— ¿Estás bien? — pregunta Anna al ver mi rostro.

— Pues… Sí, sí estoy bien, gracias — contesto torpemente.

— ¿No quieres un bocado? — saca un trozo de chocolate de su bolsa.

— Claro, no creo que me haga daño.

Acerco mi mano algo temblorosa a la bolsa. Nunca creí que el reencuentro con Anna fuera de esta manera: salvándola de esos sujeto.

Luego de retirar el pequeño trozo de chocolate y llevármelo a la boca, puedo admirar detenidamente a Anna comer también un trozo de chocolate.

Mi corazón se acelera al ver sus mejillas infladas al comer, todavía mantiene el mismo encanto y dulzura de una niña.

Después de terminar de comer, doy media vuelta con la intención de marcharme.

— ¡Espera! — me retiene Anna de mi ropa — No sé tu nombre, no puedes irte sin antes decírmelo, debo saber el nombre de mi salvador.

Relajo mi cuerpo y respiro profundamente. Quisiera poder decirle la verdad, quisiera pedirle perdón por abandonar el castillo de un día para otro, pero sé que ella me odiará, lo más sensato fue seguir con esta farsa.

— Me llamo Zafer — digo con total seguridad.

— ¿Zafer?, por tus vestimentas veo que no eres de aquí, ¿De dónde provienes?.

¿Será esto posible?, ¿Será probable que Anna ya no me reconozca?, ¿Tanto he cambiado en éstos años?'

— Vengo de Constantinopla — respondo sin titubear.

— Oooh — exclama Anna algo curiosa — ¿Conoces algún príncipe?.

Soltando una pequeña sonrisa, respondo:

— No, ninguno.

— ¿Algún Sultán?.

— Tampoco.

— ¿Algún Pachá?.

— Lo siento.

— ¿Entonces cómo aprendiste a pelear de esa manera?.

— Pues… aprendí, no es tan difícil.

— ¿Crees que puedas enseñarme algún día? — sus ojos adoptan un brillo natural al decir esto.

No puedo creer lo que estoy escuchando, Anna quiere verme de nuevo. Mi corazón no deja de latir y mis mejillas se sonrojan al oír su petición.

— Claro, cuando quieras — le digo tratando de ocultar mi emoción.

— ¿No quieres acompañarme al castillo?, había olvidado decirtelo, pero soy la princesa Anna, hermana menor de la reina Elsa.

— ¿Estás segura?, ¿Crees que soy digno de acompañarla princesa?.

— Por supuesto que sí, ¡Tú salvaste mi vida! — noto en su rostro un leve rubor.

Ofrece su brazo para que pueda entrelazarla con la suya.

— Vamos — digo cuando mi brazo está entrelazado con la suya.

No puedo controlar mi respirar. Muchos recuerdos vienen a mí en retrospectiva.