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Capítulo 25.


Cariño, tomate todo el tiempo que necesites — Oh Honey.


Nunca me ha gustado sentirme frágil o vulnerable, es una de las cosas que siempre he evitado que la gente vea de mí.

Pero aquí parada frente a Maggie me olvide de todo eso. Llamé a donde tenía que. A la comisaria de la ciudad. Me contestaron al tercer timbre.

—Estación de policía, ¿en qué le puedo ayudar? —Dijo una mujer del otro lado de la linea.

—¿Me puede comunicar con el Detective Macht?

—¿Asunto? —Me dijo la persona del otro lado del teléfono.

—Es sobre un caso que él lleva.

—Lo transferiré a su escritorio.

Les tomó apenas siete segundos atenderme, y es que ese fue el tiempo en que Kieran tomó el teléfono del otro lado.

—Detective Kieran Macht —con solo oír su voz recordé lo que había pasado solo unas horas atrás en el maratón de baile— Hola, ¿hay alguien ahí?

Pero tenía que reaccionar o por primera vez en mi vida, mis acciones pondrían en peligro a todos los que amaba.

—Sí, lo siento, soy Iris.

—Iris, ¿está todo bien? —Dijo él con un tono un poco distraído.

—No, acabo de recibir una llamada de Leonardo.

—¿Cómo? ¿Pero tú estás bien? —Dijo y se le escuchaba un poco alterado. Quizás preocupado, quería pensar eso, aunque sea un poco.

—Sí, estoy en mi casa, segura.

—Voy para allá.

—No es necesario, estamos a salvo aquí.

—Eso no lo decides tú, cierra la puerta y no le abras a nadie hasta que llegué. —Y de nuevo me colgaron.

Pero esta vez, la llamada me puso una sonrisa en la boca. Una gran sonrisa.

—¿Qué paso? —Dijo Maggie a mis espaldas. Respiré profundamente y me quité la sonrisa casi a la fuerza de la boca.

—El detective viene en camino, no sé para qué.

—Sí, sí que sabes —dijo Maggie con una sonrisa aún más grande en su cara.

—Promete que te comportarás.

—Por ti, lo que sea nena.

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Quizás no debí de haberlo llamado, lo supe después que el detective entro por la puerta.

Lejos de parecer preocupado, el hombre parecía hecho una furia.

—¿Hace cuánto llamó? —Me dijo una vez que estuvo dentro de la casa. No se sentó, solo se quedó a unos cuantos pasos de la puerta.

—Como veinte minutos. —Dijo Maggie a mi lado.

—Diez minutos, Maggie, ve el identificador de llamadas —le dije mostrándole la pantalla al detective. Ante eso el hombre se hizo para adelante para ver el teléfono y luego regreso a su lugar ya instalado junto a la puerta, como si le urgiera irse de ahí.

Como si tuviera un cohete pegado al trasero que lo estuviera apurando para irse.

Lo vi anotar unas cuantas cosas en su libreta, jugar con algo en su teléfono y por último mirar su reloj.

¡Ah no, cabrón! ¡A mí no me vas a ignorar!

Si algo odiaba de los hombres es que actuaran como si yo tuviera la culpa de algo cuando yo ni sé que está pasando. Pero lo iba a averiguar, tanto si él quería o no.

—Maggie puedes ir a ver a mi hermana, dile que tiene que meter la ropa de afuera. —Miré a Maggie y le hice una señal con los ojos, el detective ni siquiera lo notó. Una vez que ella se fue, me tocó hablar— ¿Qué pasa?

—¿Perdón?

—Me escuchaste, ¿qué es lo que pasa? No vas a venir a mi casa a tratarme como si esto fuera mi culpa, ¡porque créeme de culpa ya tengo suficiente por toda mi vida! —Le dije tratando de no gritar mucho, no quería que nadie más nos escuchara, como seguramente debían de estarlo intentando Emma y Maggie, justo ahora.

—No, pasa nada Señorita.

—¡Oh no! A mí no me vas a tratar así, ¡Vete fuera de aquí! —Bien, ahora si estaba gritando.

Pero es que él no iba a venir a desquitarse conmigo, por lo que sea que le haya hecho otra persona o quien sea.

—Bien, si no soy yo el problema, ¿quién lo es entonces?

—No hay ningún problema, Señorita. —Siguió repitiendo.

—Entonces, vete, no quiero saber más de ti hasta que estés dispuesto a ser honesto conmigo.

—No puedo irme.

—¿Porque no?

—Dices que te llamó y que no fue la primera llamada que te hizo en el día, por lo que es más que obvio que ha estado cerca de ti, así que no me moveré de aquí hasta saber que no hay riesgo alguno para ti.

—¡No te vas a quedar en mi casa!

—Puedo vigilar desde afuera, si así lo prefieres.

—¿Quién es tu superior en la estación?

—¿Para qué quieres saberlo?

—Para decirle que te estás pasando, yo no te necesito ni a ti ni a nadie para mantenerme a salvo a mi o a mi familia.

—Tú no decides eso, ahora.

—Sí, lo hago. —Dije empujándolo fuera de la casa. Repito nunca me ha gustado la violencia, pero si se iba a comportar así, bien podría hacerlo desde afuera de la casa.

—¿Qué haces? ¡¡¿Qué demonios haces?!! —Dijo él cuándo lo tomé por sorpresa, le di unos buenos empujones y lo saqué de una vez de la casa.

—Si me quieres "vigilar o mantener a salvo" lo puedes hacer desde afuera, ¡cabrón!

Y cerré la puerta de un jalón.

Nadie me iba a volver a hacer sentir menos en mi vida, nadie.

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Al día siguiente salí a sacar la basura, a darle de comer al gato de la vecina, por el periódico a la acera y él estaba ahí.

Instalado en su auto desde ayer por la tarde que yo lo había sacado a la calle a la fuerza. No estaba nada contento, pero no me importaba. No iba a ser amable con él, si él no lo era conmigo.

Después que se fue Maggie cerré la casa con todos los candados que tenía, por si acaso y por supuesto bloquee el número que había utilizado Leonardo, para que no pudiera volver a usar ese número para llamarme de nuevo. Claro, todo por si acaso, no es que estuviera asustada, ni nada.

No salí a hacer ejercicio hoy porque aún me estaba recuperando de ayer, pero le envié un mensaje a Diego para que, si se presentaba Damián, lo mandará de regreso a casa. No todo es trabajo en esta vida.

Y mientras mi hermana estaba en la escuela, mi abuela había salido a sus clases de Yoga de siempre y mi tía estaba en sus reuniones de ventas por catálogos, yo me instalé en mi cuarto, viendo película tras película y serie tras serie en Netflix.

Porque si iba a estar apresada en mi casa, lo iba a hacer bien.

Repito, no estoy asustada.

Pero por la noche ya me había aburrido, así que decidí proponer a mi familia comprar una pizza.

—¿De qué la quieren?

—Que tenga peperonni. —Dijo mi tía muy emocionada.

—Y champiñones, también pimientos verdes. —Dije yo.

—Cebolla morada. —Dijo Emma.

—Iris... —Dijo mi abuela. ¡Oh no! Ahí viene el regaño, lo sé, la conozco, lo veo venir y entonces lo dice— Dile al oficial que, si gusta, cuando la pizza llegue.

—Yo iré por ella, abuela.

—No, no irás.

—Sí que lo haré, queda a tres cuadras y se tarda nada en estar.

—Entonces ve y dile que te acompañé.

—No tengo cinco años, además soy campeona de Artes Marciales Mixtas.

—Eres mujer.

—¿Y por eso soy más débil?

—Eso no es lo que quise decir y lo sabes.

—Bien, le diré que me acompañé. —Dije tratando de ocultar mi molestia por sus palabras.

Después de tomar el teléfono y pedir la pizza, salí a la calle a pedirle al detective que me acompañara. Y lo hizo, a regañadientes y rodando los ojos, como si tuviera algo mejor que hacer.

Seguía comportándose como un idiota, cómo si yo quisiera estar vigilada las veinticuatro horas del día.

Cómo si yo lo quisiera ahí, todo el día. No lo quería ni ahora ni nunca, sobre todo si seguía con esa actitud.

—Mi abuela dijo que podías pasar por pizza, si querías.

—Es muy amable de su parte, pero ya encontraré algo que comer yo solo.

—Cómo quieras, yo ya cumplí con decírtelo.

—Lo siento. —Dijo por fin.

—¿Qué sientes?

—No me gusta cómo te he estado tratando todo este tiempo.

—¡No me digas! A mí tampoco, pero es tu culpa, no mía.

—Lo sé, lo siento, solo no me gusto lo que paso ayer.

—¿A qué te refieres con eso?

—A que no me gusto no estar ahí para protegerte —su confesión me dejo muda— Es mi trabajo y no pude hacerlo.

—Lo dices como si me hubieran apuñalado o hubiera tenido otro ataque y estoy bien.

—Lo sé. —Dijo bajando la mirada estrictamente al suelo por donde pasábamos.

—Mira no soy una muñeca que necesita protección las veinticuatro horas del día, no te necesito ni a ti ni a nadie.

—Lo sé, lo siento, pero es mi trabajo y lo tengo que hacer.

—Mira, no es justo, los dos lo sabemos. —Dije soltando mis manos al aire en señal de frustración— ¿Pero podemos por lo menos actuar menos incómodos?

—Sí, por supuesto.

—Gracias. —Dije abriendo la puerta de la Pizzería.

La vida sabe dónde poner a las personas, donde las necesites o donde no las quieras.

Sobre todo, donde no las quieres, porque yo ahora, aquí, no quería a Raúl delante de nosotros en la fila de la Pizzería.

¿Y sí me muero?

No dije nada, esperé hasta que el me notara. No quería que nadie se sintiera incomodo además de mí.

Pero eventualmente el hombre me noto intentando no mirarlo si quiera.

—Hola, ¿te dio hambre? —Estaba dándome como siempre una de sus mejores y más relucientes sonrisas.

—Sí, ya sabes que yo siempre tengo antojo de pizza y esta vez convencí a las chicas de comer también. —Dije tratando de no sonar tan ansiosa, en serio estaba tratando de sonar más extraña de lo normal. Porque era más que obvio que este hombre frente a mí me conocía mejor que nunca.

—Oye y que mejor que venir por la pizza aquí, ¿No?

—Sí, en eso tienes razón. —Y entonces un silencio se instaló entre los tres, no quería decirlo, pero Raúl me estaba mirando de una manera que no me gustaba de él, como si estuviera reprobando el que viniera aquí, precisamente aquí con otro hombre.

Sé que sonara poco, pero aquí fue donde Raúl y yo nos hicimos novios, hace unos años. Y aunque eso ya no importaba, nunca había traído a otro hombre, fuera lo que fuera mío, jamás le haría eso. Pero al venir aquí con el detective no pensé en que manera le podría afectar. Solo lo hice.

—Raúl, él es el Detective Kieran, está llevando el caso contra mi ex jefe y está aquí para cuidarme.

—¿Estás en peligro? —Fue lo primero que dijo. Sabía cuál iba a ser su reacción ante mis palabras y también me esperaba las de Kieran.

—No, mientras este conmigo. —Respondió Kieran saliendo poniéndose a la defensiva.

—El que lleves un arma te hace aún más peligroso a ti, amigo. —De acuerdo esto era ahora como un concurso de yo quiero a la Barbie más que tú, pero yo no iba a permitir que llegará demasiado lejos.

—Haber, señores, no estoy en peligro y eso se lo tienen que aprender bien los dos, nunca lo he estado y el hecho de que el detective este aquí no significa nada más que no me lo he podido quitar de encima.

Los dos hombres se me quedaron viendo como si quisieran tomarme y llevarme a un sitio seguro a la fuerza.

—Ahora voy por mi pizza y luego me iré a casa a comerla y se van a comportar, los dos, porque a ti —dije señalando a Raúl— No te tiene que importar nada de lo que yo haga y a ti —dije señalando al Detective— Te tengo que aguantar me guste o no, pero no será para siempre. Y si no les gusta, bien me puedo ir sola a casa.

—Ordena. —Solo dijo Kieran. Raúl se fue sin decir nada más, pero por la expresión de su cara parecía que una vez más le había hecho daño sin quererlo.

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No puedes dañar algo que no puedes tocar, eso es lo que siempre dicen. Pero hay un tipo de daño que no lo necesita, el daño que hace con las palabras.

Y muchas veces, ese mismo daño no lo puedes reparar tan fácilmente, si es que alguna vez tiene arreglo.

Después de que el Detective y yo salimos de la Pizzería, caminamos por la acera hacia mi casa sin decir mucho más.

Y cuando llegamos, él espero en la parte de afuera mientras yo iba por su porción de pizza y algo de agua que mi abuela me había obligado a darle.

Luego se subió a su auto y lo vi comerse la pizza en silencio, mientras no dejaba de monitorear lo que yo hacía.

Parecía que no importaba lo que yo hiciera, el tiempo, el pasado, presente o futuro, las personas a mi alrededor, las que no estaban más o las que se habían ido por un tiempo, siempre estaría atrapada de alguna manera aquí.

No importaba lo que hiciera.

Me fui a casa, a comer la pizza y luego a dormir.

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