Capítulo 20.
Ser malo tiene un precio — Lucifer.
—Señorita, lamentamos si le hemos causado algún problema con su abuela. —Dijo el Detective Kieran, una vez que los acompañe afuera de la casa.
—No se preocupen detectives, no fue su culpa, es mía por no ser sincera del todo con mi familia cuando debía. —Me sentí mal por mí, pero aún más con mi abuela, por más que a veces nos peleáramos y estuviéramos en desacuerdo, o por más que ella quisiera controlarme, yo aún la amaba y ella a mí. Y por eso me dolía mentirle, pero es que sentía que debía de esconderlo porque ella siempre vivía con el constante miedo de que algo malo nos pasara a mis hermanas y a mi si hacíamos demasiado esfuerzo.
Que equivocada estaba, porque me dio un infarto precisamente por guardarme todo eso dentro de mí y no porque estuviera haciendo artes marciales mixtas.
Aunque el médico dijo que si tenía que ver, pero que no era determinante.
—Pero si me permite decirlo, creo que usted es una mujer bastante capaz y fuerte para resolver lo que sea que se le ponga enfrente. —Dijo el Detective. Y algo en lo que él dijo, me hizo sonrojar, tanto que tuve que recordarme a mí misma que gracias a mi color moreno de piel, no era fácil que se notase, pero aun así lleve ambas palmas de mis manos a mi cara para evitar que se viera.
—Gracias, no tiene que decirlo, eso yo ya lo sé. —Dije tratando de cubrirme un poco más con las mangas de mi suéter— Pero aún así gracias.
—Por nada señorita y si llega a recordar algo, lo que sea, nos puede ayudar a darle su merecido a ese bastardo. —Sonreí al oír sus palabras y por primera vez desde hace mucho sentí que fui sincera al hacerlo, sobre todo si tienes unos preciosos ojos azules claros frente a ti mirándote como si fueras la octava maravilla— Tomé mi tarjeta por favor, llámeme, no importa la hora que sea.
—¿Tiene idea de en qué se está metiendo Detective Macht? —Le dije sonando algo más coqueta de lo que quise hacerlo. Al segundo me arrepentí y pese a que aún no estábamos en invierno, una ráfaga de aire se me metió por debajo del suéter haciéndome temblar y yo lo tomé como una señal de que lo que había dicho estaba más que fuera de lugar.
—No me crea tan inocente Señorita, sé muy bien en que me estoy metiendo. —Y dicho eso el hombre se metió en un Mustang Shelby Cobra de 1966 junto con su compañero.
Y créanme si no sabía de autos, porque ese era sin duda alguna el mejor auto, el más perfecto y el de mis sueños más locos.
Pero lo más impactante era sin duda ese hombre.
Oh Dios esperaba ver de nuevo muy pronto a ese hombre, claro que en mejores circunstancias.
Y es que ese hombre, hecho y derecho, misterioso y abierto al mismo tiempo me había hecho sentir una confianza ciega, que desde hace mucho no había sentido.
Y ni siquiera me había tocado para poder conseguirlo, eso era sin duda alguna lo mejor de todo.
—No sé qué demonios estés pensado Iris, pero sea lo que sea no es una buena idea. —Me dije a mi misma quien aún estaba parada en donde tan solo un minuto atrás estaba ese sexy detective.
Me dispuse a entrar a casa, pero antes de hacerlo un olor familiar me detuvo en la puerta.
Me giré y encontré al pasado de pie mirándome con expresión culposa.
—Hola Raúl. —Dije cruzándome de brazos por el viento frió.
—Hola, escuché que habías vuelto a tu casa.
—¿Escuchaste a las chismosas del barrio o te lo dijeron? —Dije riendo un poco y al hacerlo sentí una breve punzada de culpa y de dolor físico por los moretones que aún no sanaban en mi cuerpo.
—En realidad le he estado preguntando a tu abuela por ti y tu recuperación. —El hombre frente a mí comenzó a jugar con sus zapatos y no me miro al decir lo siguiente— Incluso intente verte en el hospital, pero solo podías recibir visitas de familiares por tu condición delicada.
—Sí, lo siento, supongo que el medico pensó que eso era lo mejor. —No sabía nada de eso, pero no iba aquí a sacar mis conclusiones cuando era más que obvio ahora que Nicholas lo había hecho por mi salud, ¿sino por qué más?
—Quien iba a pensar que después de todos estos años terminarías sufriendo lo mismo que tu madre, ¿no?
—Sobre todo porque nunca presente ningún síntoma. —Dije tratando de no sonar extraña en mi voz. Porque la verdad aun no me había acostumbrado a la idea de tener que cuidar de mi salud aún más, por el resto de mi vida.
—No te has hecho aún a la idea, ¿verdad?
—No creo que nunca lo haga, siéndote sincera.
—No deberíamos de estar aquí afuera, quieres ir a tomar un café. —Dijo él mirándome muy de cerca.
—No me lo tomes a mal, pero tengo que resolver otro problema justo ahora.
—Bien, pero me debes un café entonces tú.
—Mañana, si tienes tiempo.
—Tengo guardia hasta tarde, pero yo te aviso, ¿sí?
—Por supuesto.
Y luego él se fue y yo me quede pensando que debía de enfrentarme a mis propias decisiones.
Entre a la casa consciente de que quizás a partir de hoy todo tendría que cambiar.
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Lo primero que hice al entrar en la casa fue buscar un suéter más abrigador, algo más caliente, tome lo primero de mi clóset y luego de pensarlo muy poco toque la puerta del cuarto de mi abuela.
—¿Puedo pasar? —Pregunté primero.
—Pasa. —Dijo ella del otro lado.
Pero cuando entre ella estaba sentada en su cama viendo un montón de fotos de mi madre en sus tiempos más felices.
—Ella era toda una campeona, ¿no crees? —Me dijo mientras me daba una fotografía de mi madre donde le estaban poniendo una medalla de oro por su rutina de gimnasia.
Mi abuela rara vez habla de eso. Pero cuando éramos más pequeñas mi madre solía contarnos con mucho orgullo de sus buenos días de campeona de gimnasia. Pasión que ella amaba más que nada en el mundo, hasta que llegamos nosotras a su vida.
—Ella pudo ser una gran campeona, llegar muy lejos, quizás hasta las olimpiadas, pero sé sacrificó por ustedes.
—Lo sé abuela.
—¿Te gusta ser campeona de eso?
—Sí, bueno me gustaba más antes, era realmente buena, pero lo dejé por un tiempo.
—¿Porque?
—Abuela, no quieres saberlo. —Ni yo misma quería recordarlo. Era un evento más de mi vida trágica.
—Sí, sí quiero.
—Está bien. —Dije tomando aliento, lo que iba a decir no era nada fácil, de hecho, era casi imposible para mi recordar porque ya no peleaba, especialmente porque era un fracaso más en mi vida.
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Era verano, uno de los más pesados y calurosos, todos sudábamos siempre y respirábamos entre cortadamente por el aire del verano. Que, a decir verdad, era muy escaso en este tiempo.
Pero estaba ahí, amenazantemente caliente.
Pero este día en lo personal tenía todo de importante y especial para mí. Porque después de entrenar lo suficiente competiría por ser la campeona nacional por cuarta vez.
Sería el momento perfecto para mí, era joven, bella e independiente, podía con esto y con lo que sea que sé me presentara.
—¿Estás lista mi campeona?
—Más que lista. —Le dije a Diego.
—¡Eso! Mi campeona. —Dijo el hombre masajeando mis hombros.
Los vítores de la gente gritando escandalosa me dejaban muy aturdida, pero al mismo tiempo me daban fuerza para salir y ganar. Mi música comenzó, era mi sello personal, como mi grito de guerra. Sin él no salía, y cuando comenzaba la melodía sabía que era hora de hacer mi trabajo.
Mi canción era Power de Kanye West. No me gustaba mucho su música, pero tenía que reconocer que la canción imponía.
La gente gritaba enloquecida esperando por una buena pelea, esperando a que una de nosotras derrotara a la otra.
No haré este relato demasiado largo, di un par de golpes buenos, mi contrincante dio unos buenos golpes.
Pero sin duda alguna lo peor que me pudo haber pasado en la vida es que esa chica perdiera.
Dos días después de que ella perdiera la pelea la chica se dio un tiro en la sien. Resulta que su familia era aún más pobre que la mía y al perder el gran premio de treinta mil pesos, la chica perdió el control de una gran depresión y prefirió tomar la decisión fácil.
Eso me destruyo aún más y aunque sabía que yo necesitaba el dinero para mi propia familia, done el dinero de esa pelea y de una anterior, saque todo de mis cuentas bancarias y se los di.
Porque al fin de cuentas era mi culpa que la chica haya si quiera pensado en quitarse la vida.
Con eso sí que no podía vivir, así que tome la decisión de jamás volver a competir.
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—Oh mi niña, lo siento tanto. —Dijo mi abuela mientras se acercaba a mi lado y me daba un abrazo tranquilizador— No tenía ni idea de eso.
—Esa era la idea, abuela.
—Pero no tenías por qué cargar con eso tú sola.
—Sí, tenía, fue mi culpa y era mi responsabilidad llevar esa carga.
—No, mi niña, eso no fue tu culpa, dime ¿Cómo sabes que esa chica no estaba mal desde antes de la pelea? ¿Cómo sabes que no lo haría de todos modos?
—Lo sé abuela, lo sabía, sabía que la chica estaba mal pero también sé que ella no llego a ese extremo sola, yo la empuje a hacerlo.
—Pero tú también necesitabas el dinero.
—Pero esa es la cuestión, nosotras necesitábamos el dinero, pero el que yo peleara no era por dinero solamente.
—Por supuesto que no, lo entiendo, eres tan competitiva y terca como tu madre.
—¿Crees qué me parezco a ella?
—Te pareces más de lo que crees.
—Eso no justifica lo que hice.
—Tampoco te eches toda la culpa, que no te queda Iris —dijo mi abuela riendo— Esa niña ya estaba mal, era joven y no veía la salida, eso le pasa a cualquiera, todos tenemos momentos malos en la vida, pero no todos sabemos cómo salir de ellos o cuando debemos pedir ayuda para salir, preferimos escondernos en nosotros mismos sin darnos cuenta de que ese no es el camino.
—Si ese no es el camino, ¿entonces cuál es?
—Ser amor y dar amor, acercarnos a los que nos aman es la mejor cura para todos los males.
—¿Y si nadie nos ama?
—Entonces debes amarte aún más a ti misma, valorarte, atesorarte, cuidarte, después de todo nacimos solos y moriremos solos.
Las palabras de mi abuela me persiguieron todo el resto del día, incluso en mis sueños.
Tanto que temí que nunca me dejarían en paz sino hacia lo que ella decía.
Así que decidí tomar el control de mi vida y recuperar todo lo que me había quitado a mí misma.
Empezando por mi futuro y mi destino.
Hice la llamada que tanto me preocupaba.
—¿Hola? —Dijo el al otro lado del teléfono. A veces está bien reconocer que necesitas ayuda, aunque no nos guste hay muchas cosas que no podemos resolver nosotros solos. Por eso aquí estaba mi grito de ayuda.
—Hola, sé que no he llamado en un tiempo, pero en verdad lo necesito.
—¿Iris?
—Sí, lo siento debí decir primero quien llama.
—Sí, debiste empezar por eso primero. ¿qué puedo hacer por ti?
—Necesito recomponer mi vida, si es que tiene arreglo y no sé por dónde empezar.
—¿Prefieres vernos en el consultorio?
—Sí.
—¿Puedes hoy?
—Pero es domingo y tú no trabajas en domingo.
—Hoy no tengo nada mejor que hacer.
—Te veré en diez minutos.
La última vez que fui con él, tenía doce años, fue después de una pelea en la escuela secundaria.
Una niña me llamo huérfana, yo la noquee después de darle un puñetazo directo en la cara. Nadie me llamo así después de eso, nadie se metió conmigo y yo aprendí que algunas veces la fuerza bruta supera a la fuerza de la mente.
Unos años después también descubrí que mi fuerza no era nada sin entrenar, después de otra pelea fuera de la escuela está vez, me escapé, por esa razón fue que comencé a ir al gimnasio a entrenar.
Nunca me gusto pelear, en realidad siempre opte por no buscar los conflictos o siempre evitarlos, pero después de la muerte de mi madre todo me hacía enojar, siempre me daba todo igual, y si me buscaban me encontraban, sobre todo si hablábamos de peleas.
Y lo sé, no luzco como una chica que se va peleando por todos los rincones, pero cuando tienes tanta rabia dentro de ti, tanto enojo y tristeza y eres una adolescente, todo eso sumado no te deja pensar claramente, nada te importa más que sacar eso, de una manera u otra.
Quieres aliviar la pena y el dolor de una manera u otra.
Respire una vez más, hondo y me tranquilice, le dije a mi abuela donde iba y me lleve mi celular.
Esta vez tenía más que perder, si perdía el control de nuevo. Tenía que dominar mis sentimientos, por más oscuros que estos sean.
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