el alcohol, en todo lo que podía pensar era en las ardientes ganas que tenía de estar más y más cerca de él. Y Draco, como si hubiera estado hurgando dentro de su mente, puso la otra mano en la cadera y la estrechó contra sí con más fuerza, acercándola aún más hacia él. Contra todo pronóstico, Draco empezó a mecer sus caderas al ritmo de la música, invitándola a que lo acompañara. Hermione se sintió en un inicio cohibida, fuera de lugar, pero inmediatamente segundos después acomodó el movimiento de sus caderas al ritmo del antiguo Slytherin.

Estuvieron así quién sabe cuánto tiempo. Sin embargo, conforme fueron pasando las canciones y fue avanzando la noche, la proximidad fue haciéndose mayor. Cada vez, tenían los cuerpos más cerca el uno del otro; era como si éstos se hubieran conocido antes y por ello supieran que se necesitaban mutuamente. Y lo curioso era que ella incluso hubo momentos en los que dudó que de hecho no se hubieran conocido antes, pues sus cuerpos se amoldaban perfectamente a cualquier cambio de posición. Esas ideas que flotaban continuamente en la mente de Hermione hacían que ésta, poco a poco, se fuera encendiendo. 

Jamás habría pensado que podría llegar a desear algo o, mejor dicho, alguien tanto como deseaba ahora mismo ella a Draco Malfoy.

~ · ~

La estrechó contra sí una vez más. Su pelvis quedaba ligeramente por encima de la de ella debido a la diferencia de altura de ambos, por lo que se imaginaba que ella estaría notando su erección a nivel del abdomen. Tal vez en otro momento, se habría avergonzado, pero a estas alturas ni siquiera tenía sentido. Era tan evidente que ambos estaban condenadamente excitados que para qué esforzarse en ocultarlo...

– Sólo necesito que me digas una cosa –preguntó él de repente.

– Adelante –respondió ella.

– ¿Por qué vienes aquí todos los sábados? –ella titubeó y apartó la mirada de él, por lo que se vio obligado a agarrarle la cara que volviera a mirarlo–. Te haré una pregunta aún más fácil. ¿Es por mí?

Ella, indecisa sobre qué debía responder, se mordió el labio.

– Da igual, no necesito oírlo de tu boca, sé que es así. Yo también vengo cada sábado por ti para verte, pero ya me he cansado de mirarte simplemente.

Sin apartar las manos de su cara, flexionó su cabeza para ponerse a altura de la suya y la atrajo contra sí con fiereza. Y, entonces, por fin sus labios se encontraron con los de ella a la vez que sus manos se perdían en su cabello, para después perderse por completo en su cuerpo, en ella.

~ · ~

La noche acabó de la forma de la que todos, incluidos ellos mismos, habían esperado. Follaron fervientemente, una, dos y hasta tres veces seguidas; primero en el cuarto de baño de El Guiverno Blanco y después en uno de los pequeños callejones oscuros en los que se dividía el Callejón Nockturn. Ambos olvidaron al resto del mundo: Draco olvidó que aquello estaba mal, que era un jodido Malfoy y que no era adecuado follarse a alguien que su padre y él mismo habrían calificado como sangre sucia. Hermione olvidó que en realidad estaba comprometida. Ambos olvidaron todo, salvo sus nombres. Ambos gimieron, suspiraron, jadearon, gritaron sus nombres, incesantes veces a lo largo de la noche. Aquella noche llegaron incluso a hacerse promesas que ambos sabían que jamás podrían mantener... Entre beso y beso, abrazo y abrazo, embestida y embestida, ambos se prometieron ser los únicos el uno para el otro a sabiendas de que ni siquiera por entonces se pertenecían completamente... Pero es que era difícil no hacerlo en aquellas condiciones: ninguno de los dos había conocido jamás un cuerpo que encajara mejor con el suyo, unas manos más cálidas que las del otro, una piel más adherente, unos labios más húmedos...

Sin embargo, con el final de la noche, llegó también el momento de romper todas aquellas promesas. Después de al menos cien intentos de separarse el uno del otro, por fin consiguieron despedirse. Cuando lo hicieron, ninguno de los dos habló sobre nada de lo que se habían dicho aquella noche ni sobre todas las promesas que se habían hecho, ni tampoco se mencionó la posibilidad de volver a verse. De hecho, nunca más volvieron a encontrarse... al menos de aquella forma.

Ambos quedaron condenados durante el resto de su vida a vivir del recuerdo de aquella fría noche de invierno en la que, mientras mientras sus cuerpos se fundían de la forma más humanamente posible, se permitieron oír mentiras que quisieron creer verdades...

~ · ~

[N/A] ¡Hola a todos! Hace un par de semanas, estaba estudiando para los exámenes finales y en uno de mis descansos, mientras escuchaba música, me metí en mi blog y me puse a releer alguno de los textos que había escrito en él. De repente, me topé con uno que me inspiró y me vi obligada a escribir este OS que he terminado ahora, semanas después. Apenas tiene 6 páginas y, aunque no es de lo mejorcito que he escrito, yo he disfrutado mucho escribiendo algo diferente a lo que estoy acostumbrada. 

Sé que un OS es probablemente lo último que deseáis muchos de mis seguidores, quienes probablemente esperaban que la próxima vez que diera señales de vida fuera para actualizar LJDS, así que antes de nada, quiero tranquilizaros diciéndoos que no la he abandonado y que actualizaré próximamente. 

Como siempre, la música ha sido también fuente de inspiración para escribir este fanfic. Las canciones que me han inspirado son Haunting de Halsey y Somebody else de The 1975. De hecho, la frase con la que he abierto el OS es de la canción de The 1975. Os las dejo por si queréis oírlas, porque de verdad que yo estoy viciadísima a ambas.

Y nada más, un besote fuerte a todos.

(¡Estamos muy cerca de los 600, así que infinitas gracias! ❤❤❤)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: