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Capítulo 18.


Porque prefiero morir solo, si no puedo tenerte — The Jonas Brothers.


—¿Qué haces aquí?

—Vine a investigar, soy el detective a cargo de tu caso, otra vez, ¿lo olvidas?

—No, pero quisiera hacerlo.

—Dime una cosa, nunca vas a perdonarme ¿verdad?

—No sé de qué estás hablando.

—¡Hablo de ti y ese payaso que se ha quedado a dormir las últimas noches en casa de tu abuela! ¡Ni siquiera a mí me habías dejado hacer eso! —sonreí, estaba de espaldas a él, me había dado la vuelta para regresar por mis lentes a la casa. Gracias a Dios. Porque si no me vería sonreír estúpidamente por él.

Estaba celoso.

—Así que me has estado espiando.

—Solo hago mi trabajo, como siempre.

—Volvemos a lo de ser solo trabajo.

—Sabes bien, mejor que nadie, que tú nunca fuiste solo trabajo para mí.

—Sí, es por eso que sigues paseándote con esa chica por toda la ciudad, saliendo en citas, tomando helado y llevándola de la mano a todos y cada uno de los lugares que me llevaste a mí, pensaba que yo era especial, pero ahora veo que solo fui otra más en la lista.

—Lo mismo puedo decir de ti, ya entiendo porque Raúl no te ha vuelto a hablar, eres toda una rompe corazones Iris.

—Vete de mí vista o te pongo un ojo morado, y sabes qué puedo hacerlo.

—Lo bueno es que ya sé que no estás celosa, mi amor.

Dijo antes de ir por donde había venido.

Quieres jugar al juego de los celos, Kieran, pues que empiece el juego.

Nadie sabe jugar a ese juego mejor que yo.

Créanme.


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Después de regresar de la tienda, un Ricardo impaciente me estaba esperando en las escaleras de mi casa con una maleta de ropa, supongo, al lado de él.

—Espero que eso no signifique vamos a vivir juntos.

—No, no es nada de eso, quieres espacio, lo sé y lo respeto.

—¿Entonces?

—Solo quería pedirte pasar una noche más contigo, me quedaré en el sillón, como las otras veces, y antes de que digas algo, no intentaré nada, solo quiero cuidarte.

No podía negarme a eso.

Después de todo, yo sentía a estas alturas que necesitaba ser cuidada.

—Está bien. Entremos.

Llevaba unas bolsas de cosas en la mano, él con gusto las tomó y se las paso por los brazos como si estuviera cargando almohadas rellenas de algodón de azúcar.

Es la es la cosa con los hombres.

No los queremos, no queremos necesitarles, pero bien que ayuda aun así tenerlos por ahí, por si acaso.

Digo, yo sé que soy capaz de cargar mis propias bolsas, de cambiar un bombillo, de revisar el aceite de mi auto y de pagar todas y cada una de mis facturas.

Pero, aun así, es reconfortante que, si le digo que lo haga, lo hará.

No dudara.

Lo hará.


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—Sabes tenía pensado ver una película o algo así, no resolver un homicidio hoy.

—Lo sé, lo siento, pero es que no podré seguir con mi vida, sino descubro quien me intento matar.

—¿No deberías dejarle eso a la policía?

—Mira no es que no confié en ellos, es que me gusta tomar el asunto en mis propias manos, si puedo.

—O sea, no confías en ellos.

—Exacto.

Eran las ocho de la noche ahora, cuando llegué a casa eran las cuatro, así que habíamos pasado más de cuatro horas tratando de pensar en quien pudiera querer hacerme daño.

El pizarrón nuevo que había traído a mi casa de la tienda, ahora estaba lleno de teorías y posibles sospechosos.

Nunca había visto de cerca un pizarrón de policías, mucho menos uno de detectives y eso que había salido con uno.

Pero creo que este se podría parecer mucho a uno a este punto.

El timbre de la cena me saco de mis pensamientos, o al menos pensaba que podía ser la cena.

Corrí, inocentemente a la puerta, con dinero en mano y con el estómago rugiéndome de hambre, solo para encontrarme de nuevo, del otro lado de la puerta a Kieran.

—¿Y tú qué haces de nuevo aquí? —le dije molesta. No le deje entrar, pero aún así él se hizo espacio y me obligo a abrir la puerta completamente para él.

—Tampoco quiero estar aquí, créeme, pero han surgido nuevas pistas de tu caso y debo advertiré de ello.

—¿De qué estás hablando?

—Han visto a Nicholas cerca de tu casa.

—¿Qué? —casi me atraganté con la saliva al decirlo, tuve que toser un par de veces para sentirme mejor. A mi lado Ricardo hacía lo posible por ayudar, hasta me trajo un vaso con agua para ayudarme un poco.

¿No era un encanto el hombre?

—¿Y tú qué haces aquí? —le dijo Kieran a Ricardo.

—Le hago compañía —respondió el con una gran sonrisa burlona en su rostro.

Kieran dio un paso adelante, dispuesto a darle un buen golpe, me adelanté y me puse entre ellos dos.

—¡NO! A mi casa no vas a venir a hacer pelea, o estás aquí para ayudar o te vas.

—¿Me corres a mí? ¡Él es el que no tiene nada que hacer aquí! Solo está estorbando en una investigación abierta.

—No, él que está estorbando aquí, eres tú, con tus celos estúpidos e irracionales que no tienen razón de ser, porque tú y yo ya no estamos juntos.

—Ahora veo, que sí eres lo que todos dicen que eres.

Sabía que me iba a arrepentir de preguntarlo, pero aun así lo hice.

—¿Qué?

—Una zorra.

Lo juro mi mano fue hacía él antes de que pudiera evitarlo.

Con puño cerrado y todo.

—Nunca jamás, vuelvas a llamarme de esa manera. ¡Ahora vete de mi casa sino te pongo la otra mejilla igual!

Me ardía la mano, me punzaba.

Me dolía la garganta, apenas y podía respirar.

Sentí que me moría al decir cada palabra.

Sentía que me moría de dolor.

Porque de todas las personas que creían eso de mí, jamás pensé que sería Kieran la que por fin lo dirían en voz alta.

Kieran se fue de mi casa, hecha una furia, mientras yo caía al suelo, llorando a mares, desconsolada.

Gritándole todo lo que pude.

Todo lo que le quería.

Lo que había confiado en él.

Y él me había roto, por fin, me había roto en miles de pedazos, y quizás nunca jamás volvería a ser la misma, después de él.


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Una hora más tarde, seguía llorando en el suelo de la sala.

Ricardo se había quedado conmigo, todo ese tiempo.

Él no había dicho nada. Solo se quedó ahí en el piso, hecho un ovillo, viéndome caer aún más bajo.

Viendo como me despojaba de todo el amor que alguna vez sentí por Kieran.

Viendo como a través de las lágrimas me convencía de que todo eso era lo mejor para mí, que todo lo que habíamos pasado hasta ahora, era para llegar a este momento.

Este momento donde por fin, vería hacia mi verdadero futuro.

El que podía tener con Ricardo y sin Kieran.

Mire hacia él.

Estaba sonriéndome siempre, esperando a que lo quisiera, a que lo amara, como solo un hombre como él se lo merecía.

Me reí, porque él era el sol.

Y yo era la luna.

Éramos luz y oscuridad.

No podríamos vivir el uno sin el otro.

Nunca jamás.

Debíamos estar juntos.

¿Debíamos?

—Iris, yo...

—No, no lo arruines.

—Solo tienes que saber que prefiero morir solo, si no puedo tenerte.

Eso me hizo quererlo besar aún más, querer estar con él aún más.

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