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Capítulo 29.


Señor, ¿dónde está mi alma?

¿Cómo terminamos así? — Bridgit Mendler.


Todas las pesadillas de la gente se sabe que son sus más grandes miedos. Es lo que quieres que no se haga realidad nunca, lo pide, rezas, casi de rodillas, pero hay cosas que son inevitables.

Sueñas con ellas sin embargo.

Cuando era niña un terapeuta me dijo que lo mejor que puedes hacer para que las pesadillas se vayan y nunca se cumplan, es superarlas, tienes que enfrentar aquello que te da más miedo en la vida.

Quizás cuando me lo dijo parecía una buena idea, pero no debió de haberle dicho eso a una niña de siete años totalmente sugestionable que haría lo que fuera para cumplir una teoría.

Mi mayor miedo a esa edad era la oscuridad.

Pero no cualquier tipo de oscuridad, no me daba miedo sumergirme en la oscuridad de la noche, no, porque cuando lo llegaba a hacer siempre había alguien cuidándome, mi mamá o mi papá.

No, yo temía a cuando todo estaba en calma, cuando la oscuridad se instalaba en mi habitación y esta parecía que no se iría nunca.

Llevaba todo lo que tocaba una vez que la luz se apagaba, amenazaba por consumir todo a su paso cuando esta llegaba a mi habitación. Por la misma razón no me gusta nadar en piscinas demasiado profundas.

Por la oscuridad, siento que me está esperando de alguna manera ahí abajo, en lo profundo, esperando por mí.

Pidiendo mi alma y mi corazón.

Rogando para que le dejara apropiarse de mi cabeza, de mis pensamientos y sentimientos.

Por suerte, este miedo siempre fue conocido por todos los que me rodeaban, y aunque yo sabía que era un miedo totalmente irracional porque es totalmente inevitable que la oscuridad inunde mi habitación. Porque no es como si pudiese dormir mucho con la luz encendida.

Por lo cual, en pleno uso de mis facultades mentales aproveché para comprobar esta nueva teoría que el terapeuta dijo.

Y primero que nada, debo decir que aunque fue mi culpa, no quería que nada de lo que pasara, ocurriera. Al menos no así.

Aproveché que los adultos se habían distraído con otros adultos, niños con niños y yo, me senté en el borde del trampolín de la alberca que siempre habíamos ido. Desde que tenía uso de razón.

Era el lugar donde familiares, amigos y conocidos siempre íbamos a reunirnos. Hacíamos parrilladas por ninguna razón aparente, por el solo hecho de convivir unos con otros.

A veces extraño esos días, esos recuerdos que se han ido para nunca volver. Los extraño como si aún hubiesen sucedido días atrás.

Cuando cierro los ojos aun puedo ver a mis padres preparando la comida, ayudando a los niños a nadar, platicando con amigos y familiares de la economía y del tiempo que parecía nunca mejorar en verano.

Y justo cuando pensé que no podía tener más miedo, me puse de pie, hice que mi cuerpo se moviera en dirección hacia abajo...

Arriba...

Abajo...

Salté del brincolín.

Salté y nadie lo sabía, si algo me pasaba nadie se daría cuenta.

Si yo moría, sería todo, este sería mi fin.

Pero es que yo nunca había sentido tanta calma como cuando decidí saltar desde esa altura hasta lo más profundo de la piscina.

Recuerdo que aunque con mi salto pobre no llegue hasta el fondo, use toda la fuerza que me quedaba y al final llegue a sentarme en el piso.

No se cuan profunda era está piscina. Pero si sé que para mí se sentía como lo más profundo del mundo, liberé un poco de aire como mi padre me había enseñado para poder bucear sin quedarme sin aire tan rápido.

Me quedé ahí por unos segundos y repito yo no me quería morir.

Solo quería comprobar una teoría, solo iba a estar ahí el tiempo suficiente como para poder tener el resultado a la pregunta que me había estado dando vueltas en mi cabeza desde que ese terapeuta me la había plantado en mi subconsciente.

Estaba respirando de manera calmada, porque no tenía miedo.

Solo sentía calma.

No quería nada más en el mundo, cerré mis ojos, esperando, deseando que eso durara para siempre.

No podía.

O quizás sí.

Quizás es lo que sé supone que debía de hacer, quizás era la única manera de superar mi miedo, mis miedos.

Quizás la única manera de sentirte del todo fuerte era probándote a ti misma que te creías que algún día lo serias. Sola por ti misma.

Pero las personas a mi alrededor no pensaron lo mismo, ellos pensaron que yo lo había hecho por accidente, o al menos eso es lo que mi madre seguía repitiéndole a los paramédicos que llamaron esa tarde para ayudarme.

¿Pero es qué no se daban cuenta de que yo ya no necesitaba esa ayuda?

Yo ya estaba curada.

Nunca en mi vida me había sentido más en paz como en esa piscina, tan serena, tan bien.

Más segura de mi misma.

Todos los días de mi vida después de ello me he lamentado en lo sentirme de esa manera nunca más, incluso cuando pensé que lo lograría siendo feliz, estando todo en paz, teniendo todas las cuentas saldadas, pero entonces porque nada estaba bien.

¿Por qué no me sentía bien?

¿Por qué no sentía que estuviera correcto amarme, porque no podía hacer nada bien?

Me sentía igual de pérdida ahora que cuando había saltado por voluntad propia a esa piscina.

Con la única diferencia de que antes yo sentía en cada parte de mí que podía resolver esto, que podía traer la calma a mí, y ahora no.

Solo quiero sentir esa calma de nuevo.

Pero lejos de eso, solo puedo correr una vez más a la taza del baño esperando a que el agua se lleve una vez más mis miedos e inseguridades por ese medio.


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Lo que fue y no será.

Él hubiera no existe.

Palabras crueles pero al final ciertas.

No hay nada que puedas hacer para evitarlas, solo pedir ayuda, solo continuar paso a paso para que estas no te devoren por dentro.

A medida que días pasaban todo se calmaba en mi vida. Kieran y yo habíamos encontrado la calma que nunca habíamos tenido después de la ruptura, aunque aún peleábamos no lo hacíamos por los motivos equivocados ya.

Esta vez eran por cosas que si importaban.

Cosas como el color de la habitación de la bebé.

El nombre.

La educación que ella tendría.

Sus apellidos y el orden que queríamos darle. Saben esto último fue una pelea casi de proporciones épicas. Ya que recientemente en algunos estados de la República se había aprobado una ley para que la mujer decidiera el orden de los apellidos que quería que el niño llevará.

Podía ser primero el del padre como siempre, como la manera tradicional o podía ser primero el de la madre.

Y ahí comenzó la pelea.

—No puedes estar hablando en serio sobre eso, eso algo normal que quiera primero mi apellido que el tuyo.

—Iris no me hagas decir algo que no quiero.

—Puedo decir lo mismo de ti detective.

—No puedo creer que estemos peleando por algo como esto.

—Dices eso como si no fuese importante discutir algo como esto.

—¡Porque no lo es! —Él levanta las manos en señal de su desesperación— no lo es —remarca.

—Claro que lo es, esto es tan importante como saber con cuál de los dos pasará cada temporada de vacaciones, es tan importante como saber qué tipo de alimentación, religión, y creencia tendrá por sus primeros años de vida.

—Mírate si pareces toda una loca sabelotodo. —¡Oh no! Nunca, nunca es una buena idea el decirle a una mujer embarazada que está loca.

Antes de que si quiera pudiera darme cuenta de lo que hacía ya le estaba lanzando un jarrón de la sala, con un ramo de flores que el mismo Lorenzo me había enviado hace dos días por mi gran trabajo con los nuevos practicantes de la editorial que yo misma me había empecinado en contratar.

Ese era otro hombre que sin importar cuanto antes me hubiese subestimado al final había aprendido la lección de que yo no necesitaba a nadie para ser feliz, no necesitaba de la aprobación de nadie y que podía hacerlo todo sola.

Sí, yo podría hacerlo sola.

Pero no quería que mi hija repitiera mi historia a través de mis ojos, por ella era que tomaba las decisiones últimamente.

Y por ella es que ese día tuve que admitir ante mi misma que me estaba comportando, efectivamente en una loca.

—¡Dios mío! Lo siento tanto —dije apresurándome a ir hacia él, por suerte el jarrón no le había dado sino... yo no quiero pensar en ello— Lo siento, lo siento, lo siento —dije una y otra vez tratando de no llorar.

Pero en contra todos mis juicios, fallé de manera miserable.

—Oye, oye... —Él vino hacia mí está vez. Siempre era mi refugio, siempre era mi salvavidas, no importa cuán loca estaba poniéndome por las hormonas, no importa cuántas tonterías le decía cuando me molestaba.

¿Por qué seguía amándome aún?

Él no debería de amar a un desastre de proporciones épicas como lo soy yo.

Kieran tomó mi cabeza entre sus manos y me obligó a mirarle de frente.

Estaba en el suelo, hecha casi un ovillo, pudo haberme dejado en el frío y oscuro suelo a que me volviera loca, a que me entregará a la oscuridad que sabía que me había estado rondándome por semanas desde hacía mucho tiempo.

Pero no lo hizo.

Quizás debería de hacerlo.

Quizás debería de tomar sus cosas, ir con esa linda chica rubia policía e irse de aquí para siempre.

Quizás así las cosas no serían tan difíciles de ser, de vivir.

Si no tuviera la tentación, la posibilidad junto a mí, nunca más pensaría en él hubiera para nosotros.

Oh señor, ¿Dónde está mi alma? ¿Cómo terminamos así?

—No puedo creer que a pesar de todo, sigas aquí, yo ya me hubiera ido si me hubieran lanzado un jarrón a la cabeza con toda la intención de matarme.

—¿Querías matarme? —Dice riendo solo para mí. Yo también rio.

—No, la verdad es que no.

—Ves, además él hubiera no existe Iris.

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