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Capítulo 12.


Te llevas mi corazón en la tormenta, estoy perdida en tu amor — Ruelle.


Después de llegar al trabajo seguía sintiendo que ahora la que se había equivocado era yo, por lo que, aunque me costaba mucho admitirlo, tenía que reconocer que le debía una disculpa al hombre que era mi jefe.

Así que puse mi grabación favorita, solo la usaba en este tipo de casos, y la repetía una y otra vez hasta que me diera la suficiente valentía como para enfrentarme a lo que sea que me estuviera molestando o dando dolor de cabeza.

Era una grabación del tráiler del primer documental de la artista, actriz y cantante Demi Lovato, Stay Strong.

Y después de escucharla siete veces seguidas, era turno de dar una disculpa.

—¿Señor? —Dije mientras tocaba su puerta. Esta vez esperé la respuesta, cuando la escuché entré.

—Lo siento —él estaba a punto de hablar, pero lo callé con solo un gesto de mi dedo— déjeme terminar por favor, se lo debo.

—Continua.

—Lo siento, he sido una mala asistente y una mala compañera últimamente y se suponía que no debía de ser así, y en parte es porque usted es algo raro, quiere estar en todo y eso a mí no me gusta, puede preguntarle a cualquiera, nunca me ha gustado la invasión del espacio personal, a mí me gusta que las personas hagan su trabajo y a mí me dejen tranquila y creo que en parte también puede ser porque Rocío era más que una amiga para mí, era... —sentí un nudo en la garganta al recordarla. La extrañaba muchísimo ahora, sobre todo con lo que había pasado con mi padre en días recientes.

—Es como una madre para ti, ¿no?

—Sí, todos aquí son mi familia, son mis padres, hermanos y hermanas y lo siento si no he hecho mucho para que tú formes parte de esta familia, de verdad, lo siento.

Y lo eran, todas esas personas eran tan importantes para mí, me respetan y me quieren, me apoyan y sé que, aunque fuera en horas fuera de trabajo, en fines de semana o en vacaciones ellos estarían ahí.

—Vaya, ahora yo me siento como un gran idiota.

—¿Y tú por qué?

—Porque yo solo estaba tratando de ser tu amigo, no sé sí lo hayas notado, pero solo salgó a comer con mi hermano o solo, no tengo muchos amigos ni tan poco tengo familia aquí, además de mi hermano, claro —quise opinar, pero no me dejo, me silencio, levantando la mano hacía mí— quizás me equivoque con los métodos, no intentaba ser un acosador, solo quería acercarme un poco a este lugar, porque después de todo aquí fue donde mis padres se conocieron, donde mi padre fundó su editorial, donde yo nací y mis hermanos y aunque no lo creas se muy poco de eso.

—Decidido, seré tu mejor amiga aquí y te llevaré a todos los lugares importantes donde estuvieron tus padres.

—No tienes por qué hacer eso.

—Lo haré, he dicho, no me hagas golpearte otra vez... —Me dio risa al recordar el puñetazo del día anterior, pero me calle al ver el moretón cerca de su ojo derecho.

—Por cierto, tienes una muy buena mano.

—Lo sé —dije sonriendo con aires de grandeza— pero primero debemos planear una fiesta en tu casa.

—Sí, eso, va a haber un problema con el lugar.

—¿Cuál?

—Mi hermano no quiere que haga una fiesta para ustedes, así que me pelee con él y ahora no tengo donde vivir o dar la fiesta.

—¿Qué? ¡Esto se lo diré a Maggie! ¡No puede hacerte eso!

—¿Porque a Maggie?

—Porque ella es la única capaz de hacerlo entrar en razón, en el mundo.

—¿Ah sí? —El nombre no tenía idea de nada.

—Sí. —Dije mientras tomaba el teléfono del escritorio de mi jefe— ¿Maggie? Sí, voy a necesitar que arregles un 3312...

—¿Y ahora qué hizo ese tonto? —Maggie sabía que el código era solo para emergencias, y por alguna razón, también, sabía que en esta ocasión era culpa de su idiota.

—Le quito la casa a su hermano, por lo de la fiesta.

—¡Pero esta demente!, ahora va a ver.... Te llamó en cuánto eso quedé arreglado —dijo la chica y colgó.

—Maggie lo arreglará no hay problema, ahora preocupémonos de la comida.

—¿Qué tienes en mente?

Dos horas después de tomar algunas decisiones, ya teníamos la comida, la decoración, el postre y ahora solo faltaba el lugar.

Dos segundos después de haber pensado en ello, llamo Maggie.

—Está listo y se llevó un buen regaño esta vez pero al menos así aprenderá que no debe comportarse como un idiota. —Dijo la chica de lo más segura del otro lado de la bocina.

—Te amo, Maggie. —Dije riendo hacia la bocina.

—Pero deberás pagar por un precio, ¿sí?

—Te lo pago mañana mismo.

—Bueno el deber llama, nos vemos a la salida.

—Claro —dije colgando la bocina, acto seguido me volteé a ver a mi jefe, el cual estaba muy entretenido viendo algo en su celular—. Ya quedo, ¿no?

—Ya quedó —dijo dándome una sonrisa plena— no dejas de sorprenderme Iris.

—Créeme que dirás mucho eso.

—¿Porque lo dices?

—Vamos a trabajar, tenemos mucho que hacer.

Dicho eso me salí de su oficina sin más, él no necesitaba saber más de mí hoy.

Ni yo estar un segundo más en una situación en la que claramente yo me encontraba en desventaja.


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A la hora de salir estaba un poco más tranquila que en la mañana, sin embargo, aún seguía sintiendo que algo no estaba bien. Llámenme loca, pero es como una pequeña punzada en la boca del estómago que se repite cada dos minutos, justo cuando piensas que ya ha pasado, regresa aún más fuerte recordándome que quizás las cosas nunca estarán bien.

Con esa sensación aun latiendo dentro de mí y acelerando algo más que mi ritmo cardíaco tomo mis cosas, mi bolsa de mano y la otra con ropa del gimnasio y salgó rumbo al elevador para encontrarme con la cosa que sabía que no encajaba más en mi vida.

Mi padre, de pie, mirándome desde el elevador.

No digo nada, solo se hace a un lado y me deja acomodarme en un lado suyo en el elevador.

—Supongo que estás aquí por lo de la demanda. —Digo al fin rompiendo el aire tan denso que se había formado entre nosotros.

—Sí, entiendo que estén enojadas y que probablemente lo estarán por siempre, ¿pero era necesario llevarme a la corte para probarlo?

—Sí, lo era, nos dejaste endeudadas hasta el cuello y de no ser porque las personas a las que les debías nos dejaron pagarles de a poco, ¡nos pudieron hasta haber quitado la casa!

—¡Pero no lo hicieron! —Dijo él ahora exaltado por mis palabras, él se puso frente a mí como cuando era pequeña y quería ganarme en una discusión, pero yo ya no tenía siete años, me enfrente a él, eso lo incómodo. Bien, que se merecía todo lo malo que le pasará en el mundo.

—Porque yo lo controlé, padre —le dije haciéndolo a un lado—. Nos abandonaste, acéptalo, ¡nos jodiste!

—Yo...

—Tú nada... —Él ni siquiera me miró ahora ante esas palabras y por mí fue mejor porque justo ahora lo único que quería era golpearlo en la cara, estaba tan molesta que por primera vez en mi vida me estaba conteniendo demasiado para no darle un puñetazo en la cara, al ser que más despreciaba en el mundo. Y si me veía, yo sentía que podía hacerlo, pero necesitaba encararlo, así que lo obligue a mirarme— escúchame bien, no te vas a volver a acercar a mí o a mi familia y más te vale que nos des el dinero que nos debes, eso es todo lo que quiero de ti y lo que querré siempre de ti.

—Lo haré. —Dije mirándome a la cara, esta vez.

—Y después te irás del pueblo, sino yo misma te obligaré a hacerlo.

Dicho eso el elevador se abrió y yo salí de ahí triunfante dejando al pobre hombre ahí con su pena y su orgullo por los suelos.

Hace mucho me dije a mi misma que nadie nunca más me iba a volver a hacer sentir como él, vulnerable, frágil, rompible y hasta ahora lo he cumplido, al pie de la letra.

Salí del edificio y me encontré a mí misma aún mejor de lo que estaba hace tan solo unos minutos y con esa energía extra me fui al gimnasio.

Después de una sesión extensa e intensa de Cardio, Kicboxing y un poco de Tae Kwondo con algunos viejos amigos, me subí al cuadrilátero para hacer nacer a un campeón.

—Y dime niño, ¿cuál es tu nombre?

—Damián, señora. —Me dijo él chico manteniendo una distancia mucho más prudente, esta vez. Me reí porque uno, yo no era mucho mayor que él, al menos no para que me llamara señora, y dos porque era bastante obvio que él chico había aprendido la lección de no molestar a tus mayores. Sobre todo, cuando tus mayores son más fuertes que tú.

—Número uno, jamás me digas señora, solo tengo veinticinco años, segundo dejemos las cosas claras, ¿sí? —El chico asintió y yo lo tomé como un indicio para avanzar en mi explicación— harás lo que te diga, cuando te lo diga, no vas a protestar y cada que lo hagas te impondré un castigo.

—¿Porque un castigo? —Dijo el chico.

—Porque puedo y sí no te gusta, créeme que te acordaras de mí cuando no puedas mantenerte en pie ni siquiera el primer round.

—¿Porque?

—Y lo más importante es que dejaras de hacer preguntas por todo, confió en que eres un joven con lógica y que lo puedes descifrar por ti mismo.

—Entendido. —Esta vez, no hubo ningún "señora" en sus palabras ni tampoco en sus ojos.

—Muy bien, entonces comencemos. —Le dije mientras sacaba un pequeño control del bolsillo derecho de mis pantaloncillos del gimnasio. Le di play y enseguida la maquina empezó a sonar, una nueva canción que recién había descubierto sonó, Like me better de Lauv.

La noche anterior antes de irme a dormir estaba repasando entre los estrenos de las mejores películas y me encontré con una que llamo mi atención. Y después de convencer a mi hermana de verla conmigo, y de terminar llorando por lo genial de la historia, comencé a descargar el soundtrack completo de la película. Porque admitámoslo las canciones hechas para momentos específicos de una película, o elegidas para ellos, son lo mejor del mundo.

—¿Porque la música?

—Me ayuda a concentrarme.

—Pero a mí no. —Dijo el chico luciendo un poco nervioso.

—Sí te pone nervioso una melodía simple, no quiero saber cómo de mal te deben de poner cientos de gritos de gente durante una pelea.

—No es lo mismo.

—Explícate. —Dije mientras me ponía los guantes de pelea, aunque para lo que tenía planeado hoy, no serían para nada necesarios, pero en fin me gustaba la sensación de ellos en mis manos.

—No es que no me guste la música, es que me distrae del objetivo, cuando peleó puedo soportar los golpes y los gritos de todos, incluso de mi entrenador y de mi padre que siempre me acompaña a las peleas, pero sí lo tengo que acompañar de música, preferiría por lo menos una menos afeminada.

—¡Suficiente! —Apagué la música y me bajé del cuadrilátero, me comencé a quitar los guantes cuando el chico me corto el paso.

—No, espera, lo siento, no quise decir eso, es que...

—No te disculpes de algo que es más que obvio que querías decir.

—No, no y no... —Dijo él levantando las manos en señal de rendición, quise moverme o quitarlo, pero el chico no se movió— Por favor, te necesito para ser el mejor, quiero ser como tú.

—Créeme niño nadie quiere ser como yo, pero podrías alcanzar un poco de mi perfección si tan solo dejarás tus prejuicios y tu machismo de lado.

—Lo haré, haré lo que sea que me pidas.

—¿Lo que sea?

—Lo que sea. —Volvió a afirmar el chico.

Eso me dio una idea.

—Lo pensaré y te lo haré saber después, ahora sigamos en el ring.


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Después de que salí del gimnasio mi primer instinto fue dirigirme a casa, pero cuando iba hacia allá, alcance a ver una figura conocida en el parque.

—¿Qué hace aquí?

—No puede una persona venir al parque ¿porque quiere?

—Claro que puede, lo que me parece raro es que este sentado en los columpios precisamente.

Mi jefe soltó una risa inocente al aire.

—¿Crees que al menos aquí no sigas tratándome de usted?

—¿Estás seguro de querer algo así?

—Creo que dijiste qué seríamos amigos. —Asentí, recordando lo que le había dicho más temprano al hombre— ¿No? Bueno los amigos se llaman por sus nombres.

—Tienes razón, Leonardo.

—Leo, solo leo, por favor —me reí ante sus palabras. Eran como un inocente juego de palabras para todos, pero para mí era una broma interna.

—¿Porque te causa gracia?

—Olvídalo, es una cosa tonta.

—No, dime. —Insistió

Lo miré y dudé, pero al final decidí decírselo.

—Dijiste leo, como de leer.

Él se tomó un momento y lo pensó, luego se unió a mí en una risa que duro más de lo que creía que debía durar una risa compartida. Por lo que la primera en recomponerse fui yo.

—¿Quieres qué te empuje? —Dijo él.

—No, está bien, yo puedo sola.

—Sí, eso parece. —Dijo viendo como yo me balanceaba con los pies. Desde pequeña una de mis actividades favoritas siempre ha sido ir al parque a jugar y la que mejor me sale, son los columpios.

Amaba la sensación de libertad que te deba ir hacia adelante y hacia atrás, sentir el viento correr por tu piel, la adrenalina subir y bajar contigo y el movimiento, para mí este era un mejor ejercicio que cualquiera. O al menos lo era, cuando era niña.

—Todo lo haces sola, ¿no?

—Sí, ¿por qué?

—Suena un poco solitario eso.

—No, para mí.

—Explícate... —me dijo él invitándome de alguna manera a continuar hablando.

—Pues he vivido así toda mi vida, no conozco nada más, para mí esto es normal, es costumbre, es lo que es.

Algo en mis palabras lo hizo sentirse un poco incómodo. Lo sé, porque en seguida él se movió de posición, se endurecieron sus facciones y se levantó casi instantáneamente de su lugar.

—¿Qué pasa? —Dije algo preocupada. Y lo estaba, estaba genuinamente preocupada por este hombre que la mayoría del tiempo solo me había traído disgustos desde el día en que llego.

—¡Que no debería de ser así! Creo que tú vales, mucho más y mereces tener eso y mucho más —lo dijo de una manera que casi le creí, es más ahí parado frente a mí, viéndome desde donde yo estaba sentada en el columpio, podría decirse que casi le creería cualquier cosa que él me dijera.

Me observó en silencio y luego se acercó un poco más a mí, luego un poco más y un poco más todavía, nuestras caras estaban a centímetros de distancia.

Y yo no estaba nada cómoda con la situación, pero parecía que no había mucho que yo pudiera hacer para escapar de ella tampoco.

—Dime, ¿tú no crees que mereces algo más?

—Yo creo que estoy incomoda y que sí no respetas mi espacio personal te daré otro puñetazo en el otro ojo. —Dije riéndome y tratando así de que él se alejara.

—Lo siento. —Dijo él alejándose instantáneamente.

—Mira entiendo que para cualquiera es raro que yo sea como soy e inclusive que se sientan incómodos o que me tengan lastima, pero a mí me tiene sin cuidado, estoy cómoda y feliz como soy y como vivo justo ahora y no haré nada para cambiarlo.

—Vaya si eres todo un caso, señorita Iris.

—No, no lo soy, soy normal como todas las chicas del mundo, ordinaria. —Dije jugando con mis pies.

—Tú nunca podrías ser ordinaria Iris.

—No me conoces lo suficiente como para decir eso de mí.

—Lo sé, pero ten por seguro que lo haré.

—Eso hacen los amigos.

—Sí, los amigos —dijo él chico con una gran sonrisa en su rostro.

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