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Misericordia -XIV-

Nawey daba la impresión de estar muerta, tenía los ojos cerrados, los labios entreabiertos y respiraba de forma casi imperceptible. Su largo y lacio cabello se derramaba sobre la almohada como las cascadas de un río plateado, igual de pálido que su juvenil rostro. Lenanshra acarició las mejillas frías de su hermana y se mantuvo silente un largo momento, contemplándola en aquel estado de tan intenso sopor. Pronunció algunas palabras en élfico antiguo, que ni Ledthrin, ni Hiddigh que estaban tras de ella en la habitación pudieron descifrar.

—¿Cuántos sobrevivieron, Ledth? —preguntó, sin mirar al guerrero a su espalda.

—Ochenta pobladores de Asherdion, entre soldados y civiles sin contarnos a Hiddigh, a mí y a Nawey.

—¿Leonel está aquí?

—Partirán a la capital al despuntar el alba —Ledthrin se acercó poniéndose a la vera de la elfo—. Magister Terion llevará a Nawey al magisterio.

—¿Qué fue exactamente lo que ocurrió, Ledth? —La vos de Lenanshra sonaba cansina, ella volteó la cabeza para mirar a Ledthrin y en sus ojos se reflejaba el dolor que sentía —Puedo ver el deceso de padre en tus recuerdos y juro que ese tal Dragh pagará con su sangre la atrocidad que han cometido sus huestes.

—¿Dragh el general Barbaro? —adivinó Ledt.

—Es un Khul —corrigió ella— Y asoló también con sus huestes la muralla norte del reino de Farthias.

Hiddigh observaba a los dos hablar, pasando desapercibida a los ojos de Lenanshra quien no dejaba de acariciar el cuerpo lánguido de Nawey recostado sobre la cama. De súbito Lenanshra giró el cuello y se quedó mirando a la pelirroja un instante.

—Ella lo sabe —la señaló—. Hiddigh Thlen, hija del viudo herrero Thlen. Muéstrame lo que albergan tus recuerdos y guíame al momento en que mi hermana llegó a quedar en éste estado.

—No —se negó casi a los gritos—. Salga de mi cabeza, dama Lenanshra. Es..., dijo magister Terion que podría ser peligroso.

—¿Por qué? —consultó, aunque a esas alturas ya indagaba en su cabeza—. Porque no tiene el conocimiento acerca de lo que te ha ocurrido, porque desconoce la razón de tus fiebres, delirios y... ¡Himea!

—Hay algo en Hiddigh que la enlaza con los dragones —se apresuró en contarle Ledt—. Sal de su mente, Lenanshra, sabes que no deberías hacer esto sin consentimiento ¿Qué te pasa?

—No vas a decirme tú lo que debo o, no debo hacer. He roto tantas reglas últimamente que eso ya me tiene sin cuidado —Lenanshra se veía descontrolada—. No quieres que lleven a esta chica al magisterio, no quieres que indaguen en su cabeza ¿Qué pretendes Ledhtrin? ¿Es que no te interesa la vida de Nawey?

—La vida de Nawey no depende de Hidd —aseguró—. No confío en el magisterio ni en los designios de la emperatriz.

—Cuida tus palabras Ledthrin I'lerion, recuerda que el techo que te refugia es del Imperio —fue magister Terion quien irrumpió en la habitación.

—Tío —saludó Lenanshra en reverencia.

—Mi corazón está más tranquilo ahora que has vuelto, sobrina —le correspondió Terion—. Aunque creo que anunciaste tu retorno, ya desde la mañana ¿no es así?

—Tuve que hacerlo tío —su mirada era de remordimiento—. Aunque me temo que haya sido en vano y no he llegado a tiempo.

—¿La robaste a los hombres, Lenanshra? —insinuó el elfo.

—Mi honra podrá estar manchada, pero jamás la lealtad con mi familia —reconoció lo dicho por Terion.

—¿De qué están hablando, magister? —indagó Ledthrin, perdido en la conversación.

—De los sacrificios que la familia está dispuesta a hacer para salvaguardarse —La mirada invectiva de Lenanshra, demostraba su desacuerdo con Ledt.

—Tengo que asumir que ya lo habrás visto, Lenanshra —comentó Terion, refiriéndose a la singularidad descubierta en Hiddigh —. ¿Estarás también de acuerdo que llevarla al magisterio es la mejor opción?

—Nunca he sido proclive al hermetismo concebido en el magisterio, ni tampoco podré estar en acuerdo con la ortodoxia de sus reglas, pero debo reconocer que manejarán mucho más sabiduría y conocimiento que la que pudo poseer padre. Estoy de acuerdo en que su apoyo podría ser crucial para recuperar a Nawey.

—¿Y qué pasaría con Hiddigh? Ya me lo ha comentado magister Terion, el conclave es estricto y sumamente riguroso en los aspectos que tienen que ver con los tiempos de Oscuridad y Fuego. ¿Cuántos supuestos cultistas fueron quemados en la hoguera? Ya no se citan aquellos lóbregos pasajes de la historia que apenas hace cincuenta años fueron una realidad. Me resulta irresponsable de vuestra parte que desconozcan mi propia ignorancia y la de Hiddigh frente a este tema, que es bien entendido por ustedes. Y no quiero dar ejemplos concisos otra vez, pues ya se lo dije a magister Terion.

—Lo que ocurrió con mi madre es un asunto muy distinto, Ledthrin y me decepciona pensar que hayas recurrido a su memoria, para argumentar sobre tus temores —se apresuró en responder Lenansrha—. Pero sí, tienes razón en que el magisterio puede ser implacable en la eventualidad de descubrir un atisbo de conexión entre rituales cultistas y la singular habilidad de vuestra "amiga".

—No confiáis en la sabiduría del conclave, la mismísima emperatriz puede ser incluso más docta en el tema. —señaló Terion.

—Si Ledthrin no cede en el magisterio, dudo no vaya a tener reparos en la prudencia de una dipsómana de tiempo completo —satirizó Lenanshra.

—Lo siento pero su conversación me involucra y no voy a quedarme al margen, menos ahora que me entero del verdadero peligro al que me expongo de acompañarlos a Sarbia —irrumpió Hiddigh, algo titubeante.

—Vuestra opinión siempre será requerida —le dijo Terion—. Perdónenos usted si hemos sido impertinentes al no incluirla.

—Quien está en peligro y por causa tuya es mi hermana, lo menos que pudieras hacer por ella es entregarte, que el magisterio averigüe lo que te ocurre y logren recomponer a Nawey. Sería egoísta que te negaras. —rebatió Lenansrha.

—No me he negado a nada, estoy dispuesta a ir a Sarbia. Yo también quiero saber qué es lo que me pasa y por supuesto que quiero ayudar a Nawey, siempre se mostró muy amable conmigo, es lo menos que podría hacer por ella si depende de mí —se impuso Hiddigh, y luego habló bajando el tono de su vos—. Aunque no puedo negar que me aterra lo que pueda pasarme, jamás he salido de los linderos de Ismerlik, no conozco al magisterio y la historia oculta de la que han hablado. ¿Quiénes son los cultitas?

—Para ser sincero también tengo mis reparos acerca de llevarla con nosotros al magisterio, señorita— El que habló fue Leonel, que acababa de entrar a la habitación y aparentemente había escuchado gran parte de la conversación desde el pasillo—. Pero el magisterio y la emperatriz no son nuestras únicas opciones.

—Leonel —los ojos de Lenanshra se iluminaron al verlo.

El elfo se apresuró en entrar a la estancia y abriendo los brazos recibió a la elfo contra su pecho, estrechándola con dulzura. Le besó la frente y acarició su cabello con algo de cortedad, cómo notando alguna tensión en ella.

—¿Estás bien, amor mío? —le dijo, al tiempo que la soltaba para mirarla a los ojos—. Me preocupaba tu regreso. Estás herida, tampoco ha sido un viaje sencillo, supongo.

—Estoy completa al menos, mas no operante —enseñó con desgana su mano entablillada y apretó los labios entristecida—. Perdí también mi arco, para siempre.

—¿Lenanshra? —magister Terion se volteó para verla, percatándose en aquel momento que no traía su arco— No había caído en la cuenta de eso, ¿estás bien?

—Sabré llevar lo que reste de mi vida como cualquier mortal —asumió altiva.

Leonel cerró los ojos e inspiró reservándose la profunda pena que aquello le causaba. Intentó evadir el tema intuyendo que para Lenanshra ya era lo bastante triste, como para continuar dándole vueltas si es que ya no había forma de enmendarlo. No obstante, Terion continuó interesado en ello.

—¿Cómo pasó?

—Conocí al Khul de los Rah-Dah e intuyo que es un semi-dragón.

—¿Será posible? —comentó Leonel—. Quieres decir, que tal vez él los haya despertado.

—Su consorte, una bruja llamada Agneth. Envenenó la mente del ex canciller de Farthias y en conjunto habrán despertado a las bestias —explicó Lenanshra.

—¿Agneth-Anetth? —Ledthrin meneó la cabeza en reprobación— veo que era mucho más que una traidora. ¿Qué ocurrió con Fausto y Lidias?

Algo vibró en el corazón de Lenanshra, al oír a Ledthrin. No respondió al instante, paladeó sus recuerdos como queriendo extender el tiempo en que permanecerían en su boca antes de liberarlos en su vos.

—Sé que están bien —le dijo, entre un carraspeo—. Cuando los dejé la mañana de ayer, estaban bien. Estoy segura de que no ha habido reina en Farthias más valiente y entregada que Lidias. —el tono de su vos cambió un poco cuando continuó—: y tampoco había conocido a un hombre más leal a una amistad que a Fausto. Me ha sorprendido, me sorprendieron los dos.

—Me alegro de que estén bien, son grandes personas sin duda y entrañables amigos a los que me gustaría volver a ver. —carraspeó—. ¿Has dicho reina?

—Seguro que tenemos mucho de qué hablar, Ledt. Pero ahora mi preocupación es mi hermana —señaló zanjando el tema allí—. Y al parecer vuestra amiga no tiene problema en acompañarnos al magisterio.

—No fue lo que dijo exactamente —la miró arrugando el entrecejo.

—Y yo digo que no debería ir si no estamos seguros de lo que le harán —intervino otra vez Leonel—. Decía ya que no hemos contemplado todas las opciones. ¿Se olvidan de vuestra media-hermana, Lenanshra?

—No puedo creer que siquiera la menciones aquí, frente a Nawey ¿Tú, Leonel? —Terion interrumpió antes de que la elfo respondiera—. Soy un magister, debería abrirte juicio sólo por atreverte a proponer semejante...

—¿Por qué no, tío? —Lenanshra se interpuso con decisión—. Se lo debe a Nawey, a la familia. No podría siquiera negarse y además, sería seguro para esta muchacha.

—Es prácticamente un delito recurrir a ella, sería contra los principios del conclave. Además ¿quién sabe dónde hallarla?

—Yo sé dónde encontrarla —aseguró la elfo.

—Por eso no lo mencioné hasta ahora —comentó Leonel—. Esperaba que solo Lenanshra me diera la razón.

—¿Quién es ella, de quien hablan? —consultó tímidamente Hiddigh.

—Una nigromante y una cultista de tomo y lomo —explicó Terion alzando la voz—. Si Ledthrin se oponía a que vieras el conclave, esto es mucho peor.

—¿Qué debería esperarme de eso? —dijo vacilante y miró de reojo a Ledt.

—¿Quiere saber lo que creo, Hiddigh? —intervino Terion, en un desesperado intento por persuadirla— Creo que es víctima de una maldición, una maldición arcana que no se había visto jamás de éste lado del continente sino en cultistas y chamanes bárbaros adoradores de Wrym.

—¿Qué clase de maldición?

—Una que viene en usted de nacimiento y que no es posible remover —dirimió mirando también al grupo.

—De ser así, estoy segura de que de ésta temática Hiriatani tiene más conocimiento que usted y el conclave, tío —sopesó Lenanshra—. Como lo veo la alternativa ya es una sola. ¿Hiddigh? ¿Ledt?

—No conocía de Hiriatani y aunque no me suena como a una persona que se ajuste a las normas, creo que todavía puedo confiarme del buen juicio de la guardabosque de Asherdion —le hizo una venia a Lenanshra— ¿Qué opinas Hiddigh?

—Quiero ayudar, por supuesto, tal vez esta..., mujer sepa cómo —asentó y luego esquivó con disimulo la mirada de Ledt.

Los perros no cesaban de ladrarle, pero no avanzaban para atacarla ya que su amo les había dado la orden para que se detuvieran. Lanza en mano, se acercó hasta el hombre que venía hacerle frente.

—¿De dónde es usted viajera? ¿Se ha perdido? —preguntaba desde la distancia el dueño de casa.

Era un hombre de mediana edad, de rostro anguloso y complexión delgada. Vestía un tosco gambesón y un pantalón de piel abrigaba sus piernas. Traía una horqueta al hombro, seguro se trataba de un granjero pero Deroveth nada sabía acerca de granjeros, creyó que era algún tipo de arma.

—Baje esa vara mujer, amenaza a mis perros y se inquietan —seguía diciendo—. Hay algo de comida y agua en la casa, puedo ayudarla con eso.

Deroveth no comprendía lo que el hombre decía, jamás había oído la lengua unificada antes, aunque no lo veía como una amenaza, su instinto la llevó a aventarle la lanza, que fue a atravesar al granjero de lleno en el estómago.

—Arrggg ¿po' qué? —gritó de dolor el hombre y la sangre subía desde sus entrañas hasta su garganta, atorándolo—. Arg arg, ¿Qué ha hecho? ¡Semptus, me muero!

Cayó de lado al instante, retorciéndose en el suelo y chillando como un puerco en el matadero. Los perros al instante saltaron al ataque de Deroveth, lanzándole tarascones intentando morderla. La bárbaro no se inmutó, aquellos animales no eran la mitad de feroces de los que ella acostumbraba batallar, le dio severa patada al primero arrojándolo una vara de distancia. El segundo no tuvo mejor suerte, recibió un golpe de puño certero en el cráneo y cayó aturdido al instante. En cuanto al tercer animal Deroveth lo sujetó desde el hocico y con fuerza ésta se lo partió zafando su mandíbula.

Avanzó hasta el pobre hombre que todavía se retorcía en el suelo, se agachó para agarrar la cacha de la lanza y de un jalón la retiró del vientre de su víctima. Un chorro de sangre manó de la herida llenando un charco en el aguanieve del piso. Deroveth hastiada de los gritos de dolor del granjero, le pisó la cabeza con fuerza acabando con él y su sufrimiento.

—Este no era un guerrero —ella cogió la horquilla y la examinó extrañada— ¿Qué clase de arma es ésta?

Uno de los perros se recobró y volvió a cargarle. Venía desde atrás dispuesto a morderla cuando usando la horqueta, la bárbaro lo ultimó de un golpe.

Producto de los ruidos la mujer de aquel hombre salió de la casa y lo buscó con la mirada, encontrándose la silueta de Deroveth y la horrida escena que acababa de consumar. La mujer se metió en la casa, trancando la puerta y lloriqueando de atemorizada. Pero Deroveth no tenía prisa, caminó parsimoniosa hasta la casa y examinó la construcción.

Era un edificio de piedra, no muy alto y con techo de paja. Sólo la sólida construcción divergía mucho de las tiendas en las que los bárbaros solían dormir. El olor del pan horneado se metió en la nariz de Deroveth, causándole una sensación extraña que no había sentido jamás. Una mezcla de hambre y placer la embargaron, ¿que era aquel aroma? Decidió entrar a la casa. Primero pateó la puerta, pero ésta de madera firme no se abrió. Así que decidió que entrar por la ventana sería más sencillo, rodeó el edificio, encontrando todas las ventanas cerradas y tapadas.

En el suelo cerca de la entrada, había dos enormes ladrillos de piedra. Cogió uno de ellos, lo alzó sobre su cabeza y lo arrojó con brío hacia una de las ventanas, dañando visiblemente la madera que hacía de puerta. Cogió la piedra otra vez y en el segundo intento la tapa se rompió en varios trozos introduciéndose también la piedra dentro de la casa.

La mujer dentro gritaba y lloraba aterrada, buscó entre las pertenencias del marido una ballesta, estaba cargada, así que apuntó directo hacia la ventana esperando a que Deroveth se metiera. Cosa que no ocurrió.

Pasó un tiempo prolongado y la mujer con el arma en la mano se estaba cansando de mantenerla apuntando la ventana, entonces sin previo aviso Deroveth cayó desde el encielado sobre ella, sin darle tiempo a reaccionar. Apretó el gatillo de la ballesta y el virote fue a clavarse en algún punto de la pared, mas su destino ya estaba escrito., la bárbaro la cogió en andas y la mató con usando sus manos.

Para Deroveth al igual que cualquier cazadora, asesinar a sus enemigos era algo natural, fueran éstos guerreros o no; el honor era reservado sólo entre su raza y solo respetado entre las tribus.

Examinó con la mirada a la morena tendida boca arriba a sus pies, la mirada perdida y el cuello amoratado delataban el brutal estrangulamiento que le había arrebatado la vida. La bárbaro hizo un gesto despectivo cuando advirtió en el virote clavado a la pared, qué ingenua había sido aquella mujer en creer que podría defenderse de ella. Se acuclilló a su lado, la olisqueó igual que hace un perro a la carne, olía a levadura, a leña quemada, leche y sudor. Del ropaje le llamó la atención la pollera que resbalaba por sus caderas y cubría sus piernas hasta los tobillos desnudos. «Que impráctico atavío de telas», pensó.

Aquel era su primer encuentro con los hombres del oeste, fuera de los soldados siempre cargados de metal, mallas y cuero jamás había visto a la gente del otro lado de las montañas en su hábitat y cultura. Había tratado con los esclavos, aquellos que una vez fueron soldados o que habían sido secuestrados desde los pueblos libres en las desoladas fronteras del Norte Blanco, pero a ellos nunca los consideró hombres, sino ganado.

Observó un momento más a aquella mujer de altura media, de complexión delicada y rostro famélico. La opulencia de sus senos contrastaba con la delgadez de su talle; aparentemente no se alimentaba bien o se hallaba enferma. Probablemente le había hecho un favor asesinándola, en las tribus nómadas los más enfermos y delgados siempre eran dejados atrás y olvidados a su suerte.

Se enderezó con rapidez al escuchar un llanto desde la habitación contigua, había alguien más en aquella modesta casa, un infante que de pronto despertaba. Deroveth se apresuró en llegar hasta el origen del escandaloso llanto, encontrándose en la habitación en donde había dos camas desarmadas y un canasto en medio de ambas, dentro de él encontró al bebé que lloraba.

—Cállate —ordenó Deroveth en su lengua.

El infante no cesaba de chillar, por el contrario al oír la voz gutural de la bárbaro pareció aumentar el volumen y frecuencia de su llanto. La hembra se paró frente al canasto que pretendía hacer de cuna y destapó con brusquedad las sabanas que cubrían al bebé. Del llanto súbitamente cambió a la risa, al parecer el abaniqueo de las sabanas sobre su cabeza, causaron gracia al niño. Deroveth se sintió contrariada, tenía intención de matarlo mas se detuvo en aquel instante, no esperaba que el niño se riera, entonces al igual que un flechazo recuerdos del pasado llegaron a su cabeza a través de los ojos felices de aquella indefensa criatura.

—No lo haga, no lo haga por favor lo suplico. Piedad, piedad, piedad —imploraba una mujer a los pies de Deroveth, ella no entendía una palabra de lo que decía—. No por favor, acabe conmigo, haga conmigo lo que quiera pero deje a vivir a mi hija.

—¿Qué dice la mujer? —preguntó Dragh a Agneth, que aquella ves los acompañaba.

—Ruega por la vida de su cría, le dice a Deroveth que está dispuesta a tomar su lugar para que ella viva —tradujo Agneth, con cierta indiferencia.

Habían viajado juntos a las tribus orientales, en aquel entonces afectadas por una terrible hambruna. Khul enviaba a su hija a punto de convertirse en Cazadora y a su líder de confianza Dragh, para que la acompañara. Se sabía que aquellas tribus contaban con una ingente cantidad de esclavos del otro lado de las montañas, Khul pensó que sería útil enviar también a Agneth como intérprete de éstos, ya que por aquel entonces se encontraba de regreso en Escaniev.

Deroveth le brindó una feroz patada, arrojándola de espaldas al fondo de la celda en la que estaba la esclava.

—¿Qué es acaso estúpida? —Rio la bárbaro— Su cría es débil e innecesaria, debería estar agradecida por no estar entre los escogidos para el sacrificio.

—Innecesaria para esta tribu y en tiempos de escases —respondió Dragh—. Dale a su cría y que reciba sólo media ración. Si sobrevive habrás ganado su gratitud y lealtad.

—¿Estás siendo misericordioso con unos esclavos? —Deroveth no podía creer lo que Dragh le decía—. No creí que fuera a vivir para ver la debilidad en ti, empiezo a creer que padre te sobrevalora.

Dicho esto Deroveth cogió a la niña en el carro de sacrificios, que estaba junto a otros tantos esclavos que iban a ser eliminados y la degolló en frente de todos. La madre gritaba y se agolpaba contra los barrotes que impedían que se acercara al cadáver que quedó en el piso, entonces la bárbaro la asesinó usando su lanza.

—No estás lista, Deroveth —la reprochó Dragh y dándole la espalda pretendió alejarse del lugar.

—¿Enserio te importan tanto estos esclavos?

—Estás llena de miedo Deroveth, por esta senda quizá llegues a ser la cazadora con la que sueña tu padre. Pero no llegarás al poder aunque por linaje te corresponda.

—¿Miedo yo?

—El poder es simplemente una ilusión, sólo puedes mantenerte en él si un colectivo avala tu grandeza. Recuerda esto Igratëh ure, la misericordia hace al poderoso, el resto solo esconde sus miedos y debilidades detrás de la fuerza. Los cobardes disfrazan su cobardía en la tiranía.

Agneth que había escuchado todo desde su posición rio por lo bajo y sin ningún disimulo.

—¿No estás de acuerdo con lo que digo, Eluveth? —Dragh seguía mirando a Deroveth, mas la pregunta iba dirigida a Agneth llamada entre su pueblo Eluveth.

—¿Vas a venir aquí e increparme si mi respuesta es negativa? —La bárbaro sonrió pendenciera—. Ven y pregúntamelo mirándome a los ojos y encontrarás la respuesta.

—No me interesa la respuesta —contestó tajante.

La risa del niño había cesado y ahora volvía al llanto desconsolado. Deroveth se quedó un instante mirándolo, dio media vuelta y se alejó de la habitación con la intención de marcharse y abandonarlo. Se detuvo en el dintel de la puerta y echó un vistazo al hogar, sobre la mesa había varios bollos de pan recién horneado., la bárbaro no conocía este alimento, pero su olor le interesó y provocó un ligero placer. Cogió uno y lo probó recelosa, terminando por encantarse una vez hubo saboreado el bollo entero.

El niño en el canasto seguía llorando y Deroveth hacía como si no lo escuchara, ya no tenía intenciones de ensuciarse las manos asesinándolo y desistió pronto de la idea de dejarlo morir a su suerte. Agarró un pan y se lo llevó, lo partió y se lo puso en la boca. El niño tomó la hogaza con sus pequeñas manos y comenzó a morderlo y tragarlo de a poco.

Esta vez sí salió de la casa, dispuesta a marcharse y continuar su peregrinaje por las desconocidas tierras de Farthias. Pero a medio andar, se halló a si misma maldiciendo por lo bajo y regresó otra vez a la granja. El niño todavía comía el pan que le había dado y ya no lloraba, ella lo observó un instante.

—Así que estás en edad de comer solo —le dijo, a sabiendas que no podía entenderla—. Suerte para ti renacuajo, porque aunque tuviera no iba a darte leche de mis tetas.

Dio un suspiro de resignación y procedió a quitarle las prendas al cadáver de la mujer en la cocina. Su intención era cargar con el niño hasta el primer asentamiento de hombres que encontrara en el camino y entregarlo a quien pudiera hacerse cargo, mas vestida como una bárbaro y encima sin conocer el lenguaje de los hombres de Farthias, iba a ser blanco fácil de la guardia. No tenía plan alguno, sólo quería acabar con Dragh después de verlo tomar el Imperio como prometió. Después de todo infiltrarse entre los humanos era un buen comenzar para tal cometido.

Cuando terminó de calzarse la vestimenta de la mujer, agarró la cesta con el niño incluido y se largó de la granja esta vez sin intenciones de devolverse. 

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