
Capítulo 12.
Mira lo que me has hecho hacer — Taylor Swift.
—¡!Iris, iris!¡ —Los gritos no paraban con cada paso que daba, por eso intenté acelerar mi paso lo mejor que mis pies hinchados me dejaron.
Que no fue mucho.
Aunque escuché que me llamaban desde lejos, no me detuve, sabía quién era y me importaba muy poco.
En cuanto vi a esa mujer ahí, supe que estaba mejor sola. Lejos de todo este drama, ya había tenido suficiente mierda por toda una vida y no iba a permitir que mi bebé llegara a este mundo en medio de un circo.
Kieran vino a mí, y sin quererlo me frenó, usando su cuerpo contra el mío para evitar que yo avanzará en mi camino.
—Quítate y déjame pasar. —Le dije empujándolo. Él no se quitó, casi ni se movió lo cual me molesto más.
Seguí empujándole hasta que él solo cedió y me dejó caminar sola. Pero eso no le motivo menos, al contario emprendió la marcha junto a mí para seguir hablándome.
—No, tenemos que hablar. —Pidió de nuevo.
—No, no tenemos. —Respondí a secas.
—Por favor Iris... —Rogó.
—Por favor nada, no voy a volver a pasar por eso nunca más y estoy segura cómo el infierno que no dejaré que mi hija pase por ello, no me importa quién resulte ser el padre.
—¿Qué es lo que dices? Si es mi hija yo tengo el derecho a ser parte de su vida.
—No, no lo tienes, ni siquiera sabemos si eres el padre, pero si estoy segura de algo es que no voy a pasar toda una vida sintiéndome culpable por todo, necesito avanzar y tú y tu estúpida novia no me dejan.
—¿Cuál novia? Te refieres a Génesis. —Se me hizo un nudo en el estómago al escuchar el nombre de ella ser lanzado por la boca de Kieran.
Pero fue el remate total saber que ese era su nombre. Yo había considerado Génesis para el nombre de mi hija.
Pero ni muerta dejaré que mi bebé tenga el nombre de semejante zorra.
—No me interesa como se llamé, solo la quiero lejos de mí y...
Kieran comenzó a reírse de manera histérica.
—¡Contigo no sé puede! —Grité molesta en medio de la calle. De nuevo intenté irme, pero siguió sin dejarme avanzar—. Déjame ir o...
—¿O qué...?
—No me provoques, no sabes de lo que soy capaz.
—No te entiendo, tú fuiste la primera en querer decirnos del bebé y ahora solo quieres quitarnos la oportunidad.
—Porque no han hecho más que atormentarme con preguntas y cosas estúpidas desde que se los dije.
—Te refieres a la proposición de matrimonio de Ricardo.
No sabía que él sabía.
Yo no le dije, entonces ¿cómo es que si quiera lo sabía?
—Sí, lo sé, Ricardo me lo dijo antes de hacerlo.
—¿Te lo dijo y lo dejaste hacerlo aún así? —Él se había quitado ya de mi camino por lo que intenté avanzar, me dejó irme, pero no dejó de discutir conmigo casi todo el camino a casa.
—Sí, me pregunto si debía o no de hacerlo.
—Y de seguro le dijiste una estupidez sobre el deber y proteger el honor de la chica, ¿no?
—No, solo le dije que hiciera lo que creyera que tú querías.
—¿Y yo quiero casarme?
—¡No lo sé, la verdad estás actuando tan voluble que no sé qué demonios quieres ya!
—Tú sabes bien que lo único que quería era precisamente que no sé me presionará, que no sé tomarán decisiones por mí, siempre lo he odiado y lo sabes.
—Yo lo único que sé ahora mismo es que no queda nada de la chica de la que una vez me enamoré.
Golpe bajo.
Pero si él puede jugar sucio, yo también.
—Lo mismo puedo decir de ti.
Doble golpe bajo.
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Nunca me han gustado las tormentas, sé que son algo normal, causadas por movimientos bruscos de los frentes fríos que entran en la atmósfera de un lugar provocando caos, del frío al calor, del calor al frío en menos de diez minutos.
Caos y bellezas juntas.
Destrucción algunas veces, limpieza y claridad otras veces.
Eso era para mí una tormenta.
Me fui a casa, y ni bien tenía unos minutos de haber atravesado el marco de la puerta cuando una tormenta comenzó a manifestarse con instalarse en la ciudad.
No es algo propio que en plena primavera y casi entrando el verano llegué una tormenta, pero esto no era algo que no estuviéramos esperando, realmente ya teníamos semanas esperándola.
Solo que como una mujer, resulto ser impredecible saber cuándo exactamente aterrizaría en nuestra ciudad.
Pero eso no hacía que me gustarán más, el aviso estaba en el aire, y aún así yo las odiaba.
Cuando era niña esto era más fácil de soportar, simplemente daba unos cuantos brincos a la cama de mi hermana, era sencillo porque desde que yo tenía cuatro dormíamos en la misma habitación. A mi hermana mayor Olivia tampoco le gustaba mucho, así que sabía que aunque no lo dijera agradecía el que terminara durmiendo en su pequeña cama.
Y así fue hasta que ella se fue a su propio cuarto, una vez que eso sucedió Emma fue quien cumplía con esa función.
Aunque ella no tenía miedo como Olivia.
Y aunque Olivia hubiese crecido, siempre terminaba en nuestra habitación en una noche de tormenta.
Cómo esta.
La única persona además de mis hermanas que sabía de este miedo, era Raúl, por lo que no sé me hizo raro tenerlo en mi puerta en cuanto la tormenta comenzó.
—Creo que aquí es donde debo estar —dijo al abrirle la puerta de la casa lo más rápido que pude para que el aire no se la llevara.
Así de intensa era esta tormenta.
Amenazaba con llevarse todo a su paso.
—Gracias, siempre sabes lo que quiero.
Les juro que no sé cómo explicar el vínculo que tenemos yo y Raúl.
Es algo natural es todo lo que puedo decir ahora mismo.
—¿Quieres una taza de chocolate? Traje para hacer. —El hombre saca un par de cosas de una bolsa de lona de la compra. Siempre que viene últimamente me trae comida, no me enoja, al contrario sé lo agradezco porque en comparación de Kieran y Ricardo él era el único que simplemente sabía lo que quería, pero aún así me preguntaba antes de hacerlo.
Por eso nunca me molestaba con él.
Al menos no en eso.
Asentí.
—Escuché del espectáculo que diste hoy en la plaza. ¿Estás bien?
—No, pero seguro lo estaré.
—¿Quieres hablar de ello?
—No, ¿te importa?
—Por supuesto que no, haré el chocolate, también traje pan para acompañarlo.
¿Ven?
¿Por qué las cosas no pueden ser más sencillas?
¿Por qué no puede ser este bebé de Raúl?
Me hubiera evitado tanto dolor, tanta amargura, tanto drama. Si tan solo no hubiera conocido a Ricardo o mejor aún si no hubiera conocido a Kieran, él era el culpable de todas mis desgracias.
Y yo de las de él.
¿Por qué no podría ser más simple?
¿Por qué?
—Sé que no quieres escuchar esto pero yo sigo creyendo que ustedes dos son el uno para el otro.
—No puedo creer eso cuando lo único que hacemos cada que nos vemos es pelear.
—Eso no es cierto y el otro día que vino a tu casa, me dijo que tuvieron una muy buena conversación.
—No sé porque no me sorprende que te haya dicho, al parecer todos ustedes se comunican muy bien sin decirme nada a mí.
—Lo dices... ¿por qué?
—Ricardo me propuso matrimonio.
—Y dijiste que no.
—¿Cómo sabes que dije que no?
—Porque si no ya me hubieras dicho que vas a casarte y al abrir la puerta él hubiera estado aquí pegado cómo pegamento a ti.
—No seas tan duro con él.
—Pero si le dijiste que no.
—Por supuesto que le dije que no, no quiero casarme así, a la fuerza por accidente, quiero amor pleno, sin medidas, sin condiciones.
—Lo sé, por eso insisto en que Kieran es para ti cómo tú lo eres para él.
—Dejemos esta conversación, por favor.
—No puedo hasta que me escuches, sabes bien que es lo que tienes que hacer solo es que dejas que el miedo te consuma.
—Mira quien habla, antes de Valentina llevabas años creyendo que un día mágicamente yo volvería a ti de la nada, sino hubiera sido por ella nunca habrías perdido la esperanza.
Oh no.
Mira lo que me has hecho hacer.
—Yo no quise, yo...
—No, tienes razón, nunca habría avanzado de no ser por ella, por eso sé que soy la persona correcta para decirte que estás arruinando tu vida y la de Kieran de paso al ser como eres con él y contigo.
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