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Capítulo 26.


He estado esperándote toda una vida — Liam Payne ft Rita Ora.


Lo que más olvidamos a menudo cuando un día pasa y otro llega es que tenemos una nueva oportunidad para hacer las cosas.

No importa si son cosas buenas o malas.

Es otra oportunidad.

Pero no, como siempre nos llenamos de negativismo, porque aceptémoslo es más fácil enterrar todo lo malo en el fondo de nuestro cerebro, con los miles de malos recuerdos que por toda una vida han sido archivados solo para que nunca salgan.

Aún así y en contra de nuestra voluntad siguen colándose unas pocas veces al año haciendo que nos veamos más humanos de lo que nunca hemos sido.

O de lo que creemos que nunca seremos.

Porque al final eso somos humanos, cometemos errores en el bien o mal de la humanidad creyendo que con eso podremos arreglarlo todo.

Pero qué pasa cuando el error no es la solución que quieres pero es la única que tienes a tu alcance.

Jamás llamaría a mi hija un error, pero si debo admitir que fue el fin y el medio para que hoy aquí esté cuestionándome todo por lo que creí que nunca volvería a tener paz con Kieran.

Muchas veces pensé en simplemente no regresar de Ravena. Porque es más fácil huir que enfrentar el dolor de la pérdida, cerrar el ciclo, perdonar y dejar ir.

Nunca he conseguido saber porque eso es más fácil que quedarte con todos estos sentimientos negativos dentro de ti, que solo se pudren y te pudren con ello al final del día.

No te benefician en nada, solo te dejan una vida solitaria y amargada.

Y eso no era lo que yo quería para mi hija.

Quería una mejor vida de la que yo he tenido con mis padres. No me malinterpreten amé cada segundo que pase con ellos, cada aventura, risa y cada amanecer que vi junto a mi familia.

Pero también hubo mucho dolor, pérdida y vacío al final.

Y no quería nunca eso para ella.

Por ello llamé a la caballería, si estaba dispuesta a ceder y perdonar tenía que hacerlo con ayuda de los que más he querido en esta vida, en este momento, mis amigos.

Qué es la vida sin amigos, ¿no?

En mi defensa por no tenerlos tan presente en estos momentos, tomé el teléfono para llamarlos a todos y cada uno de ellos, esperando y deseando que no quisieran matarme o peor que eso colgar el teléfono sin siquiera darme espacio a pedir perdón.

Perdón.

Amor.

Dos palabras que para mí no eran cosa fácil de decir a través de mi boca y aún en mis locos pensamientos, sueños y deseos que venían de lo más profundo de mi corazón.

¿Por qué nunca será fácil decirlas?

Porque son dos palabras que jamás tendrán poca importancia, quiero creer.

No le dices a cualquier persona que la amas, al menos no en serio, porque claro siempre puedes decirlo en broma, entre risas y con una copa de vino en tu mano.

En una fiesta.

Cuando alguien dice algo gracioso.

"Borracha hasta las chanclas..." como dicen aquí.

Cuando se lo gritas a tu autor favorito o a un actor en la pantalla.

Pero no, está no era esa clase de declaración, esta era la más sincera del mundo o al menos lo era para mí.

Esperaba que para ellos también.

Espere junto a la puerta por más de cinco minutos, hasta que fuera la hora en que mis amigos llegarán.

Sabía el plan, temprano ese mismo día había ido a la tienda por todo lo necesario para organizar la mejor de las fiestas que jamás había hecho.

Ni siquiera por mi cumpleaños, ni por el de mis hermanas o el de mi abuela.

Y aún en contra de mis mejores reglas le había pedido ayuda al enemigo, solo un poco. Gracias a Dios fue el primero y único que no había dudado, en cuanto la petición salió de mi boca él contesto con un sí.

Sin medios.

Sin miedos.

O si los había, él no los dijo.

Solo subió a su auto y llegó para ayudarme pasadas las dos de la tarde.

La única condición, es que no involucrará a la chica en cuestión.

La última vez que hablamos le había pedido que nunca mencionará su nombre en mi presencia, no me interesaba saber si estaban o no juntos, no quería saber que hacía ella por él, no quería saber nada de ella y le pedía por último que no la pusiera en mi camino.

Ella era punto y aparte para mí.

Aunque no lo fuera, así debía quedarse por ahora.

Los términos estaban claros para él, ella no se metía en mi camino y yo no me metería en el de ella.

Y ahora que él sabía quién era mi padre sabía que si quería, si lo deseaba lo suficiente podría quebrar hasta la persona que siempre ha jurado ser más que irrompible en la vida.

No quería, pero haría todo lo que tenía en mis manos, usaría todas las armas que me quedaban para protegerme a mí y a mi bebé.

Pero ahora mismo eso era lo que menos me preocupaba, debía dar explicaciones a todos aquellos que me importaban, debía pedir disculpas, abrir mi corazón y jurar nunca más hacerlo.

Solo así estaba segura de que podría lograr sentirme mejor conmigo misma, perdonarme y seguir adelante.

<<Da un paso hacía la luz y déjalo ir>> dice la música a mis espaldas, mientras coloco un tomate cortado en rodajas en un gran contenedor rojo para la ensalada que siempre me ha gustado comer en este tipo de eventos.

Solo eso logra calmarme ahora, cocinar.

Corto verduras como loca, esperando a que a alguien más que a mí como siempre le gusten las verduras.

Sé que sí, porque cuando uno es adulto comienzas a preocuparte por ellas.

Por la correcta alimentación que debemos llevar para tener acceso a vitaminas, energía, minerales que nos ayudan a que nuestro día a día sea menos pesada.

Aún así aun me encontraba con adultos que aborrecían las verduras más comunes, como el brócoli, el tomate o la propia lechuga con la excusa de que estaban de alguna manera traumados hasta la médula con ello desde niños, debido a que sus padres les obligaban a comerlas.

Me da demasiada risa solo pensar en ese hecho.

Porque son esos niños precisamente los que reclaman y regañan aún hoy a sus padres por obligarlos a comer verduras los que gozan de mejor salud en el presente.

Que ironía de la vida, ¿no?

Entre más quieres algo menos lo tienes, y entre menos quieres algo más está cerca de ti.

Supongo que esa ley se puede aplicar a todo.

—Hey si no tienes cuidado podrías rebanarte un dedo... —Dice Kieran ayudándome a alejarme un poco de los cuchillos de la cocina que ahora mismo están regados por todas partes.

Sé que lo hace por mi bien y por ayudar pero no deja de molestarme un poco.

Solo un poco.

—Lo sé, pero es que no puedo evitarlo si no me mantengo en movimiento me volveré loca.

—¿Más? —Dice él entre risas.

—Sí, más. —Respondo riendo también.

—Eso sí que puedo creértelo. —Dice ayudándome a sentarme en una silla de la mesa de la cocina, después toma el cuchillo de mi mano y un tomate y acerca todo para seguir cortando las verduras por mí.

—Gracias, no tienes que hacerlo.

—Lo sé, pero quiero hacerlo.

—En ese caso gracias de nuevo.

—No tienes que darme las gracias cada que hago algo por ti.

—Lo sé, pero quiero hacerlo.

Cruzamos miradas por unos segundos, luego él sigue cortando vegetales.

No quiero decirlo, pero quiero pensar que es normal que haya tensión entre los dos al estar aquí solos.

—Espero que vengan. —Dije por fin. Me daba miedo que al momento nadie quisiera venir, sobre todo porque habría comprado mucha comida para todos ellos y no quería tirarla.

No, en realidad esa no era la verdadera razón, me da miedo que no quisieran ser mis amigos nunca más, mi familia, o mis compañeros en el trabajo.

Que no pudiera recurrir nunca más a Ariana cuando mi computadora no tuviera ganas de cooperar conmigo.

Que Maggie no quisiera escucharme quejar como siempre mientras comíamos en el restaurante de siempre.

Que Raúl no quisiera volver a hablarme después de lo que le había dicho la última vez.

Tenía mucho miedo, me moría de miedo, estaba aterrada.

—Puedo preguntarte algo, con respecto a nuestra hija. —La manera en que Kieran usaba esas palabras, tocaba algo en mi, quizás era ternura lo que sentía, quizás miedo, no lo sé. Pero una cosa si es segura, es que a veces ni yo misma lo entendía.

Y no sé si algún día pueda sentirme bien con ello.

—Seguro.

—¿Te has decido por el nombre ya?

—La verdad es que no.

—Sé que te dije que me gustaría que usarás el nombre de mi madre, pero después de un tiempo pensándolo comprendí que era un tanto egoísta pedírtelo sin considerar primero tus opciones.

—Bueno me conoces, sabes que desde que supe que estaba embarazada sino es que antes ya tenía al menos dos docenas de posibles nombres.

—Luego dices que no estabas lista para tener hijos pero tenías una lista de nombres para bebés.

Me reí. Tiene sentido, siempre dije que no quería hijos, que no estaba lista, al igual que él. La verdad es que si los consideré antes, cuando comenzábamos nuestra relación.

Formar una familia y todo el paquete.

Y luego cuando me propuso matrimonio y el altar estaba a muy pocos pasos pensé en los niños.

Por ello tenía al menos una lista de varias páginas de nombres para bebés.

Suena descabellado pero es lo que hay, es lo que soy y no puedo cambiar eso.

Créanme lo he intentado.

Por años.

Déjenlo estar, ¿sí?

—Pero aún así, lo consideras ¿cierto? ¿Cómo en serio?

—Por supuesto, ambos acordamos que siempre haremos lo mejor para nuestra hija sin importar nuestras necesidades o deseos.

Él asintió, por fin estábamos de acuerdo en algo.

Estaba a punto de decir algo más cuando el timbre de la puerta me trajo a la realidad en la que vivo.


<<>>


Lo único que puedo decir es que casi se me detiene el corazón cuando vi entrar por la puerta a mis amigos, mis compañeros de trabajo, a mi familia, porque eso había sido desde que los conocí.

Familia.

Una palabra que usamos a menudo para referirnos solo a miembros consanguíneos o políticos.

Pero no son las únicas personas que pueden pertenecer a tu familia, no porque no estén cerca de ti siempre, no porque no puedan estar disponibles siempre, no porque no sean iguales, de los mismos intereses políticos, no porque no tengan tu misma edad u orientación sexual, no por ello dejan de ser tu familia.

O al menos así lo veo yo.

Porque para mí, esa es la única palabra que tengo para explicar el cariño, la confianza que ellos y yo nos tenemos.

Familia.

Ven, como puedes hacer que las palabras tengan el significado que tu quieres que tengan.

Quizás este mal, quizás sea todo un atrevimiento de mi parte pero esta parte es una de las que más me gustan en la vida. Darle sentido a la vida como tú quieras, poder avanzar en ella como tú quieras.

Poder vivir la vida como tú quieras.

—¿De verdad pensaste que no íbamos a venir? —Maggie tomó una rebanada de tomate de la misma ensalada que minutos atrás Kieran y yo habíamos intentado terminar y se la mete en la boca.

—Creo que tengo que el derecho a dudar, pero aún así esperando que pase lo mejor.

—No, no tienes derecho a dudar, somos amigas desde el inicio de los tiempos, jamás te dejaría, jamás.

—Lo sé, pero tampoco es como si últimamente me hubiese comportado como la mejor de las amigas.

—Tienes razón, punto en tú contra por ello. —Dice Ariana apareciendo a un lado de nosotras en la cocina.

—Lo sé, de verdad lo siento.

—Tomó la disculpa y lo dejó ir. —Gracias a Dios mis amigas comprendían, esperaba que Raúl también comprendiera todo el predicamento que habían sido las últimas semanas.

—Gracias, no las merezco. Estoy segura de ello.

—También estoy segura de ello chica —Ariana baja la vista a mi pronunciada barriga y luego dice—. Bueno ya no tan chica por lo que veo.

—Dímelo a mí, ha sido toda una odisea el acostumbrarme a ello.

—Espero algún día correr con la misma suerte. —Dice Maggie entre suspiros.

—¿Por qué no hacerlo ahora? —Le propuse. Mi amiga guardo silencio un par de segundos pensándose obviamente mi propuesta inesperada.

—Creo que antes de eso me hace falta una pequeña roca en cierto dedo para convencerme de eso.

—¿Quién dice que eso es necesario para tener un bebé? Tú no lo tienes y te ha estado yendo de maravilla sola. —Contrarresta Ariana.

—Sí, de maravilla. —Que diría la abuela de Maggie si supera de las radicales ideas de su nieta, el recuerdo de esa señora me persiguió por años.

Cuando éramos más jóvenes, Maggie me había contado lo que le había ocurrido por solo mencionar la palabra "Feminismo" en la presencia de la señora.

Casi se le saltan los ojos cuando su única nieta la dijo en medio de una conversación que parecía de lo más normal.

En plena comida después de la misa ocasional del Domingo.

Los que han sido criados en una típica familia mexicana sabrán la odisea que puede ser hacer cambiar de opinión a una matriarca con todas las de ganar en la casa.

Es imposible.

La señora sin dudarlo nada, había sacado de alguna parte secreta de su persona el arma más letal para un típico mexicano.

Arrojándola con la fuerza de un batallón completo por encima de la mesa, haciendo que nadie pudiera detenerla, en realidad nadie pudo ver lo que se avecinaba una vez que la señora arrojo la indeseable arma.

La chancla.

Sé que suena tonto y hasta descabellado imaginarlo, pero eso fue lo que ocurrió. Eso es lo que ocurre en las casas mexicanas, señores, de todo el mundo.

El objeto de proporciones normales, voló por la habitación como si hubiera sido creado en un principio de la existencia solo para ello.

Aunque su destino y su objetivo era el de proporcionar confort y ayuda en el movimiento en un playa de un lugar a otro, era usado comúnmente por los mexicanos en todo tipo de escenarios para castigar a los menores, y por sobre todos esos momentos, menos en la playa.

Mientras se hacía la limpieza en un caluroso día de verano o de invierno.

Ya que nunca se sabía cuál sería el clima que predominaría en ese lugar, podría ser un infernal calor que hacía que calara hasta la piel que llevábamos puestos o podría ser el frío más feroz que en el mejor de los casos lograba lo mismo.

Todo gracias al calentamiento global.

El solo recordar el hecho, aunque nunca estuve presente me hacia cuestionarme cada una de las decisiones liberales que había tomado en toda mi vida, o al menos en los últimos meses.

Oh Dios, tan fácil que era la vida antes de él, antes de mí, antes de nosotros.

Si pudiera volver atrás haría tantas cosas diferentes, eso mismo pensé cuando vi entrar de la manera más lenta del mundo a Raúl, quizás con toda la calma o miedo por ver cuál sería la reacción de todos en la habitación, especialmente la mía.

Yo también dude, casi no pude respirar mientras le veía entrar de a poco a la habitación, saludar a mi familia, amigos, dar unos cuantos pasos más y llegar hasta mi.

No era cosa fácil de hacer, lo reconocía, era todo un mérito venir hasta mi casa, hasta mi sabiendo todo lo que sabía, pensando en cuanto había hecho mal a Kieran y Ricardo, sabía que no sería cosa fácil que él si quiera pensara en perdonarme.

Pero iba a intentarlo con todas mis fuerzas, con todo mi ser.

Nunca se han aferrado tanto a una persona, tanto que no sabes el porqué lo haces, solo lo haces y es natural.

Es normal.

Es lo que debe de ser en el mundo entero.

—Hola.

—Hola.

—Veo que estás mejor de lo que pensaba —Raúl giro un poco la cabeza hacia mí, con ello supe que veía a todas las personas en la habitación, aunque sea de reojo, pero más específicamente a Kieran.

—No estés tan seguro de ello.

—¿Por qué lo dices?

—Porque sin ti no me siento completa, nunca estaré completa sin ti.

—No digas eso, pronto no recordarás los días en los que no estaba en tu vida, toda tu atención estará centrada en otra persona.

—No sé a qué te refieres. —Dije cruzándome de brazos. Quizás estaba hablando de Kieran, quizás...

Pero no era eso, él lleva delicadamente sus manos hacia mi vientre bajo, se arrodilla y le habla a la bebé como lo ha hecho desde que le dije que estaba esperándola.

—A ella.

Tenía razón, ella era la única que había estado esperando por toda una vida.

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