3. Perdida
No sabía cómo sentirse.
Estaba en una especie de limbo sentimental.
Se sentía vacía por dentro, tenía la sensación de un hueco en el estómago que se la devoraba de adentro hacia afuera.
Sentía a todos a su alrededor demasiado alterados. Demasiado conmocionados. Se sentía obligada a sentir algo, pero solo tenía un vacío en su pecho que nada podía llenar en ese momento.
El ruido de sus propios pensamientos era demasiado alto y silenciaba a todos los demás. Los veía en cámara lenta, solo escuchando el zumbido de sus conversaciones.
La conversación con su padre esa madrugada retumbaba en su mente todavía.
"―¿Qué sucedió con mi mamá?" ―había dicho ella, nerviosa.
"―No es algo que se pueda decir por teléfono, Verónica. Te estoy rogando que vengas. Por favor..." ―su voz flaqueando con cada sílaba pronunciada.
Pero Verónica no tuvo que esperar a llegar, no fue necesario.
Lo supo enseguida. Lo había sabido en el instante en que lo escuchó llorar. ¿Qué clase de noticias no se podían dar por llamada? Ella lo sabía, lo había vivido cuando Diana murió.
En aquel momento, no había sabido cómo decirles a sus padres por teléfono la noticia. Así que solo esperó a que aparecieran en la morgue. Porque Diana nunca tuvo oportunidad de llegar al hospital.
En este caso, había sucedido parecido.
Su madre había muerto. Dormida. Sin oportunidad de ir al hospital, porque quién sabía cuántas horas llevaba muerta. Es lo que pasaba cuando alguien sufría de muerte súbita mientras dormía, no te dabas cuenta hasta que ya era demasiado tarde.
Ya no podía más. Tenía que salir de ahí o su mente comenzaría a acecharla.
No estaba bien, se levantó de la silla y se tambaleó, sus piernas no sabían cómo moverse y una mano la sostuvo para que no se cayera.
Eric.
La miraba de una forma intensa, como intentando leer a través de sus pensamientos, movió los labios, pero el sonido no llegó hasta sus oídos.
Verónica sacudió la cabeza, sosteniéndose a él.
—¿Qué? —fue lo único capaz de decir.
―Dije que ya llamé a las chicas, vienen en camino.
Verónica lo miró, negando con la cabeza.
―Diles que no vengan. Me voy de aquí. Nos vamos.
Eric pareció genuinamente sorprendido.
―¿Dejarás a tu papá solo? ¿Con la policía?
―Él me ha dejado sola toda mi vida.
Eric la miró en silencio con la boca en una línea recta.
―Estará bien, no es que sea la primera vez ―se relamió los labios―. Digo, su trabajo es andar con policías. Necesito que salgamos de aquí, Eric ―Verónica se pasó una mano por el cabello ―. Llévame a ver a Diana, por favor. No quiero estar aquí ―miró alrededor y se abrazó a sí misma―. Este sitio... me absorbe. ¿Podemos irnos ya? Hablaré con mi papá luego. Te lo prometo.
Eric le acarició la mejilla y la vio fijamente durante un momento, luego la acercó a él para besarle la frente y asintió.
―Está bien. Vámonos.
Cuando cruzaron el umbral que separaba la cocina de la sala de estar, Manuel interrumpió su conversación con el policía para ir hacia ellos; miró a Verónica con sorpresa y quizás algo de recelo. Sus ojos estaban hinchados y se veía demacrado, eso le hizo recordar que su papá tenía sentimientos. A veces, se le olvidaba.
―¿Te vas ya?
Verónica miró más allá de él, hacia la puerta principal.
―No quiero estar aquí.
―Era tu mamá, Verónica. Muestra un poco de respeto. O al menos, finge que te importa.
Verónica no pudo evitar soltar una risa sarcástica, asintió y le sostuvo la mirada a su padre.
―Por Dios, papá, ¿qué pretendes que haga? ¿Qué es lo que quieres? ¿Quieres que te abrace y lloremos la pérdida juntos? ¿Justo cómo me abrazaste cuando Diana murió? ―La expresión de Manuel cambió a una que Verónica no supo descifrar y ella parpadeó para quitar las lágrimas que empezaban a picarle―. Nunca hiciste eso. No digas que no me importa. Vine aquí y eso ya es mucho teniendo en cuenta cómo me trataron la última vez que pisé esta casa.
El policía los observó alternativamente y Verónica sintió los dedos de Eric rozarle la mano.
―Ve...
―No sé qué más quieres de mí. Ni siquiera sé que hago aquí...
Su papá negó con la cabeza lentamente, como un gesto de desaprobación. Como siempre.
―Sería bueno que mostraras un poco de interés por esta familia.
―Esta familia no existe ―Verónica tragó saliva―. Diana está muerta. Mamá está muerta. Solo quedamos tú y yo, y tú nunca has mostrado interés en mí a menos que sea para criticarme y culparme. Y sinceramente... ya estoy cansada de esto ―La chica dio un paso al frente, decidida a acabar la conversación, pero la mano de Manuel se enganchó a su brazo. Habló solo para que ella escuchara.
―Te llamé porque pensé que sería diferente. No sabía a quién más llamar, después de todo, eres lo que me queda. Laura era mi esposa. Y era tu madre. Quizás no era perfecta, pero era lo que teníamos y se ha ido.
Verónica tragó saliva y giró la cabeza para verlo, hablando en el mismo tono que él.
―Era lo que tenías, y lamento que haya pasado así. Lamento que no te hayas podido despedir. Pero yo no la tuve, no desde hace años. Y no digas que soy lo que te queda, porque si mi mamá no hubiera muerto, ni siquiera me llamarías. ―Los ojos le ardían, quería echarse a llorar ahí mismo, ella entendía más que nadie que él no quisiera estar solo, pero no podía aceptar eso y quedarse ahí cuando en el pasado no se había sentido bienvenida, no iba a poner su salud mental en segundo lugar cuando nunca había recibido un gesto parecido de su parte―. No quieres estar conmigo realmente, solo no quieres sentirte solo. Y debiste pensar en eso antes de alejarme como lo hiciste. No puedo estar aquí, lo siento. Perdón.
Se soltó de su agarre y salió rápido antes de que pudiera arrepentirse. Cualquiera pensaría que no tenía ni el más mínimo cariño hacia él, pero claro que lo quería. Aun así, había ido a suficientes terapias para saber que querer a alguien no significaba aguantar hasta lo peor de esa persona. Que su padre estuviera solo después de eso... ella sabía lo que se sentía, pero no podía quedarse ahí. Verlo vulnerable después de tanto tiempo, le removía algo internamente, y no sabía cómo sentirse al respecto.
Las lágrimas empezaron a brotarle ahora que no las estaba conteniendo y caminó como pudo hasta la motocicleta de Eric, quien venía tras ella.
No necesitó decir nada, Eric se subió en la moto y ella lo imitó, abrazándose a su espalda y cerrando los ojos, sintiendo el frío de la madrugada colarse en su cuerpo y enfriando las lágrimas en sus mejillas.
🌈🌈🌈
Verónica no era muy religiosa, ni espiritual, no creía en el más allá, ni en la vida después de la muerte; ni en nada que no viera con sus propios ojos, y por eso no solía visitar la tumba de su hermana. Sabía que ahí solo estaba lo que quedaba de ella, que no le hacía justicia a lo que había sido en vida. Sabía que llevar flores a un cementerio solo servía para calmar el alma de los vivos y no la de los muertos, y sin embargo, ahí se encontraba. De pie frente a la tumba de su gemela, aunque sin flores, porque apenas estaba amaneciendo.
No sabía en que estaba pensando cuando le pidió a Eric que la llevara ahí, pero él lo había hecho sin preguntar. Se encontraba recostado en la moto, mirándola de lejos, respetando su momento privado. Así era él. No la juzgaba, no preguntaba, y ella no sabía si agradecerle o rogarle que le dijera algo para saber si estaba actuando de forma razonable o como una loca.
Sin saber muy bien qué hacer, se sentó frente a la lápida de Diana y suspiró. Aunque no creía en nada de esas cosas, quizás sí existía algo; algo que la escuchara y le ayudara a sentirse en paz, y si no, al menos se deshacía de todo lo que estaba sintiendo. Porque la lógica no formaba parte de ella en ese momento y no quería escuchar a su terapeuta. Solo quería gritar y sentir que aún tenía a Diana para escucharla.
―Nuestra madre se ha ido ―habló por fin, susurrando ante la tierra que cubría la urna, jugando con un pedacito del césped entre sus dedos―. Y no sé muy bien cómo sentirme. Nuestra relación era casi inexistente desde que te fuiste, tenía meses sin hablar con ella y no me despedí. La última vez que la vi le dije que no nos volveríamos a ver gracias a papá. Y no nos volvimos a ver, y aunque nuestro padre no sea santo de mi devoción, sé que no la mató ―suspiró―. Mal chiste, lo sé, sé que me juzgas desde donde estás. Soy una mala hija, pero ellos fueron unos padres terribles y ahora no sé cómo funcionar en situaciones como estas. Desearía que estuvieras aquí, porque tú sabrías mejor como lidiar con todo esto, como lidiar con papá. Tú unías a la familia... y una vez que te fuiste, todo se hizo pedazos.
»Quiero llorar la muerte de mamá... pero supongo que estoy demasiado enojada con ella como para hacerlo. Se fue sin más y no sé cuál de las dos fue más orgullosa, si ella por no ir tras de mí ese día o yo por no volverla a llamar. Me molesta que se haya ido y me haya dejado esta carga. Y ahora no sé cómo sentirme con su partida. Quiero arrojar algo, gritar, llorar, volver el tiempo atrás, lo que sea, todo menos sentirme tan vacía cómo me siento ahora mismo.
El chillido de las ruedas de un auto contra el pavimento la sacó de sus cavilaciones y levantó la cabeza en dirección a Eric, parpadeando cuando el sol le dio de lleno en la vista; entonces, sintió algo mojado en la cara, y cuando se llevó las manos a las mejillas, se dio cuenta que había estado llorando.
El auto de Natalia había frenado cerca de la moto y ella y Daniela salieron de él casi que al mismo tiempo. Verónica se limpió la cara con ambas manos y entrecerró los ojos para verlas durante un momento.
No se levantó, se quedó ahí sentada, abrazándose las rodillas y mirando fijamente la lápida de Diana.
Sabía que se acercarían, eran así. No podían no involucrarse porque dejarían de ser ellas, no necesitó levantar la cabeza para saber que llegaron a su encuentro; pues las sombras alargadas que proyectaban sobre el césped las delató.
Sin decir nada, cada una se sentó a un lado de Vero y ambas apoyaron la cabeza en el hombro respectivo. Natalia le tomó la mano derecha y se la apretó, mientras que Daniela le ofreció una caja con algo adentro, Verónica no sabía qué tanta hambre tenía hasta que su estómago rugió con el olor de la comida.
Bajó la cabeza y sonrió un poco.
―Gracias ―masculló.
―Sospechamos que de seguro no habías comido nada, así que mi mamá te mandó esto ―Daniela le acarició el cabello.
Se sentía como una niña chiquita perdida en medio de todo un caos, pero sin padres que la buscaran desesperadamente. Las lágrimas volvieron a salir ante las palabras de Daniela y no tuvo más remedio que dejarlas ser. Por fin estaba llorando, al menos, ahora no se sentía como una basura por no llorar.
―Amo la comida de tu mamá ―respondió a duras penas, comenzaba a faltarle la respiración y tuvo que hacer un esfuerzo por hablar, entonces un brazo la rodeó y fue lo único que necesitó para desmoronarse.
Holis
Lo siento por este capítulo, es necesario para el desarrollo de personaje jiji
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